jueves, 27 de diciembre de 2007

Sagrada Familia

El Señor quiso pasar los primeros treinta años de su vida en una familia como la nuestra.

Así empezó la redención: santificando una realidad que nos es muy cercana, porque todos pertenecemos a una familia.

El ambiente familiar en el que vivió Jesús estaba compuesto de detalles muy pequeños.

No se produjeron grandes milagros en aquellos primeros años.

De hecho, San Juan nos dice que el primer milagro que hizo Jesús fue convertir el agua en vino en las bodas de Caná.

Hasta entonces, la vida del Señor, siendo ya redentora, estuvo compuesta de la prosa de cada día, de la realidad familiar cotidiana.

Lo que pasa es que aquella familia era extraordinaria, porque extraordinarios eran sus miembros.

José era el cabeza de la familia. Es el que la sacaba adelante desde el punto de vista humano.

Es quien educa a Jesús de manera que el Niño crezca en sabiduría ante los hombres.

De él aprendió el Señor el trabajo bien hecho, acabado hasta el último detalle, lleno de sacrificio, en servicio de los demás.

María enseña a Jesús todo lo relacionado con la vida doméstica, que más adelante saldrá en mucho ejemplos de la predicación del Maestro.

Como se ve, nada hay de extraordinario, aparentemente.

Pero no podemos olvidar esta enseñanza fundamental: María santifica lo más menudo, lo que muchos consideran erróneamente como intrascendente y sin valor: el trabajo de cada día, los detalles de atención hacia las personas queridas, las conversaciones y las visitas con motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita normalidad, que puede estar llena de tanto amor a Dios! (2).

Así tienen que ser nuestras familias: sin nada aparentemente extraordinario, pero con un continuo desvelo de unos por otros.

La fiesta de hoy nos invita a que hagamos una revisión a fondo sobre nuestra vida familiar.

Y seguro que, si somos sinceros con nosotros mismos, encontraremos muchas manifestaciones de generosidad que podemos cuidar mejor.

Y nos daremos cuenta de que podemos sacrificarnos más por los demás, cediendo en detalles concretos y contrariando nuestros gustos para hacer felices a nuestros familiares.

Por eso, en la fiesta de la Sagrada Familia, encomendamos nuestras familias a la protección de Jesús, María y José.

Les pedimos para ellas que las guarden en la tierra y que lleven a cada uno de nuestros familiares a gozar de su compañía eterna en el Cielo.

Y pedimos también a la trinidad de la tierra que protejan a la institución familiar, tan atacada por leyes injustas.

Porque si se cuida a la familia, también desde el punto de vista institucional, se está asegurando la promoción de una sociedad más justa.
Guillermo González-Villalobos

jueves, 20 de diciembre de 2007

Nochebuena

Ésta es noche santa, en la que la Virgen dio a luz a la Luz, y la Segunda Persona de la Santísima Trinidad empezó su existencia terrena como todos los niños, llorando. Vino para morir, nosotros nacemos y morimos, pero Jesús vino para morir por nosotros.

Yo quisiera que en esta Nochebuena nos trasladásemos a Belén con la imaginación. No sólo para presenciar aquellos acontecimientos sino para vivirlos. Así han hecho siempre los santos.
Si nosotros pudiésemos trasladarnos al pasado gracias a una máquina del tiempo, ¿qué veríamos?

Veríamos quizá a los habitantes de Belén, celebrando que mucha gente había venido de fuera a “lo del empadronamiento”.

No había sitio.

Todos, ellos y ellas... ninguno conoció que, el que esperaban desde hacía siglos, estaba llamando a su puerta.

Y ahora, regresemos al presente: volvamos a nuestro tiempo.

Estas fiestas tan cristianas, por desgracia, son para muchos, fiestas paganas y, para otros, fiestas para sentirse tiernos y bondadosos, pero no hay sitio para Dios.

Jesús que pasa, que quiere nacer –otra vez- en nuestros corazones, y se le dice que no hay sitio; se le da de lado, se le arrincona, se le pone en el peor lugar.

Vino a los suyos y los suyos no le recibieron.

