lunes, 26 de agosto de 2019

LAS GAFAS DE DIOS



Centinelas

Somos hijos de Dios, elegidos para hacer de centinelas; siempre alertas para escuchar su voz y transmitirla. Según nos dice el libro de Ezequiel hemos recibido la misión de ayudar en la conversión de los demás ( 33, 7-9: primera lectura de la Misa).

Dicen de un jefe de gobierno que tenía en su mesa de trabajo dos montones de expedientes. Él pensaba que unas cosas se arreglaban con el tiempo, eran las del segundo montón. Y las del primer montón se arreglaban pasándolas al segundo. San Josemaría no era partidario de ese modo de proceder y escribió que hay que actuar “a fondo, con caridad y fortaleza, con sinceridad. No caben las inhibiciones. Es equivocado pensar que con omisiones y retrasos se resuelven los problemas”.

Y a veces, la pereza o la cobardía pueden llevarnos a practicar una paciencia engañosa dilatando una corrección que deberíamos haber hecho cuando el defecto estaba incubándose.

En nuestro trabajo por amor a Dios habremos de corregir. No hay que tener miedo a hacerlo, pues el Señor está con nosotros, somos sus instrumentos. Aunque es cierto que todo lo que se recibe se recibe según el recipiente, y si está roto, no es muy aconsejable echar líquido en él. Sería una imprudencia. Es necesario que nuestros hermanos estén receptivos y rezar para que escuchen la voz Dios y no endurezcan su corazón (Sal 94, 1-2ss: responsorial).

Al oír nuestra corrección, puede que haya alguien que le entre por un oido y le salga por el otro. Pero hemos de darle una oportunidad: no sabemos cual será la definitiva, todos tenemos nuestros tiempos y Dios tiene su propio reloj y cuenta con nosotros como instrumentos de su misericordia. Así es como, poco a poco, ayudamos a que el Señor cambie el mundo (2 Cor 5, 19: Aleluya de la Misa).

Motivos para corregir

Hay personas que corrigen porque les molestan los defectos de los demás y utilizan continuamente la lengua como si fuese una espada. Dicen la verdad, pero la emplean como arma arrojadiza. Convivir con esas personas suele ser un martirio; no se sabe que es mejor si su silencio o que estén siempre con la matraca. Las personalidades hiper-críticas suelen ser tóxicas, porque no piensan en los demás: necesitan expeler la corrección como si fuesen gases. Y eso acaba ahogando a los cercanos. 

El motivo de la corrección es la mejora del que nos oye. Si sabemos que no es oportuna, lo prudente es no decir nada. Hay que utilizar el sentido común: corregir en momentos en los que esa persona puede escuchar.

La finalidad de la corrección no es la mejora nuestra. No lo hacemos  movidos por un enfado; pero tampoco nos lleva a hacerla un voluntarismo perfeccionista. El motivo de la corrección tiene que ser el amor desinteresado: buscamos el cambio de nuestro hermano (Mt 18,15-20: Evangelio de la Misa). Y ese amor ha de ser conducido por la prudencia. Sería tonto querer corregir a un jefe hosco si sabemos que se lo tomará a mal: perderíamos la confianza de esa persona y quizá, también, el empleo.

El motivo de la corrección es la enmienda, por eso lo importante de la corrección fraterna no es hacerla, sino recibirla. Si no se recibe bien es como arar en el mar. Nadie corrige a una estatua. Si nos corrigen es para que cambiemos. Si no, no sirve de nada la corrección.

Y Si no queremos ser estatuas, al recibir la corrección fraterna hay que pasarse por la oración. Como hacía San Josemaría:

Hoy don Álvaro me ha hecho una corrección. Y me ha costado aceptarla. Tanto, que me he ido un momento al oratorio y, una vez allí: Señor, tiene razón Álvaro y no yo.

Pero, enseguida: No, Señor, esta vez tengo razón yo... Álvaro no me pasa una... y eso no parece cariño, sino crueldad.

Y después: –Gracias, Señor, por ponerme cerca a mi hijo Álvaro, que me quiere tanto que...¡no me pasa una!”.

