miércoles, 30 de diciembre de 2020

LA PUERTA DEL SOL


Nosotros hemos querido celebrar la entrada del año junto al Señor, a la puerta del Sagrario. 

Queremos que el Señor nos «bendiga y proteja» (Nm 6, 24: primera lectura de la Misa).

EL SOL

Jesús es el Sol que nace de lo alto. Por eso le pedimos que «ilumine su rostro sobre nosotros» (Sal 66,2: Responsorial de la Misa).

Y Dios tiene rostro humano porque ha «nacido de mujer» (Ga 4,4: segunda lectura de la Misa) en la Persona del Hijo.

Por eso para llegar a Dios es necesario pasar por la Humanidad del Señor. Esto es lo que han experimentado los santos: «He visto claro que por esta puerta hemos de entrar» escribió Teresa de Jesús.

LA PUERTA DEL SOL

Nos cuenta el Evangelio que las personas que se le comunicó la venida del Señor «fueron corriendo» a ver a Jesús «y encontraron a María» (Lc 2,16: Evangelio de la Misa).

Hemos de ir a Jesús por María. Ella es su Madre, la Madre Dios. Éste es el principal título de la Virgen. Y la Iglesia quiere que celebremos hoy esta solemnidad. Así empezamos el año dándonos prisa en conocer a la Humanidad del Señor llevados de su mano. –Eres la Puerta del Sol que nos ha nacido.

sábado, 26 de diciembre de 2020

COCIDO DE CIELO


 
Dios al encarnarse quiso formar parte de una familia. Dice el Evangelio (de la Misa de hoy). «Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor... Y cuando cumplieron lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret» (Lc 2,22-40).

Dios no es un ser solitario, forma una familia: el Padre, el Hijo y Espíritu Santo. No es de extrañar que Él, al hacernos a su imagen, haya querido que pertenezcamos a una familia. Por eso si queremos conocer a Dios, nos podemos fijar en una que esté unida y en la que se quieran.

EL HOGAR DE NAZARET

Aquella casa de Galilea, donde creció Jesús fue el cielo en la Tierra. Tendrían problemas económicos, pues eran pobres, y tuvieron que abandonar su país por cuestiones políticas... Externamente la familia de Jesús era una familia como la nuestra, pero en su vida puertas adentro algo especial ocurría. Algo maravilloso se guisaba en su cocina.

CONDIMENTOS PARA EL COCIDO

Misericordia, bondad, humildad, dulzura, comprensión: nos dice San Pablo que son los elementos indispensables para que funcione un hogar cristiano (cfr. Col 3,12-21).

En todas parte cuecen habas. En todas las familias hay problemas: unas veces por un motivo y otras veces por otro. Todos somos pecadores y damos la lata.

MISERICORDIA

Con un falso idealismo podemos pensar que los demás nos han fallado. No podemos asustarnos ante la enfermedades que hay en el alma de los demás: lo nuestro es curar. En el corazón debemos llevar la miseria de los demás. Como el Señor cargo con nuestros pecados.

BONDAD

Entrenarse en ser buenas personas. Responder al mal con el bien: tener la venganza de apedrear a la gente con avemarías.

HUMILDAD

Abajarse, como hizo el Señor. Que no nos importe que nos crucifiquen cada día en cosas pequeñas. Ya se darán cuenta de que les queremos.

DULZURA

Ser especialistas en decir las cosas con elegancia. La lengua hace daño, pero también hace mucho bien.

Y COMPRENSIÓN

Con el tiempo uno se da cuenta de que amar es comprender: ponerse en la piel, o en la camiseta de los demás.

CRECER

«El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría» (Lc 2,22-40). Es cierto que Jesús iba aprendiendo y llenándose de gracia. Pero también sus padres aprendían de Él. Lo que son las cosas: en una familia todos crecemos.

Acudamos confiadamente a la Virgen para conseguir que Ella ponga en nuestro corazón su misericordia: la forma de amar que le enseñó Jesús. Y nuestra familia tendrá siempre tocino de cielo.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

DIÓ A LUZ (NAVIDAD)


«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1: primera lectura de la Misa de medianoche)


Y eso que profetizó Isaías se cumple hoy: nosotros que caminamos en este mundo hemos visto una luz maravillosa. Esa Luz es Cristo.

Jesús es la luz de nuestros ojos. Como dijo el poeta:

«veante mis ojos, pues eres lumbre de ellos, y sólo para ti quiero tenellos»

Celebramos que esta noche la Virgen ha dado a luz a la Luz.

La Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo, se ha encarnado. Es Dios que procede de Dios, Luz que procede de la Luz, como decimos en el Credo.

Por eso Isaías da en el clavo cuando dice que hoy hemos visto «una luz admirable». Precisamente hoy Dios ha querido revelarse, mostrarse a los hombres de una forma que el hombre entiende.

Dios ha querido hacerse hombre para que lo escucháramos mejor. Y ha nacido débil, como nosotros nacemos.

El Grandioso se hace diminuto. Para que nosotros comprendamos el Amor que Dios nos tiene: para eso se pone a nuestra altura, mejor dicho se pone a nuestra bajura.

Ya nadie podrá decir que es difícil conocer a Dios. Porque hasta el más ignorante puede contemplar el cielo en la tierra.

Hemos de utilizar la cabeza para fijarnos. Pensar en un Dios que se hace pequeño.

Decía un pensador inglés que «el sabio es quien quiere asomar su cabeza en el cielo».

Esto es lo que nosotros deseamos esta noche: contemplar a Dios.

Quizá nos desconcertará ver al Creador del universo entre dos animales. Es imposible entenderlo: porque el amor de Dios sólo se puede admirar, el hombre es imposible que lo abarque.

