CADA UNO A LO SUYO
Las lecturas de la Misa nos hablan de la necesidad de pensar en los demás.
La Primera (1) nos presenta la indignación del Profeta Amós, que se encuentra con los dirigentes llevando una vida lujosa, mientras el país estaba en la ruina.
En la Segunda lectura (2), San Pablo recuerda a Timoteo que la raíz de todos los males es la avaricia: cuando uno va a lo suyo
Por su parte, el Evangelio (3) nos describe a un hombre rico que no supo sacar provecho de sus bienes.
La descripción que nos hace el Señor en esta parábola tiene fuertes contrastes: gran abundancia en la vida del rico, extrema necesidad en Lázaro.
Los bienes del rico no habían sido adquiridos de modo fraudulento; ni tampoco parece que tenga la culpa de la pobreza de Lázaro, al menos directamente.
Este hombre rico no está contra Dios ni tampoco oprime al pobre. Únicamente está ciego para ver a quien le necesitaba. Vive para sí, lo mejor posible.
¿Cuál fue su pecado? Pues que no se fijo en Lázaro, a quien hubiera podido hacer feliz viviendo él con menos egoísmo: con menos afán de ir a lo suyo.
Lo que llevo al rico al infierno no fueron sus riquezas –Dios es también rico– sino su egoísmo.
Y lo que llevó a Lázaro al cielo no fue la pobreza material –entonces los pobres serían santos– sino la pobreza de espíritu, la humildad (4).
El egoísmo deja ciegos a los hombres para las necesidades ajenas y lleva a tratar a las personas como cosas sin valor. Todos tenemos a nuestro alrededor gente que tiene algún tipo de necesidad, como Lázaro, de la que no debemos pasar por ir a lo nuestro.
(1) Am 6, 1; 4-7.- (2) 1 Tim 6, 11-16.- (3) Lc 16, 19-31.- (4) SAN AGUSTIN, Sermón 24, 3: «La pobreza no condujo a Lázaro al Cielo, sino su humildad, y las riquezas no impidieron al rico entrar en el eterno descanso, sino su egoísmo».
Las lecturas de la Misa nos hablan de la necesidad de pensar en los demás.
La Primera (1) nos presenta la indignación del Profeta Amós, que se encuentra con los dirigentes llevando una vida lujosa, mientras el país estaba en la ruina.
En la Segunda lectura (2), San Pablo recuerda a Timoteo que la raíz de todos los males es la avaricia: cuando uno va a lo suyo
Por su parte, el Evangelio (3) nos describe a un hombre rico que no supo sacar provecho de sus bienes.
La descripción que nos hace el Señor en esta parábola tiene fuertes contrastes: gran abundancia en la vida del rico, extrema necesidad en Lázaro.
Los bienes del rico no habían sido adquiridos de modo fraudulento; ni tampoco parece que tenga la culpa de la pobreza de Lázaro, al menos directamente.
Este hombre rico no está contra Dios ni tampoco oprime al pobre. Únicamente está ciego para ver a quien le necesitaba. Vive para sí, lo mejor posible.
¿Cuál fue su pecado? Pues que no se fijo en Lázaro, a quien hubiera podido hacer feliz viviendo él con menos egoísmo: con menos afán de ir a lo suyo.
Lo que llevo al rico al infierno no fueron sus riquezas –Dios es también rico– sino su egoísmo.
Y lo que llevó a Lázaro al cielo no fue la pobreza material –entonces los pobres serían santos– sino la pobreza de espíritu, la humildad (4).
El egoísmo deja ciegos a los hombres para las necesidades ajenas y lleva a tratar a las personas como cosas sin valor. Todos tenemos a nuestro alrededor gente que tiene algún tipo de necesidad, como Lázaro, de la que no debemos pasar por ir a lo nuestro.
(1) Am 6, 1; 4-7.- (2) 1 Tim 6, 11-16.- (3) Lc 16, 19-31.- (4) SAN AGUSTIN, Sermón 24, 3: «La pobreza no condujo a Lázaro al Cielo, sino su humildad, y las riquezas no impidieron al rico entrar en el eterno descanso, sino su egoísmo».
1 comentario:
Muy bueno, Don Antonio. Homilía sencilla, al alcance de toda clase de "cultura", pero que toca el corazón de los EGOÍSTAS. A mí me va a servir para predicar en la Parroquia de San Lázaro.
¿Y de donde sacas el dibujo que lo encabeza?. Muy oportuno. ¡¡Chapó!!
Un abrazo
Publicar un comentario