domingo, 9 de marzo de 2008

¡SAL FUERA!

Hay quien piensa que los milagros de los que nos habla el Evangelio se hicieron por medio de sugestión. La gente se sugestionaba y se le curaba una enfermedad: es el llamado efecto placebo.

Así, algunos explican que un ciego de nacimiento comenzase a ver, que un paralítico pudiese andar, que con tres bocadillos de sardinas comiesen miles de personas, etc.

Dicen que la mente humana tiene una capacidad desconocida para realizar esos fenómenos paranormales, que la gente corriente llama milagros. Desde luego esta opinión pseudocientífica no deja de ser bastante curiosa.

Pero lo de resucitar a un muerto, eso es ya diferente, ahí ya no existe el efecto placebo, porque el muerto no puede ser sugestionado.

Entonces se podría objetar que es que no estaría muerto. Pero en este caso de la resurrección de Lázaro, su cuerpo llevaba varios días en el sepulcro, y olía ya por putrefacción de la carne, señal evidente de que no estaba en estado de coma.

Con la medicina y contando con el paso del tiempo se podrá hacer muchas cosas, pero nunca resucitar a un muerto, eso no tiene vuelta de hoja.

Y el Señor lo hizo, y por eso querían matarle sus enemigos. Porque ya era demasiado. Darle la vista a un ciego de nacimiento fue portentoso, pero darle la vida a Lázaro eso era ya tumbativo, mejor dicho resucitativo.

La Sagrada Escritura nos habla este domingo de la Resurrección. Y es que Jesucristo es el camino nuestro, y también la Vida.

Está profetizado: os infundiré mi espíritu y viviréis (Primera lectura de la Misa: Ez 37, 12-14). Por eso dice el Salmo que hoy leemos: desde lo hondo (desde el sepulcro) a ti grito, Señor (129).

El Señor puede devolvernos la vida como hizo con su amigo Lázaro, pero también puede resucitarnos a la vida sobrenatural, la vida de la gracia, que es lo importante.

Porque ¿para qué queremos vivir toda la eternidad alejados de las personas que queremos? Eso no sería vida, porque una vida sin amor es un desastre y una vida eterna sin amor es un infierno.

Como dice san Pablo el Amor de Dios es lo que nos devuelve otra vez la vida sobrenatural (Segunda lectura de la Misa: cfr. Rom 8,8-11). Y esto es lo que el Señor quiere hacer con nosotros esta cuaresma: resucitarnos.

Por eso, nosotros, en este tiempo, después de reconciliarnos con Dios volveremos a la vida verdadera, no la de diseño.

Y, aunque haya gente que nos diga que no estábamos muertos, que nos habían visto en el botellón, les diremos que sí, que estuvimos, pero que nos fuimos porque Alguien nos llamó: ¡sal fuera!

Cuenta el Evangelio que el Señor expulsó siete demonios de María Magdalena (Lc 8, 3). Yo me los imagino en forma de sapo.

La Magdalena no resucitaría a la vida espiritual de la noche a la mañana. Su conversión sería poco a poco. A veces volvería para atrás.

Estoy seguro que Jesús se la confió a su Madre, para que su vuelta a la vida fuese definitiva.

La Virgen como buena enfermera nos curará también a nosotros del postoperatorio.


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