jueves, 27 de diciembre de 2007

Sagrada Familia

El Señor quiso pasar los primeros treinta años de su vida en una familia como la nuestra.

Así empezó la redención: santificando una realidad que nos es muy cercana, porque todos pertenecemos a una familia.

El ambiente familiar en el que vivió Jesús estaba compuesto de detalles muy pequeños.

No se produjeron grandes milagros en aquellos primeros años.

De hecho, San Juan nos dice que el primer milagro que hizo Jesús fue convertir el agua en vino en las bodas de Caná.

Hasta entonces, la vida del Señor, siendo ya redentora, estuvo compuesta de la prosa de cada día, de la realidad familiar cotidiana.

Lo que pasa es que aquella familia era extraordinaria, porque extraordinarios eran sus miembros.

José era el cabeza de la familia. Es el que la sacaba adelante desde el punto de vista humano.

Es quien educa a Jesús de manera que el Niño crezca en sabiduría ante los hombres.

De él aprendió el Señor el trabajo bien hecho, acabado hasta el último detalle, lleno de sacrificio, en servicio de los demás.

María enseña a Jesús todo lo relacionado con la vida doméstica, que más adelante saldrá en mucho ejemplos de la predicación del Maestro.

Como se ve, nada hay de extraordinario, aparentemente.

Pero no podemos olvidar esta enseñanza fundamental: María santifica lo más menudo, lo que muchos consideran erróneamente como intrascendente y sin valor: el trabajo de cada día, los detalles de atención hacia las personas queridas, las conversaciones y las visitas con motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita normalidad, que puede estar llena de tanto amor a Dios! (2).

Así tienen que ser nuestras familias: sin nada aparentemente extraordinario, pero con un continuo desvelo de unos por otros.

La fiesta de hoy nos invita a que hagamos una revisión a fondo sobre nuestra vida familiar.

Y seguro que, si somos sinceros con nosotros mismos, encontraremos muchas manifestaciones de generosidad que podemos cuidar mejor.

Y nos daremos cuenta de que podemos sacrificarnos más por los demás, cediendo en detalles concretos y contrariando nuestros gustos para hacer felices a nuestros familiares.

Por eso, en la fiesta de la Sagrada Familia, encomendamos nuestras familias a la protección de Jesús, María y José.

Les pedimos para ellas que las guarden en la tierra y que lleven a cada uno de nuestros familiares a gozar de su compañía eterna en el Cielo.

Y pedimos también a la trinidad de la tierra que protejan a la institución familiar, tan atacada por leyes injustas.

Porque si se cuida a la familia, también desde el punto de vista institucional, se está asegurando la promoción de una sociedad más justa.
Guillermo González-Villalobos

jueves, 20 de diciembre de 2007

Nochebuena

Ésta es noche santa, en la que la Virgen dio a luz a la Luz, y la Segunda Persona de la Santísima Trinidad empezó su existencia terrena como todos los niños, llorando. Vino para morir, nosotros nacemos y morimos, pero Jesús vino para morir por nosotros.

Yo quisiera que en esta Nochebuena nos trasladásemos a Belén con la imaginación. No sólo para presenciar aquellos acontecimientos sino para vivirlos. Así han hecho siempre los santos.
Si nosotros pudiésemos trasladarnos al pasado gracias a una máquina del tiempo, ¿qué veríamos?

Veríamos quizá a los habitantes de Belén, celebrando que mucha gente había venido de fuera a “lo del empadronamiento”.

No había sitio.

Todos, ellos y ellas... ninguno conoció que, el que esperaban desde hacía siglos, estaba llamando a su puerta.

Y ahora, regresemos al presente: volvamos a nuestro tiempo.

Estas fiestas tan cristianas, por desgracia, son para muchos, fiestas paganas y, para otros, fiestas para sentirse tiernos y bondadosos, pero no hay sitio para Dios.

Jesús que pasa, que quiere nacer –otra vez- en nuestros corazones, y se le dice que no hay sitio; se le da de lado, se le arrincona, se le pone en el peor lugar.

Vino a los suyos y los suyos no le recibieron.

Hoy se repite la escena de Belén. Los hombres no acabamos de aprender: le echamos a patadas por el pecado.

¿Qué podemos hacer nosotros para que el Señor, el Emmanuel, Dios con nosotros, se encuentre a gusto?

Vamos a limpiar nuestra alma, a adecentarla mediante el sacramento de la Penitencia.

Se quedó para ti. No es reverencia dejar de comulgar, si estás bien dispuesto.
-Irreverencia es sólo recibirlo indignamente.
Amor con amor se paga. Que, cuando recibamos al Señor le tratemos bien. Éste puede ser un propósito para toda nuestra vida.

Que en esta noche santa, en esta Nochebuena hagamos este propósito: tratarle como quizá otros no le tratan: con delicadeza, con cariño, sin prisas.

Ahora en preparación para la comunión le podemos decir: Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.

ESTRELLA DEL MAR

El espíritu del Adviento consiste en vivir cerca de la Virgen, en este tiempo en el que Ella llevaba en su seno a Jesús (1).

Nuestra vida es también un adviento, una espera del momento definitivo en el que nos encontraremos con el Señor para siempre.

Sabemos que este adviento de la vida tenemos que vivirlo junto a la Virgen, porque también es nuestra Madre, y nos lleva en su interior, para darnos a luz en la eternidad.

Y ahora al preparar la Navidad, tan cercana, nada mejor que dejarnos llevar por la Virgen, tratándola con más cariño.

A través del rezo del Rosario, nuestra Madre fomenta en el alma la paz, porque su conversación nos lleva a Cristo.

Faltan pocos horas para que veamos en el Belén a Nuestro Señor, «a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen cuidó con inefable amor de Madre» (2).

Esperamos que un día nos conceda la eterna felicidad y, ya ahora, el perdón de los pecados y la alegría.

El cariño a la Virgen es la mejor manera de alcanzar la felicidad eterna y la de esta tierra. Tantas veces Ella nos ha llevado a la Confesión, que es el Sacramento de la alegría.

Pidámosle que sepamos esperar llenos de fe, a su Hijo Jesucristo, el Mesías anunciado por los Profetas.

Se compara los peligros de nuestra vida con las tempestades que sufren los marineros.

«Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino» le decimos con el Papa (3).

(1) Cfr. FERNÁNDEZ CARBAJAL, Hablar con Dios, Adviento, IV Domingo. (3) Prefacio II de Adviento (3) Spe Salvi, 50.

jueves, 13 de diciembre de 2007

LA ALEGRIA DEL ADVIENTO

«Estad siempre alegres en el Señor; de nuevo os lo repito, alegraos» (1). No dice San Pablo. Y a continuación da la razón fundamental de esta alegría: «el Señor está cerca».

