martes, 17 de diciembre de 2019

LA DECISIÓN





La vida consiste en tomar decisiones

Ya desde niños vamos ya tomando decisiones: comernos la verdura, levantarnos puntualmente, poner la mesa... ir a ver a la abuela aunque no nos dé dinero. Decisiones pequeñas pero que van haciéndonos por dentro de una forma o de otra.

Desde luego el que se equivoca en el matrimonio, a la hora de elegir el compañero para toda la vida, falla en un asunto transcendente. El que yerra en el casar, ya no tiene en qué errar, dice el refrán, porque si se ha equivocado en esto, lo demás ya no importa demasiado.

Y a lo largo de nuestra vida hemos tomando muchas decisiones: cuando son correctas tienen la cualidad de aumentarnos la felicidad. Acertar en la profesión, en el matrimonio es importante. Pero son las buenas decisiones en lo pequeño las que se convertirán en hábitos positivos para acertar también en las importantes.

Nuestras decisiones nos cambian: uno se hace así mismo según las que va tomando, y la intimidad con Dios nos facilita acertar en las correctas. En el Antiguo Testamento a las personas que tenían amistad con el Señor –y Él las orientaba– se les llamaba "justos". Sus decisiones, al ser tomadas en la presencia de Dios, eran acertadas, y conseguían mejorarlos, llevar una vida buena, hacerlos felices.

El Papa Francisco (cfr. VIS 7 mayo 2014) ha hablado sobre el don de consejo con el Espíritu Santo nos capacita para tomar decisiones concretas siguiendo la lógica de Dios.

El Espíritu nos ayuda a no caer en el egoísmo ni en nuestra forma de ver las cosas. ''La condición esencial para conservar este don es la oración'' ha dicho Francisco, explicando que todos podemos rezar las oraciones que hemos aprendido de pequeños, pero también dirigirnos a Dios con nuestras palabras: ''Señor, ayúdame, aconséjame: ¿Qué tengo que hacer ahora?"

''En la intimidad con Dios y escuchando su palabra, dejamos de lado, poco a poco, nuestra lógica personal..." Y en nosotros madura una sintonía con el Señor que nos lleva, a preguntarnos cual es su voluntad. Es Dios el que nos aconseja, pero nosotros tenemos que dejarle espacio para que lo haga. Dar espacio y rezar para que nos ayude siempre''.

El Papa cita el Salmo 16 que dice: "Yahvé me aconseja; aún de noche me instruye interiormente".

La decisión de San José

José en su vida tomó decisiones importantes. San Mateo nos cuenta los primeros momentos de la vida de Jesús desde el punto de vista de san José.

Dicen que las cosas que de verdad nos preocupan son las que están en el ámbito de nuestra influencia. Nos afecta más la boda de una hermana que la situación política internacional. Aunque esto último tenga más transcendencia, a muy pocos le quita el sueño si están alejados del conflicto. Nadie en España pregunta en el desayuno: –Papá, ¿que te parece que hagamos con lo de Ucrania?

En el caso de José estos acontecimientos le afectaron muchísimo pues se trataba de su propia boda. Además había un asunto de más trascendencia, que tenía que ver con  Dios, con su país, con su familia, y sobre todo con él mismo.

Los preparativos de una boda suelen ser bastante laboriosos y largos. Preparar la casa y la celebración, teniendo pocos recursos, requiere tiempo. Mateo nos dice en primer lugar que María era prometida de José. Según el derecho judío –entonces vigente– María podía ser llamada ya la mujer de José, aunque aún no se había producido el acto de recibirla en casa, que iniciaba la vida matrimonial.

Como dice Benedicto XVI, José ha de suponer que María había roto el compromiso y –según la ley– debe abandonarla. Pero podía elegir entre hacerlo públicamente o de forma privada: puede llevar a María ante un tribunal o entregarle una carta privada de repudio. José escoge el segundo procedimiento para no «denunciarla» (Mt 1,19). En esa decisión, san Mateo ve un signo de que José era un «hombre justo» (cfr. Jesús de Nazaret, p. )

Un hombre justo

Que a José se le llame "justo" (zaddik) no es solo por la decisión que tomó en un momento. Pues como ocurre también con otras grandes figuras de la Antigua Alianza a las que se da ese título se le llama así por el conjunto de una vida.

