lunes, 24 de diciembre de 2018

CARIDAD, CASTIDAD, HUMILDAD

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Para el cristiano la castidad es una escuela de donación: dominio de sí para darse a Dios y a los demás. La castidad está enfocada como protección de la Caridad, pues nos ayuda a amar bien.

Y también nos ayuda a amar más porque hace que nuestro horizonte se dilate.

No puede sofocar nuestra afectividad porque nos haría envarados, gente rara, poco humanos. Y Dios no quiere estatuas de piedra.

Como le fue dicho a Ezequiel: Arrancaré de su cuerpo un corazón de piedra y le daré un corazón de carne (1119). Pues, podemos decir en nuestra oración: –Quítame mi corazón de piedra y dame un corazón de carne.

Desde luego, el Señor quiere que la lucha nos haga crecer en humildad y dependencia de Él, aún con riesgo de ofenderle.

Al entrar en la atmósfera de los afectos, hay como una concatenación que se sucede: de pensamientos, emociones, deseos, actos.

A los pensamientos es fácil llegar por las imágenes; y a las imágenes por los sentidos externos, sobre todo por la vista. Y cuando uno “olfatea”, como un sabueso, todo lo que le rodea, dejando que los ojos anden sueltos, no es extraño que los sentidos estén muy despiertos, pero el alma dormida. Y eso dificulta la intimidad con Dios.

A lo mejor no se trata de ofensas graves, pero dificultan la intimidad.

Hemos dicho que a los pensamientos suceden las emociones. Rechazarlos antes de darnos cuenta y no dejar que surja la pasión: pues con la pasión es difícil controlar la voluntad.

Con la pasión llega una cierta ceguera. Hay como una incapacidad de razonar: ya no oímos a la inteligencia que dice: esto no está bien.

Sin embargo lo más peligroso es un clima interior de sensualidad. Que se crea con pinceladas, pequeñas concesiones, e incluso pecados veniales, que dan como un sabor sensual a nuestra vida y, que sabemos, nos llevan a la tibieza de la caridad.

San Josemaría, al referirse a los enemigos del hombre, dice que son unos aventureros que intentan robarnos lo más grande. Le roban a Dios el Amor que Dios ha depositado en nosotros, lo roban para vendérselo a una criatura. Con tal de que no sea de Dios, todo vale (cfr. Camino, 708).

San Mateo, al hablar de estos tiempos, cita unas palabras de nuestro Señor: al desbordarse la iniquidad, se enfriará el amor de muchos.

Pero también es cierto que en tiempos difíciles siempre han sido unos pocos los que han dado la luz al mundo. Y para eso nos ha elegido el Señor, somos portadores de un fuego sagrado. O si se quiere, somos portadores de un anillo que el Señor de las Tinieblas desea poseer.

No es un problema solo de la actualidad, el diablo sabe que somos criaturas espirituales pero unidos a la materia, y nos tienta por el instinto básico, porque es quizá la pasión más fuerte, como lo testimonia la experiencia y los ataques del enemigo.

Para vencer en nuestra lucha. Se me ocurre que como la castidad es un regalo de Dios, convendría que se la pidiésemos a Él. He conocido a un santo que lo hacía después de la consagración de la Misa (cfr Javier Echevarría, Memoria del Beato Josemaría, Madrid 2002, p. 229).

Nuestro Señor busca humildad, porque es la tierra donde crece el amor. Y por eso suele castigar la oculta soberbia, el orgullo escondido, con lujuria manifiesta, con faltas de “castidad” que son patentes.

Acudamos a san José y a la Santísima Virgen para que nos concedan “esa” humildad de la carne.

sábado, 15 de diciembre de 2018

LLAMARLE AMOR AL SEXO


Como escribió san Juan: Dios es amor. Los cristianos podemos decir que hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene (1Jn 4, 16). Así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida: nosotros hemos elegido el Amor de Dios.

También los ángeles decidieron libremente. Y ahora nos toca a nosotros tomar partido. Pero al ser hombres, nuestra decisión se hace realidad en el tiempo.

En la vida realizamos una opción fundamental, que no es solo fruto de un momento, sino que se va haciendo realidad cada día, y que se concreta en una entrega del alma y también del cuerpo.

Por eso, nuestra decisión en el terreno de la materia, no solo puede consistir en cumplir el “sexo” mandamiento. Aunque haya gente focalizada mentalmente en ese monotema, y no sepan hablar más que de “eso”. Y llenen de contenido sensual las redes sociales, porque saben que el instinto básico y sus más de 50 sombras dan dinero.

Nuestra respuesta no puede concretarse en el “no”. Es mucho más, una respuesta “afirmativa” a la elección que el Señor nos ha hecho, y nos sigue haciendo: nuestra meta es responder al Amor.

