sábado, 29 de febrero de 2020

CÓMO VENCER LAS TENTACIONES


El núcleo de toda tentación

Si tuviéramos que definir el pecado, podríamos hacerlo como una “desconfianza” con respecto a Dios, que lleva al ser humano a abusar de la libertad que recibió de su mismo Creador (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn.397 y 387).

En definitiva, que el hombre se prefiere a sí mismo y rompe su vínculo con Dios y con lo que Él ha creado (cfr. Ibidem, nn. 386 y 398).

En el caso de las tentaciones de Jesús, san Mateo y san Lucas hablan de tres pruebas, en las que se va a reflejar su lucha interior por cumplir la misión encomendada por su Padre.

Y aparece con toda claridad el núcleo de toda tentación: apartar a Dios de nuestra vida, ponerlo en un plano inferior; así pasa a ser algo secundario, o incluso superfluo y molesto, en comparación con todo lo que parece más urgente (cfr. Ibidem, n. 385 ss).

La tentación consiste en querer poner orden en nuestro mundo por nosotros mismos, sin Dios, contando únicamente con nuestras capacidades, en reconocer como verdaderas solo las realidades humanas y materiales, y dejar a Dios de lado, como si Él solo existiese en un mundo ideal.

Es propio de la tentación adoptar una buena apariencia: el diablo no nos incita directamente a hacer el mal, porque se notarían demasiado sus intenciones. Finge mostrarnos lo mejor: sugiere abandonar “el idealismo” y emplear nuestras fuerzas en mejorar solo el mundo, que es lo que tenemos a mano, pero olvidándonos de que Dios es lo primero.

Para vencer la tentación

Es muy humano ser tentado. Nuestro paso por esta tierra tiene mucho de tiempo de prueba. Todos los hombres han pasado por esta experiencia, así que no tiene nada de extraño que el mismo Jesús sufriese tentaciones, porque es un hombre auténtico, semejante a nosotros, que incluso nos enseña a ser mejores humanos. Por eso, el comportamiento de Jesús frente a las tentaciones nos enseña cómo debemos superarlas.

Jesús ora antes y durante la tentación. Porque el ser humano necesita esta ayuda de Dios, como el comer. Para que no entren en nuestro corazón las malas yerbas que intenta sembrar el diablo. La auténtica oración es el mejor insecticida que Dios nos da para evitar que arraigue esa cizaña. Como perfecto hombre, Jesús nos enseña a utilizar la oración mental y el ayuno (oración del cuerpo) como protección contra nuestro enemigo.

La oración de los sentidos

Para vencer esas sugestiones del maligno hace falta un clima de oración. Y también de mortificación, de abstenerse de cosas lícitas. Si lo entendemos así, el ayuno (oración del cuerpo) es otra manera de orar.

Elevamos nuestra alma al dirigirnos a Dios con nuestra mente, porque somos seres espirituales. Pero al ser hombres también podemos orar con nuestros sentidos. Entendido de este modo el ayuno de Jesús –y el nuestro– es también otra manera de orar.

Precisamente hacer penitencia es como decirle al Señor con hechos: –Te ofrezco esta privación porque Tú estás en mi vida por encima de esta satisfacción. Te quiero a ti más que a la comida, que a la bebida...

De esta forma, la oración del hombre se realiza con el alma y con el cuerpo. Y es un momento privilegiado de unión con nuestro Padre Dios. Nuestro enemigo lo sabe por eso no es de extrañar que acuda en esos momentos para estorbamos, como hizo con Jesús.

sábado, 22 de febrero de 2020

ADEMÁS



La perfección de la santidad

En el evangelio de este domingo el Señor nos anima a ser santos diciéndonos: Si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles?

Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 38ss).

Indudablemente esto es difícil. Cuentan que la hermana de Santo Tomás de Aquino le preguntó una vez al Santo:
 –¿Tomás que es lo que hay que hacer para ser santo?
Y Santo Tomás le respondió: Quererlo.

Lo más importante para ser santos es quererlo. Y si uno lo quiere lo pide, porque no está en nuestra mano.