Después de lo que José había descubierto, trató de interpretar y aplicar la ley de modo "justo". Él lo hizo con amor, por eso no quiso exponer públicamente a María a la vergüenza pública. La amaba incluso en el momento de la gran desilusión. Porque José busca la forma de unir la ley y el amor.

Está claro que ante un asunto imprevisto y que nos parece humillante la solución es consultar a Dios, para que nuestras decisiones no puedan volvernos malos. Para entender necesitamos la fe. Los santos se fiaban del Señor pues los mayores regalos nos los envía envueltos en papel cruz. Porque ya sabemos como termina esta historia.

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–Primera lectura:
Mirad: la virgen está en cinta.
Is 7, 10-14

–Segunda lectura:
Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios.
Rom 1, 18-24

–Evangelio:
Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David.
Mt 1, 18-24

viernes, 13 de diciembre de 2019

EL DESCONCIERTO DE UN SANTO



El nuevo Elías

El Señor dijo que Juan el Bautista era el nuevo Elías. También Juan, lo mismo que el otro Elías, pensaba que el pueblo de Israel tenía una gran importancia.

Fue enviado para predicar la conversión de ese pueblo, diciendo que el Reino de Dios estaba cerca.

La misión de Juan el Bautista tuvo un clamoroso éxito mediático. Miles de personas le siguieron al desierto.

Pero se equivocó al creer que ese Reino iba a ser el triunfo visible de los judíos sobre todos sus enemigos.

Él pensaba que para la conversión de la nación judía era de suma importancia que el cambio se produjera también en los gobernantes, porque eran los más influyentes políticamente hablando. Para eso, era muy importante que el rey Herodes se convirtiera.

Precisamente quien tenía trabajar en su conversión era él, Juan el Bautista, aclamado por todo el mundo como profeta, y por eso tenía una autoridad moral fuera de lo común. Lo intentó. La realidad es que Juan el Bautista acabó encerrado en un calabozo.

Dios quería otra cosa

No es extraño que Juan se desconcertara, y que mandase preguntar al a Jesús qué significaba todo lo que estaba ocurriendo.

Entonces a través de sus discípulos le envía el siguiente mensaje: –«¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?» (Mt 11,3).

Lo mismo tenemos que hacer nosotros cuando nos desconcertamos: ir al Señor y preguntarle en la oración.

Y al pueblo judío, que el Bautista pensaba que triunfaría en el mundo, le ocurrió que lo invadieron sus enemigos. Cuarenta años después, vino Vespasiano, gobernador de Siria, y los arrasó.

Lo mismo que ocurrió en la época de Elías, en que también el pueblo de Israel fue conquistado por la autoridad siria.

Pero, aunque lo que pensaba Juan el Bautista fracasó, Dios preparaba entre el pueblo de Israel un pequeño grupo fiel, que había de formar el núcleo de la Iglesia Universal.

Lo que la historia de estos santos nos enseña es que es muy difícil saber lo que nos conviene. Esta es la tragedia de nuestra oración.

La respuesta de Jesús

Por eso Santiago nos aconseja que tengamos paciencia. Teresa de Jesús decía que esa virtud todo lo alcanza, y si estamos con el Señor nada debe asustarnos, porque con Él lo tenemos todo: “Solo Dios basta”.

Jesús da como respuesta, a los discípulos que vienen de parte de Juan, que los ciegos ven, los cojos andan, los mudos hablan... Que se estaba cumpliendo así la profecía de Isaías sobre los tiempos del Mesías.

A pesar de estar en la cárcel, Juan el Bautista debe alegrarse, porque su misión se ha cumplido. Preparó la llegada de Jesús y el reino de Dios ya estaba en medio de nosotros.

martes, 26 de noviembre de 2019

TIEMPOS RECIOS



La amistad con el hombre

Hemos oido en el Evangelio el mensaje para este tiempo, lo importante, el cogollo, es que estemos preparados. Porque de dos que estén estudiando uno será elegido y otro no. De dos que estén bailando una será elegida otra no.

Hoy celebramos el primer domingo de Adviento. Al comenzar la preparación para la Navidad, recordamos la primera venida del Señor. En este tiempo uno de los personajes destacados es Isaías. Dicen que las revelaciones suyas son tan claras que serían el quinto evangelio.