«Alégrate, llena de gracia, porque el Señor está contigo» (2), le dice el Angel a María. Es la proximidad de Dios la causa de la alegría en la Virgen.

Y el Bautista, no nacido aún, manifestará su gozo en el vientre de Isabel ante la cercanía del Mesías (3).

Y a los pastores les dirá el Ángel: «No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador...» (4). La alegría es tener a Jesús, la tristeza es perderle.

Nosotros estamos alegres cuando el Señor está verdaderamente presente en nuestra vida. Alejados de Dios no hay alegría verdadera. No puede haberla.

El fundamento de nuestra alegría debe ser firme. No se puede apoyar exclusivamente en cosas pasajeras: noticias agradables, salud, tranquilidad... El Señor nos pide estar alegres siempre. Sólo Él es capaz de sostenerlo todo en nuestra vida.

En muchas ocasiones será necesario que nos dirijamos a Él en el Sagrario; y que abramos nuestra alma en la Confesión. Allí encontraremos la fuente de la alegría

La tristeza nace del egoísmo. Quien anda excesivamente preocupado de sí mismo difícilmente encontrará el gozo de la apertura hacia Dios y hacia los demás.

La Virgen llegó a Belén, cansada, y no encontró lugar digno donde naciera su Hijo; pero esos problemas no le hicieron perder la alegría de que Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros.


(1) Flp 4, 4.- (2) Lc 1, 28.- (3) Lc 2, 4.- (4) Lc 2, 10-11.- Cfr. FERNÁNDEZ CARBAJAL, Hablar con Dios, Adviento, III Domingo.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

INMACULADA CONCEPCIÓN

A lo largo de la historia, Dios prepara a hombres y mujeres concretos para cumplir las misiones más grandiosas.

Les da las gracias necesarias para sacar adelante la tarea a la que les llama.

Así lo ha hecho con Aquella que tenía por delante el encargo más excelso que Dios puede confiar a una criatura: ser su madre.

A esta misión se le unió la de ayudar a su Hijo a salvarnos del pecado original: María tenía que ser corredentora.

Por eso, desde toda la eternidad, Dios preparó a su Madre concediéndole la mayor grandeza posible.

Y por eso la Iglesia le hace exclamar:

Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios; porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas.

Dios le ha adornado con todas las virtudes que la hacen amable a su vista y a la nuestra.

Y, entre todos los privilegios que la adornan, destaca el que celebramos hoy.

Haberla preservado del pecado original desde el mismo momento de su concepción.

Ella es la mujer, del linaje de Eva, a quien Dios estableció como enemiga del demonio: Ella te aplastará la cabeza.

Ella es la nueva Eva, madre de todos los creyentes, madre de la Iglesia.

Por eso, en Ella hemos fijado nuestra mirada en los últimos nueve días: por ser madre y modelo de los que se quieren parecer a Cristo.

Y hemos aprendido de todas sus virtudes pero, sobre todo, de su entrega al cumplimiento de la voluntad de Dios haciéndose esclava del Señor.

Y a Ella, toda limpia, acudimos para que nos conceda del Señor la gracia de aborrecer nuestros pecados.

De su mano volveremos a Jesús las veces que nos separemos de Él.

Y le pedimos que ruegue por nosotros a su Hijo para que seamos capaces de darle a Dios, sin reservas, como Ella nuestra vida entera.
Guillermo Gónzalez-Villalobos

martes, 4 de diciembre de 2007

PREPARAR EL CAMINO

Mira al Señor que viene (1). Estamos en Adviento, en la espera. Y la Iglesia propone a nuestra meditación la figura de Juan el Bautista (2).

La vida de Juan tuvo una misión: su vocación tendrá como fin prepararle a Jesús un pueblo capaz de recibirle.

Y para eso Juan no hará su labor buscando una realización personal. Sino que hará eficazmente su cometido.

Sus mejores discípulos serán los que sigan, por indicación suya, al Maestro en el comienzo de su vida pública.

Cada hombre tiene una vocación dada por Dios, y de su cumplimiento dependen cosas importantes.

Mira al Señor que viene... Juan sabe que Dios prepara algo muy grande, y que él debe ser instrumento. Nosotros ahora sabemos más de lo que el Bautista sabía.

Nosotros conocemos a Cristo y a su Iglesia, tenemos los sacramentos, la doctrina perfectamente señalada...

Sabemos que el mundo necesita de Cristo Es misión nuestra señalar a otros el camino. «Hemos de conducirnos de tal manera, que los demás puedan decir, al vernos: éste es cristiano, porque no odia, porque sabe comprender, porque no es fanático, porque está por encima de los instintos, porque es sacrificado, porque manifiesta sentimientos de paz, porque ama» (3).

Con el ejemplo y con la oración debemos llegar incluso hasta aquellos con quienes no tenemos ocasión de hablar.

La Reina de los Apóstoles aumentará nuestra ilusión y esfuerzo por acercar almas a su Hijo, con la seguridad de que ningún esfuerzo es vano ante Él (4).

(1) Antífona de entrada de la Misa, cfr. Is 30, 19-30.- (2) Evangelio de la Misa: Mt 3, 1-12.- (3) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 122. (2) Cfr. dia correspondiente en F. FERNÁNDEZ CARVAJAL, Hablar con Dios.

lunes, 26 de noviembre de 2007

A LA ESPERA DE LOS REGALOS DE NAVIDAD

Los profetas de Israel sabían que en algún momento la estirpe de David florecería de nuevo. Todos debían estar a la espera.

Esa actitud de expectación desea la Iglesia que tengamos en todos los momentos de nuestra vida. Por eso hoy le pedimos al Señor que nos dé «el deseo de salir» su encuentro (1).

Cuando el Mesías llegó la primera vez, pocos le esperaban realmente (2). Muchos de aquellos hombres se habían dormido para lo más esencial de sus vidas.

«Estad en vela», nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa (3). «Despertaros», nos repite San Pablo (4). Porque también nosotros podemos olvidarnos de lo más fundamental de nuestra vida.

La Iglesia nos alerta con cuatro semanas de antelación para que nos preparemos a celebrar de nuevo la Navidad. Y con el recuerdo de la primera venida de Dios al mundo, estemos atentos a las otras venidas de Dios.

Cuando llegue la Navidad, el Señor debe encontrarnos con el alma dispuesta. Necesitamos enderezar los caminos de nuestra.

Cercana ya la Navidad de 1980, el Papa Juan Pablo II estuvo con más de dos mil niños en una parroquia romana. Y comenzó la catequesis:

–¿Cómo os preparáis para la Navidad? –Con la oración, responden los niños gritando. –Bien, con la oración, les dice el Papa, pero también con la Confesión. Tenéis que confesaros para acudir después a la Comunión. ¿Lo haréis?

Y los millares de chicos, más fuerte todavía, responden: –¡Lo haremos! –Sí, debéis hacerlo, les dice Juan Pablo II. Y en voz más baja: –El Papa también se confesará para recibir dignamente al Niño Dios.

