domingo, 24 de febrero de 2008

EL AGUA CORRIENTE

El Evangelio nos habla del encuentro del Señor con una mujer, que iba a buscar agua a un pozo porque no tenía agua corriente en su casa (1).
También la Sagrada Escritura nos dice que en el desierto los israelitas le pidieron a Moisés: –Danos agua de beber (2). Ese agua natural potable sin la que es imposible que se de la vida, pues el cuerpo humano está compuesto en gran medida de agua, y necesita de ese líquido elemento.

Ese agua que no está estancada, ese agua que corre, que la Escritura llama por eso, «agua viva» en contraposición del «agua muerta». Por eso el agua corriente, al ser un agua viva, es un agua que salta.

Jesús vino a traernos ese Agua sobrenatural Corriente, que salta hasta la vida eterna. Es más, los cristianos que somos amigos de Dios, tenemos dentro de nosotros «un surtidor».

Por eso los cristianos no tenemos necesidad de adorar a Dios en un templo concreto, porque el Señor habita en nuestro interior mediante la «gracia». Esto es un «regalo» muy especial que hace a sus amigos darle este «agua».

Hace años me contaba una persona que, estaba paseando por la explanada de un santuario, cuando, de repente salió de la capilla de confesionarios un hombre de unos cuarenta años saltando de alegría y gritando soy libre, soy feliz, soy feliz, hacía veintidós años que no me sentía tan feliz. A veces, el «agua de la gracia» hace saltar hasta físicamente.

El agua que trajo el Señor, es suya y de su Padre. Este agua es un «don» del Espíritu Santo que, como decimos en el Credo, la Tercera Persona de la Trinidad es «dador de vida» porque nos regala «ese agua».

Todo esto se lo estaba explicando Jesús a esta señora samaritana, que tenía bastante desparpajo y vida social. Había estado casada varias veces, y en la actualidad convivía con uno que no era su marido.

Como sabemos, se encontró con el Señor cuando iba por agua. Y Jesús aprovecha esa situación para hablarle del «agua sobrenatural».

Esta agua de la gracia, la encontramos corrientemente en los sacramentos de la Iglesia y en la oración. Y luego forma un surtidor dentro de nosotros,

Teresa de Jesús, antes de su conversión, estando enferma, tenía en su habitación una pintura de esta escena que estamos meditando de la Samaritana.

Aparece el momento en el que aquella mujer, simpática y de vida desarreglada, le pedía al Señor: –dame de ese agua. Así también podemos hacer nosotros.

Ver homilía extensa
(1) Cfr. Jn 4, 5-42.- (2) Segunda lectura de la Misa: cfr. Ex 17, 3-7.-

domingo, 17 de febrero de 2008

QUÉ ME IMPORTA GRANADA SI ME FALTAS TÚ

El milagro de la Transfiguración llena de felicidad a los tres Apóstoles, que acompañaron a Jesús. Tanto, que hace exclamar a San Pedro: Señor, ¡qué bien se está aquí! (1). También en nuestra vida hay temporadas de este tipo: son los «momentos tabor».

Los mismos que estuvieron en el monte de la transfiguración estarán con el Señor cuando su rostro estuvo en el huerto de los Olivos, pero esta vez el rostro del Señor se veía «transfigurado por el dolor».

En nuestra vida se darán igualmente esos momentos, en los que acompañamos al Señor en su Pasión, y le consolamos con nuestra amistad.

Más tarde los Apóstoles aprenderían la lección: lo importante es acompañar siempre al Señor. Y lo difícil es hacerlo cuando hay dificultades. Por eso, para que no nos vengamos abajo en los momentos duros, a veces nuestro Dios nos regala situaciones dulces.

Cuando estamos con Él, somos felices, tanto si nos encontramos en medio de los mayores consuelos del mundo, como si estamos en la cama de un hospital entre grandes dolores.

Una vez, a una persona le preguntaron a dónde le gustaría ir en vacaciones. Respondió: –mira, lo importante no es dónde vayas, sino con quién vayas.