En la primera lectura el profeta Isaías nos dice que el Señor nos va a instruir en sus caminos y marcharemos por sus sendas. Esto es precisamente lo que Jesús vino a hacer: enseñarnos con su palabra, pero sobre todo con su vida.

Ayer veíamos que Dios pretende ser amigo nuestro y quiere que también nosotros hagamos lo mismo con los demás.  Así es como nos pareceremos a Jesús, que se rodeó de amigos.

Porque“la amistad es uno de los sentimientos humanos más nobles y elevados” (Benedicto XVI, Alocución, 15-IX-2010. “Es un amor generoso –dice el Papa Francisco– que nos lleva a buscar el bien del amigo(Francisco, Ex. ap. Christus vivit, n. 152).

La amistad está estrechamente unida a la principal virtud. Y el premio que se nos da por vivir la caridad es la felicidad. Así se comprende que los egoístas son menos felices que los que buscan el bien de los demás.

Estad en vela

En el Evangelio hemos escuchado esas palabras de Jesús: estad en vela, porque no sabéis qué a vendrá vuestro Señor. (Mt 24, 37-44) Hoy comenzamos el tiempo de Adviento. En nuestra vida actual estamos como en una parada del autobús, esperando. Y es precisamente con la amistad con Dios y con los demás es como nos preparamos para este tiempo de espera que es nuestra vida en la tierra.

El Señor quiere decirnos hoy que estemos preparados para los acontecimientos que se avecinan. La iluminación de las calles, las tiendas con los regalos, las felicitaciones de Navidad todo nos va a recordar esa idea: Dios está cerca (cfr. Segunda Lectura de la Misa: Rm 13, 11-14).

Vamos alegres a la casa del Señor, hemos repetido en el Salmo (Responsorial de la Misa:121, 1-2. 4-5. 6-7) El sentimiento que sentían los israelitas cuando se acercaban a Jerusalén y sobre todo cuando llegaban al templo: vamos a la casa del Señor... ya estamos aquí, se puede comparar que experimentamos cuando viajamos a Roma.

Todavía recuerdo cuando una sobrina llamó a su madre por teléfono desde la plaza de San Pedro, llorando de alegría, porque le había dado un ataque de belleza como a Sthendall.

Por lo visto el síndrome de Stendhal eleva el ritmo cardíaco y produce temblor y palpitaciones cuando uno se ve expuesto a obras maestras de arte. También suele suceder ante escenarios históricos importantes.

Cuando hace unos días estuve en la Ciudad Eterna, me alojaba a menos de un minuto de la plaza Navona. Y nada más llegar lo que hice es dar un paseo por allí y pedirle a un japonés que nos hiciese una foto.

Entramos en la Iglesia donde están los restos de santa Inés. El nombre de esta santa significa corderito, está en diminutivo y verdaderamente la cabeza es pequeñísima. Cuenta los testigos de su martirio que, al ponerle los grilletes en las manos, las argollas se le caían. Pretendían llevarla esposada pero no lo conseguían porque sus muñecas eran tan pequeñas que se le caían. Es que era una preadolescente. Es cierto, pero tenía la fortaleza de un gladiador.

Aquellos eran tiempos duros. Como los que le toco vivir a santa Teresa, cuando nos dice que los de su época eran tiempos recios. Igual podíamos decir nosotros. Precisamente el Evangelio nos habla de los acontecimientos del final del mundo, que cogerá desprevenidos a los que no estén preparados. El Señor nos habla de tomarnos nuestra vida en estado de alerta. Esto es lo que han hecho los santo en cada momento. Porque de alguna forma todos los tiempos son difíciles.

Tiempos recios

La época de la historia que nos ha tocado vivir es difícil para los cristianos. Es difícil no dejarse arrastrar por la ola placentera que nos adormece, mientras que el Señor nos dice : que estemos despiertos.

Hace unos meses quise ir al pueblo donde vivía Federico, visitar su casa museo, pero estaba cerrada. Pregunté a un señor con rostro aceitunado y el pelo con greñas ensortijadas. Me extrañó que llevase una cadena de la que colgaba una flor de oro.

