domingo, 16 de marzo de 2008

DOMINGO DE BURROS

En un día como hoy comienza la Semana Santa, en la que los amigos de Dios revivimos la Pasión del Señor.

El Señor quiere que conozcamos el amor que nos tiene. Él hubiera muerto solo por nosotros. Y pasando por esos tormentos tan crueles.

El Señor quiso padecer la flagelación, la crucifixión, y el abandono de sus amigos para que nosotros conociésemos que aunque un Dios no puede sufrir, él es capaz de hacerse hombre y padecer como padecemos los hombres (cfr. Primera lectura de la Misa: Is 50, 4-7).

Y así no le tuviéramos miedo sino ternura. Esto es lo que le sucedía a los santos cuando lo veían tan golpeado y lleno de heridas.

Jesús en la cruz rezó esa oración, el salmo que recitamos hoy: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Salmo 21).

Esta era la oración de un hombre que pide ayuda a Dios Padre, al verse acorralado por sus enemigos (cfr. Evangelio de la Misa: Mt 26,14-27,66).

Y Dios Padre parece que no le escucha, pero la pasión no fue la última palabra.

También en nuestra vida habrá sufrimiento. Sucesos que flagelen nuestro cuerpo y nuestra alma. Pero al final –si sabemos confiar en Dios nuestro Padre, como Jesús– los látigos se convertirán en ramos de triunfo (cfr. Evangelio después de la Procesión de entrada: Mt 21,1-11).

Ahora ya sabemos el porqué de las palmas que aclaman a Jesús como Rey. El Señor triunfaría convirtiendo el mal en bien. Los ramos eran señales que anticipaban su triunfo.

Pero no sólo profetizaban el triunfo de Jesús, también el nuestro. Si sabemos sufrir con el Señor también resucitaremos con Él. Y hasta nos aclamaran por muy burros que hayamos sido en esta vida, porque lo importante será haber llevado al Señor como aquel animal.

Te leo un poema dedicado al burro:

Con cabeza de monstruo y con las alas raras de mis orejas color gris, soy la caricatura del diablo andando a cuatro patas por ahí. Vagabundo andrajoso de la tierra, trabajando sin fin he de vivir, sufriendo hambre y desprecio... y siempre mudo me guardo mi secreto para mí, porque vosotros olvidáis mi hora que fue inmortal, tremenda y dulce. Allí alzaban todos a mi paso palmas y aleluyas al Hijo de David.

(G. K. CHESTERTON, The donkey)

Pues algo así de celebrada será nuestra entrada en la eternidad, por haber llevado en esta vida a nuestro Señor por los caminos de este mundo.

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