Si se va con el Señor, da igual dónde vayamos. Porque, aunque tengamos dificultades, somos felices siempre.

Vamos con el Señor cuando lo tratamos como a un amigo. Por eso para ir siempre con el Señor hay que hacer oración, hablar con Él.

Nos dice San Lucas que subió el Señor con los Apóstoles al Tabor «para orar» (2). Y en el huerto los Apóstoles tendrían que haber estado orando, pero se durmieron, y por eso no fueron capaces después de acompañar a Jesús en el otro monte, el del Calvario.

Nosotros empezamos a ser amigos de Dios cuando comenzamos a tener un tiempo en nuestro día para Él. Llegará un momento en que seamos inseparables, y las cosas duras dejarán de serlo si vamos con Él. Y al revés, le diremos: –qué me importa Granada si me faltas Tú.

(1) Mateo 17, 4.- (2) Cfr. Lc 9, 28.

domingo, 10 de febrero de 2008

EL DIABLO SE VISTE DE PRADA

Jesús fue tentado por Satanás (1). Él lo permitió para enseñarnos a vencer las tentaciones.

El diablo siempre se mueve con astucia (2). Nos conoce. Lleva siglos haciendo lo mismo. Ofrece exactamente lo que nos apetece en cada momento.

Satanás, nos tienta aprovechando nuestras necesidades. Pero también se aprovecha de nuestra vanidad y de nuestras ambiciones.

Es un buen negociante. Conoce las técnicas del marketing. Por eso, las tentaciones dan gato por liebre. Satanás trata de vendernos cosas estropeadas. Lo suyo es la publicidad engañosa.

En el fondo quiere engañarnos en lo principal, en que desconfiemos de Dios, porque él odia a Dios.

Conoce nuestros puntos débiles y sabe cuando actuar. Después de que Jesús estuviese muchos días sin comer, se sentía débil. Justo en ese momento se acerca el tentador y le dice: di que estas piedras se conviertan en pan.

Jesús rechaza con energía lo que le pedía el diablo, aunque también se lo pidiese el cuerpo. Y reacciona así, porque Jesús había venido a hacer la voluntad de su Padre y no a darse gusto.

En la segunda tentación, el diablo le dice que se tire desde lo alto del templo, a la vista de todos, porque Dios no permitirá que caiga al suelo.

Si hacía lo que Satanás le pedía, todo el mundo quedaría admirado y muchos le seguirían con facilidad: ¡qué cosa más inteligente! podríamos pensar. Eso mismo quiere el diablo que hagamos nosotros, que busquemos quedar bien en todo lo que hacemos.

En la última tentación, el demonio ofrece a Jesús la gloria y todos los reinos de la tierra, si se arrodilla y le adora.

Esta tentación es la peor de todas: que no sirvamos a Dios, que le sirvamos a él. Es muy raro encontrarnos con gente que adore al diablo directamente, eso es lo que él querría. Pero indirectamente le adoramos cuando consigue que hagamos su voluntad, que es separarnos de Dios, que es nuestro Padre.

En definitiva, el demonio promete siempre más de lo que puede dar. La felicidad está muy lejos de sus manos. Toda tentación es siempre un miserable engaño.

María nunca actuó con engaño, siempre vivió cara a la Verdad. Y sus vestidos son luminosos.
Ella nos ayudará a descubrir las mentiras del diablo, que aunque se vista de Prada no es tan mono, tiene cuernos para herir a los demás

(1) Cfr. Evangelio de la Misa: Mt 4, 1-11.- (2) Cfr. Primera lectura: Gen 2,79;-3, 1-7.-
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martes, 5 de febrero de 2008

EL TRASPLANTE DE CORAZÓN

El Señor decía que, cuando vayamos a orar, a dar limosna, o a hacer penitencia, no hagamos como los hipócritas que se fijan en las cosas exteriores (1), pero que su corazón estaba lejos de Dios (2).