Las formas del amor

Si el cariño es el motivo de nuestra corrección (cfr. Rm 13, 8-10: segunda lectura de la Misa), también la forma debe ser delicada. Para curar el desgarro del corazón del otro hemos de ir con un arma blanda, no dura ni punzante. Con el paso del tiempo nos volvemos más sensibles a nuestras cosas y podría ser que hiciéramos más daño que beneficio al corregir sin contemplaciones. 

La finalidad de la corrección es el cambio y hay contar con el tiempo, pues la paciencia es una forma del amor, que espera y espera... hasta que por fin la persona que amamos decide poner a régimen su corazón, y así sus defectos pesan menos.

Un  libanés me contó una historia: la de un hombre que entró en el despacho que Dios tiene en el cielo. Y sobre la mesa vio unas gafas: las gafas de Dios. Y este hombre no resistió la tentación de ponérselas, pensando que Dios no le veía en ese momento porque estaría atendiendo otros asuntos. Y al ponerse las gafas vio toda la malicia de los hombres: asesinatos, crímenes... un cúmulo inmenso de barbaridades.

Pero el Señor sí lo vio y le dijo:
–¿Qué haces poniéndote mis gafas?

El hombre respondió con una pregunta, como suele hacer un hijo con su padre:
–Señor, ¿mo aguantas tanta malicia?

Y Dios le respondió: No debiste mirar, porque si quieres ver con mis gafas tienes que tener también mi corazón.

Efectivamente, el Señor ve la malicia del corazón del hombre, de todos los hombres que hemos existido. Y utiliza su misericordia para vencer el mal. Y a veces es la corrección hecha por amor.

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22º Domingo A

–Ezequiel 33, 7-9
Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre

–Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9 (: 8)
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón».

–Romanos 13, 8-10
La plenitud de la ley es el amor

–Aleluya: 2 Cor 5, 19
Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo,
y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación.

–Mateo18, 15-20
«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.



lunes, 19 de agosto de 2019

DIOS ES CATÓLICO


Dios es un Padre que corrige

Decía el sabio alemán: hablar es una necesidad, escuchar un arte. Necesitamos desahóganos en la oración pero más nos ayuda escuchar la voz de Dios, que muchas veces nos puntualiza las  cosas, nos pone los puntos sobre las íes.

Nuestros padres nos corrigieron desde que éramos pequeños y lo hacían continuamente: bájate de ahí; espera que esté en verde para cruzar la calle; ponte a estudiar; no te hagas selfies en el baño; no me respondas cuando te hablo...

Un padre no corrige porque le moleste lo que hacemos o decimos, sino porque nos quiere. Y no puede dejar de corregirnos porque no puede dejar de amarnos. Nuestro Padre nos decía lo que nos convenía, aunque nos doliese.

La carta a los Hebreos nos dice: Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? (segunda lectura de la Misa: 12, 5-7.11-13). Desde el principio el Señor corrigió a su Pueblo. Porque quería que fuesen felices.

Jesús es la Puerta

Cuando Dios se hizo Hombre en muchas ocasiones le reprende su forma de proceder. Por ejemplo, les dijo claramente que no les bastaba con ser de la nación elegida (cfr. Lc 13, 22-30). Pues la
santidad no está en los cromosomas, no se da por la pertenencia a una raza.

En cierto día uno preguntó a Jesús: –Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Él les dijo: –Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.

El hecho de tener sangre judía no bastaba, tenían que pasar por la puerta “agosta”. El Señor realmente había enseñado en sus plazas; comido y bebido con ellos, pero no fue suficiente. Jesús mismo era esa Puerta estrecha: había que hacerle caso aunque su mensaje fuera “exigente”. Es el Camino y nadie puede ir al Padre sino por Él: así escribe san Juan y lo recoge el Aleluya de la Misa de hoy (cfr. 14, 6 ).

Se trataba de hacerle caso, escuchar su Palabra divina, pasar por esa Puerta, radical, exigente (cfr. Lc 13, 22-30); de lo contrario nuestro Padre Dios no iba a reconocernos como hijos suyos. Los santos han hablado de que no podemos encontrar otro medio de acercarnos a Dios sin pasar por nuestro Salvador. Si no miráramos a Jesús, no habláramos con Él, no meditásemos su vida y su palabra sería difícil que pudiésemos alcanzar el cielo.

