Nosotros hemos querido celebrar la entrada del año junto al Señor, a la puerta del Sagrario.
miércoles, 30 de diciembre de 2020
LA PUERTA DEL SOL
Nosotros hemos querido celebrar la entrada del año junto al Señor, a la puerta del Sagrario.
sábado, 26 de diciembre de 2020
COCIDO DE CIELO
Dios al encarnarse quiso formar parte de una familia. Dice el Evangelio (de la Misa de hoy). «Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor... Y cuando cumplieron lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret» (Lc 2,22-40).
EL HOGAR DE NAZARET
Aquella casa de Galilea, donde creció Jesús fue el cielo en la Tierra. Tendrían problemas económicos, pues eran pobres, y tuvieron que abandonar su país por cuestiones políticas... Externamente la familia de Jesús era una familia como la nuestra, pero en su vida puertas adentro algo especial ocurría. Algo maravilloso se guisaba en su cocina.
CONDIMENTOS PARA EL COCIDO
Misericordia, bondad, humildad, dulzura, comprensión: nos dice San Pablo que son los elementos indispensables para que funcione un hogar cristiano (cfr. Col 3,12-21).
En todas parte cuecen habas. En todas las familias hay problemas: unas veces por un motivo y otras veces por otro. Todos somos pecadores y damos la lata.
MISERICORDIA
Con un falso idealismo podemos pensar que los demás nos han fallado. No podemos asustarnos ante la enfermedades que hay en el alma de los demás: lo nuestro es curar. En el corazón debemos llevar la miseria de los demás. Como el Señor cargo con nuestros pecados.
BONDAD
Entrenarse en ser buenas personas. Responder al mal con el bien: tener la venganza de apedrear a la gente con avemarías.
HUMILDAD
Abajarse, como hizo el Señor. Que no nos importe que nos crucifiquen cada día en cosas pequeñas. Ya se darán cuenta de que les queremos.
DULZURA
Ser especialistas en decir las cosas con elegancia. La lengua hace daño, pero también hace mucho bien.
Y COMPRENSIÓN
Con el tiempo uno se da cuenta de que amar es comprender: ponerse en la piel, o en la camiseta de los demás.
CRECER
«El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría» (Lc 2,22-40). Es cierto que Jesús iba aprendiendo y llenándose de gracia. Pero también sus padres aprendían de Él. Lo que son las cosas: en una familia todos crecemos.
Acudamos confiadamente a la Virgen para conseguir que Ella ponga en nuestro corazón su misericordia: la forma de amar que le enseñó Jesús. Y nuestra familia tendrá siempre tocino de cielo.
miércoles, 23 de diciembre de 2020
DIÓ A LUZ (NAVIDAD)
«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1: primera lectura de la Misa de medianoche)
jueves, 17 de diciembre de 2020
CUERVOS MENSAJEROS
miércoles, 9 de diciembre de 2020
VIVA LA PEPA
Por eso no es extraño que San Pablo dijese a los primeros cristianos: «estad siempre alegres» (1 Ts 5,16-24: segunda lectura de la Misa).
Un amigo ha publicado un libro que se titula «Amar y ser feliz». Pero en realidad podría titularse también: «Amar es ser feliz». La persona que en su vida se «roza» con el Amor de Dios llegará a la felicidad.
Y esa persona que ha sido «untada con el Amor de Dios» «desborda» de alegría y trasmite la felicidad a los demás (cfr. Is 61, 1-2 a.10-11: Primera lectura de la Misa).
«Me alegro con mi Dios» repetimos hoy los cristianos (Is 61, 10B: Respuesta del Salmo).
A veces nos preguntamos si el Señor estará contento de nosotros, y es bueno hacerlo así. Pero también nos ayuda pensar si nosotros estamos contentos con Dios.
Una de las cosas que más dificulta la santidad es el espíritu de queja. Por eso los santos han dicho y escrito que «el que se queja no es buen cristiano».
Eso lo decía San Juan de la Cruz, que por ser hoy domingo no celebramos su fiesta. Pero nos acordamos de él por el buen ejemplo que nos dio. Sufrió mucho, pero con alegría.
«Estad siempre alegres» nos dice San Pablo, y esto es difícil. Pero también es verdad que nos da la solución: «Sed constantes en la oración».
Efectivamente, la oración es la mejor medicina contra la tristeza. La infalible «tableta OKAL» que anunciaban en televisión.
El Evangelio (de la Misa de hoy) nos cuenta que San Juan Bautista decía: «en medio de vosotros hay uno que no conocéis» (Jn 1, 26).
Tenía mucha razón y la sigue teniendo: cuando no estamos alegres, es porque no sabemos descubrir que el Señor está en medio de nosotros.
