lunes, 10 de septiembre de 2007

XXIV DOMINGO CICLO C

EL PADRE PRÓDIGO

Hay personas que al pensar en Dios les viene tenor. La grandeza y la justicia de Dios les lleva a tenerle miedo.

Sin embargo en lo que Dios manifiesta más su poder es en la misericordia. Dios se ha hecho hombre, tiene corazón de hombre, y es misericordioso.

Jesús en su paso por la tierra nunca se vengo de nadie, no hay porque tenerle miedo a Dios, pues su corazón es misericordioso.

Es un Dios que perdona siempre, si estamos arrepentidos. Por eso le decimos en el Salmo: «Limpia mi pecado» (1).

También leemos, esta vez en la Primera lectura (2) cómo Moisés intercede por el pueblo, que muy pronto ha olvidado de la Alianza con Dios.

Pero Moisés no trata de excusar el pecado del pueblo, sino que apoya su oración en la misericordia de Dios.

El mismo San Pablo nos habla en la Segunda lectura (3) de su propia experiencia: «Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero».

Y en el Evangelio de la Misa (4) San Lucas recoge las parábolas de la misericordia divina.

El personaje central de estas parábolas es Dios mismo, que pone todos los medios para recuperar a sus hijos maltrechos por el pecado.

Dios es el pastor que sale tras la oveja perdida hasta que la encuentra, y luego la carga sobre sus hombros.

Dios es la mujer que ha perdido una moneda y enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta que la halla.

Dios es el padre que, movido por la impaciencia del amor, sale todos los días a esperar a su hijo descarriado.



Así es Dios, un Padre pródigo en Amor.


(1) Salmo responsorial. Sal 50, 3; 4; 12; 19.- (2) Ex 32, 7-11; 13-14.- (3) 1 Tim 1, 15-16.- (4) Lc 15, 1-32.-

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