Santa María, Esperanza nuestra, nos ayudará a desear los verdaderos regalos de Navidad: el Señor llega en la Comunión para regalarnos todo.

(1) Colecta de la Misa del día.- (2) Cfr. Jn 1, 11.- (3) Mt 24, 37-44.- (4) Rom 13, 11.-

jueves, 22 de noviembre de 2007

XXXIV DOMINGO CICLO C

UN REY COMPAÑERO DE UN LADRÓN

Un ladrón fue el primero en reconocer la realeza de Jesús (1). El título que para muchos fue motivo de escándalo será la salvación de ese maleante.

Aunque las fiestas de Epifanía, Pascua y Ascensión son también de Cristo Rey, la de hoy fue especialmente instituida para mostrar a Jesús como el único soberano, ante una sociedad que parece querer vivir de espaldas a Dios (2).

Cristo Rey, que vino a establecer su reinado, no con la fuerza de un conquistador, sino con la bondad y mansedumbre de un pastor, como hizo su antepasado David (3).

El Señor es un pastor que busca a los hombres alejados por el pecado. Y cura nuestras heridas. Tanto nos quiere que es capaz de dar la vida por nuestra salvación.

La fiesta de hoy es como un adelanto de la segunda venida de Cristo, que llegará con la pompa y ceremonia de un Rey.

Pero es a la vez una llamada para que los que seguimos a este Soberano impregnemos, lo que nos rodea del espíritu amable de Cristo.

María, la Madre de nuestro Rey, con su oración consigue que se convirtiera el ladrón, que se fue al cielo antes que Ella.

Intentemos nosotros robar el corazón de Cristo diciéndole en la Misa: acuérdate de mi ahora que estás en tu reino.



(1) Evangelio de la Misa: Lc 23, 35-43
(2) Institución de la Solemnidad por Pio XI
(3) Primera Lectura: 2S 5, 1-3

miércoles, 14 de noviembre de 2007

XXXIII DOMINGO CICLO C

MALAQUÍAS Y EL MICROONDAS

El profeta Malaquías (1) nos habla de los últimos tiempos de la humanidad: Mirad que llega el día, ardiente como un horno... Y Jesús nos recuerda (2) que hemos de estar alerta ante ese día de su llegada al fin del mundo, y nos dice: Cuidado que nadie os engañe...

Sucedió que algunos de los primeros cristianos pensaron que esta segunda venida del Señor iba a ser inminente, y por eso descuidaron su trabajo.

Sacaron la conclusión de que, al estar Jesús próximo en llegar, no valía la pena meterse en ningún montaje de la tierra. Por eso, San Pablo les llamó la atención (3), diciéndoles que el que no trabaje, que no coma.

Y es que la vida es corta y debemos aprovechar el tiempo para hacer cosas por Dios. La eternidad es muy valiosa y la pagamos con la moneda del tiempo.

Todavía sigue habiendo gente que piensa que para ser buenos cristianos basta con rezar, sin que la oraciones conecten con la vida corriente.

Incluso algunos piensan que las cosas que tenemos entre manos puede ser un obstáculo para encontrar a Dios (4).

Efectivamente la llegada del Señor está próxima, y tan cerca que puede ser que no nos hayamos dado cuenta de que ya ha venido, que lo tenemos a nuestro lado.

Jesús está mirando cuando escribimos un mail, cuando cogemos el móvil, cuando llevamos prisa, o se nos pierden las llaves.

Así fue la vida de la Virgen. Tanto desear encontrar al Señor, que lo tuvo en su propia casa. Se lo encontraba en la cocina, en la paciencia de calentar la leche, porque aunque había llegado el Señor todavía no el microondas.




(1) Primera lectura: Mal 4, 1-2.- (2) Evangelio de la Misa: Lc 21, 5-19.- (3) Segunda lectura de la Misa: 2 Tes 3, 7-12.- (11) Cfr. J. L. ILLANES, La santificación del trabajo, Palabra, p. 44 ss.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

XXXII DOMINGO CICLO C

EL PRECIO DE LA CARNE

En este domingo la Iglesia quiere que nos fijemos en una de las verdades de fe recogidas en el Credo: la resurrección de la carne y la existencia de la vida eterna.

La Primera lectura (1) nos habla de aquellos gloriosos hermanos que, prefirieron la muerte antes de ofender a Dios. Mientras eran torturados, confiaban plenamente en que el Señor les resucitaría.

También en el Evangelio de la Misa (3) se nos habla de la resurrección. Leemos cómo se acercaron a Jesús unos que no creían en la vida eterna con la intención de poner al Señor en un aprieto.

Jesús desbarata esa pregunta de barata teología afirmando que la vida futura no será igual a la actual, y de paso explica cómo serán los cuerpos resucitados.

Pero no son sólo palabras, Jesús con su Resurrección confirmó lo que había predicado.

El hombre no sólo posee un alma inmortal. Nuestro cuerpo no es una especie de cárcel que el alma abandona cuando sale de este mundo. El alma y el cuerpo se pertenecen mutuamente, y Dios creó el uno para el otro.

Con la Encarnación el Hijo de Dios es hombre, y toma nuestra carne para siempre. Mucho le costó hacerse como nosotros, pero lo hizo para santificar lo material y lo espiritual que hay en el hombre.

Nuestra Madre Santa María, que fue llevada al Cielo en cuerpo y alma, nos recuerda que nuestra carne le costó sangre a su Hijo, para que pudiésemos disfrutar por toda la eternidad.

martes, 30 de octubre de 2007

XXXI DOMINGO CICLO C

ENTRE EL PUENTE Y EL AGUA

Necesitamos que nos recuerden que el Señor no es un Juez temible sino misericordioso. Porque a veces pensamos que Dios es muy duro, quizá porque nosotros somos así al juzgar a los demás.

El Evangelio (2) nos habla del encuentro de Jesús con Zaqueo. Era un pecador que se había enriquecido a costa de operaciones económicas fraudulentas.

Nunca debemos perder la esperanza de que las personas cambien, porque la misericordia de Dios lo puede todo.

Se cuenta de una mujer muy santa, que un pariente suyo se suicidó arrojándose desde un puente. Ella estuvo un tiempo tan entristecida que ni se atrevía a rezar por él.

Un día le preguntó el Señor por qué no rezaba por su pariente, como solía hacerlo por los demás. Esta persona le contestó sorprendida: «Tú bien sabes, que se arrojó desde el puente y acabó con su vida»... Y el Señor le respondió: «No olvides que entre el puente y el agua estaba Yo».

Nunca había dudado esta mujer de la misericordia divina, pero, desde aquel día, su confianza en el Señor no tuvo límites.

Cuando Jesús entró en casa de Zaqueo, muchos comenzaron a murmurar, porque no conocían el Amor de Dios por nosotros.