Decía el inglés: «El sabio es quien quiere asomar su cabeza al cielo; y el loco es quien quiere meter el cielo en su cabeza».

Hoy la Iglesia no solamente nos propone rezar con palabras nos dice que cantemos al Señor, y si es posible «un cantico nuevo» (Sal 95,1: responsorial de la Misa de medianoche)

San Pablo nos habla de «la aparición gloriosa del gran Dios» (Tt 2,13: segunda lectura de la Misa de medianoche). Hemos abierto el regalo y nos hemos encontrado con sorpresa que lo que el Señor nos ha regalado no es un símbolo de su amor, sino que se nos entrega Él mismo.

«Os traigo una buena noticia, una gran alegría: nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Lc 2,10-11: Aleluya de la Misa de medianoche).

El ungido de Dios, el Mesías, el Salvador, el mismo Señor, que se ha hecho hombre.

Por eso Jesús lleva ese nombre: significa Dios que salva.

No ha enviado a un mensajero para salvarnos sin que ha venido en la Persona de su Hijo.

Y terminamos con la letra de un Villancico manchego: «¡A San José y la Virgen, felicidades y enhorabuena!».

jueves, 17 de diciembre de 2020

CUERVOS MENSAJEROS




David quería construirle al Señor un santuario digno. El Señor agradece este ofrecimiento del Rey David. Y es su hijo Salomón el que construiría el famoso templo de Jerusalén.

Pero el verdadero lugar donde habitará Dios será el vientre de una mujer, porque el Señor ha decidido hacerse hombre, poner verdaderamente su tienda entre nosotros.

Es como si Dios hubiese pensado: –Tú has querido tener el detalle de hacerme una casa para mí, pues mi templo será una mujer de tu familia.

Todos los monarcas buscan estabilidad en el reinado. Y todo eso Dios se lo promete a David, pero de una forma que el Rey no podía imaginar.

En profeta Natán fue el enviado por el Señor para decirle a David: «Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre» (2S7,16: primera lectura de la Misa).

El Señor envía a un mensajero para decirle que había escuchado sus buenos deseos. Y esto es curioso. Dios no sólo mira nuestras obras sino nuestros deseos.

También en nuestro caso puede que, una persona de parte de Dios, nos comunique que el Señor está contento con lo que pensamos el otro día.

Y esto es lo que hizo con David, y con María. Después de tanto preparar su llegada. Al final la sorpresa:

Lo que había sido profetizado, se cumplió. Y fue otro mensajero de Dios, esta vez propiamente un «ángel», el que le dijo a María: «Darás a luz un hijo[...], el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 31-24: Evangelio de la Misa).

También esta vez el Señor envió a un mensajero: su nombre era Gabriel.

Más tarde, el apóstol Pablo fue enviado por Dios para revelarnos a nosotros ese «misterio mantenido en secreto durante siglos» Rm 16, 25: segunda lectura de la Misa).

Ya se ve que Dios no deja de enviarnos mensajeros para que conozcamos a Jesús. Ahora también lo hace. En estos días la iluminación de las calles, los belenes, los regalos, el turrón, el pavo, y los árboles de Navidad hacen de mensajeros: nos recuerda el nacimiento de este Niño que dará la vida por nosotros y que resucitará, para que su reino no tenga fin.

Dios también te ha elegido a ti –que lees estás líneas por internet– como eligió a Natán, a Gabriel, y a Pablo.

En este tercer milenio quiere el Señor que comuniques a los que tienes alrededor la posibilidad de tener amistad con Él.

En algunos países por la calle, a los curas, que visten de curas, suelen llamarles «cuervos». Tanto es así que un sacerdote francés se ha extrañado de la falta de educación en algunas ciudades españolas. No importa.

Lo que tenemos que hacer es no desanimarnos sino seguir hablando de Dios. Alguien nos escuchará. Puede ocurrir como en el caso de Pablo: también los fanáticos se convierten, y no cuando nosotros queremos sino cuando le toca la gracia de Dios. Porque el reino de Jesús no es un reino de violencia, sino de misericordia.

Y aunque nos llamen cuervos, habría que decir: –soy un cuervo, pero un cuervo mensajero.


miércoles, 9 de diciembre de 2020

VIVA LA PEPA



«Me alegro con mi Dios»: hemos oído que exultaba Isaías en la Primera lectura (61, 10B). Y el lema de este domingo podría ser algo parecido: «estoy contento con Dios».

Sin embargo las personas mayores suelen tener otro lema que repiten con frecuencia: «La salud es lo principal».

Por eso no es extraño que San Pablo dijese a los primeros cristianos: «estad siempre alegres» (1 Ts 5,16-24: segunda lectura de la Misa).

Un amigo ha publicado un libro que se titula «Amar y ser feliz». Pero en realidad podría titularse también: «Amar es ser feliz». La persona que en su vida se «roza» con el Amor de Dios llegará a la felicidad.

Y esa persona que ha sido «untada con el Amor de Dios» «desborda» de alegría y trasmite la felicidad a los demás (cfr. Is 61, 1-2 a.10-11: Primera lectura de la Misa).

«Me alegro con mi Dios» repetimos hoy los cristianos (Is 61, 10B: Respuesta del Salmo).

A veces nos preguntamos si el Señor estará contento de nosotros, y es bueno hacerlo así. Pero también nos ayuda pensar si nosotros estamos contentos con Dios.

Una de las cosas que más dificulta la santidad es el espíritu de queja. Por eso los santos han dicho y escrito que «el que se queja no es buen cristiano».

Eso lo decía San Juan de la Cruz, que por ser hoy domingo no celebramos su fiesta. Pero nos acordamos de él por el buen ejemplo que nos dio. Sufrió mucho, pero con alegría.