Y le pregunté qué planta  era aquella que llevaba en el pecho. Y me dijo que era la maría. Que mucha gente vivía allí de cultivarla. Y al ver que era sacerdote, muy amablemente me presentó un precioso cogollo de marihuana para regalármelo.

Le dije que muchas gracias, pero que en realidad no era mucho de liar canutos. A lo que me respondió que no importaba, que seguro que en mi casa alguien tendría necesidad.

Ante mi negativa, me dijo que no me importase coger el cogollo que podría venderlo por treinta euros. Como le veía con muy buena voluntad quise hacerle una foto llevando el colgante y con el cogollo en la mano. Y así inmortalizar el momento.

Seguro que a vosotros os han sucedido cosas parecidas, porque si se vende marihuana es porque alguien la compra. Y el que dice yerba también puede hablar de otras cosas placenteras que nos atontan.

Por eso es más urgente que estemos a la altura: para vivir bien nuestro trabajo, el noviazgo, la vida matrimonial... Para que se note que somos cristianos en todo momento, también cuando nos divertimos.

Este es el verdadero cogollo de las fiestas que se aproximan y del que tenemos necesidad en cada casa: que Nuestro Señor está cerca y nos llama. Y el que siga a Jesús encontrará la felicidad en esta vida y en la otra.

Y el que no quiera seguirle que me pregunte dónde puede encontrar un sucedáneo de María.

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–Primera Lectura
El Señor congregó a todas las naciones en la paz eterna del Reino de Dios
Is 2, 1-5

Salmo Responsorial
Vamos alegres a la casa del Señor.
121, 1-2. 4-5. 6-7. 8-9

–Segunda Lectura
La salvación está más cerca de nosotros
Rm 13, 11-14

–Evangelio
Estad en vela para estar preparados
Mt 24, 37-44



lunes, 18 de noviembre de 2019

SANTO POR LA VÍA RÁPIDA



En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23, 35-43).

Éste es el rey de los judíos

A lo largo de la historia ha ocurrido que algunos cristianos desconcertados ante la situación política de su tiempo se han preguntado      por qué Dios no interviene. Se olvidan de aquello de dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. Cada uno tiene su ámbito: el Señor de la Historia nos da un margen para nuestra libertad. Y nuestros errores los utiliza de trampolín para hacer avanzar su reino. Para muchos es desconcertante como su fracaso se ha convertido en el triunfo del Amor de Dios.

El motivo de la condena de Jesús se publicó en los principales idiomas de la antigüedad: griego, latín y hebreo. En lo alto de la cruz aparece ese letrero, como si se tratara de una señal luminosa, que sirve de anuncio a los hombres todo el mundo y de todos los tiempos. El procurador Poncio Pilato había mandado poner esa inscripción. Y los judíos que acusaron a Jesús protestaron, pero el gobernador romano, providencialmente, no quiso cambiar el letrero que decía: Éste es el rey de los judíos.

Jesús el domingo anterior había entrado solemnemente en Jerusalén, como si se tratase de un rey. A lomos de un asno, de igual manera que Salomón, el heredero de David. Mientras la gente  aclamaba: Bendito el que viene en nombre del Señor... Bendito el reino que llega, el de nuestro Padre David (Aleluya de la Misa: Mc 11, 9-10).

Todo aquello estaba profetizado hacía siglos y ahora se cumplió: el Mesías, el heredero de David, del que Salomón, como rey de paz, era su figura, fue a tomar posesión de la capital de su reino, Jerusalén, que significa ciudad de la paz. Jesús como rey pacifico llegó montado en un burro, una cabalgadura mansa y así es vitoreado por el pueblo. Los evangelistas citan a los profetas que anuncian ese momento.

¿No eres tú el Mesías?

Al cabo de unos días de la entrada solemne en Jerusalén las autoridades judías condenan a Jesús por haberse declarado Hijo de Dios, tal y como David había anunciado en el salmo segundo, y que los intelectuales de aquella época no supieron interpretar.

Los judíos esperaban un rey político que diera momentos de gloria a la nación. Y como suele pasar, Dios tiene una lógica distinta. Aquellos hombres pensaban que el Mesías iba a ser una persona que impusiera su ley. Pero Jesús no venía a mandar sino a servir. Así que perdió el debate y acabó crucificado entre corruptos.