Dios siente predilección por sus hijos (1), y le ocurre que cuando ve que confiamos plenamente en Él, le agrada tanto que pierde su fuerza de Juez.

El Señor ha venido a visitarnos a esta tierra, a nuestra casa, como hizo con Zaqueo. Lo trajo María. Ella tanto se parece a Dios, que la encontramos siempre entre el puente y el rio. Por eso dile «no me dejes Madre mía»

(1) Lc 19, 1-10.
(2) Primera Lectura: Sab 11, 23-12; 2.

lunes, 22 de octubre de 2007

XXX DOMINGO CICLO C

LA ORACIÓN DE UN PECADOR

Otra vez nos vuelve a hablar el Señor de oración. Nos cuenta en el Evangelio la distinta manera en que dos hombre rezaban (1). Uno era una persona cumplidora y el otro un pecador.

«Te doy gracias Dios mío, porque no soy como los terroristas, ni como algunos políticos. Yo soy una persona de principios, que cumplo con mis obligaciones». Así rezaría uno.

Mientras el otro estaba avergonzado porque el mal no esta fuera de él, sino que se encontraba en su propio corazón, y decía:
«ten compasión de mí que soy un pecador».

Ya que rezamos nuestro enemigo quiere que recemos mal, como lo haría el, sin arrodillarse ante Dios. Hasta en la postura se observa la oración grata a Dios.

Desde luego la peor oración es la que no se hace, la del que no tiene tiempo para Dios, y después está la oración del cumplidor.

Pero la oración buena, la oración del pecador, atraviesa las nubes del cielo, según leemos en la Primera lectura (2), sube directa a Dios.

Todos tenemos en nuestro interior dos personas: un pequeño fariseo y un gran pecador. Procuremos hacer nuestra oración como personas necesitadas que miran sus faltas y no las ajenas.

Pidamos hoy a la Virgen que nuestros pecados no nos separen de su Hijo, sino que nos lleven a decirle que nos perdone: ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte.

(1) Lc 18, 9-14.- (2) Eclo 35, 19.-

martes, 16 de octubre de 2007

XXIX DOMINGO CICLO C

HAY QUE SER PESADOS

Hacer oración es fácil: los que mejor saben hacerla son los niños o las personas necesitadas. La gente intelectual se complica, en ocasiones. Basta con decirle al Señor: inclina el oído y escucha mis palabras (1).

Dios siempre nos escucha, pero no siempre nos concede las cosas cuando nosotros queremos. Hemos dicho que hay que ser niños para obtener. Y los niños son bastante pesados.

La oración es muy poderosa, porque el Señor nos concede lo que le pedimos o cosas mejores. Como hace cualquier padre.

El problema es que hay poca gente que reza. Y los que rezamos, rezamos poco.

Hay que rezar más. Cuando Moisés (2) rezaba los Israelitas vencían. Y para que no se cansase le sostenían los brazos.

Jesús nos cuenta la historia dos personajes muy distintos (3). Por un lado está un juez, que era un sinvergüenza. Y por otro lado está una viuda, símbolo de persona desamparada, y que no se cansaba de pedir.

El final inesperado sucede porque el juez termina por ceder, y la parte más débil obtiene lo que deseaba.

Y la razón no está en que haya cambiado el corazón del magistrado. Sino que el arma que ha conseguido la victoria es la insistencia de la mujer.

Y termina el Señor con un fuerte giro: ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche?

Nos hace ver que el centro de esta parábola no lo ocupa el juez sin escrúpulos, sino Dios, lleno de misericordia por los suyos.


No dejemos de pedir en este mes de octubre, utilizando el Santo Rosario para conseguir, a través de la Virgen, todo lo que necesitamos nosotros y las personas que dependen de nosotros.

(1) Antífona de entrada. Sal 16, 6-8.- (2) Ex 17, 8-13.- (3) Lc 18, 1-8.-

viernes, 12 de octubre de 2007

XXVIII DOMINGO CICLO C

¿DÓNDE ESTAMOS NOSOTROS?

La Primera lectura de la Misa (1) relata la curación de Naamán de Siria. El Señor se sirvió de este milagro para atraerlo a la fe, un regalo mayor que la salud.

Y el Evangelio de la Misa (2), San Lucas nos cuenta una anécdota muy parecida: un samaritano que, tampoco pertenecía al pueblo de Israel, y que encuentra la fe después de su curación, como premio a su agradecimiento.

Los compañeros del Samaritano, que también fueron curados, aunque en la desgracia, se acordaron de pedir a Jesús; luego se olvidaron.

Y Jesús esperaba a todos: ¿No son diez los que han quedado limpios? Y los otros nueve, ¿dónde están?, preguntó.

¡Cuántas veces Jesús habrá preguntado por nosotros, después de darnos alguna cosa!

Y es que con frecuencia tenemos mejor memoria para nuestras carencias que para lo que hemos recibido.

Puede ser que vivamos pendientes de lo que nos falta, y nos fijemos poco en lo que tenemos, y por eso nos quedamos cortos en la gratitud.

El samaritano, a través del gran mal de su lepra, conoció al Señor, y por ser agradecido se ganó su amistad.

Muchos favores del Señor los recibimos a través de las personas que tratamos diariamente. Y por eso el agradecimiento a Dios debe pasar por esas personas que tanto nos ayudan a que la vida sea más grata, y el Cielo más cercano.

Al darle gracias a esas personas, se las damos a Dios, que se hace presente en nuestros hermanos.


(1) 2 Rey 5, 14-17.- (2) Lc 17, 11-19.-

jueves, 4 de octubre de 2007

XXVII DOMINGO CICLO C

QUIEN TIENE FE DA LA CARA POR JESUCRISTO

En este domingo la Palabra de Dios se centra en la virtud de la fe.

En la Primera lectura (1) el Profeta Habacuc se lamenta ante el Señor del triunfo del mal.

El Señor le responde con una visión, diciéndole que quien no tenga un alma recta fracasará, «pero el justo vivirá por la fe».

Vivir de fe es tener una confianza tan grande en Dios, que nos lleve a vivir habitualmente con optimismo y paciencia.

En la Segunda lectura (2), San Pablo le dice a Timoteo que no tenga «miedo de dar la cara por nuestro Señor».

Por eso Santo Tomás comenta que la gracia de Dios «no luce cuando la cubre la ceniza»; y así ocurre cuando nos avergüenza hacer el bien (3).

Dice esto Santo Tomás porque la fe, cuanto hay un ambiente adverso, o se enciende más o se entibia: el soplo de las dificultades a veces aumenta el amor, otras veces cubre el alma de cenizas.

Existe una fe muerta, que no salva: es la fe sin obras (4).

Existe también una «fe dormida», que es una fe floja, tibia, que mueve poco.