«Estad siempre alegres» nos dice San Pablo, y esto es difícil. Pero también es verdad que nos da la solución: «Sed constantes en la oración».

Efectivamente, la oración es la mejor medicina contra la tristeza. La infalible «tableta OKAL» que anunciaban en televisión.

El Evangelio (de la Misa de hoy) nos cuenta que San Juan Bautista decía: «en medio de vosotros hay uno que no conocéis» (Jn 1, 26).

Tenía mucha razón y la sigue teniendo: cuando no estamos alegres, es porque no sabemos descubrir que el Señor está en medio de nosotros.

Porque la música del cristianismo es la alegría desbordante.

Por eso hemos de pedir: –Señor: que los malos sean buenos; y los buenos, simpáticos.

Porque los santos han sido personas que han estado contentísimas de Dios. Precisamente, la oración que se conserva de la Virgen es así: exultante, por lo bien que se portaba el Señor con Ella (cfr. Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54: Salmo responsorial).

La oración de María es como el desbordarse de felicidad de un niño cuando recibe los regalos de Reyes.

Todavía me acuerdo de la expresión de mi hermana pequeña la noche de un 6 de enero. Al verse rodeada de las cosas que había deseado, gritó: –¡Viva la Pepa!

jueves, 3 de diciembre de 2020

FRIKIS


El adviento tiene dos protagonistas importantes. El primero es un profeta. Y el segundo «es más que un profeta» (Lc 7,26).


El profeta es Isaías. Siglos antes de que ocurriese nos habla del primer adviento de la historia, la primera venida del Señor.

Nos dice por ejemplo: «El Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una virgen está encinta y va a dar a luz un Hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7,14). Emmanuel significa Dios con nosotros.

Y siete siglos después, una joven virgen llamada María fue visitada por el Arcángel Gabriel, que le anunció que daría a luz un hijo, que sería llamado Hijo de Dios (cfr. Lc 1,31-32).

Isaías es el profeta que anuncia con más claridad la figura de Jesús. Por eso san Agustín comenta que algunos decían que parecía un evangelista.

Y escribió Isaías : «Preparadle un camino al Señor» (Primera lectura de la Misa: Is 40,1-5-.9-11.

Inspirado por el Espíritu Santo el profeta había predicho que un hombre prepararía el «camino» para el Señor.

Estaba profetizado y se cumplió: el ingeniero que tenía que allanar la sendas de Jesús fue Juan el Bautista. Él es el principal personaje del Adviento.

Juan «predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados» nos dice el Evangelio (de la Misa: Mc 1,1-8).

Y esto es lo que tenemos que hacer nosotros en este tiempo: buscar nuestra conversión acudiendo a la misericordia de Dios.

Por eso le decimos al Señor con el Salmo (84: Responsorial de la Misa):

«Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación».

La Iglesia nos pone a nuestra consideración la figura del Bautista, para que nosotros en este tiempo nos preparemos limpiándonos de nuestros pecados.

No se trata de un simple lavado superficial, el Señor nos pide una cambio interior que elimine las manchas de nuestra alma.

En un programa de radio en el que se hablaba de las manchas, una de las que participaba en la tertulia decía a los varones que estaban allí presentes:

Los hombres habláis de cómo se producen las manchas pero somos las mujeres las que decimos cómo se quitan.
A nosotros nos puede ocurrir lo mismo: que hablamos de las cosas que van mal en nuestra vida, pero no nos decidimos a quitarlas. Cuando es muy fácil: para eso está el sacramento de la penitencia.

Hay gente que piensa que los errores se limpian pasando página y seguir haciendo cosas como si no hubiera pasado nada.

Todas las cosas que hacemos, si no nos sirven para que seamos mejores, no sirven para nada. Porque hacer cosas es muy importante, pero más importante es el ser.

Estamos en un ambiente superficial en el que cuenta sobre todo la apariencia: ya no es el homo sapiens sino el homo faber: el que hace cosas.

Precisamente, hace pocos días le hacían una entrevista a una mujer famosa en la vida política en la que decía: a mí, lo que me interesa es el hacer, no el ser.

Esta persona se define a sí misma como rígida. En el colegio decían de ella las monjas que era muy orgullosa. Hay bastantes anancásticos, enfermedad de personas fieles, perfeccionistas.

Lo que Dios nos pide a nosotros es que convirtamos el hacer en el ser. Que las obras sean manifestación de que somos buenas personas, gente con buen corazón

Eso nos llevará a buscar ser amables más que ser perfectos. No gente a la que se admira sino a la que se quiere.

No se trata de aparentar amabilidad, sino de tener buen corazón

Por eso, me gustó que esa mujer famosa dijera que ella no tenía enemigos sino oponentes políticos. Y de otra, que está en un partido opuesto dijera: –Somos amigas.

Igual que es conocido que son amigos los dos grandes rivales del tenis actual: Nadal y Federer. Esto da alegría porque es cristiano.

Y da mucha pena lo que decía el Señor: Y los enemigos del hombre serán los de su misma casa. (Mt 10,36). Hay mucha gente que se lleva muy bien con los extraños pero son inaguantables en su casa. Ésta es la conversión que nos pide el Señor: una conversión de dentro y de fuera.

San Josemaría decía que la superficialidad no es cristiana. Estamos en una sociedad muy volcada en el exterior. Hay mucha gente que tiene alma de portera, que se interesa sólo por lo que viene y lo que va, pero reflexiona poco: vive muy al día.

Si queremos convertirnos, tenemos que pensar y hacer pensar: reflexionar. Muchas veces, lo que hace el Señor es que reflexionemos: el hijo pródigo volvió con su padre porque reflexionó sobre su situación.

