viernes, 7 de julio de 2023

LOS SECRETOS DEL REINO


 

Jesús es Rey . Pero de un Reino especial, que tiene sus secretos.

Los reinos de este mundo nos hablan de poder. Cuando uno manda se dice que es Rey: los Reyes del petróleo, el Rey de la tierra batida es el número uno en el tenis. Un rey manda en su parcela de poder: por eso se habla del rey del cuadrilátero.

Sin embargo el reino de Jesucristo es distinto: no se caracteriza por el mando sino por la mansedumbre. Dios es un rey que no se enfada, que no quiere imponer su autoridad, ni siquiera nos obliga a quererle.

Su reinado se basa en la libertad. Dios no quiere siervos sino hijos, que hacen la voluntad de su padre porque les da la real gana.

Por eso la Sagrada Escritura nos habla de un rey que no viene montado en una lujosa carroza, sino que su trono es un borriquillo manso.

Y precisamente son la gente de corazón sencillo los que entienden «los secretos» de este reino especial.

Los sencillos de corazón son los que no tienen el corazón dividido. Los que no intentan servir a Dios haciéndolo compatible con otros reinados.

Eso se sabe porque el reinado de Jesús en el alma da paz: el Amor de Dios llena el corazón.

Y entonces se quiere incluso a los enemigos. Y nadie en la tierra nos puede hacer malos y así somos realmente libres, como reyes verdaderos. Como Dios, que no nos quiere porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es bueno

viernes, 23 de junio de 2023

EL CUCHICHEO DE LA GENTE

 


Todos los que han querido hacer el bien han encontrado dificultades.

El profeta Jeremías habla del «cuchicheo de la gente» (Primera lectura de la Misa: cfr. 20,10-13).

En la actualidad el bien no es aplaudido, es cierto. Pero esto ha ocurrido siempre.

De todas formas nuestro Señor nos dice a los cristianos, que no es para tanto: «que no tengamos miedo» a los que nos quieran hacer daño (cfr. Evangelio de la Misa: Mt 10,26-33).

Y la razón que nos da Jesús es que el Señor cuida de nosotros: estamos en buenas manos, en manos de nuestro Padre.

Desgraciadamente cuando la familia de un paciente le pregunta a un médico sobre el estado de salud del pariente, y el doctor responde que estamos en manos de Dios, parece entonces que las cosas están muy mal para el enfermo, que la medicina no puede hacer nada.

Pero tranquilo «hasta los cabellos de nuestra cabeza» los tenemos contados. Por eso dice el salmo que el «Señor escucha» a los necesitados (cfr. Responsorial: Sal 68).

Ya se ve que en esta tierra si uno quiere hacer el bien casi siempre encontrará dificultades.

Pero esos obstáculos no los ha puesto el Señor sino el pecado, como nos dice San Pablo (cfr. Segunda lectura: Rom 5,12–15).

Por eso, si somos inteligentes, el miedo al que dirán no nos ha de mover. Lo que en realidad ha de preocuparnos es lo que puede dañar el alma: el cáncer que nos hace malos.

viernes, 9 de junio de 2023

DESDE QUE TE CONOZCO, COMO MÁS


En el libro del Deuteronomio, Dios nos habla de un alimento misterioso.

En aquel tiempo el Señor dio de comer a su pueblo un pan que nadie conocía.

Este pan era símbolo de otro, el de la fiesta que celebramos hoy.

Dice la Escritura que el hombre no sólo vive del pan natural, sino de otro tipo que es el pan sobrenatural.

A este alimento del cielo le llamamos Corpus Christi: el Cuerpo de nuestro Señor que se nos da como «verdadera comida» (Jn 6, 55: Evangelio de la Misa).

Este Cuerpo se compone de cabeza y miembros, que están unidos.

Esto lo explica muy bien san Pablo: «aunque somos muchos formamos un solo cuerpo» (1 Cor 10, 17: Segunda lectura de la Misa).

El Corpus es alimento para que crezcamos, nos hace vivir una vida distinta y eterna. «El que come de este pan vivirá para siempre» nos dice Jesús (Jn 6, 58).

Este alimento nos lo deja el Señor para tener fuerza y superar las dificultades: los desánimos, el cansancio.

En definitiva, nos lo da para llevar una mejor calidad de vida sobrenatural.

Nos deja un pan de esta vida que nos lleva a la otra. No solo eso, sino que quería estar con nosotros hasta el fin de los tiempos.

Dios quería ser nuestro. Y para eso, se hace alimento, algo que se come y que llega a formar parte íntima de cada uno, se hace uno con nosotros.
Y, luego dicen que el verbo comer no es poético. El amor nos lleva a comer al Señor.