A David le había dicho el Señor: Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tu serás el jefe de Israel (Primera Lectura de la Misa: Sam 5, 1-3). Y sin embargo, Jesús, el último descendiente de la Casa real acabó condenado a muerte por una potencia extranjera. Tan bajo llegó la cosa que incluso los ladrones ejecutados junto a él  le insultaban.

La gente importante decía: A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.

Los soldados, como es lógico, se reían de él, diciéndole: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.

Incluso uno de los malhechores crucificados lo insultaba: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.


Acuérdate de mí

Pues, mientras la mayoría de la gente respetable se reía de Jesús crucificado, seguros de su fracaso. A la vez sucedía que un ladrón confió en él, a pesar de lo que estaba viendo: un hombre machado, física y moralmente.

Hay que tener mucha fe para pedirle a un moribundo que se acuerde de ti cuando llegue a su reino. Eso significa que tenía la certeza de que aquel hombre era rey, con un reinado que traspasaba la muerte.

Lo curioso es que esa persona, que ahora tenía una fe enorme, era el mismo que, horas antes, lo injuriaba. Y ya es capaz de pedirle una gracia extraordinaria. Nos preguntamos por el motivo de un cambio tan radical en tan poco tiempo.

Quizá fuese provocado por la dureza de los acontecimientos. O por la personalidad tan apasionada de ese ladrón que le hace pasar de un extremo a otro en unas horas.

Pero lo que con toda certeza motivó su conversión fue observar la actitud de Jesús. El ladrón observó que era un hombre justo condenado de forma injusta, que sufría como él, pero que reaccionaba con una entereza heroica. La mansedumbre del Señor durante la pasión sería el detonante que originó un cambio tan radical.

A veces parece que estamos siendo vencidos por una enfermedad, o porque no nos ha salido bien lo que nos proponíamos. Y es precisamente así, con nuestra paciencia, como se consigue el cambio de actitud de los demás y mejoramos nosotros mismos. Este es el camino de toda madurez: la paciencia todo lo alcanza, decía Teresa de Jesús.

El caso es que ese condenado admite que Jesús es Rey, de un reino que no es de este mundo. Tiene fe para reconocerlo. Así llegó a ser un ladrón el primer santo canonizado por la Iglesia.

Parece como si toda esta historia hubiera sido planeada con anticipación de siglos: Jesús venía a salvar a los pecadores con un sacrificio, su mismo nombre lo indicaba. Y, mientras se realiza esa entrega, un asesino que estaba crucificado junto a él se convierte súbitamente.

Jesús es Rey. Pero no es la posesión de un territorio lo que le interesa, ni siquiera adueñarse de la gente. Lo que hace este Rey es dar, no reclamar. No quiere absorber nuestra personalidad sino que se realice plenamente. No quiere que le entreguemos nuestra voluntad sino que le queramos con libertad. No busca servirse de nosotros, como hacen los monarcas de este mundo, sino pretende ayudarnos en todo. Y actuando de esta manera nos conquista.

La primera conquista fue la de un asesino que habría  robado con frecuencia y que seguramente se le fue la mano y mataría a alguien. Los romanos no condenaban a muerte solo por hurtar, ese hombre tendría también un delito de sangre. Pero sería especialista en entrar en las casas ajenas. Dimas es el nombre como se conoce a este estupendo maleante, hacía muy bien su oficio.
Muchos santos han entrado en el cielo por la puerta grande. El primero de la Iglesia, lo hizo por la puerta falsa... la destinada a los pecadores. Quizá esta es la mía.

SANTO SÚBITO, AL CIELO POR LA VÍA RÁPIDA: por la puerta de la misericordia de Dios, por la que se coló un Ladrón.
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34 Domingo T. O.  C

Primera Lectura
Sam 5, 1-3

–Salmo Responsorial
Sal 121, 1-2. 4-5

–Segunda Lectura
1Col 1, 12-20

–Aleluya
Mc 11, 9-10
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Bendito el reino que llega, el de nuestro Padre David

lunes, 11 de noviembre de 2019

THE END




Como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: Yo soy”, o bien: Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes.
Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre.
Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»  (Lc 21, 5-19).

El tiempo de la perseverancia

Todas las historias tienen su final. Las películas acababan con el The end. También nuestra historia en la tierra tuvo un principio y llegará el momento en que nos despidamos.