Lo importante no es hacer cosas externas sino cambiar por dentro. Nos pide que cambiemos de corazón (3). Que le amemos con un corazón nuevo. Desea hacernos un trasplante.

No quiere que nuestra cuaresma se reduzca a hacer unas cuantas cosas: recibir la ceniza, comer menos y no tomar carne los viernes.

Hay cosas que el Señor quiere que realicemos y otras que dejemos de hacer. Pero no busca un cambio superficial.

Cambiar el corazón consiste en darse cuenta de que todo lo que está al margen de Dios es ceniza. Sin Él no somos nada. Muchas veces hemos buscado la felicidad lejos de Dios.

Y lo que el Señor quiere de nosotros, es que tengamos un corazón arrepentido. Quiere decir que nos duelan nuestros pecados, no tanto por haber fallado nosotros, sino por haber huido de Él.

Y donde volvemos de verdad a Dios es en la confesión, en la que nuestro dolor se hace auténtico (4). Y también volvemos a Dios en pequeñas obras de oración, ayuno, y limosna, porque se convierten en manifestación del amor que le tenemos.

Pero nos empeñemos en hacer nosotros las cosas solos: dejemos actuar al Señor, Él es nuestro cirujano (5).

Él hace todo mejor que nosotros. Lo más importante de la cuaresma no es lo que hacemos nosotros, sino que nos convirtamos, que cambiemos de vida y esto no lo conseguimos con nuestras fuerzas: habrá que pedirlo, y poner todo lo que esté de nuestra parte.

La Virgen como buena madre está esperando que volvamos a Dios, y nos ayudará si se lo pedimos.


(1) Evangelio de la Misa: Cfr. Mt 6, 1-18 (2) Primera lectura de la Misa: Cfr. Joel 2, 12.- (3) Versículo antes del Evangelio: Cfr. Salmo 94, 8AB- (4) Segunda lectura de la Misa. Cfr. 2 Cor 5, 20-6, 2.-: «en nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» .- (5) Salmo Responsorial: Cfr. Salmo 50: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro».
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lunes, 4 de febrero de 2008

LOS FELICES AÑOS DE NUESTRA VIDA

Viendo Jesús la cantidad de gente que le rodeaba les enseñó algo importante: Bienaventurados los pobres de espíritu... Bienaventurados los que lloran... Bienaventurados los que sufren persecución... (1) Es fácil imaginar el desconcierto y la sorpresa de todas las personas que le oyeron.

La gente pensaba y sigue pensando que la felicidad está en tener dinero, en tener salud, en sentirse aceptado por los demás... Y Jesús enseña precisamente lo contrario: que la felicidad está en las cosas en las que solemos llamar desgracias, porque son ellas las que ordinariamente nos acercan más a Dios, y nos hacen mejores.

Y, por el contrario, un hombre puede ser infinitamente desgraciado aunque tenga muchas cosas. A veces habría que decir: ¡qué pena esa familia: le ha tocado la lotería: ahora empezarán todos a pelearse!

Por eso, el Señor siguió diciendo en el discurso: ¡Ay de vosotros, los ricos! (...) ¡Ay de vosotros, todos lo que sois aplaudidos por los hombres (…)! (2).

Las Bienaventuranzas señalan el camino para el cielo. Normalmente es un camino difícil en el que hay que confiar en Dios, que saca bien del mal, y de los grandes males, grandes bienes.

Jesús quiere que aprendamos a confiar y abandonarnos en Dios incondicionalmente ante el hambre, la pobreza, los fracasos... porque la realidad no termina ahí: quizás nunca seremos ricos en esta tierra, pero tendremos más felicidad que los ricos en esta vida, y luego en la otra. Pues, como dice San Josemaría: «La felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra» (3).

La Virgen reza: Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador (...) Colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despidió sin nada (4)

(1) Evangelio de la Misa: Mt 5,1–12. (2) Lc 6,24 ss. (3) Forja 1005 (4)Lc 1,46 ss.

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