Es conocida la historia, que relata un autor irlandés, de un diablo inexperto que se inicia en su trabajo tentando a un ser humano.

Pero este diablo novato fracasa en su intento, tanto es así que el hombre al que el demonio tienta tiene una conversión espiritual.

Entonces el diablo escribe una carta lacrimógena a su experimentado tío, contándole la historia.

Su tío le anima diciéndole: No te preocupes, tiene arreglo. Ahora que cree en Dios, intenta que se haga una idea falsa de Dios.
  
Tú y yo estamos aquí porque creemos en Dios. Pero tenemos que preguntarnos: ¿qué idea tenemos de Dios?

Qué es lo que pensamos que Dios quiere de nosotros. Quizá estás aquí porque quieres mejorar. Buscas ser mejor. Eso es bueno.

Hablando con un chico joven, químico, me dijo que él pensaba que la santidad consistía en la perfección... Fue haciendo deporte.

Efectivamente algunos piensan eso. Y luchan por no tener fallos. Sufren por sus defectos. Piensan que su vida es como una gimnasio donde hay que hacer ejercicio. Como si hubiera que hacer pesas. Y alcanzar, con esos ejercicios, una meta egoísta.

Precisamente eso es la vigorexia, una enfermedad mental que, a los hombres, les hace estar obsesionado con tener músculo y estar en plena forma. Si uno vive pensando en no tener fallos, acaba mal de la cabeza. Es lo que los psiquiatras llaman el anancástico, el perfeccionista.

La misericordia

Los santos no vivían obsesionados con la perfección, porque eso les hubiera apartado de Dios y hubieran caído en enfermedades mentales.

En uno de estos libros de autoayuda encontré una frase que erróneamente se la atribuyen al Señor. Dice el escritor que Jesús le dijo a sus discípulos: Si queréis ser perfectos, nunca me entenderéis.

Evidentemente estas palabras nos la dijo el Señor, pero la idea es muy aprovechable: Si queréis ser perfectos, nunca me entenderéis.

Gracias a Dios los santos siempre han tenido defectos: murieron con ellos. Las palabras exactas que el Señor dirigió a sus discípulos es que fueran perfectos como su Padre celestial es perfecto.

No les animó a que no tuvieran fallos, como su Padre no los tiene, sino que les dijo: sed perfectos a la manera como mi Padre es perfecto.

En otro punto les aclara la manera cómo su Padre es perfecto: sed misericordiosos como mi Padre es misericordioso.

Dios es misericordioso. Él, que está aquí, carga con nuestra miseria. No todas las semanas sino todos los días. Y esta es la perfección que nosotros hemos de conseguir.

Buscar ser mejores es bueno pero que eso no nos lleve a estar centrados en nosotros mismos en nuestra perfección.

La perfección no está en nuestra perfección sino en nuestra misericordia. En qué pensamos habitualmente en lo que nosotros aportamos o en lo que nos aportan los demás.

Hacer como nuestro Padre del cielo, que no sólo hace cosas por los buenos sino por todo el mundo. También por los malos. La razón es porque Él es bueno, porque es misericordioso. Un santo es el que tiene corazón grande, no mezquino, pequeño.

Y un cristiano tiene que intentar ir por ese camino. Llevar la miseria de los demás, todos los días. Porque así se porta Dios. Por eso los santos son personas amables, cordiales, que no devuelven mal por mal. Uno puede tratar bien de vez en cuando a los demás. Para hacer eso basta ser un poco buena persona. Pero, para devolver bien por mal continuamente hace falta rezar.

Centrarnos en Dios y en los demás

Con frecuencia nuestra oración nos sirve para descentrarnos de nosotros mismos y centrarnos en los demás: en primer lugar en Dios.

Es muy bueno que en la presencia de Dios hagamos un balance, un resumen del cuatrimestre pasado.

Algunos pondréis el foco en las notas que habéis sacado. Otros se fijarán más en los nuevos amigos.