Porque la música del cristianismo es la alegría desbordante.
Por eso hemos de pedir: –Señor: que los malos sean buenos; y los buenos, simpáticos.
Porque los santos han sido personas que han estado contentísimas de Dios. Precisamente, la oración que se conserva de la Virgen es así: exultante, por lo bien que se portaba el Señor con Ella (cfr. Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54: Salmo responsorial).
La oración de María es como el desbordarse de felicidad de un niño cuando recibe los regalos de Reyes.
Todavía me acuerdo de la expresión de mi hermana pequeña la noche de un 6 de enero. Al verse rodeada de las cosas que había deseado, gritó: –¡Viva la Pepa!
jueves, 3 de diciembre de 2020
FRIKIS
El adviento tiene dos protagonistas importantes. El primero es un profeta. Y el segundo «es más que un profeta» (Lc 7,26).
miércoles, 25 de noviembre de 2020
LA PARADA DEL BUS
La palabra adviento significa «venida». Y la Iglesia quiere que durante este tiempo nos preparemos especialmente para la llegada del Señor.
Los cristianos de todos los tiempos han pedido: –Ven Señor, no tardes.
San Pablo escribió a los de Corinto que los cristianos aguardamos, esperamos, que el Señor regrese la segunda vez (Segunda lectura de la Misa:1 Cor 1, 3-9).
Se enteró de que algunos cristianos de esa ciudad no creían en la vida eterna. Por eso les escribe hablando de la Resurrección de Jesús, y de la nuestra, que tendrá lugar «el día del Señor».
En un ambiente tan superficial cabía el peligro de no pensar nada más que en lo que tenían entre manos. San Pablo les anima a levantar la vista, y que pensasen que el Señor vive, y volverá.
Desde luego no sabemos cuando vendrá Jesús y por eso tiene interés para nosotros seguir el consejo del Señor: «velad» (Evangelio de la Misa: Mc 13, 37).
Con ese concepto se resume nuestro modo de estar en este mundo. Por eso nuestra vida en la tierra se podría comparar a una parada de autobús. Todos estamos esperando alguna línea.
Sería como para preguntarle a la persona del al lado: –¿Tú qué número esperas?
La mayoría de la gente está en la parada esperando al 13, que es el que lleva al cementerio. Es una pena tener esa aspiración.
Los cristianos esperamos al que nos lleva al aeropuerto. Jesús que llega desde el Cielo.
Hace muchos siglos un profeta entusiasta decía: –«Ojalá rasgases el cielo y bajases» (cfr. Primera Lectura: Is 63, 19b)
Esto ocurrió hace más de dos mil años, en una pequeña localidad de Palestina. Ahora aguardamos la segunda llegada. Pero hay una diferencia.
Y es que a los santos le da un poco igual la fecha de esa segunda venida, porque no tienen curiosidad sino amor.
La primera llegada de Jesús no la vimos nosotros, y quizá tampoco la gloriosa nos tocará.
Es el corazón el que descubre, que no sólo hay dos venidas: hay llegadas diarias del Señor, y esas son las que tenemos que vigilar que no se nos escapen.
Sobre todo llega en la Santa Misa: allí se hace presente con su cuerpo. Y se queda en el sagrario. Nos puede ayudar a prepararnos para la Comunión decirle: –Ven, Señor.
Ir al Cielo esta es meta de nuestra vida. Pero si queremos subirnos al bus de Dios, que nos llevará a su Casa, necesitamos comprar el billete.
El billete nos lo va a regalar nuestro Padre del Cielo, con un poco de gracia. Nos lo regala en la oración, en la Misa, en la Confesión, y en otras de sus venidas frecuentes.
A mucha gente hay que preguntarle ahora que estamos en la parada:
–¿Tú esperas el mismo bus que yo?
Hemos de ayudarles a que levante su pensamiento al Cielo, como hizo San Pablo con los de Corinto.
El amor no tiene en cuenta «el que dirán». Por eso si queremos salir de la tibieza hemos de pedir: –Ven, Señor, a mis labios.
–¡Ven, Señor, Jesús, acompañado de tu madre!
jueves, 19 de noviembre de 2020
EL GRAN DIVORCIO
domingo, 8 de noviembre de 2020
El libro de los Proverbios alaba a una mujer que trabaja con profesionalidad: que actúa con previsión (Primera lectura: 31,10-13.19-20.30-31).
El Señor en el Evangelio habla de la fidelidad en lo poco, en lo cotidiano, en lo que podemos hacer, no en lo imaginario (cfr. Mt 25,14-30)
Si somos buenos en la vida diaria el Señor nos promete el Cielo. Por eso no hay esperar cosas extraordinarias, que nos apartarían de lo verdaderamente importante.
