jueves, 30 de agosto de 2007

XXIII DOMINGO CICLO C

ECHAR CUENTAS Al ATARDECER

«El buen banquero diariamente, al anochecer, observa sus pérdidas y ganancias» (1).

Y nuestro negocio más importante es acercarnos más y más al Señor, y para eso también hay que echar cuentas. Esta es la advertencia que nos hace Jesús en el Evangelio de este domingo (2).

Si en los negocios humanos hacemos balances, también en los negocios de Dios hemos de hacer con profesionalizad nuestro examen de conciencia.

El examen de conciencia no es una simple reflexión sobre el propio comportamiento: es diálogo entre el alma y Dios.

Por eso, al iniciarlo debemos ponernos, en primer lugar, en presencia del Señor, como cuando hacemos un rato de oración. A veces nos bastará una breve oración. En ocasiones nos pueden servir las palabras con que aquel ciego de Jericó se dirigió a Jesús: ¡Señor, que vea! (3)
Es el amor a Dios el que nos mueve a examinarnos y es el amor el que da la agudeza para detectar aquellas cosas que no agradan a Dios.

Por eso lo más importante del examen es el dolor de amor. Si éste es sincero, haremos algunos propósitos (muchas veces uno sólo). Y como en todo negocio los propósitos deben ser concretos y quizá pequeños.

También veremos las buenas obras de ese día, y eso nos llevará a ser agradecidos con el Señor. Así podremos retirarnos a descansar con el alma llena de paz y de alegría. Y tendremos deseos de recomenzar al día siguiente el camino de amor a Dios y al prójimo.


(1) SAN JUAN CLIMACO, Escala del paraíso, 4.- (2) Lc 14, 28-32.- (3) Cfr. Mc 10, 51.-

martes, 28 de agosto de 2007

XXII DOMINGO CICLO C

LA NÚMERO UNO

En todo hombre existe el deseo –que puede ser bueno– de honores y de gloria.

El orgullo aparece en el momento en el que se este deseo de honor, de mandar, de poseer un estatus superior, domina a una persona.

Sucede entonces que el deseo de mandar es en la práctica lo que se coloca en primera posición. Y las otras cosas pasan a ser secundarias, durante esa temporada en la que nos dejamos llevar por el orgullo.

La verdadera humildad no se opone al legítimo deseo de progreso personal, de gozar del prestigio profesional, de recibir el reconocimiento por parte de los demás.

Todo esto es compatible con una honda humildad; pero quien es humilde no gusta de exhibirse.

La persona humilde sabe que ocupa un puesto no para lucir, sino para cumplir una misión cara a Dios y en servicio de los demás.

Nada tiene que ver la virtud de la humildad con la timidez o la mediocridad. La humildad nos lleva a tener plena conciencia de los talentos que el Señor nos ha dado para hacerlos rendir

Las lecturas de la Misa de hoy nos hablan de la virtud de la humildad, que es tan necesaria que Jesús aprovecha cualquier circunstancia para ponerla de relieve (1).

Jesús nos habla de la necesidad de evitar que la ambición nos lleve a convertir la vida en una loca carrera por puestos cada vez más altos, de llegar a ser el número uno movidos por el orgullo.

«¿Por qué ambicionas los primeros puestos?, ¿para estar por encima de los demás?», nos pregunta San Juan Crisóstomo (2).

La persona humilde no es la persona pobre materialmente, sino la que es pobre de espíritu. Y al sentirse débil, pone su confianza en el Señor y en los demás.

Por eso el pobre de espíritu no presume de si mismo, porque posee poco o nada, habitualmente presume de Dios y de las cosas buenas de los demás, como hacía la Virgen en su oración del Magnificat.

(1) Lc 14, 1; 7-11.- (2) SAN JUAN CRISOSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 65, 4.- .

martes, 21 de agosto de 2007

XXI DOMINGO CICLO C

PARA SALVAR AL MUNDO

En el Evangelio (1), se recoge la contestación de Jesús a uno que le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Jesús no quiso responder directamente.