Este Cuerpo se formó en la Virgen María. De alguna manera misteriosa Ella también está presente en la Eucaristía.

viernes, 2 de junio de 2023

DIOS ES UNA FAMILIA

 Hoy celebramos el misterio principal de nuestra fe, que no hubiéramos conocido si el Señor no nos lo hubiera contado. Es la vida íntima de Dios la que viene a revelar Jesús.


Que Dios es Padre, que Dios es Hijo y que Dios es Espíritu Santo.

El Señor ha tenido paciencia hasta que ha podido decírnoslo. Si lo hubiera dicho antes, seguramente se hubiera pensado que hay tres dioses.

Al principio, Yavhé quería remarcar a su pueblo que era un solo Dios, que no había varios dioses.

Nos cuenta el libro del Éxodo (34, 4b–6. 8–9: Primera lectura de la Misa) como Moisés le pide a Dios que les acompañe siempre.

Moisés le dice que Israel es un pueblo duro de entendimiento, de «dura cerviz». Efectivamente, el pueblo elegido, no hubiera entendido en ese momento toda la verdad a cerca de Dios.

Una vez que asimilaron que Yavhé era Uno, Jesús revela que es un solo Dios pero que tiene tres Personas.

Esto es difícil de entender si uno no tiene fe. Lo dice el Señor en el Evangelio para que el mundo crea (cfr. Jn 3, 16–18: Evangelio de la Misa).

Hay muchas personas que ven con facilidad que Dios sea Uno. Son los creyentes de las tres religiones monoteístas: junto con los cristianos están los hebreos y los musulmanes. Los tres procedemos de la fe de Abraham.

En la Alhambra hay un poema en el que se explica, con mucha claridad, la fe de los musulmanes. El poeta dice que allí, la oración se dirigía «a un Dios solo».

Efectivamente, los musulmanes creen que Dios es Uno. Tanto lo remarcan que piensan que está solo. Y sin embargo Dios es una familia.

El misterio de la Santísima Trinidad no es un invento de la teología.

Claramente,  San Pablo en una de sus cartas desea que recibamos «la gracia» que nos ganó Dios Hijo muriendo en la cruz, «el amor» de Dios Padre que nos regaló la vida, y la unión con el Espíritu Santo (cfr. 2 Cor 13, 11–13: Segunda lectura de la Misa).

Esto es lo que deseamos a todos los que lean esto.

viernes, 19 de mayo de 2023

DESDE EL MONTE

 


Últimas conversaciones


Los apóstoles después de la pasión, una vez que resucitó el Señor, se dieron cuenta que a partir de entonces su vida no iba a ser igual que antes: Jesús había preparado unas fases de desescalada hasta el momento de marcharse. Fue entonces cuando inaguró una nueva normalidad en la vida de sus amigos. Todos hubieran preferido que la cosa volviera a ser como antes, pero no fue así.

Jesús, después de su resurrección, estuvo preparando a sus apóstoles para la tarea que debían realizar en esa nueva normalidad. Por espacio de cuarenta días fue visto por ellos y les habló de las cosas concernientes al reino de Dios (Act 1, 3).

No sería ya el tiempo de concederles gracias especiales sino de dar indicaciones para el gobierno y desarrollo de la Iglesia.

Los milagros hoy en día son excepcionales. El Señor nos escucha pero no hace milagrerías, sino que nos ayuda en la vida corriente para hacer mejor nuestras obligaciones.

Ahora el Señor nos pide la misión de llevar a cabo su Iglesia en este tiempo. Somos nosotros los continuadores de aquellos que escuchaban hablar a Jesús después de la resurrección.

En Israel, la cuarentena tiene un cierto simbolismo. Moisés había ayunado unos días antes de promulgar la ley; Elías ayunó cuarenta días antes de la restauración de la ley; y ahora, al cabo de cuarenta días de haber resucitado, el Señor dejó asentada la nueva ley del evangelio.

Y aquellos cuarenta días fueron de trato de Jesús con los apóstoles. El Señor les habló de lo divino y de lo humano: como ocurre en nuestra oración. La conversación con Él en esos ratos, nos ayuda a asentar la ley del evangelio en nuestra vida. Aunque no sea de modo milagroso sino a través de los muchos argumentos que el Señor nos inspira.

Además San Josemaría, al hablar de las tertulias, esas conversaciones familiares, en las que trataban de temas de la vida corriente, y que él aprovechaba para sacar punta espiritual de esos asuntos, él decía que se parecían a estas últimas conversaciones de Jesús con sus amigos.

Por eso para San Josemaría, el santo de lo ordinario, las charlas de familia eran como ratos de meditación. Y los que tuvimos la oportunidad de asistir a esas tertulias nos dábamos cuenta de que estaba haciendo oración mientras hablaba con nosotros.