Pensar y hacer pensar. Es muy contrario al fundamentalismo, propio de gente de mentes estrechas que sólo funcionan con el principio de autoridad: Lo que no viene de arriba no es bueno, o no puede ser tomado en consideración.

Esto ahoga el espíritu de iniciativa.

Los fundamentalistas dicen que hay que ir a los fundamentos de la fe y que sólo la Escritura es importante.

El mundo islámico recibe el fundamentalismo con emoción pues el Corán viene de Dios Textualmente: hasta la materialidad del libro.

Pero eso no es así: Dios da la inteligencia. Es verdad que la Escritura viene de Dios, pero la conocemos por otros hombres, por tradición.

Y además otras personas nos la interpretan: la homilía siempre ha sido un elementos clave para los cristianos.

Conversión en profundidad: pensar y hacer pensar. No es un lavado superficial.

Por eso Juan el Bautista aclaraba que el Señor no bautizaría con agua sino «con Espíritu Santo» que es el que nos hace recapacitar y nos convierte.

La figura de Juan es una de las más interesantes de la Historia. Mucha gente acudía a él, pero no se dejó llevar por la vanidad: no buscó el triunfo humano. Claramente avisó que él no era el que esperaban.

La humildad de este hombre fue heroica. No busca sobresalir. Cuando el Señor entra en escena, Juan desaparece. Y les cede sus mejores discípulos a Jesús.

La humildad no es una virtud que se lleve en la actualidad. Se busca el triunfo, no se entiende que un fracaso pueda beneficiarnos.

Estamos en una sociedad «mediática» donde las niñas ya no quieren ser princesas sino modelos famosas: para que se fijen en ellas. Se cultiva muchísimo la imagen, y hay clínicas de embellecimiento, donde se arreglan la patas de gallo y los códigos de barras de la cara, y se estira todo lo estirable.

La imagen es fundamental para esta generación en la que vivimos. Hay especialistas en imagen, y hay nuevas enfermedades por motivo de la imagen.

Por eso Juan el Bautista no está bien considerado. Algunos han dicho de él que era «un energúmeno peludo» y que gritaba mucho. Sin embargo el Señor lo alaba al máximo, porque era un hombre coherente: decía lo que había que decir, y no lo que pegaba.

Se podría decir que Juan el Bautista era un tanto original. Por como vestía, por las cosas de las que hablaba...

También pasa esto hoy: que a las personas coherentes se las puede tachar de originales, de frikis.

San Pablo, San Martín de Tours, San Francisco, Santa Teresa, Santa Catalina, el Santo Cura de Ars, San Juan Bosco, Juan Pablo II... todos ellos tienen una cosa en común que son un poco frikis.

Es que el Señor es un poco friki: es el fundador de los frikis.

El cristianismo organizado viene después pero los santos siempre han sido revolucionarios.

Le decimos al Señor: –¿Cuando llegara mi conversión?

No es previsible. Las cosas del Señor llegan cuando llegan.

Por su parte San Pedro nos habla de la segunda venida del Señor: «del día del Señor» que «llegará como un ladrón» (Segunda Lectura de la Misa: 2P 3,8-14).

Había gente que esperaba que el Jesus volviera de inmediato, y San Pedro escribe que «para el Señor un día es como mil años», que lo que debían de hacer es llevar una vida santa.

Nosotros nos preguntamos: –¿cuando vendra mi conversion?

Pero lo importante es llevar una vida santa, hoy.

En la actualidad poca gente espera la llegada del Señor. Un obispo comentaba que los grandes almacenes se han cargado el adviento. Efectivamente ya han puesto los adornos de Navidad antes de que empezara el adviento.

El adviento no vende, pero es necesario. Hay que prepararse, como se preparó la Virgen para el nacimiento de Jesús. Ella quiere contar con nosotros para preparar la venida del Señor, la Navidad 2020-2021, aunque la gente nos vea un poco frikis.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

LA PARADA DEL BUS



La palabra adviento significa «venida». Y la Iglesia quiere que durante este tiempo nos preparemos especialmente para la llegada del Señor.

Los cristianos de todos los tiempos han pedido: –Ven Señor, no tardes.

San Pablo escribió a los de Corinto que los cristianos aguardamos, esperamos, que el Señor regrese la segunda vez (Segunda lectura de la Misa:1 Cor 1, 3-9).

Se enteró de que algunos cristianos de esa ciudad no creían en la vida eterna. Por eso les escribe hablando de la Resurrección de Jesús, y de la nuestra, que tendrá lugar «el día del Señor».

En un ambiente tan superficial cabía el peligro de no pensar nada más que en lo que tenían entre manos. San Pablo les anima a levantar la vista, y que pensasen que el Señor vive, y volverá.

Desde luego no sabemos cuando vendrá Jesús y por eso tiene interés para nosotros seguir el consejo del Señor: «velad» (Evangelio de la Misa: Mc 13, 37).

Con ese concepto se resume nuestro modo de estar en este mundo. Por eso nuestra vida en la tierra se podría comparar a una parada de autobús. Todos estamos esperando alguna línea.

Sería como para preguntarle a la persona del al lado: –¿Tú qué número esperas?

La mayoría de la gente está en la parada esperando al 13, que es el que lleva al cementerio. Es una pena tener esa aspiración.

Los cristianos esperamos al que nos lleva al aeropuerto. Jesús que llega desde el Cielo.

Hace muchos siglos un profeta entusiasta decía: –«Ojalá rasgases el cielo y bajases» (cfr. Primera Lectura: Is 63, 19b)

Esto ocurrió hace más de dos mil años, en una pequeña localidad de Palestina. Ahora aguardamos la segunda llegada. Pero hay una diferencia.