En el Colegio Mayor donde vivo, en la comida me estuvieron contando alguna anécdota. Un chico me dijo: Después de un examen estuve cruzando un paso de cebra y una persona se agachó y cogió del suelo un billete de 50 euros. Venía tan aturdido por el examen que no me fijé.

No podemos ser despistados, porque nos perdemos mucho. No olvidemos que en Granada estamos cruzando un paso de cebra. Hay personas que están descentradas. Para eso hacemos oración.

Hay personas que van a lo suyo, en sus estudios y pierden oportunidades. La oración nos sirve para llamarnos la atención sobre los billetes de 50 euros que nos encontramos por el camino.

Ya tenemos dos ideas: la primera es que no se trata de ser buenos nosotros sino de ocuparnos de los demás. Y sobre todo de los que tenemos al lado, en nuestro paso de cebra.

La tercera idea es que debemos que ser pacientes. El ser humano no es un ser estático, sino que va cambiando. Y como dice el poeta el hombre es un Además. Te leo el poema:


ADEMÁS

Ya tengo sitio
en el mundo:
he aprendido a vivir.

Ahora toca
no retroceder,
porque
todo hombre
es un Además.

Llega la juventud,
después
la madurez
y luego...
siempre y
en todo
habrá
un además...

Sigue la Vida
en un continuo
crecer
hacia un
infinito y eterno
además.

Nosotros tenemos nuestro ritmo y los otros el suyo. No podemos decir: ya la conozco, o ya lo conozco. No. Una persona continuamente va cambiando para bien o para mal. Normalmente para bien.

Porque el ser humano es un además y el que no avanza retrocede. Nosotros conocemos a una persona en un tramo de su vida: en su juventud, en su madurez, en su infancia. Hay que tener paciencia y ayudar para que mejoren. Para eso estamos en Granada para encontrar a Dios en los semáforos y 50 euros en los pasos de cebra.


sábado, 15 de febrero de 2020

RESPONDER A LA PALABRA



Jesús es la Palabra que procede de Dios

Moises recibió la palabra de Dios en un monte, y anunció la llegada de un Profeta grande. Jesús también en una montaña se presenta como ese Profeta esperado. La diferencia es que Él mismo era la Palabra de Dios. Los que vinieron antes fueron intermediarios de la divinidad. Jesús era el mismo Dios. Por eso afirma con autoridad: a los antiguos se le dijo esto; pero yo os digo... (cfr. Mt 5, 17-37).

Tenemos la suerte de que la Palabra divina, Jesús, ha venido a la tierra para anunciar «el Evangelio de Dios». El término «evangelio» viene de los «mensajes» de los emperadores. Esas proclamas se llamaban así, «evangelios». No eran solamente anuncios, sino que se pensaba que al proceder del emperador eran mensajes de «salvación».

Evangelio de Dios

Los emperadores se consideraban dioses. Trataban a todo el mundo con altanería. Creían que lo que ellos proclamaban, sus «evangelios», tenían la suficiente autoridad como para ser considerados no solo como palabras sino como «hechos». Porque lo que mandaba el emperador «tenía que llevarse a la práctica». Había como un cierto aire de superioridad en lo que ellos hacían y mandaban.

En aquella época el orgullo caía bien, y la virtud de la humildad era desconocida. Los emperadores romanos pensaban que era dioses. Y es ridículo creer que un hombrecillo altanero vaya a salvar al mundo con sus palabras.

Sin embargo San Marcos dice que lo que Jesús predicaba era el «Evangelio de Dios», porque Él puede salvarnos a cada uno de nosotros (cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, p.74ss).

Jesús es Dios que salva

Por lo visto hace años, un profesor de la universidad pidió voluntarios para hacer trabajos sobre di- versos temas. Y como era un anticristiano combativo cuando enunció el título de «la Moral Católi- ca», se produjo en la clase un silencio que se cortaba. Pero un chico se levantó y dio su nombre para hacerlo. Y el día señalado para la exposición oral del trabajo, había cierta expectación, y todo el mundo esperaba que criticase a la Iglesia para congraciarse al profesor. La sorpresa fue grandísi- ma cuando este chico hizo una exposición muy clara del catolicismo, sin que faltasen las respuestas a las críticas que el profesor había ido haciendo durante el curso. Y al terminar este alumno dijo:

No he hecho nada más que documentarme, porque yo personalmente, soy judío.