En realidad todo se puede convertir en trato con Dios, pero especialmente esos momentos de vida de familia. En los que evitamos las discusiones, somos respetuosos con los demás e intentamos ser simpáticos. Y por supuesto, al sentir muy cerca al Señor, hablamos en su presencia. Y así, aunque tratemos de temas intrascendentes,  se notará que Jesús está en medio de nosotros.

Último gesto

Cuando esos cuarenta días tocaban a su fin, Jesús los condujo cerca de Betania (Lc 50), que era donde tendría lugar la despedida; no en Galilea, sino en Judea, pues allí había sufrido y allí también  tendría lugar su ascensión a la casa del Padre.

Y en el momento de su acenso, Jesús los bendijo. Aquel gesto de las manos sería el último recuerdo que conservarían los apóstoles. Sus manos, con las heridas de los clavos, se elevaron primero hacia el cielo y luego bajaron a la tierra, como si quisiera hacer descender bendiciones sobre los hombres.

Parecía como si esas manos traspasadas por los clavos distribuyeran mejor las bendiciones. En nuestro caso también la cruz que soportamos por los demás hace que haya a nuestro alrededor más gracia. Así nuestras heridas, elevadas al cielo mediante la oración, suben hacia Dios y el Señor las convierte en gracia.

En nuestra vida actual tenemos enfermedades y también heridas en el alma. Pero no deben hacernos avinagrar nuestro carácter,  porque nada nos puede hacer malos si nosotros no queremos. Al contrario, esas heridas del alma o del cuerpo podemos mostrarlas en nuestra oración para ayudar a las personas que lo necesitan. Sobre todo si esas personas han sido las causantes de ese mal. Pues la oración por los que se consideran nuestros enemigos es la más eficaz delante de nuestro Padre Dios.

Nosotros –como decía san Josemaría– al ir tras los pasos del Señor, notamos que Dios nos bendice con la cruz (cfr. Amigos de Dios, 132).

Precisamente en el Levítico, después de hacer una profecía sobre el Mesías se hablaba de la bendición del sumo sacerdote. Todos las Sagradas Escrituras hablan de Él, por eso desconocer las Escrituras es desconocer a Jesús.

Ahora ocurre que una vez que ha mostrado  que todas las profecías se habían cumplido en Él, se dispuso a bendecir antes de entrar en el santuario del cielo. Las manos heridas que sostienen el centro del universo dieron la bendición final

Mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo... (Lc 24, 51).

Y se sentó a la diestra de Dios (Mc 16, 19).

Y ellos, habiéndole adorado, se volvieron a Jerusalén con gran gozo; y estaban de continuo en el templo, alabando y bendiciendo a Dios (Lc 24, 52-53)

En su despedida de este mundo también estuvo presente  la cruz, como sucedía en cada detalle, por pequeño que fuera, de su vida. Por eso la ascensión se realizó en el monte de los olivos, a cuyo pie se encuentra Betania.

Llevó a sus apóstoles a través de ese pueblo, lo que quiere decir que tuvieron que pasar por Getsemaní y por el mismo sitio en que Jesús había llorado a ver a Jerusalén.

Y no desde un trono, sino desde un monte situado por encima del huerto de retorcidos olivos teñidos con su sangre, Jesús realizó la última manifestación de su poder.

Su corazón no estaba amargado por la cruz, puesto que la ascensión era el fruto de aquella crucifixión. Como Él mismo había declarado, era necesario que padeciera para poder entrar en su gloria.

No dejó de ser Hombre

Todos los misterios de la vida del Señor están conectados pero hay una relación muy especial entre el primero y el último, entre la encarnación y la ascensión. Pues al asumir la naturaleza humana se hizo posible que Jesús sufriera y nos salvara. Y al revés, en la ascensión se glorificó a la naturaleza humana que había sido humillada hasta la muerte.

Gloria y cruz están muy relacionadas hasta llegar a ser la misma cosa, según nos dice san Juan, al hablar de la muerte con la que iba a ser glorificado Jesús. También en nuestra vida los sufrimientos pueden convertirse en condecoraciones si los padecemos por amor de Dios. Nuestros momentos de gloria no son los que hemos obtenido un éxito humano, sino cuando en el día a día convertimos los pequeños fracasos en oración.

Pues, en la Ascensión Jesús no abandonó la carne; y de esa forma sería el modelo a seguir, por otros hombres para llegar a la gloria, por medio de la participación en su vida.

Así dice san León Magno que con la Ascensión, nuestra naturaleza fue elevada por encima de todas las categorías de ángeles hasta compartir el trono de Dios (cfr. Sermón sobre la Ascensión del Señor 2,1-4). Seguramente esto humilló mucho a los ángeles soberbios. Su envidia sería muy grande porque un Hijo del hombre, inferior a ellos en naturaleza, ocupo el trono del Hijo de Dios.