Dios es un judío católico

Jesús es hebreo y predicó a las de su raza. Pero su misión era en favor de todos los pueblos, por eso envío a sus discípulos: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio (en el salmo responsarían de hoy: Mc 16, 15). En el cielo cabrían gente de todas partes del mundo. La Iglesia de Jesucristo es universal, católica. Por eso el Señor dice: Vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios (Lc 13, 22-30). Porque Dios es “católicós”, universal, no está atado a un territorio.

Ya estaba profetizado anteriormente: vendré para reunir las naciones de toda lengua...También de entre ellos escogeré sacerdotes (Is 66, 18-21). Dios no se contradice pero nosotros somos humanos, débiles, limitados; y con frecuencia tenía que repetir que su misión era universal.

Ahora nos toca a los cristianos actuales llevar a Dios a todos los lugares. Hace poco estuve en Tánger, donde los católicos somos una ínfima minoría y no se puede hablar de la doctrina de Jesús con facilidad. Uno puede pensar que pinta allí un convento de carmelitas, unos pocos franciscanos, o una decenas de laicos. Sin embargo aunque no puedan hablar fácilmente de su fe con palabras, lo hacen con sus hechos. Allí estaban unos universitarios sacando a pasear a unos deficientes mentales con el asombro de los beréberes.

Pero no solo universal en cuanto al territorio, sino en cuanto a las personas. El papa Francisco nos habla de las periferias, pues hasta a las más alejadas debemos llevar el evangelio. Pero Dios es también “católico” porque le interesa “todo” lo nuestro, nada de lo humano le es ajeno desde que tuvo lugar la encarnación. Jesús es judío ya para siempre, pero su misión abarcó el mundo y todas las actividades de los hombres de todos los tiempos.

En un mundo tan emotivo como el que nos ha tocado vivir hemos de llegar al corazón del último hombre con el lenguaje que la gente corriente entiende. Decía el novelista ruso que la humanidad puede vivir sin ciencia, incluso sin pan, pero no podría seguir viviendo sin la belleza, porque es el lenguaje que el ser humano de todos los tiempos entiende. Los cristianos hemos de comunicar mejor evangelio, pues si el bien de Dios no se expande es porque no lo hacemos atractivo. Y la “belleza del mensaje”, que ha sido vivido por las personas santas es lo que más le puede llevar a los hombres de nuestro tiempo a conocer y amar a Cristo. Porque la fe en Jesús, a veces, ha podido corromperse a causa de los hombres, pero muchos católicos –también de nuestra familia– han “llenado” el mundo de bondad y de belleza. Porque Dios es católico.

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21º Domingo C

Primera Lectura del profeta Isaías 66, 18-21
De todas las naciones traerán a todos vuestros hermanos

Responsorial del Sal 116, 1. 2 (: Mc 16, 15)

Segunda Lectura de de la carta de los Hebreos 12, 5-7.11-13
El Señor reprende a los que ama

Aleluya de Juan 14, 6

–Evangelio de Lucas 13, 22-30
Vendrán de oriente y occidente, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios

martes, 13 de agosto de 2019

FUEGO AMIGO




Es imposible contentar a todo el mundo

Las lecturas de la Misa de este domingo nos dicen: En aquellos días, los dignatarios dijeron al rey: Hay que condenar a muerte a ese Jeremías, pues, con semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y al resto de la gente (cfr. Jr 38, 4-6.8-10).

Y después en la Carta a los Hebreos se escribe: Teniendo una nube tan ingente de testigos... fijos los ojos en... Jesús (cfr. 12, 1-4 ).

Y por último el evangelio cita unas palabras del Señor: He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!... ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división (cfr. Lc 12, 49-53).

¿Qué quiere decir todo esto: que un profeta sea mal entendido, y  Jesús nos diga que no viene a  traer la paz sino la división?

En argot militar se denomina fuego aliado a los disparos provenientes del propio bando. Este tipo de incidentes suelen estar producidos por errores, casi siempre humanos, debidos normalmente a fallos en la identificación del objetivo.