Algunos cristianos de Tesalónica, pensando que el Señor iba a volver pronto, descuidaban el día a día. Y San Pablo les dice que la llegada del Señor no se sabe cuando será (1Ts 5,14-30: Segunda lectura de la Misa).
Lo que sí se sabe es que hay que darle valor al presente. Porque «el ahora» es lo que nos une a la eternidad.
La Virgen no hizo milagros, pero fue fiel al echarle sal al arroz y darle de comer a las gallinas.
Ella, en la vida corriente, estaba unida a Dios. Su único miedo era que algo le separara del Señor: este es el verdadero temor de Dios, del que nos habla el salmo (127: Responsorial). María no cayó en el error de separar a Dios de la vida diaria
Cuando estudiaba en la universidad, un profesor preguntó a las chicas que estaban en clase sobre el significado del titulo de una revista, «Ama», que por entonces leían muchas españolas:
–«Ama», ¿viene de amar o de ama de casa?
No supieron responderle... Y da igual.
Por eso la Virgen, cuando estaba en los detalles, era el «ama». Y no es de extrañar que cuando el Señor inspiró el libro de los Proverbios, donde se habla de la mujer 10, pensara en su Madre.
sábado, 7 de noviembre de 2020
TEMPLOS DE DIOS
viernes, 30 de octubre de 2020
¿CUÁNTO TIEMPO TENEMOS?
La vida eterna se ha comparado muchas veces a un banquete.
lunes, 19 de octubre de 2020
LA PRINCESA PROMETIDA
martes, 13 de octubre de 2020
DIOS Y EL FUTBOL
sábado, 10 de octubre de 2020
ALÉRGICOS AL ARROZ
El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo
El cielo puede compararse a una boda a la que estamos todos invitados (cf. Evangelio de la Misa: Mt 22,1-14). Es una boda especial. Si no vamos, le haríamos un feo muy grande al Señor: pues se casa su Hijo, que, además, es nuestro hermano mayor.
Por eso en las bodas que aparecen en las revistas del corazón, con frecuencia se habla del «gran ausente», de alguno de los hermanos que no va.
Pues la boda que ha organizado el Señor será una fiesta espectacular. Sólo pensar que la imaginación de Dios ha preparado un lugar especial para hacernos felices a nosotros, nos da idea de cómo será aquello.
Al Señor le hace una ilusión enorme que disfrutemos de lo mejor. Como a los padres la fiesta de Reyes de sus hijos pequeños. Es como si nos dijera ahora: «Tengo preparado el banquete (...). Venid a la boda».
Y ¿cómo será el cielo? Algo intuimos al escuchar e imaginarnos las palabras del salmo: «…en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas (…) Me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa» (22: responsorial).
Con solo escuchar estas palabras te relajas, igual que con las fotos que se ponen en las pantallas de los ordenadores, con los viajes que uno quiere hacer.
Dan ganas de quedarse allí para siempre, de decirle al Señor: –queremos ir allí «por años sin término» (cfr. Sal 22).
Pero, además, no podemos imaginarnos del todo lo que será aquello porque, como dice San Pablo, Dios todo lo organiza «conforme a su esplendida riqueza» (Flp 4,19).
LISTA DE INVITADOS
En esta fiesta, en la que el Señor echa la casa por la ventana, habrá manjares de todo tipo y vinos de la mejor calidad. Están invitados todos los hombres de todos los tiempos (cfr. Is 25, 6-10ª: primera lectura de la Misa).
Es la mayor lista de invitados a bodas que haya existido jamás. Millones de personas están invitadas porque hay para todos. A Dios esto de la crisis no le afecta.
Me decía un amigo que, cuando se casó su hija, su mujer le llegó con una lista de la gente que pensaba invitar.
Contaba asombrado que, con los
malos tiempos que corren, le dijo como si nada: –Mira,
Antonio, sólo de personas
importantes que es fundamental invitar me salen 296.
Luego hay otros que si no vienen
tampoco pasa nada, pero sería feo no decirles nada…
Y terminaba diciendo este amigo, todavía con el susto en el cuerpo: –Como comprenderás, no fueron todos, claro.
Por eso son muchos los invitados al cielo, pero, por desgracia, no todos quieren ir, porque no se fían de Dios.
El diablo introdujo en el mundo
la sospecha, insinuando que Dios no quiere nuestra felicidad, que lo que quiere
en realidad, es tener súbditos.