Igual ocurre en esta vida, los más cercanos al Señor no son siempre los más inteligentes, los que ocupan cargos importantes, sino los más humildes. La humildad es el trampolín de Dios para llegar alto. A veces en esta vida y, siempre, en la otra. Así el primer Papa no fue un teólogo sabio sino el jefe de una cooperativa de Pesca, de un lugar desconocido, de un país sin excesiva importancia.

Por eso, meditar la Ascensión, puede servir para que nuestras mentes y corazones tengan perspectiva de eternidad; para que busquemos las cosas de allá arriba, donde está nuestro Señor. Pero sin olvidar que las cosas terrenas son muy importantes, porque con ellas podemos obtener méritos para ganarnos la gloria.

De todas formas, resultaba muy difícil creer que Él, el Varón de dolores, familiarizado con la angustia, fuese el amado Hijo en quien el Padre se complacía. Era difícil creer que, quien no había bajado de la cruz, pudiera subir ahora al cielo. Pero la ascensión disipaba todas estas dudas porque introdujo su naturaleza humana en una comunión íntima con Dios.

Igual nos puede suceder a nosotros: es difícil creer que una persona que ha perdido su trabajo y tiene que hacer cola en Cáritas es un hombre amado por Dios. 

En el caso de Jesús se burlaron de Él cuando los soldados le vendaron los ojos y le pedían que adivinara quién le golpeaba. Se mofaron de Él al ponerle un vestido real y por cetro una caña. Finalmente se burlaron de Él como sacerdote al desafiarle a que bajase de la cruz. Por eso, con la Ascensión se le aclamará según las humillaciones que había recibido como Profeta, como rey y como sacerdote.

También en nuestra vida hay quien se burla de nosotros cuando hablamos de Dios, o cuando hieren nuestra fama, o cuando se ríen porque rezamos. Pero por la pasión del Señor y la Ascensión formamos un pueblo de sacerdotes, de reyes y de profetas. Y lo mostramos al rezar, al trabajar y a hablar de Dios.

Otro motivo de la ascensión era que Jesús pudiera abogar en el cielo ante su Padre con una naturaleza humana común al resto de los hombres. Ahora podía, mostrar las llagas no sólo como insignias de victoria, sino también de petición por nosotros. Jesús elevó al Padre nuestras necesidades. Sería nuestro abogado delante de Él.

Por eso dice la Carta a los Hebreos: Ya que tenemos un Sumo Sacerdote que ha entrado en los cielos Jesús, el Hijo de Dios... Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino que, de manera semejante a nosotros, ha sido probado en todo, excepto en el pecado (4, 14-15).

Jesús, ya que eres humano como nosotros y además eres poderosísimo en cuanto Dios: ayúdanos a ser tan humanos como Tú, para llegar al cielo: eso si que sería una nueva normalidad.

viernes, 12 de mayo de 2023

Y LA CAJERA DE CARREFOUR



Con la Ascensión de Jesús al cielo, podría parecer que nos había dejado huérfanos (cfr. Evangelio de la Misa: Jn 14, 15-21).


Pero el Señor prometió que cuando se fuese junto al Padre, nos enviaría desde allí su Espíritu (cfr. Jn 15, 26 y 16, 7).

Es el Espíritu de Jesús y también el del Padre. Y nosotros le llamamos Espíritu Santo. (cfr. Primera lectura de la Misa: Hch 8, 5-8. 14-17). Y por eso decimos en el Credo que procede del Padre y del Hijo.

Recibir el Espíritu Santo es lo mismo que recibir el Amor de Dios.

El Amor es por definición un regalo. Una cosa que no es obligatoria, pero Dios nos regala porque él es bueno, no porque necesite darnos para su felicidad.

Hace poco unos recién casados me preguntaban precisamente eso: que si Dios necesita de nuestro amor. Le dije que en realidad no lo necesita. Si lo necesitase no sería Dios.

El Amor de Dios consiste en dar sin contrapartida. De lo contrario no sería regalo sino comercio.

Nadie piensa que en Carrefour regalan cosas, porque luego hay que pagar en la caja.

Pero Dios regala sin que necesite que le abonemos un ticket.

La aspiración de todo poeta es darse uno mismo, no dar una cosa: Como me gustaría ser lo que te doy, y no quien te lo da.

Esto que no lo puede hacer el ser humano lo hace Dios: nos entrega su ser, se nos entrega a si mismo, al Amor en Persona, que es el Espíritu Santo.

viernes, 24 de marzo de 2023

¡SAL FUERA!


 

No estamos solos


La primera idea es que ante lo que está pasando no estamos solos. Jesús nos acompaña. Algunos de vosotros habrá recibido la noticia del fallecimiento de una persona conocida. Tremendo si se trata de un familiar.