Nosotros necesitamos una fe firme, que supere los todos nuestros miedos.

El Evangelio de la Misa nos presenta a los Apóstoles que, conscientes de su fe escasa, le piden a Jesús: «Auméntanos la fe» (5).

Y el Señor lo hizo, les aumentó la fe, y todos terminarían no sólo dando la cara, sino la vida por su Maestro.

(
1) Hab 1, 2-3; 2, 2-4.- (2) 2 Tim 1, 6-8; 13-14.- (3) SANTO TOMAS, Comentario a la Segunda Carta a los Corintios, 1, 6.- (4) Cfr. Sant 2, 17.- (5) Lc 17, 5.-

jueves, 27 de septiembre de 2007

XXVI DOMINGO CICLO C

CADA UNO A LO SUYO

Las lecturas de la Misa nos hablan de la necesidad de pensar en los demás.

La Primera (1) nos presenta la indignación del Profeta Amós, que se encuentra con los dirigentes llevando una vida lujosa, mientras el país estaba en la ruina.

En la Segunda lectura (2), San Pablo recuerda a Timoteo que la raíz de todos los males es la avaricia: cuando uno va a lo suyo

Por su parte, el Evangelio (3) nos describe a un hombre rico que no supo sacar provecho de sus bienes.

La descripción que nos hace el Señor en esta parábola tiene fuertes contrastes: gran abundancia en la vida del rico, extrema necesidad en Lázaro.

Los bienes del rico no habían sido adquiridos de modo fraudulento; ni tampoco parece que tenga la culpa de la pobreza de Lázaro, al menos directamente.

Este hombre rico no está contra Dios ni tampoco oprime al pobre. Únicamente está ciego para ver a quien le necesitaba. Vive para sí, lo mejor posible.

¿Cuál fue su pecado? Pues que no se fijo en Lázaro, a quien hubiera podido hacer feliz viviendo él con menos egoísmo: con menos afán de ir a lo suyo.

Lo que llevo al rico al infierno no fueron sus riquezas –Dios es también rico– sino su egoísmo.

Y lo que llevó a Lázaro al cielo no fue la pobreza material –entonces los pobres serían santos– sino la pobreza de espíritu, la humildad (4).

El egoísmo deja ciegos a los hombres para las necesidades ajenas y lleva a tratar a las personas como cosas sin valor. Todos tenemos a nuestro alrededor gente que tiene algún tipo de necesidad, como Lázaro, de la que no debemos pasar por ir a lo nuestro.

(1) Am 6, 1; 4-7.- (2) 1 Tim 6, 11-16.- (3) Lc 16, 19-31.- (4) SAN AGUSTIN, Sermón 24, 3: «La pobreza no condujo a Lázaro al Cielo, sino su humildad, y las riquezas no impidieron al rico entrar en el eterno descanso, sino su egoísmo».

miércoles, 19 de septiembre de 2007

XXV DOMINGO CICLO C

HIJOS QUEJICAS DE LA LUZ

Estamos acostumbrados a ver los sacrificios que hacen muchos por ganar dinero.

Otras veces nos sorprendemos por los medios que se emplean para hacer daño.

Precisamente en la Primera lectura(1) resuenan los duros reproches del Profeta Amós, contra los que se enriquecen a costa de los pobres: utilizan la inteligencia para el mal.

En el Evangelio(2) enseña Jesús, mediante una parábola, la habilidad de un administrador que actúa con pillería.

Y es que «los hijos de este mundo» a veces son más consecuentes con su forma de pensar, que los hijos quejicas de la luz.

Quiere el Señor que los cristianos pongamos el mismo empeño en hacer el bien, que el que los ricos desaprensivos ponen en sus intereses.

Al terminar la parábola concluye: «No podéis servir a Dios y al dinero».

Y es que no tenemos más que un solo Señor.

El cristiano no tiene un tiempo para Dios y otro para los negocios de este mundo, sino que éstos deben convertirse en servicio a Dios y al prójimo.

Para ser buenos administradores de los talentos que hemos recibido, conviene actuar con la inteligencia que da la profesionalidad.

«
Ya lo dijo el Maestro: ¡ojalá los hijos de la luz pongamos, en hacer el bien, por lo menos el mismo empeño y la obstinación con que se dedican, a sus acciones, los hijos de las tinieblas!
»No te quejes: ¡trabaja, en cambio, para ahogar el mal en abundancia de bien!»
(8).

(1) Am 8, 4-7.- (2) Lc 16, 1-13.- (3) SAN JOSEMARÍA, Surco, n. 616.

lunes, 10 de septiembre de 2007

XXIV DOMINGO CICLO C

EL PADRE PRÓDIGO

Hay personas que al pensar en Dios les viene tenor. La grandeza y la justicia de Dios les lleva a tenerle miedo.

Sin embargo en lo que Dios manifiesta más su poder es en la misericordia. Dios se ha hecho hombre, tiene corazón de hombre, y es misericordioso.

Jesús en su paso por la tierra nunca se vengo de nadie, no hay porque tenerle miedo a Dios, pues su corazón es misericordioso.

Es un Dios que perdona siempre, si estamos arrepentidos. Por eso le decimos en el Salmo: «Limpia mi pecado» (1).

También leemos, esta vez en la Primera lectura (2) cómo Moisés intercede por el pueblo, que muy pronto ha olvidado de la Alianza con Dios.

Pero Moisés no trata de excusar el pecado del pueblo, sino que apoya su oración en la misericordia de Dios.

El mismo San Pablo nos habla en la Segunda lectura (3) de su propia experiencia: «Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero».

Y en el Evangelio de la Misa (4) San Lucas recoge las parábolas de la misericordia divina.

El personaje central de estas parábolas es Dios mismo, que pone todos los medios para recuperar a sus hijos maltrechos por el pecado.

Dios es el pastor que sale tras la oveja perdida hasta que la encuentra, y luego la carga sobre sus hombros.

Dios es la mujer que ha perdido una moneda y enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta que la halla.

Dios es el padre que, movido por la impaciencia del amor, sale todos los días a esperar a su hijo descarriado.



Así es Dios, un Padre pródigo en Amor.


(1) Salmo responsorial. Sal 50, 3; 4; 12; 19.- (2) Ex 32, 7-11; 13-14.- (3) 1 Tim 1, 15-16.- (4) Lc 15, 1-32.-

jueves, 30 de agosto de 2007

XXIII DOMINGO CICLO C

ECHAR CUENTAS Al ATARDECER

«El buen banquero diariamente, al anochecer, observa sus pérdidas y ganancias» (1).

Y nuestro negocio más importante es acercarnos más y más al Señor, y para eso también hay que echar cuentas. Esta es la advertencia que nos hace Jesús en el Evangelio de este domingo (2).

Si en los negocios humanos hacemos balances, también en los negocios de Dios hemos de hacer con profesionalizad nuestro examen de conciencia.