Somos rebeldes, personas que no quieren que la carne se convierta en “carroña”. Nos oponemos a que una parte de nuestro ser sea utilizada en contra de nuestra persona. Nada ni nadie puede tratarnos como objeto de mercado. Porque lo más sagrado que tenemos, el “fuego de los dioses”, el Amor, es lo que el enemigo intenta robarnos.

Pero los hombres no podemos amar solamente con el espíritu, sino que necesitamos la complementariedad del cuerpo. Y también es cierto que el hombre que ama de verdad, no solo ama con su cuerpo, sino sobre todo con el espíritu. 

Por el contrario, el demonio intenta enarbolar la bandera del amor, porque eso vende. Y además sabe de amor porque está enamorado, pero de sí mismo.

El engaño de Satán, consiste en que confundamos el amor con el sexo, porque él sabe que esa parte de nuestro ser material, estaba pensada por el Creador para estar unida al espíritu.

Por eso, es fácil hacer creer al hombre, que la satisfacción que da la complementariedad proviene solo del sexo. Y como en toda tentación, el demonio quiere debilitar el alma, haciendo que busquemos el sexo antes que el amor. 

domingo, 9 de diciembre de 2018

LOS QUE LUCHAMOS EN MEDIO DEL MUNDO



Jesús al encarnarse, le dio un valor divino a lo humano. Santificar lo corriente significaría tener la mente en el cielo y los pies en la tierra. Por eso para los que estamos llamados a lo ordinario, nuestro ideal es aunar el trabajo de Marta con el espíritu de María. 

Es conocido que san Josemaría –al que la Iglesia ha definido como “el santo de lo ordinario”– cuidaba con esmero todo lo referente a la liturgia. Repasaba las normas que la autoridad de la Iglesia daba, para vivirlas con exquisita delicadeza. Por eso, cuando alguien quería hacerle algún regalo, si lo conocía de cerca, era fácil acertar: le encantaba todo lo que pudiera servir para agradecerle al Señor, que se hubiera quedado en la Eucaristía. Como aquella mujer que obsequió al Señor un frasco de perfume.

Quien conozca la vida de san Josemaría, sabrá de su atención a los pobres y a los enfermos, y de las iniciativas, que llevó a cabo por todo el mundo, en favor de los más necesitados, como recordó Juan Pablo II el día de su Beatificación. Todo lo hacía con el mismo espíritu de María, la hermana pequeña del amigo del Señor, pues lo que pretendía este santo moderno, era ser contemplativo, igual que aquella chica de hace más de veinte siglos.

Y cuando alguien le preguntó, en cierta ocasión, qué oratorio de los que había proyectado en Roma le ayudaba más a rezar, rápidamente dijo: –¡La calle! (Pilar Urbano, El hombre de Villa Tevere, Barcelona 1995, p.186).

Es que él era un “contemplativo itinerante”. Había recibido de Dios esa llamada: proclamar que todos los caminos de la tierra –si son honestos– pueden conducirnos a la amistad con el Señor. Por eso, ningún trabajo puede ser considerado de poca categoría, porque el Hijo de Dios, al encarnarse, ha transformado todo lo humano en divino. 

sábado, 1 de diciembre de 2018

LA PALABRA DE DIOS QUE ALIMENTA AL HOMBRE


La palabra de Dios, la Eucaristía y la fe tienen mucha relación. La Iglesia habla del alimento de la Palabra y del alimento de la Eucaristía como de las dos mesas que se celebran en el Sacrificio del Altar, que llamamos Santa Misa.

Con la primera tentación el demonio quiere que Jesús fije su mirada en primer lugar en las cosas de la tierra; y que utilice todo su poder para alcanzarlas.

Pero la fe nos indica que no solo las cosas materiales tienen importancia, también hay realidades que no se ven; también esas proceden de Dios: No solo de pan vive el hombre.

Ya lo hemos dicho, al demonio le interesa debilitar nuestra visión sobrenatural, por eso va a por la fe, porque las heridas contra la fe son profundas ya que destruyen la raíz. Aunque pudiera haber algún fruto, perdida la fe, el alma se secará tarde o temprano por falta de savia.

Y precisamente el alimento de nuestra alma es la fe en Dios, la confianza en Cristo, que se ha hecho Pan, para alimentarnos espiritualmente.

La respuesta de Jesús en las tentaciones, se completa con otros pasajes de la vida del Señor relacionados con el pan. Uno es el de la multiplicación de ese alimento para saciar el hambre de los miles de personas que le habían seguido: ¿por qué hace ese milagro si anteriormente había rechazado ese hecho como una tentación?

Indudablemente, habían cambiado las circunstancias. El milagro no se hacía en beneficio de Jesús, sino de esas personas que dejaron todo para escuchar la palabra de Dios.

Ya se ve que Jesús no es ajeno a las necesidades materiales de los hombres, pero las sitúa en el contexto adecuado y les concede la prioridad que se les debe dar.

FORO DE HOMILÍAS

Homilías breves predicables organizadas por tiempo litúrgico, temas, etc.... Muchas se encuentran ampliadas en el Foro de Meditaciones