Nos consuela saber que en esos momentos Dios está cerca. Hace  tiempo dijo el Papa:

En estos días me contaron una historia que me removió y dolió, y refleja también lo que está pasando en los hospitales.

Una anciana comprendió que se estaba muriendo y quería despedirse de sus seres queridos: la enfermera fue por el teléfono e hizo una vídeo-llamada a su nieta, por lo que la anciana pudo ver la cara de su nieta y pudo irse con ese consuelo.

Es la necesidad última de tener una mano que tome la tuya. Un gesto de compañía final. Y muchas enfermeras y enfermeros acompañan ese deseo extremo con el oído, escuchando el dolor de la soledad, tomando la mano.

De las pocas veces que se dice en el Evangelio que Jesús lloró, fue precisamente por la muerte de un amigo. Tanto lo sintió que hizo que su amigo Lázaro volviese a la vida.

Los textos de la Misa de este domingo nos hablan de la Resurrección. Y es que Jesús es el camino nuestro, y también la Vida.

El poder de resucitar muertos

La segunda idea es que Jesús que es nuestro amigo tiene el poder de resucitar muertos.

Jesús es Dios y Hombre. Su palabra tiene un poder sobrenatural... Cuando Dios dijo que se hicieran las montañas, las montañas aparecieron, y lo mismo pasó con el sol y los mares… Por eso cuando dijo a Lázaro: ¡sal fuera!, el que estaba muerto volvió a la vida. El que estaba ya putrefacto, en lo hondo de la tumba, salió envuelto en vendajes.

Está profetizado: os infundiré mi espíritu y viviréis (Primera lectura de la Misa: Ez 37, 12-14).

Por eso dice el Salmo que hoy leemos: desde lo hondo (desde el sepulcro) a ti grito, Señor (129).

Hay quien piensa que los milagros de los que nos habla el Evangelio se hicieron por medio de sugestión. La gente se sugestionaba y se le curaba una enfermedad: es el llamado efecto placebo.

Es típico en los campamentos que algunos niños se quejen mucho de que les duele la cabeza o el brazo. Se les pasa milagrosamente cuando les das una pastilla. Y, a lo mejor, esa pastilla es de azúcar. Pero se sugestionan y se curan.

Así, algunos explican que un ciego de nacimiento comenzase a ver, que un paralítico pudiese andar, que con tres bocadillos de sardinas comiesen miles de personas, etc.

Dicen que la mente humana tiene una capacidad desconocida para realizar esos fenómenos paranormales, que la gente corriente llama milagros. Desde luego esta opinión pseudo científica no deja de ser bastante curiosa.

Pero lo de resucitar a un muerto, eso es ya diferente, ahí ya no existe el efecto placebo, porque el muerto no puede ser sugestionado.

Entonces se podría objetar que es que no estaría muerto. Pero en este caso de la resurrección de Lázaro, su cuerpo llevaba varios días en el sepulcro, y olía ya por putrefacción de la carne, señal evidente de que no estaba en estado de coma.

Con la medicina y contando con el paso del tiempo se podrá hacer muchas cosas, pero nunca resucitar a un muerto, eso no tiene vuelta de hoja.

Jesús lo hizo. Y por eso querían matarle sus enemigos. Porque ya era demasiado... Darle la vista a un ciego de nacimiento fue portentoso, pero darle la vida a Lázaro eso era ya tumbativo, mejor dicho resucitativo.

Aunque parezca increíble, hace poco leí en un libro que lo de Lázaro fue un montaje. Que, como estaba enfermo y pálido, se envolvió el mismo con vendas y se metió en su propio sepulcro esperando a que llegara Jesús. Esto es lo que pensaban los gnosticos.

Nosotros cuando algún alimento tiene fuerza, decimos que es capaz de resucitar a un muerto. La palabra de Jesús es así, pero realmente, la muerte no aguanta su presencia. Sus palabras traspasaron aquel día la roca donde estaba enterrado su amigo Lázaro.

En el Génesis se cuenta como Dios le sopló a Adán un aliento de vida, y Adán comenzó a vivir. El Señor tiene poder para devolver la vida, otra cosa es si eso es lo que más conviene. Cuando Jesús parece que no hace caso a nuestros ruegos y no evita lo que ahora está pasando: una enfermedad por la que mucha gente muere, no es que sea un Personaje frío que no sufre por nosotros. Muy al contrario: si Jesús permite esta situación es porque sabe que nos va a reportar muchos beneficios.

El Señor puede devolvernos la vida como hizo con su amigo Lázaro. Pero también puede resucitarnos a la vida sobrenatural, la vida de la gracia, que es lo importante.