El examen de conciencia no es una simple reflexión sobre el propio comportamiento: es diálogo entre el alma y Dios.

Por eso, al iniciarlo debemos ponernos, en primer lugar, en presencia del Señor, como cuando hacemos un rato de oración. A veces nos bastará una breve oración. En ocasiones nos pueden servir las palabras con que aquel ciego de Jericó se dirigió a Jesús: ¡Señor, que vea! (3)
Es el amor a Dios el que nos mueve a examinarnos y es el amor el que da la agudeza para detectar aquellas cosas que no agradan a Dios.

Por eso lo más importante del examen es el dolor de amor. Si éste es sincero, haremos algunos propósitos (muchas veces uno sólo). Y como en todo negocio los propósitos deben ser concretos y quizá pequeños.

También veremos las buenas obras de ese día, y eso nos llevará a ser agradecidos con el Señor. Así podremos retirarnos a descansar con el alma llena de paz y de alegría. Y tendremos deseos de recomenzar al día siguiente el camino de amor a Dios y al prójimo.


(1) SAN JUAN CLIMACO, Escala del paraíso, 4.- (2) Lc 14, 28-32.- (3) Cfr. Mc 10, 51.-

martes, 28 de agosto de 2007

XXII DOMINGO CICLO C

LA NÚMERO UNO

En todo hombre existe el deseo –que puede ser bueno– de honores y de gloria.

El orgullo aparece en el momento en el que se este deseo de honor, de mandar, de poseer un estatus superior, domina a una persona.

Sucede entonces que el deseo de mandar es en la práctica lo que se coloca en primera posición. Y las otras cosas pasan a ser secundarias, durante esa temporada en la que nos dejamos llevar por el orgullo.

La verdadera humildad no se opone al legítimo deseo de progreso personal, de gozar del prestigio profesional, de recibir el reconocimiento por parte de los demás.

Todo esto es compatible con una honda humildad; pero quien es humilde no gusta de exhibirse.

La persona humilde sabe que ocupa un puesto no para lucir, sino para cumplir una misión cara a Dios y en servicio de los demás.

Nada tiene que ver la virtud de la humildad con la timidez o la mediocridad. La humildad nos lleva a tener plena conciencia de los talentos que el Señor nos ha dado para hacerlos rendir

Las lecturas de la Misa de hoy nos hablan de la virtud de la humildad, que es tan necesaria que Jesús aprovecha cualquier circunstancia para ponerla de relieve (1).

Jesús nos habla de la necesidad de evitar que la ambición nos lleve a convertir la vida en una loca carrera por puestos cada vez más altos, de llegar a ser el número uno movidos por el orgullo.

«¿Por qué ambicionas los primeros puestos?, ¿para estar por encima de los demás?», nos pregunta San Juan Crisóstomo (2).

La persona humilde no es la persona pobre materialmente, sino la que es pobre de espíritu. Y al sentirse débil, pone su confianza en el Señor y en los demás.

Por eso el pobre de espíritu no presume de si mismo, porque posee poco o nada, habitualmente presume de Dios y de las cosas buenas de los demás, como hacía la Virgen en su oración del Magnificat.

(1) Lc 14, 1; 7-11.- (2) SAN JUAN CRISOSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 65, 4.- .

martes, 21 de agosto de 2007

XXI DOMINGO CICLO C

PARA SALVAR AL MUNDO

En el Evangelio (1), se recoge la contestación de Jesús a uno que le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Jesús no quiso responder directamente.

El Maestro va más allá de la pregunta, y se fija en lo esencial: le preguntan superficialmente por el número, y Él responde sobre el modo:
«entrad por la puerta estrecha...»

Y enseña a continuación que para entrar en el Reino no es suficiente pertenecer al Pueblo elegido, tener una falsa confianza en Dios. Sería como «decir: hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas. Y os dirá: No sé de dónde sois; apartaos de Mí.».

No basta con lo que Dios nos ha regalado, es necesaria una fe con obras. Por eso Isaías profetiza en la Primera lectura que incluso los gentiles, que no pertenecen al Pueblo elegido serán «mensajeros del Señor »(2). Y así ha ocurrido desde los primeros cristianos hasta ahora.

Esta fue la tarea que Dios ha dado a los que quieren servirle con obras, ser sus mensajeros suyos. Por eso la Segunda lectura (3) señala cuál es nuestra misión en esta tarea de salvación: fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes.

Es una llamada de Dios a ser ejemplares con nuestra conducta, para fortalecer a los que se sientan más débiles y con pocas fuerzas. Muchos se apoyarán en nosotros.

Por eso decía Isaías: «Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua». Esta profecía se ha cumplido ya, y se sigue realizando. El Señor ha querido que participemos en su misión de salvar al mundo, que el afán apostólico sea elemento esencial e inseparable del cristianismo. El Señor nos llama a todos a la santidad y al apostolado

De los primeros cristianos se decía: «lo que el alma es para el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo» (4). Esto se tendría que de nosotros en la vida de familia, en trabajo, y cuando descansamos: que somos el alma allí donde estamos presentes.

El Señor se sirve de nosotros para iluminar a muchos. Pensemos hoy en quienes tenemos más cerca. Empecemos por ellos, sin importarnos que a veces nos parezca que no servimos para eso. El Señor que siempre está con nosotros nos dará fuerzas si se la pedimos, pues nosotros somos sus instrumentos.

(1) Lc 13, 22-30.- (2) Is 66, 18-21.- (3) Heb 12, 5-7; 11-13.- (4) Discurso a Diogneto, 5.-

domingo, 12 de agosto de 2007

XX DOMINGO CICLO C

EL FUEGO DEL AMOR DIVINO
El fuego aparece frecuentemente en la Sagrada Escritura como símbolo del Amor de Dios. El amor, como el fuego, nunca dice basta, tiene la fuerza de las llamas.

Jesús nos dice hoy en el Evangelio de la Misa: Fuego he venido a traer a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda?. En Cristo alcanza su expresión máxima el amor divino: Jesús entrega voluntariamente su vida por nosotros.

El Señor quiere que su amor prenda en nuestro corazón y provoque un incendio que lo invada todo. Él en ningún momento ha dejado de querernos; ni siquiera en los momentos de mayor ingratitud por nuestra parte, o en los que cometimos los pecados más grandes.

La persona que se ha contagiado más del amor de Dios es la Virgen. Por eso, María, es el espejo donde debemos mirarnos nosotros. Ella vivió una vida normal, de tal manera que sus paisanos y familiares nunca pudieron imaginar lo que ocurría en su corazón.


Santa María nos enseña a creer en el amor sin límites de Dios. Porque Dios no es un ser justiciero sino un Dios que nos quiere hasta morir por nosotros. Todavía hay gente que no se ha enterado de lo bueno que es Dios.