El fin no será enseguida: había dicho Jesús  a los primeros cristianos. Tenía que ocurrir antes de su segunda venida la destrucción de Jerusalén, que tan bién documentada está por la historiografía de la época y, desde luego, debían de suceder otros grandes signos.

El secreto para mantenernos fieles en los momentos difíciles es la perseverancia, la paciencia. Hoy se diría re-si-li-en-cia: la capacidad de aguante de nuestra fortaleza para resistir las dificultades. Jesús habla de paciencia cuando nuestros parientes y hermanos se pongan en contra y nos odien a causa de nuestras creencias.

Me decía una persona: Hoy estamos rodeados de gente gris, que llega cansada a casa y no quiere problemas. No quieren destacar, salirse de la fila, ser políticamente incorrectos. Por eso más que nunca falta gente que hable claro, que diga lo que piensa.

A la gente que no actúa como la mayoría se le pone la etiqueta de originales, frikis  o incluso poetas.

Pero si seguimos haciendo lo mismo que hasta ahora obtendremos los mismos resultados. Sin embargo los “prudentes” quieren que todos actúen con la misma mediocridad que ellos, para dormir tranquilos, porque piensan que lo que ellos hacen es lo acertado y no admiten que las “personajes divergentes” tengan éxito. Para esas personas quien es diferente es peligroso.

Ya lo escribió san Josemaría: Hoy no bastan mujeres u hombres buenos(...): es preciso ser “revolucionario” (Surco, 128).

El profeta Malaquías (en la Primera Lectura de la Misa: 3, 19-20) nos habla de que el tiempo final será ardiente como un horno. Por eso me hago esta pregunta: ¿esa gente aborregada aguantaría esa presión?

La venida intermedia

El Señor mostró su misericordia en la primera venida; y en la última, su justicia, pues vendrá para juzgar al mundo (cfr. Salmo Responsorial: 97,9). Y lo mismo que no tuvimos miedo cuando vino de Niño, tampoco los cristianos deberíamos temblar ante nuestro Juez, porque Dios es el mismo.

Eso será en los últimos días, Dios sabe cuándo, nunca mejor dicho. ¿Pero hasta entonces qué podemos hacer nosotros? A eso nos contesta san Pablo (en la Segunda Lectura de la Misa: 2Tes 3,7-12). Él dice que no podemos quedarnos pasivos, que debíamos de imitar su ejemplo. La verdad es que el Apóstol, una persona con una gran vida interior, da ejemplo también de laboriosidad exterior. Por eso escribe: si alguno no quiere trabajar, que no coma.

Pero entre la primera venida y la última, hay una intermedia. Jesús viene, de forma silenciosa, a cada uno de nosotros. Ahora mismo podemos estar junto al Señor haciendo lo que hacemos. Dios siempre trabaja y nosotros mientras esperamos, también lo podemos hacer... Para algunos su profesión puede ser un castigo, pero no tendría que ser así, porque el que nos canse es una de las consecuencias del pecado.

Así que lo más productivo es que el fin del mundo nos coja trabajando: haciendo la cosas junto a Dios. Sintiéndonos observados por Él: como un niño que realiza sus juegos ante la mirada de su Padre. Así no tendremos miedo cuando Dios nos diga: Tienes que dejar ya de jugar porque hay que dormir.

Para que mañana podamos disfrutar

Normalmente un niño se resiste a ir a la cama. Le resulta molesto dejar las cosas que estaba haciendo. Por eso, en los años 60 del siglo XX, Televisión Española creo a la Familia Telerín, que se encargaba de anunciar el final de la programación infantil, cosa que los padres utilizaban para mandar a la cama a sus hijos, porque hay que descansar, para que mañana podamos disfrutar.

Y así como un niño necesita escuchar un cuento para dormir. También nuestro padre Dios nos contará su historia, que es también la nuestra: Érase un Dios tan grande que se hizo pequeño para salvar a los que se hacen como niños.