Porque ¿para qué queremos vivir toda la eternidad alejados de las personas que queremos? Eso no sería vida, porque una vida sin amor es un desastre y una vida eterna sin amor es un infierno.

Como dice san Pablo el Amor de Dios es lo que nos devuelve otra vez la vida sobrenatural (segunda lectura de la Misa: cfr. Rom 8, 8-11). Y esto es lo que el Señor quiere hacer con nosotros esta cuaresma: resucitarnos.

Tiene poder para sacarnos de lo más profundo. Por eso le repetimos: –Desde lo hondo, a Ti grito, Señor

Además el mismo Jesús lo dijo: El que (…) cree en mí, no morirá para siempre  (Jn 11, 26).

Lázaro estuvo cuatro días muerto. Por eso, nosotros nunca debemos desanimarnos por nuestros pecados, aunque los cometamos una y otra vez. La Gracia es más fuerte. Jesús nos cura si confiamos en Él.

Sacar al bicho

La tercera idea es que Jesús que es nuestro Amigo, puede hacer que salga fuera de nosotros lo que nos daña y nos quita la verdadera vida. Vamos a pedirle al Señor que nos resucite las veces que haga falta porque somos sus amigos. Vamos a pedírselo ahora.

Un conocido filósofo, que murió loco, decía para meterse con los cristianos: no se les nota caras de resucitados. Como si dijera que a veces vamos por la vida con cara de mártires. Por eso si en la tierra hay cristianos que tienen cara de muerto es aconsejable que vayan a tomar el sol.

Y que a nosotros se nos note después de esta cuaresma que hemos cambiado. No solo porque nos hayamos empeñado, sino porque le hemos pedido al Señor que nos ayude. Y Él con su voz de Dios nos dice: ¡sal fuera!

Muchas veces se ha explicado la dificultad de cortar con las cosas que nos cuestan con  la imagen del sapo. Recuerdo hace tiempo que una niña de 5º de Primaria definía el sapo como «algo malo que uno ha hecho, que se queda dentro y da supervergüenza contar, y te pones de todos los colores» (E. MONASTERIO: Un safari en mi pasillo).

A una persona santa, Dios un día le permitió ver como, hablando con otro iban saliendo sapitos pequeños de su boca. Pero que de vez en cuando se asomaba uno grande y repugnante, con ojos saltones y que no terminaba de salir. Se metía para adentro y volvía a asomarse al cabo de un rato…

Tú, pídele al Señor que nos saque nuestros sapos: la pereza, el programa de televisión que a veces nos separa de Él, etc.

Que nos saque de los sitios donde no está Dios. Y verás como a la puerta de ese local el Señor te dice: ¡sal fuera!

Cuenta Santa Teresa de Jesús en el Libro de la vida (Capítulo VII) que Dios le hizo entender que no le convenían algunas amistades que frecuentaba.

Ella, que era una persona buena, fue poco a poco enfriándose en su amistad con el Señor y perdiendo vida sobrenatural.

Y como le crecieron los pecados comenzó a faltarle el gusto por las cosas de Dios. Entonces, el diablo la engañó porque, al verse “tan perdida”, tenía miedo de hacer oración. Y por eso prefería estar con mucha gente y tratar menos con el Señor.

Ella misma dice que engañaba a las personas con las que hablaba, porque seguía apareciendo como buena, e incluso les hablaba de Dios.

Como ella no hacía caso, y seguía hablando con una determinada persona, el Señor se le apareció y le hizo ver que aquello le dolía mucho.

Precisamente, un día, estando con esa persona, vio venir hacia ella como una especie de “sapo grande”.

La santa cuando entendió todo aquello, echó el sapo de su vida, que no era imaginario. Y volvió a darle gusto a Dios, que le pedía desde hacia tiempo que dejara de verse con esa persona.

Por eso, nosotros, en este tiempo, después de reconciliarnos con Dios volveremos a la vida verdadera, no la de diseño.

Y, aunque haya gente que nos diga que no estábamos muertos, que nos habían visto en el botellón, les diremos que sí, que estuvimos, pero que nos fuimos porque Alguien nos llamó.

Cuenta el Evangelio que el Señor expulsó siete demonios de María Magdalena (Lc 8, 3). Yo me los imagino en forma de sapo.

La Magdalena no resucitaría a la vida espiritual de la noche a la mañana. Su conversión sería poco a poco. A veces volvería para atrás. Estoy seguro que Jesús se la confió a su Madre, para que su vuelta a la vida fuese definitiva.

La Virgen como buena enfermera nos curará, después de que Jesús, nuestro amigo y también nuestro médico, haya expulsado los virus malignos.

viernes, 17 de marzo de 2023

CIEGO EN ESPAÑA

 Fiarse de uno mismo o fiarse de Dios


Tenemos que hablar de fe. Y nos puede pasar como a aquella niña que le preguntaron sobre esta virtud cristiana. Ella contestó en el examen: La fe es aquello que Dios nos da para entender a los curas.