La clase terminó allí sin más comentarios. Pero por lo visto este profesor se permitía, de vez en cuando, ridiculizar, como de pasada, algunos puntos del cristianismo.

Y en una de esas ocasiones, este chico —que era uno de sus mejores alumnos— le interrumpió: — Oiga, yo vengo aquí para aprender historia, no para sufrir su falta de respeto a las creencias de algunos.

Según contaba, sus inquietudes espirituales fueron en aumento. Casi todas sus preguntas tenían el mismo objeto: la divinidad del Señor. Por lo visto, aunque sus padres eran judíos no practicantes él, cuando tenía catorce años, había sentido un gran deseo de buscar a Dios. Y empezó a practicar el judaísmo. Entonces recibió clases de un rabino, ya anciano, que le tenía mucho cariño. Pero este chico buscaba más, y no encontraba respuesta. Se preguntaba: ¿y las promesas de Dios a Israel? ¿Y el Mesías?

Aquel rabino anciano le dio entonces un consejo sorprendente, que no se le olvidaría. Le dijo el rabino: —Busca a Cristo. Yo ya soy viejo; si tuviera tu edad buscaría al Jesús de los cristianos.

Y pasado algún tiempo, un buen día fue a ver al sacerdote católico que él conocía, y después de esa conversación le dijo a uno de sus amigos cristianos: —He decidido bautizarme: tengo la fe, creo que Jesús es Dios.

Lo que le sucedió a este chico también nos sucede a todos, pues la Palabra de Dios se ha hecho hombre y quiere una respuesta de nuestra parte.

sábado, 8 de febrero de 2020

VOSOTROS SOIS LA LUZ DEL MUNDO




Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada encima de un monte.

Es una imagen muy clara que nos pone el Señor y que he podido comprobar en un viaje.

En el tramo entre Madrid y Zaragoza hay un momento en que se divisa una llanura que tiene un montículo y encima hay un castillo ocupando toda la superficie de la pequeña montaña. Se ve desde todos los lados, es imposible no darse cuenta de que está ahí.

La vida de una persona que tiene amistad con Dios no pasa desapercibida.

Al considerar esto, al pensar que hay muchas personas que dependen de nosotros para ser felices... Y al comparar esa realidad con nuestros defectos, es fácil pensar que es algo desproporcionado entre lo que Dios nos pide y lo que somos. El el momento de centrarnos en Jesús. Tranquilos: los modelos no somos nosotros. 

En la Constitución apostólica Lumen gentium del Concilio Vaticano II, explica como la Iglesia ilumina el mundo con la luz de Cristo, lo mismo que la luna que nos ilumina, pero la luz viene del sol.

Nosotros estamos llamados a ser la luz del mundo, llamados a reflejar la luz de Cristo y para eso debemos estar llenos de Él. Tenemos que reflejar una luz que no es nuestra. 

Esa es la finalidad que tienen las prácticas de piedad, desde la más grande como la Misa, hasta la más pequeña como el ofrecimiento de obras. Si las cuidamos reflejaremos la luz de Dios. 

María nos marca el camino para actuar como Dios quiere. En la catedral de Granada aparece un conocido cuadro de Alonso Cano en el que se ve a la Virgen con los brazos entrecruzados recibiendo la luz del Espíritu Santo que viene desde el cielo y que le entra en el corazón.

Nuestra Madre recibió no la luz de Dios, sino a Dios mismo, por eso reluce tanto. A ella le pedimos que durante el paso por esta tierra dejemos huella no cicatrices:

–Madre mía que los malos seamos buenos, y los buenos sean simpáticos.

FORO DE HOMILÍAS

Homilías breves predicables organizadas por tiempo litúrgico, temas, etc.... Muchas se encuentran ampliadas en el Foro de Meditaciones