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–Primera Lectura
A vosotros os iluminará un sol de justicia
Mal 3,19-20

–Segunda Lectura:
Si alguno no quiere trabajar, que no coma
Tes 3,7-12

–Salmo Responsorial
El Señor llega para regir los pueblos con rectitud
97, 5-6. 7-9

–Evangelio
Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas
 Lc 21, 5-19

lunes, 4 de noviembre de 2019

ESTA VIDA PIDE OTRA





Jesús, dirigiéndose a los saduceos, que dicen que no hay resurrección, les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos» ( Lc 20, 27. 34-38).

Esta vida pide otra

Me acuerdo de un colegio mayor, donde vivía un becario muy realista, que cuando estaba cansado se quejaba: –Ay, esta vida pide otra.

Por eso una de las mejores escritoras en lengua castellana ha comparado nuestro paso por la tierra como una mala noche en una mala posada.

Una persona me dijo que había estado pensando: –Mira que si no existe el cielo después de todo esto.

Jesús nos cuenta cómo será la eternidad para los santos: En esta vida se casan. Pero en el cielo no, serán como ángeles (Evangelio de la Misa: Lc 20, 35). Y aquella persona al enterarse de todo esto me dijo un día: –Pues menudo aburrimiento.

Ya se ve que quería pasarse ligando toda la eternidad.

Desde luego, aunque no se crea en la existencia del cielo, si se vive honradamente en la tierra uno tendrá más calidad de vida que si no cree. Las personas buenas viven mejor que los corruptos. Aunque también los egoístas pueden vivir bien durante una temporada.

Todavía recuerdo que lo que me dijeron un día: ¿Quién me garantiza a mí que hay cielo, si nadie ha venido para contarlo?

Personalmente no conozco a nadie pero en la biografía de algún santo se da: resulta que san Juan Bosco tenía un compañero de estudios que se llamaba Luigi con el que había hecho un pacto: el que muriera primero debería volver para hacer saber al otro su destino eterno.

Luigi murió el dos de abril de 1839 a la edad de 22 años. Y dos días después de la muerte de su amigo, un ruido enorme en el dormitorio común de los estudiantes, era como un carro que fuese a toda velocidad, y de repente se paró en la cama de Juan Bosco, después se oyó la voz de Luigi que decía: !Bosco, Bosco, Bosco, me he salvado!

La impresión fue tan grande, que durante semanas estuvo conmocionado sin poderse mover de la cama. Y cuando se hizo mayor aconsejó que no se hicieran pactos como este. Que nos bastaba con lo que nos había revelado nuestro Señor. Que no es poco.

Certezas

Si Jesús no hubiera resucitado, si no hubiese tantos testigos, si esos testigos no hubieran dado la vida para confirmarlo. Si las profecías no se hubieran cumplido a la letra y el que quiera puede estudiarlo. Si esto no fuese así tendría motivo para no creer, pero ahora tengo muchos motivos. El que estudie todo esto se quedará asombrado.

Vamos a dar gracias a Dios por nuestra inteligencia, porque es prodigiosa, superior a la de los otros seres vivos, pero, comparativamente con el resto de los animales, somos muy indefensos. Así que le damos gracias también porque necesitamos mucho de los demás, incluso para llegar a nuestras certezas: esto nos hace humildes no solo desde el punto de vista de las relaciones humanas, sino también intelectualmente.

Si uno repasa su vida, puede afirmar con certeza dónde ha nacido, su edad, la fecha de su primera Comunión, la Iglesia donde se casó... Sin embargo hay cosas accesorias que se desdibujan con los años, e incluso, aunque ocurrieron de verdad, si uno lo habla con otros testigos, puede llegar a la conclusión que los detalles sucedieron de forma distinta, porque su memoria las modificó.

Con el paso del tiempo los acontecimientos se subliman, se van coloreando según nuestros estados de ánimo; pero hay hechos que nadie puede negar, por ejemplo, el parecido con nuestro padre, o el título que tenemos en un marco diciendo que somos licenciados, cosas que están certificadas, o son de fácil comprobación. Hay momentos de nuestra vida en los que constan testigos, por ejemplo de nuestro bautismo, de la boda, de nuestros exámenes; situaciones que marcarán nuestro futuro y tienen importancia.