El Maestro va más allá de la pregunta, y se fija en lo esencial: le preguntan superficialmente por el número, y Él responde sobre el modo:
«entrad por la puerta estrecha...»

Y enseña a continuación que para entrar en el Reino no es suficiente pertenecer al Pueblo elegido, tener una falsa confianza en Dios. Sería como «decir: hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas. Y os dirá: No sé de dónde sois; apartaos de Mí.».

No basta con lo que Dios nos ha regalado, es necesaria una fe con obras. Por eso Isaías profetiza en la Primera lectura que incluso los gentiles, que no pertenecen al Pueblo elegido serán «mensajeros del Señor »(2). Y así ha ocurrido desde los primeros cristianos hasta ahora.

Esta fue la tarea que Dios ha dado a los que quieren servirle con obras, ser sus mensajeros suyos. Por eso la Segunda lectura (3) señala cuál es nuestra misión en esta tarea de salvación: fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes.

Es una llamada de Dios a ser ejemplares con nuestra conducta, para fortalecer a los que se sientan más débiles y con pocas fuerzas. Muchos se apoyarán en nosotros.

Por eso decía Isaías: «Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua». Esta profecía se ha cumplido ya, y se sigue realizando. El Señor ha querido que participemos en su misión de salvar al mundo, que el afán apostólico sea elemento esencial e inseparable del cristianismo. El Señor nos llama a todos a la santidad y al apostolado

De los primeros cristianos se decía: «lo que el alma es para el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo» (4). Esto se tendría que de nosotros en la vida de familia, en trabajo, y cuando descansamos: que somos el alma allí donde estamos presentes.

El Señor se sirve de nosotros para iluminar a muchos. Pensemos hoy en quienes tenemos más cerca. Empecemos por ellos, sin importarnos que a veces nos parezca que no servimos para eso. El Señor que siempre está con nosotros nos dará fuerzas si se la pedimos, pues nosotros somos sus instrumentos.

(1) Lc 13, 22-30.- (2) Is 66, 18-21.- (3) Heb 12, 5-7; 11-13.- (4) Discurso a Diogneto, 5.-

domingo, 12 de agosto de 2007

XX DOMINGO CICLO C

EL FUEGO DEL AMOR DIVINO
El fuego aparece frecuentemente en la Sagrada Escritura como símbolo del Amor de Dios. El amor, como el fuego, nunca dice basta, tiene la fuerza de las llamas.

Jesús nos dice hoy en el Evangelio de la Misa: Fuego he venido a traer a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda?. En Cristo alcanza su expresión máxima el amor divino: Jesús entrega voluntariamente su vida por nosotros.

El Señor quiere que su amor prenda en nuestro corazón y provoque un incendio que lo invada todo. Él en ningún momento ha dejado de querernos; ni siquiera en los momentos de mayor ingratitud por nuestra parte, o en los que cometimos los pecados más grandes.

La persona que se ha contagiado más del amor de Dios es la Virgen. Por eso, María, es el espejo donde debemos mirarnos nosotros. Ella vivió una vida normal, de tal manera que sus paisanos y familiares nunca pudieron imaginar lo que ocurría en su corazón.


Santa María nos enseña a creer en el amor sin límites de Dios. Porque Dios no es un ser justiciero sino un Dios que nos quiere hasta morir por nosotros. Todavía hay gente que no se ha enterado de lo bueno que es Dios.

El amor se demuestra en las obras. La Segunda lectura nos anima a esa pelea diaria, sabiendo que estamos rodeados de una nube tan grande de testigos, los santos, que presencian nuestro combate. Y también tenemos de espectadores a quienes están a nuestro lado, a los que tanto podemos ayudar con el ejemplo.

Muchas veces hemos de decir sí al Amor de Dios. Él Señor nos lo pide a través de los pequeños acontecimientos diarios: al negarnos a nosotros mismos para servir a quienes están junto a nosotros, en cosas muchas veces menudas; en la puntualidad a la hora de comenzar nuestros deberes; en el orden en que dejamos nuestras cosas.