Y es que a los santos le da un poco igual la fecha de esa segunda venida, porque no tienen curiosidad sino amor.

La primera llegada de Jesús no la vimos nosotros, y quizá tampoco la gloriosa nos tocará.

Es el corazón el que descubre, que no sólo hay dos venidas: hay llegadas diarias del Señor, y esas son las que tenemos que vigilar que no se nos escapen.

Sobre todo llega en la Santa Misa: allí se hace presente con su cuerpo. Y se queda en el sagrario. Nos puede ayudar a prepararnos para la Comunión decirle: –Ven, Señor.

Ir al Cielo esta es meta de nuestra vida. Pero si queremos subirnos al bus de Dios, que nos llevará a su Casa, necesitamos comprar el billete.

El billete nos lo va a regalar nuestro Padre del Cielo, con un poco de gracia. Nos lo regala en la oración, en la Misa, en la Confesión, y en otras de sus venidas frecuentes.

A mucha gente hay que preguntarle ahora que estamos en la parada:

–¿Tú esperas el mismo bus que yo?

Hemos de ayudarles a que levante su pensamiento al Cielo, como hizo San Pablo con los de Corinto.

El amor no tiene en cuenta «el que dirán». Por eso si queremos salir de la tibieza hemos de pedir: –Ven, Señor, a mis labios.

–¡Ven, Señor, Jesús, acompañado de tu madre!

jueves, 19 de noviembre de 2020

EL GRAN DIVORCIO


El año litúrgico acaba con la fiesta de Cristo Rey. Porque Jesús es el Señor de la Historia.

El género humano empezó con un hombre que quería ser Dios, y la historia terminará con la llegada de un Dios que ha querido hacerse Hombre.

Y «si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida» (1 Cor 15,20-26ª.28: Segunda lectura de la Misa).

Cristo vendrá como Dios, como Señor, como el Pastor de su Pueblo.

David, en el Salmo 22, dice que verdaderamente el Señor es el pastor de cada uno de nosotros (cfr. Responsorial de la Misa).

Este profeta que, además era rey de Israel, en su juventud se había dedicado a cuidar un rebaño, describe a Dios así.

Y otro profeta, Ezequiel, nos habla de que el Señor juzgará a sus ovejas (Primera lectura de la Misa: 34,11-12.15-17). Porque nos ha hecho libres: nadie nos obliga a hacer el bien. Y si hacemos el mal, también es porque nosotros queremos.

En este aspecto, el Señor es claro, como se lee en el Evangelio (de la Misa: Mt 25,31-46) «Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros». Jesús nos habla de una separación.

Todo esto me recuerda un libro que escribió un autor inglés que llevaba por título «El matrimonio entre el cielo y el infierno», en el que hablaba de que al final habrá una alianza entre Satán y Miguel, entre las cabras y las ovejas.

Y a este libro le respondió otro autor con una novela titulada «El gran divorcio». La tituló así porque no puede haber ningún tipo de matrimonio entre el bien y el mal.

No se arregla el error de una suma, pasándolo por alto y siguiendo: hay que rectificar el fallo, si no, el resultado es falso.

El mal ha de ser corregido, y es bueno que lo hagamos ahora que tenemos –¡cosa curiosa!– tiempo.

domingo, 8 de noviembre de 2020


El libro de los Proverbios alaba a una mujer que trabaja con profesionalidad: que actúa con previsión (Primera lectura: 31,10-13.19-20.30-31).


Sabemos que nuestra vida corriente tiene mucha transcendencia: no da igual hacer una cosa o no hacerla. No da igual una chapuza que una obra bien acabada.

El Señor en el Evangelio habla de la fidelidad en lo poco, en lo cotidiano, en lo que podemos hacer, no en lo imaginario (cfr. Mt 25,14-30)

Si somos buenos en la vida diaria el Señor nos promete el Cielo. Por eso no hay esperar cosas extraordinarias, que nos apartarían de lo verdaderamente importante.

Algunos cristianos de Tesalónica, pensando que el Señor iba a volver pronto, descuidaban el día a día. Y San Pablo les dice que la llegada del Señor no se sabe cuando será (1Ts 5,14-30: Segunda lectura de la Misa).

Lo que sí se sabe es que hay que darle valor al presente. Porque «el ahora» es lo que nos une a la eternidad.

La Virgen no hizo milagros, pero fue fiel al echarle sal al arroz y darle de comer a las gallinas.

Ella, en la vida corriente, estaba unida a Dios. Su único miedo era que algo le separara del Señor: este es el verdadero temor de Dios, del que nos habla el salmo (127: Responsorial). María no cayó en el error de separar a Dios de la vida diaria

Cuando estudiaba en la universidad, un profesor preguntó a las chicas que estaban en clase sobre el significado del titulo de una revista, «Ama», que por entonces leían muchas españolas:

–«Ama», ¿viene de amar o de ama de casa?

No supieron responderle... Y da igual.

Por eso la Virgen, cuando estaba en los detalles, era el «ama». Y no es de extrañar que cuando el Señor inspiró el libro de los Proverbios, donde se habla de la mujer 10, pensara en su Madre.

sábado, 7 de noviembre de 2020

TEMPLOS DE DIOS



«¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?», nos dice San Pablo en la Primera lectura (1Cor 3,9c-11.16-17). Somos «templos de Dios»

Un templo es un lugar donde vive Dios. Es como un estuche que guarda una joya preciosa. Las personas que están en gracia tienen a la Santísima Trinidad dentro (cfr. 2Cro 7,16: Aleluya de la Misa). 

El mismo Jesús, cuando está hablando con los fariseos, se refiere a su cuerpo como si fuera un templo: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (cfr. Jn 2,13-22: Evangelio de la Misa). 

