jueves, 20 de noviembre de 2008

EL GRAN DIVORCIO (XXXIV DOMINGO CICLO A)

El año litúrgico acaba con la fiesta de Cristo Rey. Porque Jesús es el Señor de la Historia.

El género humano empezó con un hombre que quería ser Dios, y la historia terminará con la llegada de un Dios que ha querido hacerse Hombre.

Y «si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida» (1 Cor 15,20-26ª.28: Segunda lectura de la Misa).

Cristo vendrá como Dios, como Señor, como el Pastor de su Pueblo.

David, en el Salmo 22, dice que verdaderamente el Señor es el pastor de cada uno de nosotros (cfr. Responsorial de la Misa).

Este profeta que, además era rey de Israel, en su juventud se había dedicado a cuidar un rebaño, describe a Dios así.

Y otro profeta, Ezequiel, nos habla de que el Señor juzgará a sus ovejas (Primera lectura de la Misa: 34,11-12.15-17). Porque nos ha hecho libres: nadie nos obliga a hacer el bien. Y si hacemos el mal, también es porque nosotros queremos.

En este aspecto, el Señor es claro, como se lee en el Evangelio (de la Misa: Mt 25,31-46) «Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros». Jesús nos habla de una separación.

Todo esto me recuerda un libro que escribió un autor inglés que llevaba por título «El matrimonio entre el cielo y el infierno», en el que hablaba de que al final habrá una alianza entre Satán y Miguel, entre las cabras y las ovejas.

Y a este libro le respondió otro autor con una novela titulada «El gran divorcio». La tituló así porque no puede haber ningún tipo de matrimonio entre el bien y el mal.

No se arregla el error de una suma, pasándolo por alto y siguiendo: hay que rectificar el fallo, si no, el resultado es falso.

El mal ha de ser corregido, y es bueno que lo hagamos ahora que tenemos –¡cosa curiosa!– tiempo.


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domingo, 16 de noviembre de 2008

AMA

El libro de los Proverbios alaba a una mujer que trabaja con profesionalidad: que actúa con previsión (Primera lectura: 31,10-13.19-20.30-31)

Sabemos que nuestra vida corriente tiene mucha transcendencia: no da igual hacer una cosa o no hacerla. No da igual una chapuza que una obra bien acabada.

El Señor en el Evangelio habla de la fidelidad en lo poco, en lo cotidiano, en lo que podemos hacer, no en lo imaginario (cfr. Mt 25,14-30)

Si somos buenos en la vida diaria el Señor nos promete el Cielo. Por eso no hay esperar cosas extraordinarias, que nos apartarían de lo verdaderamente importante.

Algunos cristianos de Tesalónica, pensando que el Señor iba a volver pronto, descuidaban el día a día. Y San Pablo les dice que la llegada del Señor no se sabe cuando será (1Ts 5,14-30: Segunda lectura de la Misa).

Lo que sí se sabe es que hay que darle valor al presente. Porque «el ahora» es lo que nos une a la eternidad.

La Virgen no hizo milagros, pero fue fiel al echarle sal al arroz y darle de comer a las gallinas.

Ella, en la vida corriente, estaba unida a Dios. Su único miedo era que algo le separara del Señor: este es el verdadero temor de Dios, del que nos habla el salmo (127: Responsorial). María no cayó en el error de separar a Dios de la vida diaria

Cuando estudiaba en la universidad, un profesor preguntó a las chicas que estaban en clase sobre el significado del titulo de una revista, «Ama», que por entonces leían muchas españolas:

–«Ama», ¿viene de amar o de ama de casa?

No supieron responderle... Y da igual.

Por eso la Virgen, cuando estaba en los detalles, era el «ama». Y no es de extrañar que cuando el Señor inspiró el libro de los Proverbios, donde se habla de la mujer 10, pensara en su Madre.

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domingo, 9 de noviembre de 2008

TEMPLOS DE DIOS

«¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?», nos dice San Pablo en la Primera lectura (1Cor 3,9c-11.16-17). Somos «templos de Dios».

Un templo es un lugar donde vive Dios. Es como un estuche que guarda una joya preciosa. Las personas que están en gracia tienen a la Santísima Trinidad dentro (cfr. 2Cro 7,16: Aleluya de la Misa)

El mismo Jesús, cuando está hablando con los fariseos, se refiere a su cuerpo como si fuera un templo: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (cfr. Jn 2,13-22: Evangelio de la Misa).

Él es el templo por excelencia. Su Cuerpo físico es el nuevo Templo de Dios

Todo el mundo entiende que, algo tan grandioso como una catedral o un sitio donde vive el Señor no puede estar sucio y descuidado.

Él es muy sensible al pecado, a la suciedad que siempre deja cualquier falta, y más si es mortal.

Conoce hasta la última mota de polvo que pueda tener nuestra alma. Sabe nuestros más ocultos pensamientos. Es el único que sabe lo que tenemos en el corazón.