Por eso voy a pedirle al Señor que sepa explicar esta virtud que es tan importante en el día a día. La cosa es así: en nuestra vida se presenta una disyuntiva: fiarnos de nosotros mismos o fiarnos de Dios. Normalmente esta elección consiste en cosas pequeñas, pocas veces aparece en cuestiones de importancia. Para tener fe hay que fiarse del Otro con mayúscula. No querer tener todo controlado por nosotros mismos. Hay cosas que queremos tener «amarradas» pero que no sea por falta de fe.

Hay gente que quiere tener todo «controlado» debido a una enfermedad. En ese caso que le vamos a hacer, pero hay también personas que amarran todo por falta de visión sobrenatural, porque no acaban de fiarse de nuestro Señor.

Dile: –Me fio de ti.
Quizá oímos en nuestro corazón aquello del salmo: deja tus preocupaciones en el Señor y el te sostendrá.

Es curioso como el oído y la lengua están conectados. Parece que no tiene mucho que ver el oído con la lengua… que se lo pregunten a los otorrinolaringólogos. Desde luego en la vida espiritual están conectados, porque sabemos que «no hay peor sordo que el que no quiere ver». Sucede que uno no escucha a Dios porque antes no ha querido verle.

Hace ya muchos años, un conocido literato español dejó escrito algo asombroso. Siendo adolescente se le ocurrió un día, al volver de comulgar abrir el evangelio al azar y poner el dedo sobre un pasaje. ¿Sabes cuál le salió? Te lo leo: «Id y predicad el Evangelio por todas partes».

Le produjo una profunda impresión, entendió que era como un mandato de que se entregara totalmente a Dios. Pero pensó algo así como: «si sólo tengo 15 años y, además, tengo novia. Demasiada casualidad, se dijo, ha sido todo muy rápido…»

Y decidió probar otra vez. Abrió la Escritura y leyó: «Ya os lo he dicho y no habéis atendido ¿por qué lo queréis oir otra vez?» (cfr. Carta de Miguel de Unamuno el 25 de marzo de 1898 a su amigo Jiménez Ilundain en Literatura del siglo XX y cristianismo. Charles Moëller, p. 71 y 72).

El pasaje que leyó Miguel de Unamuno era precisamente el del ciego de nacimiento al que curó el Señor. Y los fariseos se negaban a creer que había habido un milagro (cfr. Jn 9, 1ss).

Con este escritor dejó de creer, se declaraba agnóstico. Poco a poco fue perdiendo ese diálogo con el Señor. Y cuando uno va por el mundo sin Dios, va a ciegas. Sin embargo el ciego de nacimiento como se fió de Dios escuchó la voz de Jesús. Pues a este literato le ocurrió lo contrario: se quedó ciego con el pasaje que leyó.

Así poco a poco no solo se va perdiendo la vista sino también el gusto por las cosas de Dios, y va faltando el tacto para tratar a los demás. Una persona que funciona así, funciona por el contacto, acaba impactándose con algo o con alguien.

Sin visión sobrenatural, sin querer escuchar a Dios acaba uno desconcertado. Al principio quizás no, pero sucede cuando en la vida llegan acontecimientos duros que uno no espera.

Sin visión sobrenatural la Iglesia parecería una asociación clerical a la que por desgracia tendríamos que estar unidos. Sin fe no se entiende nada. Nuestra vocación no tiene ningún sentido si no se ve a Dios detrás.

El ciego de nacimiento

La falta de fe de algunos, a veces, es un poco chocante. Eso se ve con claridad en el Capítulo 9 de san Juan. Aquí se nos cuenta la curación de ese ciego de nacimiento, del que venimos hablando.

Este milagro desconcertó y enfadó a algunos que no tenían fe en Jesús, porque lo había realizado en sábado, el día del descanso judío. Se creían seres tan superiores que había que pedirles permiso a ellos para hacer el bien. Es absurdo: un hecho bueno no puede provenir sino de Dios.

Pero aquellos hombre como no quieren creer en Jesús, tampoco ven la realidad de ese hecho prodigiosoY por eso intentan buscar una explicación donde no la hay.

Primero le preguntan al que era ciego: ¿mo te ha curado? Y él les contesta: Me puso barro en los ojos me lavé y veo. Como siguen sin creer, entonces interrogan a sus padres, pero ellos no saben nada.

La solución la da Jesús cuando se encuentra con el ciego a solas. Le dice: –¿Crees en el Hijo del Hombre? Él contestó: –Y ¿quién es, Señor, para que crea en Él? Jesús le dijo: Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es. Él dijo: –Creo, Señor.