Él es el templo por excelencia. Su Cuerpo físico es el nuevo Templo de Dios. 

Todo el mundo entiende que, algo tan grandioso como una catedral o un sitio donde vive el Señor no puede estar sucio y descuidado. 

Él es muy sensible al pecado, a la suciedad que siempre deja cualquier falta, y más si es mortal. Conoce hasta la última mota de polvo que pueda tener nuestra alma. Sabe nuestros más ocultos pensamientos. Es el único que sabe lo que tenemos en el corazón. 

Como Dios sabe todo lo nuestro, es bueno pedirle ayuda, luces, antes de hacer nuestro examen de conciencia. 

Hablando con la gente, muchos te dicen que siempre se confiesan de lo mismo. 

En parte es normal que nos confesemos de lo mismo, porque uno es tan miserable que siempre tiene las mismas faltas, ni siquiera somos originales en eso. 

Siempre me acordaré de una anécdota que me hizo mucha gracia. Un día le preguntó una madre a su hijo de qué se confesaba, y éste, sin pelos en la lengua le respondió: –Yo siempre me confieso de lo mismo: de que tiro barro a los autobuses y de que no creo en el Espíritu Santo. 

Pero, a veces puede ser que no veamos más cosas porque hacemos rápido el examen de conciencia, sin pedirle ayuda a Dios o, si podemos, a las personas que nos pueden enseñar. 

Con motivo de los 50 años de sacerdocio de un obispo, se celebró una Misa en una de las basílicas romanas más bonitas y antiguas. 

Se trata de un templo precioso. Tiene un artesonado que es una maravilla, columnas centenarias, un baldaquino que señala con claridad el lugar del altar… Son bonitas hasta las rejas de las capillas laterales. 

Como es antigua, tiene casi dos mil años, mucha gente la visita. Por eso, antes de celebrar ese aniversario tan importante, se quiso dar una buena limpia al templo. 

Para eso fue un equipo preparado de personas, profesionales que la empezaron a limpiar a conciencia. 

Sacaron todo lo necesario para su trabajo, y allí empezó a correr el agua con jabón y productos de limpieza. Parecía que cobraba vida el salmo 45 cuando dice que «el correr de las acequías alegra la ciudad de Dios» (Salmo responsorial y cfr. Ez 47, 1-2. 8-9.12). 

Al ver el empeño con que trabajaban, uno de los que estaban por allí, al ver que estaban limpiando incluso los bancos por debajo, comentó sin mala intención que tampoco hacia falta tanto, que eso no lo iba a ver nadie. 

Y la persona que estaba allí dale que te pego, frotando, le respondió: –Es verdad, esto no lo ve nadie, pero quien sí lo ve es Dios. 

Nuestra Madre nos ayudará a descubrir las cosas que no van. 

Ella, que es la Inmaculada, nos dará luces para limpiar bien nuestra alma cada vez que nos confesemos.

viernes, 30 de octubre de 2020

¿CUÁNTO TIEMPO TENEMOS?



La vida eterna se ha comparado muchas veces a un banquete.

Esto me recuerda lo que me contaron de un niño gallego que tiene siempre un apetito devorador. Esto le viene de familia. El padre de Pepe –que así se llama este chico– le dijo un día a su hijo, en una de las ocasiones que lo llevó a un hotel: –Mañana desayunaremos de bufet. –¿Y qué es eso de un bufet? Le respondió el niño. 

Esa pregunta es parecida a la que nosotros podemos hacer: –¿Y qué será la vida eterna? 

Pues el Señor la compara con un banquete, porque la satisfacción que da la buena mesa todo el mundo la entiende. 

Cada vez se valoran más los buenos cocineros. Y para ganarnos la felicidad del Cielo el Señor nos concede un tiempo de prueba en esta tierra. 

Lo importante no es que uno sea inteligente, guapo, rico, etc. Lo importante es que aprovechemos bien esas cualidades para obtener la felicidad. 

El Señor en el Evangelio (de la Misa: Jn 14, 1-6) nos habla de que la felicidad, que disfrutarán los que vayan al Paraíso, será variada. Es como si nuestro Padre Dios hubiera preparado un bufet para nosotros, con la posibilidad de elegir lo que más nos guste. 

Aquí en esta tierra todo el mundo busca la felicidad. Esto es lo que tenemos en común todos lo hombres. Porque nuestra voluntad tiene un apetito devorador, igual que el de Pepe para las comidas. 

Los cristianos sabemos cuál es la forma de alcanzar la felicidad. El refrán dice que todos los caminos llevan a Roma. Pero en esto no se cumple el dicho. Indudablemente el alcohol, el sexo, las drogas... dan una cierta felicidad, por eso hay gente que paga. 

Pero la felicidad que proporcionan esas cosas es pequeña, y muchas veces dejan el corazón lleno de amargura. 

Para llegar a la felicidad plena sólo hay un camino: Jesucristo. Lo importante cuando uno se muere es si ha aprovechado su vida en la tierra para llegar a la meta. 

Cuando su Padre le explico a Pepe lo que era un bufet, el niño esperó unos segundos y preguntó: –¿Y cuanto tiempo tenemos?

lunes, 19 de octubre de 2020

LA PRINCESA PROMETIDA



Dios es el Amor por excelencia. Dios es la entrega absoluta. Cuando el Señor manda que amemos, nos dice algo que Él ya hace, porque está en su ser.

El Señor no tenía que mandar que los israelitas se quisieran a sí mismos, a sus novias, y a sus familiares. Para eso el ser humano no necesita mucha virtud: basta dejarse llevar por la naturaleza. 