El amor se demuestra en las obras. La Segunda lectura nos anima a esa pelea diaria, sabiendo que estamos rodeados de una nube tan grande de testigos, los santos, que presencian nuestro combate. Y también tenemos de espectadores a quienes están a nuestro lado, a los que tanto podemos ayudar con el ejemplo.

Muchas veces hemos de decir sí al Amor de Dios. Él Señor nos lo pide a través de los pequeños acontecimientos diarios: al negarnos a nosotros mismos para servir a quienes están junto a nosotros, en cosas muchas veces menudas; en la puntualidad a la hora de comenzar nuestros deberes; en el orden en que dejamos nuestras cosas.

No hay que perder de vista que el amor a los demás, igual que el fuego no se tiene, sino que se hace.

Y como ha dicho el poeta:

Más que una inteligencia prodigiosa.
Más que una voluntad de hierro puro.
Más.
Lo que puede en este mundo más:
un corazón enamorado.

Precisamente el amor es ese fuego que Dios ha venido a traer a esta tierra, que se manifiesta en cosas concretas cada día.

sábado, 11 de agosto de 2007

XIX DOMINGO CICLO C

ESPERANDO AL SEÑOR

Este Domingo la Palabra de Dios nos recuerda que la vida en la tierra es una espera, no muy larga, hasta que venga de nuevo el Señor. El Señor confía en que no adormecernos en la tibieza, que andemos siempre despiertos.

Jesús nos anima a la vigilancia, porque el enemigo no descansa, está siempre al acecho (1), y porque el amor nunca duerme (2).

En el Evangelio de la Misa (3) nos advierte el Señor: Tened ceñidas vuestras cinturas y las lámparas encendidas, y estad como quien aguarda a su amo cuando vuelve de las nupcias, para abrirle al instante en cuanto venga y llame. Los judíos usaban entonces unas vestiduras holgadas y se las ceñían con un cinturón para caminar y para realizar determinados trabajos. «Tener las ropas ceñidas» es una imagen gráfica para indicar que uno se prepara para hacer un trabajo, para emprender un viaje, para disponerse a luchar (4). Del mismo modo, «tener las lámparas encendidas» indica la actitud propia del que vigila o espera la venida de alguien (5).

Estamos vigilantes cuando hacemos el examen de conciencia diario. «
Mira tu conducta con detenimiento. Verás que estás lleno de errores, que te hacen daño a ti y quizá también a los que te rodean.
»-Recuerda, hijo, que no son menos importantes los microbios que las fieras. Y tú cultivas esos errores, esas equivocaciones -como se cultivan los microbios en el laboratorio-, con tu falta de humildad, con tu falta de oración, con tu falta de cumplimiento del deber, con tu falta de propio conocimiento... Y, después esos focos infectan el ambiente.
»-Necesitas un buen examen de conciencia diario, que te lleve a propósitos concretos de mejora, porque sientas verdadero dolor de tus faltas, de tus omisiones y pecados
» (6).

Estaremos vigilantes en el amor, y lejos del sueño de la tibieza si nos mantenemos fieles en las cosas pequeñas que llenan el día.

Por eso en el examen de conciencia de cada día hemos de ir a ver cosas menudas, porque quizá cosas grandes no haya.

San Francisco de Sales señalaba la necesidad de luchar en las tentaciones pequeñas, pues son muchas las ocasiones que se presentan en un día corriente y, si se vence ahí, esas victorias son más importantes –por ser muchas– que si se hubiera vencido en una de más trascendencia.

Además, aunque «los lobos y los osos son sin duda más peligrosos que las moscas», sin embargo «no nos causan tantas molestias, ni prueban tanto nuestra paciencia». Y seguía diciendo San Francisco de Sales: Es cosa fácil «apartarse del homicidio, pero es dificultoso evitar las pequeñas cóleras», que suelen presentarse con alguna facilidad. «Con facilidad nos apartaremos de la embriaguez, pero con más dificultad viviremos la sobriedad» (7).

Las pequeñas victorias diarias fortalecen la vida interior y despiertan el alma para lo divino. Así esperaremos despiertos al Señor.

(1) 1 Pdr 5, 8.- (2) Cfr. Cant5, 2.- (3) Lc 12, 32-48.- (4) Cfr. Jer 1, 17; Ef 6, 14; 1 Pdr 1, 13.- (5) SAGRADA BIBLIA, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, notas a Lc 12, 33-39y 35.- (6) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 481.- (7) Cfr. SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota, IV, 8.-

miércoles, 11 de abril de 2007

Homilía del Viernes Santo de 2007

Nos dice el profeta Isaías hablando del Viernes Santo, que el Señor se entregó porque quiso (cfr. Is 53, 8). Sufrió todo aquello (la flagelación tremenda, el peso de la cruz, la muerte…) voluntariamente y sin merecerlo... Se entregó porque quiso.

Muchas veces se piensa que Jesús fue víctima del odio de los judíos. No fue solo víctima de los judíos también es nuestra víctima, son nuestros pecados los que le mataron. Somos la causa de su entrega. Recibió el castigo destinado a nosotros. Hasta sus verdugos se dieron cuenta de esto. El mismo Caifás, el que le juzgó y condenó, dijo refiriéndose al Señor: -Conviene que uno muera para que se salve todo el pueblo. Caifás estaba diciendo la verdad, si no llega a ser porque quiso morir en la Cruz, ahora no tendríamos fuerzas para combatir el pecado.

Se entregó porque quiso… Esa es la clave del Viernes Santo. Dios podía haber cambiado los planes de los judíos, le hubiera sido muy fácil. Podía haber enviado a sus ángeles, los mismos que mandó en Belén el día en que nació, podía haber terminado con sus enemigos en pocos segundos, pero no lo hizo. Sabía exactamente lo que le iba a ocurrir, por eso sudo sangre en la noche del jueves Santo en el Huerto de los Olivos. Los días anteriores predicaba con libertad en el Templo de Jerusalén. Y cuando terminaba se iba a pasar la noche a Betania, un pueblecito cercano. Era un lugar seguro, allí estaba con sus amigos Marta, María y Lázaro.

Pero la noche del Jueves Santo, cuando le cogieron, curiosamente decidió quedarse en Jerusalén. Esa fue su peor decisión, si lo vemos con ojos humanos. Al terminar la Última Cena podía haber huido y haberse escondido de sus enemigos… Ni siquiera Judas le habría encontrado. Pero no, se va justo al sitio donde sabe que le van a buscar: al Huerto de los Olivos. Parece como si se hubieran puesto de acuerdo con Judas. Y estando allí rezando, durante la oración, fue cuando le dijo a su Padre que no quería morir en la Cruz.

Tenía mucho miedo, tanto que le temblaba todo solo de pensarlo. Pero, aún así, aceptó la llamada que Dios le hizo y quiso su voluntad. Entonces aparecieron las antorchas de los que le buscaban. Él se queda quieto, no huye, espera sin moverse, se deja coger sin poner resistencia.