Y en las cosas que no afectan a lo esencial, hay diversas hipótesis. El tiempo irá diciendo si son fiables o no, como cualquier otro suceso humano objeto de la ciencia. Por ejemplo, hoy se demuestra la paternidad no simplemente por el parecido, que puede ser equívoco, sino con pruebas de ADN, cosa que no era posible hace siglos. Lo que fundamentalmente afirmamos los cristianos es que la Encarnación de Jesús se hizo realidad para entregarse por los hombres. Y que su muerte conducía a la Resurrección.

¡Qué pena no tener fe en Jesús! Hay gente que “cree en la ciencia”, pero eso es contradictorio, pues la misión de la ciencia es intentar demostrar sus postulados; y, si hiciéramos actos de fe en ella, estaríamos negando su verdadera esencia, la demostración. La disyuntiva es: o demostrar o creer, pero no las dos cosas al mismo tiempo. En este sentido la ciencia persigue la demostración. Sin embargo la fe, la confianza en los demás, no se puede demostrar habitualmente.

Fe

Pero aunque la fe no se pueda “demostrar científicamente”, no quiere decir que sea irracional sino al contrario, porque la mayoría de los conocimientos que tiene el ser humano los tiene “por la confianza”, no por experiencia personal. Desgraciadamente no he estado en el lago di Como o en New York,  pero tengo la certeza de que existen.

Se da la paradoja de que hay gente que pide certezas para creer en Dios, y no las pide para “creer” en la ciencia. Y eso que la ciencia es cambiante, pues continuamente se formulan nuevas teorías. Ahora podemos decir al Señor: –Creo en Ti, pero no porque me lo hayas demostrado, sino porque te quiero. Me fío porque te quiero.

Jesús en la oración nos corrige. Si tú no notas que suavemente te habla con claridad es porque no hará bien la oración. Porque la confianza tiene una relación muy grande con el amor.

Incluso algún filosofo lo ha expresado así: creer es amar, es una forma de amar. Cuando Dios nos pide que “creamos en Él”, es como si nos preguntara: –¿Me quieres?

Lo mismo en el amor humano: si hay ruptura de confianza, hay ruptura de amor en el matrimonio. Eso tiene su sentido, porque uno confía en los que ama. Yo quería a mi padre, por eso me fiaba de él, y creo a mis hermanos, porque los quiero. A un amigo le diría: –No hace falta que me des muchas explicaciones, te creo sin más.

Y eso no es una ingenuidad, es que estamos hechos así, porque muchas cosas importantes de nuestra vida las conocemos a través del testimonio de otros que nos lo aseguran: en cuestiones de transcendencia, que nosotros no podemos demostrar por nosotros mismos, necesitamos fiarnos de los demás.

No podemos demostrar personalmente, por ejemplo, que el hombre llegó a la luna, aunque tenemos esa certeza; tampoco que existió Napoleón; y así la mayoría de los conocimientos que poseemos, los sabemos porque nos fiamos de personas que los han estudiado: los conocemos por fe humana.

Tampoco sabemos con certeza absoluta que somos hijos de nuestros padres, pero nos fiamos de que fue así. E incluso, aunque conste el lugar de nacimiento y la fecha, y exista parecido físico con nuestro padre. Todo eso podría no haber sido así. Como también el día de nuestra llegada al mundo. Porque existe la posibilidad de que nuestro padre hubiera ido otro día al registro y no lo dijo, pero nos fiamos de su testimonio y del de otras personas.

Muchos de los conocimientos adquiridos por el ser humano a lo largo de su vida los asienta en la fe en la sociedad, o la fe en su familia, que no tienen por qué engañarnos. También sucede lo mismo con lo que Jesús nos dijo.

Aunque tenemos testimonios históricos que nos aseguran que las cosas fueron así. Y además nos damos cuenta de que estamos hechos con pedacitos de Dios. La inteligencia, la libertad, la capacidad de amar y de entregarnos y un largo etcétera.

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32 Domingo T. O.  C

Primera Lectura
El Rey del universo nos resucitará para una vida eterna
Mac 7, 1-2.9-14

–Salmo Responsorial
Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.
Sal 16, 1. 5-6. 8 et 15 (: 15b)

–Segunda Lectura
Que el Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas
2 Tes 2, 16-3, 5

–Aleluya
Jesucristo es el primogénito de entre los muertos;
a él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos
Ap 1, 5a. 6b

–Evangelio
No es Dios de muertos, sino de vivos
Lc 20, 27-38



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