En el libro del Éxodo (22,20-26: Primera lectura de la Misa) Dios hablaba para proteger a los débiles y a los que nos resultan extraños. Lo que Jesús pide es que amemos a todos y en todo momento (cfr. Evangelio de la Misa: Mt 22,34-40). A los extranjeros antes de que se nacionalicen, y a las novias cuando pasan a ser esposas maduras. 

El amor verdadero no hace distingos entre personas, ni circunstancias: quiere con sentimientos y también cuando no se poseen.

El Amor con mayúscula nos llena de felicidad, por eso San Pablo habla de «la alegría del Espíritu Santo» (1 T 1,7: Segunda lectura). Porque precisamente el Espíritu Santo es el Amor de Dios en Persona. Y es que el amor, la entrega, es lo que da la verdadera alegría.

Un amigo quiso escribir un libro de poemas, y le aconsejaron que lo titulase «Amor verdadero» como tantas veces se repetía en una película. Pero luego el libro terminó llamándose «A palo seco». Porque en esta tierra en la que vivimos ahora, en muchas ocasiones el amor hay que ejercitarlo a contrapelo, como muy bien sabía la Virgen, que es la auténtica Princesa prometida.

martes, 13 de octubre de 2020

DIOS Y EL FUTBOL



Esta homilía podría titularse "Dios y el fútbol": cada cosa en su sitio. Dice el Señor en el Evangelio (de la Misa: Mt 22, 15-21): «Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios».

Y es que en las realidades humanas no hay dogmas. Creer, lo que se dice creer, los cristianos tenemos que creer unas cuantas cosas: el Credo y poco más. 

La política, como el fútbol, o el mundo empresarial hay muchas formas de llevarlas a cabo; lo que hay que conseguir es que esas actividades no estén separadas de Dios. 

Que Dios esté presente en el mundo empresarial, en el mundo de la política o en el deporte depende, en gran medida, de los cristianos laicos que tienen que santificar esas realidades. 

Pero no se puede decir que haya remates de cabeza «cristianos» o saques de puerta propiamente «ateos», porque hay muchas formas en las que un seguidor de Cristo puede jugar al fútbol. Y todos los jugadores han sido creados por Dios. 

En el libro de Isaías se puede leer como el mismo Dios dice que un rey que no era judío había sido puesto por Él (cfr. Primera lectura de la Misa: Isaías 45, 1. 4-6). 

Ciro no era del pueblo elegido, y no hacía la política del rey de Israel. Porque el Dios del universo está por encima de esas decisiones humanas: verdaderamente Él gobierna a todos los pueblos (cfr. Salmo responsorial: 95). 

Por eso en la política puede haber tanta soluciones validas como personas, siempre que no se aparten de esa sana ecología que algunos llaman ley natural. 

De ahí que no puede haber un partido político que represente a los cristianos, porque en lo humano hay muchas opciones. 

Los cristianos no somos de carril único en estas materias. Cuando se ha intentado unir a Dios con un partido la cosa ha salido mal: Dios es de todos. «El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos» (Antífona de comunión). 

Pero puede haber decisiones que vayan en contra de la racionalidad, o del sentido común. 

Mucho ha hablado el Papa Benedicto XVI sobre los delitos contra la vida humana, porque eso no son ya decisiones políticas simplemente. Por eso dice san Pablo que los cristianos brillamos «como lumbreras del mundo» (Aleluya de la Misa), porque hay que manifestar el esplendor de la verdad, y el Papa lo hace. 

Siguiendo con el ejemplo de Dios y el fútbol, está claro: la Iglesia no hablará de fútbol, pero sí levantará su voz cuando en un estadio no se respete a los demás. Así damos a la UEFA lo que es de la UEFA y a Dios lo que es de Dios.

sábado, 10 de octubre de 2020

ALÉRGICOS AL ARROZ

 


El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo

El cielo puede compararse a una boda a la que estamos todos invitados (cf. Evangelio de la Misa: Mt 22,1-14). Es una boda especial. Si no vamos, le haríamos un feo muy grande al Señor: pues se casa su Hijo, que, además, es nuestro hermano mayor.

Por eso en las bodas que aparecen en las revistas del corazón, con frecuencia se habla del «gran ausente», de alguno de los hermanos que no va.

Pues la boda que ha organizado el Señor será una fiesta espectacular. Sólo pensar que la imaginación de Dios ha preparado un lugar especial para hacernos felices a nosotros, nos da idea de cómo será aquello.

Al Señor le hace una ilusión enorme que disfrutemos de lo mejor. Como a los padres la fiesta de Reyes de sus hijos pequeños. Es como si nos dijera ahora: «Tengo preparado el banquete (...). Venid a la boda».

Y ¿mo será el cielo? Algo intuimos al escuchar e imaginarnos las palabras del salmo: «…en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas () Me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa» (22: responsorial).

Con solo escuchar estas palabras te relajas, igual que con las fotos que se ponen en las pantallas de los ordenadores, con los viajes que uno quiere hacer.

Dan ganas de quedarse allí para siempre, de decirle al Señor: –queremos ir allí «por años sin término» (cfr. Sal 22).

Pero, además, no podemos imaginarnos del todo lo que será aquello porque, como dice San Pablo, Dios todo lo organiza «conforme a su esplendida riqueza» (Flp 4,19).

LISTA DE INVITADOS

En esta fiesta, en la que el Señor echa la casa por la ventana, habrá manjares de todo tipo y vinos de la mejor calidad. Están invitados todos los hombres de todos los tiempos (cfr. Is 25, 6-10ª: primera lectura de la Misa).

Es la mayor lista de invitados a bodas que haya existido jamás. Millones de personas están invitadas porque hay para todos. A Dios esto de la crisis no le afecta.

Me decía un amigo que, cuando se casó su hija, su mujer le llegó con una lista de la gente que pensaba invitar.