Como Dios sabe todo lo nuestro, es bueno pedirle ayuda, luces, antes de hacer nuestro examen de conciencia.

Hablando con la gente, muchos te dicen que siempre se confiesan de lo mismo.

En parte es normal que nos confesemos de lo mismo, porque uno es tan miserable que siempre tiene las mismas faltas, ni siquiera somos originales en eso.

Siempre me acordaré de una anécdota que me hizo mucha gracia. Un día le preguntó una madre a su hijo de qué se confesaba, y éste, sin pelos en la lengua le respondió:

–Yo siempre me confieso de lo mismo: de que tiro barro a los autobuses y de que no creo en el Espíritu Santo.

Pero, a veces puede ser que no veamos más cosas porque hacemos rápido el examen de conciencia, sin pedirle ayuda a Dios o, si podemos, a las personas que nos pueden enseñar.

Con motivo de los 50 años de sacerdocio de un obispo, se celebró una Misa en una de las basílicas romanas más bonitas y antiguas.

Se trata de un templo precioso. Tiene un artesonado que es una maravilla, columnas centenarias, un baldaquino que señala con claridad el lugar del altar… Son bonitas hasta las rejas de las capillas laterales.

Como es antigua, tiene casi dos mil años, mucha gente la visita. Por eso, antes de celebrar ese aniversario tan importante, se quiso dar una buena limpia al templo.

Para eso fue un equipo preparado de personas, profesionales que la empezaron a limpiar a conciencia.

Sacaron todo lo necesario para su trabajo, y allí empezó a correr el agua con jabón y productos de limpieza. Parecía que cobraba vida el salmo 45 cuando dice que «el correr de las acequías alegra la ciudad de Dios» (Salmo responsorial y cfr. Ez 47, 1-2. 8-9.12).

Al ver el empeño con que trabajaban, uno de los que estaban por allí, al ver que estaban limpiando incluso los bancos por debajo, comentó sin mala intención que tampoco hacia falta tanto, que eso no lo iba a ver nadie.

Y la persona que estaba allí dale que te pego, frotando, le respondió:
–Es verdad, esto no lo ve nadie, pero quien sí lo ve es Dios.

Nuestra Madre nos ayudará a descubrir las cosas que no van.

Ella, que es la Inmaculada, nos dará luces para limpiar bien nuestra alma cada vez que nos confesemos.

domingo, 2 de noviembre de 2008

¿CUÁNTO TIEMPO TENEMOS?

La vida eterna se ha comparado muchas veces a un banquete.

Esto me recuerda lo que me contaron de un niño gallego que tiene siempre un apetito devorador. Esto le viene de familia.

El padre de Pepe –que así se llama este chico– le dijo un día a su hijo, en una de las ocasiones que lo llevó a un hotel: –Mañana desayunaremos de bufet.

–¿Y qué es eso de un bufet? Le respondió el niño.

Esa pregunta es parecida a la que nosotros podemos hacer: –¿Y qué será la vida eterna?

Pues el Señor la compara con un banquete, porque la satisfacción que da la buena mesa todo el mundo la entiende. Cada vez se valoran más los buenos cocineros.

Y para ganarnos la felicidad del Cielo el Señor nos concede un tiempo de prueba en esta tierra.

Lo importante no es que uno sea inteligente, guapo, rico, etc. Lo importante es que aprovechemos bien esas cualidades para obtener la felicidad.

El Señor en el Evangelio (de la Misa: Jn 14, 1-6) nos habla de que la felicidad, que disfrutarán los que vayan al Paraíso, será variada.

Es como si nuestro Padre Dios hubiera preparado un bufet para nosotros, con la posibilidad de elegir lo que más nos guste.

Aquí en esta tierra todo el mundo busca la felicidad. Esto es lo que tenemos en común todos lo hombres. Porque nuestra voluntad tiene un apetito devorador, igual que el de Pepe para las comidas.

Los cristianos sabemos cuál es la forma de alcanzar la felicidad. El refrán dice que todos los caminos llevan a Roma. Pero en esto no se cumple el dicho.

Indudablemente el alcohol, el sexo, las drogas... dan una cierta felicidad, por eso hay gente que paga. Pero la felicidad que proporcionan esas cosas es pequeña, y muchas veces dejan el corazón lleno de amargura.

Para llegar a la felicidad plena sólo hay un camino: Jesucristo.

Lo importante cuando uno se muere es si ha aprovechado su vida en la tierra para llegar a la meta.

Cuando su Padre le explico a Pepe lo que era un bufet, el niño esperó unos segundos y preguntó:

–¿Y cuanto tiempo tenemos?

FORO DE HOMILÍAS

Homilías breves predicables organizadas por tiempo litúrgico, temas, etc.... Muchas se encuentran ampliadas en el Foro de Meditaciones