Se entregó porque quiso… Lo llevaron para juzgarlo y todo parecía que iba a salir bien porque no había hecho nunca nada malo. Esa era la fama que tenía ante su pueblo. El tribunal es incapaz de condenarle a pesar de tener testigos falsos. Mientras lo juzgan Jesús calla, está en silencio, hasta que el Sumo Sacerdote le pregunta: ¿Eres Tú el Hijo de Dios? (Mt 26, 63). El Señor podía haber permanecido callado, podía no haber dicho nada, estaba en su perfecto derecho. Pero no, Él mismo se condena cuando responde: Sí, yo soy. Esa contestación fue lo que le llevó a la muerte. Y después, cuando está con Pilato tampoco dice gran cosa. Podría haberse defendido con facilidad…

Solo habla para empeorar las cosas al manifestar que Él era un Rey. Al decir eso, que era Rey, estaba dando la razón a los que le acusaban por ser un peligro para el Imperio Romano. -Señor justo en los momentos en los que te estás jugando la vida, cada vez que dices algo empeoran las cosas.

Se entregó porque quiso… Y quiso hasta las últimas consecuencias. Ya en la cruz, cuando los soldados le dan a beber un líquido que lo anestesiaba un poco para que no sufriera tanto, dio un sorbo sólo para agradecer el detalle, pero no se lo bebió. -Es un misterio verte colgado por tres clavos, destrozado… y queriendo estar ahí. ¡Cómo se entienden ahora aquellos conocidos versos del poeta cuando, mirando a Cristo crucificado, escribió!:
No me mueve mi Dios para quererte el cielo que me tienes prometido.
Ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte…

Tú me mueves Señor, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muéveme tus afrentas y tu muerte....

Había decidido entregarse totalmente, se lo había dicho a Dios Padre en el Huerto de los Olivos, durante su oración. -Señor nos impresiona pensar que lo has hecho por nosotros. Podías habernos redimido de mil modos, podías haber muerto de otra manera menos dolorosa…

Un día que Jesús visitó Nazaret , durante su vida pública quisieron despeñarlo pero no ocurrió nada porque, dice la Escritura, que todavía no había llegado su hora… llegó con su muerte en la Cruz. Ese es el Viernes Santo. Pero la entrega de Jesús no terminó allí.

El aparente fracaso de su vida fue solo aparente. Muy poco después, pasados tres días, resucitó. La Resurrección es la fiesta más importante del año. Por eso lo celebraremos durante siete días con la Semana de Pascua. Entregarse a Dios parece que es cerrarse otros caminos, es como malgastar la vida, pero eso es solo apariencia. Si uno se decide y da el paso, si le dice a Dios que sí en su oración, aunque le cueste mucho viene una alegría que ya no te deja.

En un estudio que se ha hecho sobre la famosa escultura de la Pietà de Miguel Ángel que, como sabes, está en la Basílica de San Pedro, entrando a la derecha, se descubre algo curioso:
miras desde arriba el rostro de Jesús te das cuenta de que está sonriendo, tiene una ligera sonrisa en los labios, casi imperceptible… Es como si el autor nos quisiera decir que el Señor a pesar de todo estaba contento por haber hecho lo que Padre Dios quería. La entrega da alegría. No una alegría hueca y ruidosa, sino profunda y silenciosa.

En la Pasión hay un hecho que llama la atención, y es este: que la Virgen estuviera allí. El Señor podía haber previsto las cosas para que su Madre no se enterara de nada hasta después de su muerte. Podía, sin más, haberla dejado en casa y evitarle todo aquello. Pero no, también quiso su entrega total. La quiso en el Calvario. San Josemaría decía que la gente que se entregaba a Dios
venía al Calvario, a darse sin límites como Jesús y María. Podemos preguntarnos hoy Viernes Santo, cuando el Señor ha muerto en la cruz:
-¿Quieres que yo también me entregue así, totalmente?

María con el cuerpo de su Hijo en brazos. Así termina este día. María con su Hijo entregado. Ella sabe que dentro de poco resucitará, sabe que ese final es un principio. ¡Ojalá, Madre mía, terminarás también así este día: con mi entrega!

jueves, 15 de febrero de 2007

Miércoles de Ceniza

En la primera lectura de la Misa se leen estas palabras del Señor: Convertíos. Volved a Mí de todo corazón. Necesitamos de Dios porque nosotros no somos nada. En el Génesis, el primero de los libros de la Sagrada Escritura, se narra la creación del hombre. Lo más curioso es cómo lo hizo: Entonces el Señor Dios modeló al hombre del barro del suelo…(Gen 2, 8).

Estamos hechos de barro, es decir, de polvo mezclado con agua, que eso es el barro. Nuestro cuerpo es muy débil. Un simple dolor de muelas o una gripe nos dejan K.O. La imposición de la ceniza nos recuerda esta realidad. Es un rito novedoso. Significa que estamos hechos de barro y que al barro volveremos. El sacerdote, mientras nos pone la ceniza en la frente, dirá estas palabras: Recuerda, hombre, que eres polvo y al polvo volverás (Gen 3, 19). Pala­bras fáciles de recordar: soy barro y en barro me convertiré.

¿Sabes de dónde sale la ceniza que nos imponen? Está sacada de las palmas que se usaron el Domingo de Ramos del año anterior. Son los restos de algo que estaba vivo unos meses antes.
El Miércoles de ceniza, la Iglesia nos recuerda que somos muy poca cosa. De esta manera nos es más fácil entender que necesitamos del Señor. Él mismo nos lo ha dicho: -Convertíos. Volved a Mí de todo corazón.

Somos tan incon­sistentes como el polvo que se lo lleva cualquier viento. Por ejemplo, nuestros propósitos para rezar más se los lleva el viento de la pereza, o del qué dirán los demás. Rezamos solo cuando alguien se ha muerto o está enfermo o cuando tenemos exámenes. San Pablo nos lo dice con claridad: somos vasijas de barro que contienen un tesoro divino.

La Biblia nos explica, después de señalar que estamos hechos de barro, que Dios sopló en el rostro del hombre un aliento de vida y el hombre se convirtió en ser vivo. Le dio un alma capaz de conocer y amar, es decir, la capacidad de tener a Dios dentro que es el tesoro de esa vasija. Si no tenemos a Dios, limpiemos el alma, la vasija, en la confesión para recibirlo. Y una vez que lo tenemos disfrutemos con Él hablándole como a un amigo. A esto se le llama oración y no a recitar palabras sin vida mecánicamente. Amén.

FORO DE HOMILÍAS

Homilías breves predicables organizadas por tiempo litúrgico, temas, etc.... Muchas se encuentran ampliadas en el Foro de Meditaciones