Hoy se repite la escena de Belén. Los hombres no acabamos de aprender: le echamos a patadas por el pecado.

¿Qué podemos hacer nosotros para que el Señor, el Emmanuel, Dios con nosotros, se encuentre a gusto?

Vamos a limpiar nuestra alma, a adecentarla mediante el sacramento de la Penitencia.

Se quedó para ti. No es reverencia dejar de comulgar, si estás bien dispuesto.
-Irreverencia es sólo recibirlo indignamente.
Amor con amor se paga. Que, cuando recibamos al Señor le tratemos bien. Éste puede ser un propósito para toda nuestra vida.

Que en esta noche santa, en esta Nochebuena hagamos este propósito: tratarle como quizá otros no le tratan: con delicadeza, con cariño, sin prisas.

Ahora en preparación para la comunión le podemos decir: Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.

ESTRELLA DEL MAR

El espíritu del Adviento consiste en vivir cerca de la Virgen, en este tiempo en el que Ella llevaba en su seno a Jesús (1).

Nuestra vida es también un adviento, una espera del momento definitivo en el que nos encontraremos con el Señor para siempre.

Sabemos que este adviento de la vida tenemos que vivirlo junto a la Virgen, porque también es nuestra Madre, y nos lleva en su interior, para darnos a luz en la eternidad.

Y ahora al preparar la Navidad, tan cercana, nada mejor que dejarnos llevar por la Virgen, tratándola con más cariño.

A través del rezo del Rosario, nuestra Madre fomenta en el alma la paz, porque su conversación nos lleva a Cristo.

Faltan pocos horas para que veamos en el Belén a Nuestro Señor, «a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen cuidó con inefable amor de Madre» (2).

Esperamos que un día nos conceda la eterna felicidad y, ya ahora, el perdón de los pecados y la alegría.

El cariño a la Virgen es la mejor manera de alcanzar la felicidad eterna y la de esta tierra. Tantas veces Ella nos ha llevado a la Confesión, que es el Sacramento de la alegría.

Pidámosle que sepamos esperar llenos de fe, a su Hijo Jesucristo, el Mesías anunciado por los Profetas.

Se compara los peligros de nuestra vida con las tempestades que sufren los marineros.

«Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino» le decimos con el Papa (3).

(1) Cfr. FERNÁNDEZ CARBAJAL, Hablar con Dios, Adviento, IV Domingo. (3) Prefacio II de Adviento (3) Spe Salvi, 50.

jueves, 13 de diciembre de 2007

LA ALEGRIA DEL ADVIENTO

«Estad siempre alegres en el Señor; de nuevo os lo repito, alegraos» (1). No dice San Pablo. Y a continuación da la razón fundamental de esta alegría: «el Señor está cerca».

«Alégrate, llena de gracia, porque el Señor está contigo» (2), le dice el Angel a María. Es la proximidad de Dios la causa de la alegría en la Virgen.

Y el Bautista, no nacido aún, manifestará su gozo en el vientre de Isabel ante la cercanía del Mesías (3).

Y a los pastores les dirá el Ángel: «No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador...» (4). La alegría es tener a Jesús, la tristeza es perderle.

Nosotros estamos alegres cuando el Señor está verdaderamente presente en nuestra vida. Alejados de Dios no hay alegría verdadera. No puede haberla.

El fundamento de nuestra alegría debe ser firme. No se puede apoyar exclusivamente en cosas pasajeras: noticias agradables, salud, tranquilidad... El Señor nos pide estar alegres siempre. Sólo Él es capaz de sostenerlo todo en nuestra vida.

En muchas ocasiones será necesario que nos dirijamos a Él en el Sagrario; y que abramos nuestra alma en la Confesión. Allí encontraremos la fuente de la alegría

La tristeza nace del egoísmo. Quien anda excesivamente preocupado de sí mismo difícilmente encontrará el gozo de la apertura hacia Dios y hacia los demás.

La Virgen llegó a Belén, cansada, y no encontró lugar digno donde naciera su Hijo; pero esos problemas no le hicieron perder la alegría de que Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros.