El cristiano está llamado a ser una persona pacífica, que no quiera pelearse con nadie. Pero si la gente nos critica, y piensa mal por algo que en realidad está bien, entonces hemos de acordarnos de lo dicho por Jesús:

Vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: Tiene el demonio dentro. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: Este es un comilón y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores

Y añade el que fuese Papa Juan Pablo I: “Ni siquiera Cristo logró contentar a todos. No nos desesperemos si tampoco lo conseguimos nosotros (en Albino Luciani, Ilustrísimos Señores).

Efectivamente a Jesús, que es la Verdad de Dios, lo condenaron por blasfemia; en nuestro caso, que tenemos sombras, con más motivo seremos perseguidos.


Felices si sufrimos persecución a causa de nuestra amistad con Dios

Cuando uno recibe continuos aplausos debemos acordarnos de los gritos que otros cristianos recibieron por seguir los mandatos de Dios. Hace unos días estuve en la abadía de Montserrat y me enseñaron la capilla capitular donde está la pintura de unos benedictinos que sufrieron martirio por su fe.

No es extraño que el profeta Jeremías se queje (cfr. 38, 4-6.8-10). Y si todos se confabulan contra nosotros por causa de Jesús, entonces nos viene bien pedir: Señor, date prisa en socorrerme (Sal 39, 2 ss ).

Para evitar los desánimos, la Carta a los Hebreos nos habla de la nube de testigos que nos contemplan, y nos anima a poner nuestro ojos en Jesús, que soportó la oposición de los pecadores y ha triunfado definitivamente (cfr. 12, 1-4 ). Por eso seremos felices si sufrimos persecución a causa de nuestra amistad con Dios, porque mayor será nuestra recompensa.

El Señor siempre nos socorre, contesta a nuestras llamadas de agobio. Y nos habla, normalmente, a través de una circunstancia, de la conversación con una persona, o leyendo la sagrada Escritura. La oración muchas veces consiste en estar receptivos...

Contagiar el Fuego

Ahora nosotros queremos oír su voz, como las ovejas que oyen los silbidos del pastor (cfr. Jn 10, 27). Jesús nos comunica lo que quiere de nosotros a través de su palabra y de su ejemplo. Pues no solo consiste la cosa en escucharle sino en imitarle, seguir sus huellas, hacer lo que Él hizo.

Jesús vino a prender fuego. Su amor era tan ardiente, que estaba en ascuas hasta dar la vida por nosotros. Era tan irresistible que hasta enemigos declarados pasan a ser amigos. En la pasión se convierte algún soldado y hasta un asesino. Podemos decir que su amor era tan indiscriminado como el fuego amigo: en este caso no es peligroso sino que salva.

Pero un amor tan apasionado de forma inevitable crea división: estamos con Él o contra Él (cfr. Lc 12, 49-53). Ante Jesús nadie queda indiferente, más tarde o más temprano uno tiene que decidir: el tibio acaba siendo arrastrado por el ambiente descristianizado.

El Amor de Dios llegó para transformar el mundo, fue en Pentecostés cuando se hizo visible, y desde entonces no ha dejado de arder. Es el Espíritu Santo que habita en nuestros corazones y nos empuja a escuchar y hablar de las maravillas de Dios: no es belicoso pues tiene la mansedumbre de los santos, y de forma indiscriminada sopla donde quiere y desea que le ayudemos a extender este incendio de paz con ese Fuego Amigo.

viernes, 9 de agosto de 2019

ES URGENTE ESPERAR


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Esperar en Jesús

Desde hace muchos siglos está escrito en el libro de la Sabiduría que Dios cumplió las promesas que había hecho anteriormente (cfr. 18, 69). Por su parte, la carta a los Hebreos habla de la confianza que los patriarcas tenían en Dios (cfr 11, 1-2. 8-12). Así, también podemos repetir con el salmo: Nosotros aguardamos al Señor ( Sal 32).

Es bueno recordar el ejemplo de los que nos precedieron porque, hoy en día, algunos cristianos se sienten sin esperanza. Debido a que, después de años, no consiguen tener éxito en sus planes. Otros dejan de confiar en Dios porque en su familia ha sucedido una desgracia: desde el fallecimiento de uno de sus miembros dejan de tener relación con Dios. Otros no entienden como les puede ir mal la situación profesional, con lo eficaz que podría ser su vida si tuviera un trabajo mejor. Todas estas personas tienen en común una cosa: que piensan que Dios les ha defraudado. Ya no confían en Dios como al principio. Las cosas no salen como habían previsto en su juventud.