No hay que perder de vista que el amor a los demás, igual que el fuego no se tiene, sino que se hace.

Y como ha dicho el poeta:

Más que una inteligencia prodigiosa.
Más que una voluntad de hierro puro.
Más.
Lo que puede en este mundo más:
un corazón enamorado.

Precisamente el amor es ese fuego que Dios ha venido a traer a esta tierra, que se manifiesta en cosas concretas cada día.

sábado, 11 de agosto de 2007

XIX DOMINGO CICLO C

ESPERANDO AL SEÑOR

Este Domingo la Palabra de Dios nos recuerda que la vida en la tierra es una espera, no muy larga, hasta que venga de nuevo el Señor. El Señor confía en que no adormecernos en la tibieza, que andemos siempre despiertos.

Jesús nos anima a la vigilancia, porque el enemigo no descansa, está siempre al acecho (1), y porque el amor nunca duerme (2).

En el Evangelio de la Misa (3) nos advierte el Señor: Tened ceñidas vuestras cinturas y las lámparas encendidas, y estad como quien aguarda a su amo cuando vuelve de las nupcias, para abrirle al instante en cuanto venga y llame. Los judíos usaban entonces unas vestiduras holgadas y se las ceñían con un cinturón para caminar y para realizar determinados trabajos. «Tener las ropas ceñidas» es una imagen gráfica para indicar que uno se prepara para hacer un trabajo, para emprender un viaje, para disponerse a luchar (4). Del mismo modo, «tener las lámparas encendidas» indica la actitud propia del que vigila o espera la venida de alguien (5).

Estamos vigilantes cuando hacemos el examen de conciencia diario. «
Mira tu conducta con detenimiento. Verás que estás lleno de errores, que te hacen daño a ti y quizá también a los que te rodean.
»-Recuerda, hijo, que no son menos importantes los microbios que las fieras. Y tú cultivas esos errores, esas equivocaciones -como se cultivan los microbios en el laboratorio-, con tu falta de humildad, con tu falta de oración, con tu falta de cumplimiento del deber, con tu falta de propio conocimiento... Y, después esos focos infectan el ambiente.
»-Necesitas un buen examen de conciencia diario, que te lleve a propósitos concretos de mejora, porque sientas verdadero dolor de tus faltas, de tus omisiones y pecados
» (6).

Estaremos vigilantes en el amor, y lejos del sueño de la tibieza si nos mantenemos fieles en las cosas pequeñas que llenan el día.

Por eso en el examen de conciencia de cada día hemos de ir a ver cosas menudas, porque quizá cosas grandes no haya.

San Francisco de Sales señalaba la necesidad de luchar en las tentaciones pequeñas, pues son muchas las ocasiones que se presentan en un día corriente y, si se vence ahí, esas victorias son más importantes –por ser muchas– que si se hubiera vencido en una de más trascendencia.

Además, aunque «los lobos y los osos son sin duda más peligrosos que las moscas», sin embargo «no nos causan tantas molestias, ni prueban tanto nuestra paciencia». Y seguía diciendo San Francisco de Sales: Es cosa fácil «apartarse del homicidio, pero es dificultoso evitar las pequeñas cóleras», que suelen presentarse con alguna facilidad. «Con facilidad nos apartaremos de la embriaguez, pero con más dificultad viviremos la sobriedad» (7).

Las pequeñas victorias diarias fortalecen la vida interior y despiertan el alma para lo divino. Así esperaremos despiertos al Señor.

(1) 1 Pdr 5, 8.- (2) Cfr. Cant5, 2.- (3) Lc 12, 32-48.- (4) Cfr. Jer 1, 17; Ef 6, 14; 1 Pdr 1, 13.- (5) SAGRADA BIBLIA, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, notas a Lc 12, 33-39y 35.- (6) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 481.- (7) Cfr. SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota, IV, 8.-

FORO DE HOMILÍAS

Homilías breves predicables organizadas por tiempo litúrgico, temas, etc.... Muchas se encuentran ampliadas en el Foro de Meditaciones