Pero esto es mentira. Lo que pasa es que, como el diablo odia a Dios, y contra Él no puede nada, la emprende contra nosotros porque ve que el Señor nos quiere mucho.
El demonio quiere vernos
infelices por toda la eternidad para fastidiar a Dios.
El pecado es decirle a Dios que no queremos cuentas con Él, que se guarde su invitación.
DI–FRAC DE BODA
La condición para entrar en el banquete es llevar traje de boda (cf. ABC, sábado 1 de octubre de 2011, p. 64s: un vestido de novia para Cayetana).
Lo mismo que cuando uno va a una boda no va de cualquier manera, pues al cielo tampoco. No sirve cualquier ropa. Ir de boda exige un tipo de prenda. Si vas en vaqueros, aunque sean caros y de marca, das el cante.
El traje de que nos habla el Evangelio se hace fundamentalmente con los sacramentos y con la oración.
Dios, con su gracia, nos va
haciendo cada vez mejores. Y, si nos dejamos, nos hace santos. Ese es el traje
a la medida para entrar en el cielo.
Ahora le decimos al Señor:
–Ilumina los ojos de nuestro corazón para que comprendamos la
esperanza del Cielo (cf. Ef 1, 17-18: aleluya de la Misa).
Hace años celebré una boda en una conocida basílica de Granada, la de San Juan de Dios. Fui un poco antes para
preparar la ceremonia.
La verdad es que llegué demasiado pronto. Era la segunda boda que oficiaba en mi vida y quería antes pisar el terreno.
Entré en el templo y, como era de
esperar, todavía no había llegado casi nadie. Sólo estábamos el novio, con su traje impecable, sus padres y
yo.
Las personas que en ese momento estaban en la iglesia era evidente que no iban a asistir a la ceremonia, por la ropa que llevaban.
Tampoco es que fueran muy mal, pero se veía que no llevaban traje de boda.
¡Qué diferencia con las que aparecieron minutos después! Los hombres con el clásico frac oscuro, todos erguidos y tiesos, parecían maniquís.
Y las mujeres, parecía que también iban disfrazadas, con unos sombreros increíbles con lazos enormes por todos lados.
Todo eran telas de colores intensos y vivos, parecía que las señoras estaban envueltas en papel regalo.
Viendo a los que iban a la boda y
a los que no, se podría decir, al estilo de la Escritura: Por sus trajes
los conoceréis....
Y es que, al cielo no se puede ir de cualquier manera. Hay que ir muy bien.
A LA PESCADERÍA VESTIDA DE NOVIA
A veces a la gente le puede extrañar que, alguien como tú, haga un rato de oración e intente ir a Misa a diario. Muy de moda no está. Queda raro. Lo raro de no ser raro, decía San Josemaría.
También es verdad que cuando ves a una chica vestida de novia por la calle, la cosa canta un poco.
Incluso a ti te puede parecer
exagerado ir todos los días a Misa o hacer la oración. Y tienes cierta razón. Es verdad, si quitas la boda –el cielo–, no tiene sentido hacerse un traje de organza.
A veces puede costar un poco la oración diaria, la Misa o la confesión frecuente. Pero luego no es para tanto. Lo mismo que unos zapatos nuevos siempre duelen, con el tiempo te acostumbras.
Aquí, en la tierra, a veces nos pasa como a las señoras mayores que van a una boda, que están deseando llegar a casa para quitarse los zapatos y la faja.
A nosotros, hay días que nos puede costar más rezar. Incluso que no queramos hacerlo. Y en el cielo no ocurrirá nada de eso: allí no habrá nada postizo, y desde luego ninguna incomodidad.
AVISO A LOS INVITADOS
Te cuento un sucedido gracioso. En una boda me dijeron los novios que diera el aviso de que no les echasen arroz –es una cosa vulgar–. Que podía decir que eran los dos alérgicos.
La forma más gráfica de explicar la alegría de la Gloria es pensar en la felicidad de los enamorados.
Parece que van siempre con el «puntillo
cogido»: todo les parece
maravilloso, porque es maravilloso amar y ser amado.
Casi todas las películas y novelas tienen su historia de amor, porque es lo que alegra al corazón del hombre, igual que el vino.
Te leo lo que escribe un amigo: «Por favor, te esperamos en el cielo. Se nos haría dura una eternidad sin ti».
Por eso es necesario que vayamos preparando nuestro traje. Sin él, nuestra presencia en el banquete no pega, desentona.
A la Virgen –que es la Reina del cielo y que tiene muy buen gusto– le pedimos que, sea nuestra modista para presentarnos ante Dios como a
Él le agrada. Bueno y también como a nosotros nos gusta: sin
que te tiren arroz. Pero si te lo tiran haz paella.