(1) Flp 4, 4.- (2) Lc 1, 28.- (3) Lc 2, 4.- (4) Lc 2, 10-11.- Cfr. FERNÁNDEZ CARBAJAL, Hablar con Dios, Adviento, III Domingo.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

INMACULADA CONCEPCIÓN

A lo largo de la historia, Dios prepara a hombres y mujeres concretos para cumplir las misiones más grandiosas.

Les da las gracias necesarias para sacar adelante la tarea a la que les llama.

Así lo ha hecho con Aquella que tenía por delante el encargo más excelso que Dios puede confiar a una criatura: ser su madre.

A esta misión se le unió la de ayudar a su Hijo a salvarnos del pecado original: María tenía que ser corredentora.

Por eso, desde toda la eternidad, Dios preparó a su Madre concediéndole la mayor grandeza posible.

Y por eso la Iglesia le hace exclamar:

Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios; porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas.

Dios le ha adornado con todas las virtudes que la hacen amable a su vista y a la nuestra.

Y, entre todos los privilegios que la adornan, destaca el que celebramos hoy.

Haberla preservado del pecado original desde el mismo momento de su concepción.

Ella es la mujer, del linaje de Eva, a quien Dios estableció como enemiga del demonio: Ella te aplastará la cabeza.

Ella es la nueva Eva, madre de todos los creyentes, madre de la Iglesia.

Por eso, en Ella hemos fijado nuestra mirada en los últimos nueve días: por ser madre y modelo de los que se quieren parecer a Cristo.

Y hemos aprendido de todas sus virtudes pero, sobre todo, de su entrega al cumplimiento de la voluntad de Dios haciéndose esclava del Señor.

Y a Ella, toda limpia, acudimos para que nos conceda del Señor la gracia de aborrecer nuestros pecados.

De su mano volveremos a Jesús las veces que nos separemos de Él.

Y le pedimos que ruegue por nosotros a su Hijo para que seamos capaces de darle a Dios, sin reservas, como Ella nuestra vida entera.
Guillermo Gónzalez-Villalobos

martes, 4 de diciembre de 2007

PREPARAR EL CAMINO

Mira al Señor que viene (1). Estamos en Adviento, en la espera. Y la Iglesia propone a nuestra meditación la figura de Juan el Bautista (2).

La vida de Juan tuvo una misión: su vocación tendrá como fin prepararle a Jesús un pueblo capaz de recibirle.

Y para eso Juan no hará su labor buscando una realización personal. Sino que hará eficazmente su cometido.

Sus mejores discípulos serán los que sigan, por indicación suya, al Maestro en el comienzo de su vida pública.

Cada hombre tiene una vocación dada por Dios, y de su cumplimiento dependen cosas importantes.

Mira al Señor que viene... Juan sabe que Dios prepara algo muy grande, y que él debe ser instrumento. Nosotros ahora sabemos más de lo que el Bautista sabía.

Nosotros conocemos a Cristo y a su Iglesia, tenemos los sacramentos, la doctrina perfectamente señalada...

Sabemos que el mundo necesita de Cristo Es misión nuestra señalar a otros el camino. «Hemos de conducirnos de tal manera, que los demás puedan decir, al vernos: éste es cristiano, porque no odia, porque sabe comprender, porque no es fanático, porque está por encima de los instintos, porque es sacrificado, porque manifiesta sentimientos de paz, porque ama» (3).

Con el ejemplo y con la oración debemos llegar incluso hasta aquellos con quienes no tenemos ocasión de hablar.

La Reina de los Apóstoles aumentará nuestra ilusión y esfuerzo por acercar almas a su Hijo, con la seguridad de que ningún esfuerzo es vano ante Él (4).

(1) Antífona de entrada de la Misa, cfr. Is 30, 19-30.- (2) Evangelio de la Misa: Mt 3, 1-12.- (3) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 122. (2) Cfr. dia correspondiente en F. FERNÁNDEZ CARVAJAL, Hablar con Dios.

FORO DE HOMILÍAS

Homilías breves predicables organizadas por tiempo litúrgico, temas, etc.... Muchas se encuentran ampliadas en el Foro de Meditaciones