Creyó en el Señor y empezó a ver lo que antes no veía. La realidad se le presentaba distinta, sin tinieblas.

Señor, danos esa luz, auméntanos la fe.

Jesús no sólo le dio la luz natural sino la sobrenatural. Empezó a caminar por el mundo como hijo de la luz (Ef 5,8), viendo las cosas con los ojos de la fe.
Podemos repetirle ahora, al Señor, las palabras del ciego cuando empezó a ver: Creo, Señor (Jn 9, 38).

La falta de fe es la peor ceguera, y lo peor que nos puede pasar en esta vida. No creer, no contar con Dios es un engaño. Lo que parece real no lo es.

A veces, la vida en esta tierra se ha comparado con una comedia en la que cada uno representa un papel. Y sucede, en el teatro o en el cine, que lo que allí se desarrolla no es real, aunque lo parezca.

El que actúa de rey, una vez acabada la función deja su corona, y se toma un bocadillo en un bar. Y lo mismo el que hace de mendigo, puede ganar millones por su actuación. Por eso, se compara nuestra vida con el arte dramático: detrás de las cámaras y de la tramoya está la realidad, pero no en el escenario, allí todo es apariencia.

Ya lo decía un conocido actor y escritor inglés: Todo el mundo es un escenario y todos los hombres y mujeres no son sino actores”. La gracia del asunto es que, mientras más real parece lo del escenario, más falso es.

Muchas veces, a nosotros nos pasa lo mismo en la vida diaria. Estamos tan metidos en las cosas, que tenemos un encuadre que no es real, que nos puede parecer definitivo, pero que no lo es porque no está Dios.

No te fijes en las apariencias nos dice el Señor por boca del profeta (1 Sam 16, 7).

La realidad de nuestra vida, de cada persona sólo la puede conocer Dios, que es el que mira las cosas fuera del tiempo. Y mira, no el papel que uno representa, sino que el Señor ve el corazón (Idem).

Es un hecho que nuestra vida la está viendo constantemente Dios. Nosotros no le vemos a Él porque está como escondido, pero nos ve y nos oye, como ahora desde la oscuridad del sagrario.

Cuando va al cine, está todo oscuro y nada parece real salvo la película que estás viendo. Todo lo de alrededor es como si fuera un gran vacío. Pero, justamente en esa oscuridad está la realidad, las personas de verdad. Allí, el mundo real está oscuro, parece que no existe. En cambio, el irreal, el que aparece en la película, parece el verdadero.

El Señor nos podría decir: en el cine ves y oyes a personas que no están allí. Pero Yo siempre estoy contigo aunque no me veas. Lo difícil no es creer esto, lo difícil es darse cuenta de que el Señor está siempre a nuestro lado. Ver las cosas como las ve Él. Por eso nos repite: No te fijes en las apariencias, porque lo verdadero es ver la realidad como la ve Él.

Que yo vea con tus ojos

Que yo vea con tus ojos... pedía san Josemaría. En eso consiste la luz de la fe. Con la fe tenemos la luz de Dios. Precisamente el Señor se encarnó para darnos esa visión sobrenatural.

Una visión que traspasa la oscuridad y que nos deja ver más allá de las apariencias. Nos deja verle a Él en las cosas que hacemos. Es entonces cuando todo adquiere sentido. Lo que da sentido a una película, a los actores, es precisamente el público que la está viendo. Sin el público todo aquello no sirve... Porque lo real, lo importante no es lo que yo piense, sino lo que piensa Dios sobre las cosas, las personas, los acontecimientos de mi vida.

¡Qué pena no tener fe!  Sin fe no ves el sentido de la vida. Lo mismo que la ceguera impide ver el relieve, los colores, un agnóstico, no sabe, ni ve lo fundamental.

Jesús da luz. A veces es un poco misterioso, pero te hace ver cosas, mejorar. Pasa como con la electricidad. De manera que uno no puede explicar cómo le das a un interruptor y se enciende una bombilla.

Jesús nos da una luz nueva que nos hace vivir de distinta manera, viendo la realidad de las cosas. Vivir así, bajo la luz de la fe nos llena alegría y optimismo.

María vio siempre la realidad con la luz de la fe. Cada día era distinto, aunque siempre representara el mismo papel: limpiar la casa, ir por agua, cocinar, colocar unas flores… Sabía que Dios estaba detrás de cada acontecimiento. Y aunque otros, en Israel, estaban ciegos y no se daban cuenta, ella veía.

Por eso corrigiendo al poeta, podemos decir:

Dale limosna, mujer
que no hay en la vida nada
como la pena de ser
ciego en España.

FORO DE HOMILÍAS

Homilías breves predicables organizadas por tiempo litúrgico, temas, etc.... Muchas se encuentran ampliadas en el Foro de Meditaciones