Jesús nos dice que pongamos nuestra confianza en los bienes del cielo (cfr Lc 12, 32-48 ). Está claro, en nuestra vida hay dos caminos: confiar en Dios, que puede considerarse un riesgo porque no se le ve; o buscar la seguridad en las cosas humanas, que siempre se pueden tocar. En este caso el dinero es la representación de lo tangible y además es el símbolo, el icono del éxito.

John Henry Newman, de familia de banqueros, conversaba en una ocasión con un importante hombre de negocios de la City de Londres, que ya había tomado su opción en la vida de amar al dinero sobre todas las cosas, por eso era un hombre que presumía de sus riquezas y se declaraba agnóstico... Si uno no está seguro de la existencia de Dios hay que agarrarse a las riquezas materiales.

En un momento de la conversación Newman escribió en un papel la palabra Dios y sacó de su bolsillo una moneda. La puso sobre la palabra, tapándola, y preguntó:

–¿Ve lo que he escrito?
–No. Solo veo una moneda
–Efectivamente, porque el dinero le ciega, e impide que vea a Dios.

Según nos cuenta Newman, el banquero había tomado la decisión de buscar en primer lugar las cosas tangibles y eso le impedía ver lo importante.

Por qué no actúa Dios?

El enemigo quiere que desconfiemos de Dios. Es como si dijera: –Tu Padre no es posible que se haga cargo de lo que tú sientes. Él vive en su mundo, tú en el tuyo, móntatelo por tu cuenta.

Para descubrir quién ocupa el centro en nuestra vida, si es Dios o nuestro yo, basta con experimentar un fracaso en lucha por mejorar. Los bajones ante nuestros fracasos suelen indicar que hemos contado mucho con nuestras fuerzas y poco con la gracia de Dios, y por eso se nos hace difícil asimilar la propia humillación. 

La soberbia, que es la planta que cultiva Satanás en nuestro corazón, nos hace pensar que Dios no quiere actuar en nuestras vidas. O es indiferente a nuestros problemas, o es que quizá no existe.

Para algunos la mejor posición con respecto a la existencia de Dios es no negar su existencia –no declararse ateo– pero tampoco asegurar lo contrario, sino quedarse en un punto medio, son agnósticos. No tienen certeza pero tampoco lo niegan.

El Ancla

El primer Papa argentino ha dicho:“es útil no confundir optimismo con esperanza. El optimismo es una actitud psicológica frente a la vida. La esperanza va más allá. Es el ancla que uno lanza al futuro y que le permite tirar de la soga para llegar a lo que anhela... Además, la esperanza es teologal: está Dios de por medio”.

(AMBROGETTI, Francesca. El Papa Francisco, Barcelona: Ed. B, 2013)

Y en el escudo del primer Papa Santo del siglo XX se puede ver un ancla. Él explicaba el motivo por el que la había puesto: "recuerda la Esperanza 'que tenemos como ancla segura y firme para el alma' (Hebr.,6,19)... La esperanza, no en los hombres, que solo es ocasión de calamidad y desengaños; la esperanza en Cristo.

(Monseñor Sarto, 15 de marzo de 1885, en José María JAVIERRE: Pio X, Barcelona 1952, p. 114)

Así se entiende que en la tumba de los primeros cristianos aparece en muchas ocasiones esa imagen. El ancla se consideraba un símbolo de firmeza. En medio de la movilidad del mar, ella es lo que asegura. En el cristianismo primitivo el ancla se convirtió en símbolo de Cristo, en quien ponemos nuestra esperanza. 

En esta vida caben  dos opciones o nos fiamos del amor que Dios nos tiene o nos fiamos de nuestro amor propio, de nuestro propio criterio. Más tarde o más temprano tendremos que decidir de quién fiarnos.

FORO DE HOMILÍAS

Homilías breves predicables organizadas por tiempo litúrgico, temas, etc.... Muchas se encuentran ampliadas en el Foro de Meditaciones