Contaba asombrado que, con los malos tiempos que corren, le dijo como si nada: –Mira, Antonio, sólo de personas importantes que es fundamental invitar me salen 296.

Luego hay otros que si no vienen tampoco pasa nada, pero sería feo no decirles nada

Y terminaba diciendo este amigo, todavía con el susto en el cuerpo: –Como comprenderás, no fueron todos, claro.

 Sin embargo, el Señor tiene para dar y regalar. Es rico, muy rico. Su felicidad está en dar. Le gustaría desprenderse de todo con tal de vernos disfrutar.

Por eso son muchos los invitados al cielo, pero, por desgracia, no todos quieren ir, porque no se fían de Dios.

El diablo introdujo en el mundo la sospecha, insinuando que Dios no quiere nuestra felicidad, que lo que quiere en realidad, es tener súbditos.

Pero esto es mentira. Lo que pasa es que, como el diablo odia a Dios, y contra Él no puede nada, la emprende contra nosotros porque ve que el Señor nos quiere mucho.

El demonio quiere vernos infelices por toda la eternidad para fastidiar a Dios.

El pecado es decirle a Dios que no queremos cuentas con Él, que se guarde su invitación.

DI–FRAC DE BODA

La condición para entrar en el banquete es llevar traje de boda (cf. ABC, sábado 1 de octubre de 2011, p. 64s: un vestido de novia para Cayetana).

Lo mismo que cuando uno va a una boda no va de cualquier manera, pues al cielo tampoco. No sirve cualquier ropa. Ir de boda exige un tipo de prenda. Si vas en vaqueros, aunque sean caros y de marca, das el cante.

El traje de que nos habla el Evangelio se hace fundamentalmente con los sacramentos y con la oración.

Dios, con su gracia, nos va haciendo cada vez mejores. Y, si nos dejamos, nos hace santos. Ese es el traje a la medida para entrar en el cielo.

Ahora le decimos al Señor:

Ilumina los ojos de nuestro corazón para que comprendamos la esperanza del Cielo (cf. Ef 1, 17-18: aleluya de la Misa).

Hace años celebré una boda en una conocida basílica de Granada, la de San Juan de Dios. Fui un poco antes para preparar la ceremonia.

La verdad es que llegué demasiado pronto. Era la segunda boda que oficiaba en mi vida y quería antes pisar el terreno.

Entré en el templo y, como era de esperar, todavía no había llegado casi nadie. Sólo estábamos el novio, con su traje impecable, sus padres y yo.

Las personas que en ese momento estaban en la iglesia era evidente que no iban a asistir a la ceremonia, por la ropa que llevaban.

Tampoco es que fueran muy mal, pero se veía que no llevaban traje de boda.

¡Qué diferencia con las que aparecieron minutos después! Los hombres con el clásico frac oscuro, todos erguidos y tiesos, parecían maniquís.

Y las mujeres, parecía que también iban disfrazadas, con unos sombreros increíbles con lazos enormes por todos lados.

Todo eran telas de colores intensos y vivos, parecía que las señoras estaban envueltas en papel regalo.

Viendo a los que iban a la boda y a los que no, se podría decir, al estilo de la Escritura: Por sus trajes los conoceréis....

Y es que, al cielo no se puede ir de cualquier manera. Hay que ir muy bien.

A LA PESCADERÍA VESTIDA DE NOVIA

A veces a la gente le puede extrañar que, alguien como tú, haga un rato de oración e intente ir a Misa a diario. Muy de moda no está. Queda raro. Lo raro de no ser raro, decía San Josemaría.

También es verdad que cuando ves a una chica vestida de novia por la calle, la cosa canta un poco.

Incluso a ti te puede parecer exagerado ir todos los días a Misa o hacer la oración. Y tienes cierta razón. Es verdad, si quitas la boda el cielo, no tiene sentido hacerse un traje de organza.

A veces puede costar un poco la oración diaria, la Misa o la confesión frecuente. Pero luego no es para tanto. Lo mismo que unos zapatos nuevos siempre duelen, con el tiempo te acostumbras.

Aquí, en la tierra, a veces nos pasa como a las señoras mayores que van a una boda, que están deseando llegar a casa para quitarse los zapatos y la faja.

A nosotros, hay días que nos puede costar más rezar. Incluso que no queramos hacerlo. Y en el cielo no ocurrirá nada de eso: allí no habrá nada postizo, y desde luego ninguna incomodidad.

AVISO A LOS INVITADOS

Te cuento un sucedido gracioso. En una boda me dijeron los novios que diera el aviso de que no les echasen arroz es una cosa vulgar. Que podía decir que eran los dos alérgicos.

La forma más gráfica de explicar la alegría de la Gloria es pensar en la felicidad de los enamorados.

Parece que van siempre con el «puntillo cogido»: todo les parece maravilloso, porque es maravilloso amar y ser amado.

Casi todas las películas y novelas tienen su historia de amor, porque es lo que alegra al corazón del hombre, igual que el vino.

Te leo lo que escribe un amigo: «Por favor, te esperamos en el cielo. Se nos haría dura una eternidad sin ti».

Por eso es necesario que vayamos preparando nuestro traje. Sin él, nuestra presencia en el banquete no pega, desentona.

A la Virgen que es la Reina del cielo y que tiene muy buen gustole pedimos que, sea nuestra modista para presentarnos ante Dios como a Él le agrada. Bueno y también como a nosotros nos gusta: sin que te tiren arroz. Pero si te lo tiran haz paella.

FORO DE HOMILÍAS

Homilías breves predicables organizadas por tiempo litúrgico, temas, etc.... Muchas se encuentran ampliadas en el Foro de Meditaciones