miércoles, 23 de mayo de 2018

ARMA PODEROSA



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Sabatina en Montesión en honor a la Virgen del Rosario, Sevilla 12.5.18
Esta tarde celebramos ya la Ascensión del Señor, que es uno de los misterios gloriosos Santo Rosario.

Como hemos escuchado en la primera lectura (Hch 1, 1-11) Jesús se marcha de la presencia física de los hombre para recibir la alabanza de todos los ángeles y de todos los santos.

Hoy es bueno que contemplemos este misterio de la forma que lo haría la Santísima Virgen. Porque el rosario consiste fundamentalmente en  mirar a Dios con los ojos de María, como decía Juan Pablo II.

Efectivamente, en esos 20 misterios tenemos un evangelio reducido. Son los momentos importantes de la vida de nuestro Señor y de su Madre, porque no se pueden ser para a Jesús de María.

Por eso le pedimos también ayuda a Ella:
–Madre mía, ayúdanos a mirar la vida de Jesús con tus ojos.

Nadie como María se ha dedicado tanto tiempo a contemplar a Jesús. Desde la Encarnación comenzó a imaginárselo... 
Durante los nueve meses de espera, a pensar cómo iba a ser el rostro de ese Niño tan especial.

Cuando finalmente nació en Belén lo pudo examinar, como hacen las madres, sin prisas, con tranquilidad, mientras lo envolvía en pañales y lo acostaba en el pesebre que hacía de cuna.

Desde que nació Jesús, los ojos de María no hicieron otra cosa que mirarle, se le iban siempre hacia Él.

Durante los años que vivió en la tierra lo miró de muchas maneras, dependiendo del momento.

Lo miró con una mirada interrogativa al preguntarle por qué les había hecho sufrir a su padre y a ella, cuando desapareció durante tres días sin decir nada.

Lo miró con ojos penetrantes, profundos, capaz de leer los sentimientos de Jesús, durante la celebración de la boda en Caná.

Con una mirada dolorosa, sobre todo en el Calvario al ver a su Hijo clavado en una Cruz.

Y en el día de Pascua sus ojos se volverán radiantes, al ver el cuerpo glorioso de su Hijo.

–Madre nuestra, enséñanos a mirar al Señor. Que es lo mismo que decir, rezar el Rosario.

Ella vivió con los ojos puestos en Jesús. Sus recuerdos se alimentaban de su imagen física y de las palabras que salieron de su boca, por eso dice la Escritura que conservaba todas estas cosas en su corazón.

Los recuerdos se le agolpaban en su interior. Le acompañaron durante toda su vida y los repasaba mentalmente, se entretenía mucho meditando.

El el día de hoy contemplamos a Jesús como lo haría la Virgen. Con un poco de pena porque ya no vería más su presencia física, pero con la satisfacción de que su Hijo iba a recibir como el premio merecido por su sacrificio.

La Virgen como quería tanto a Jesús se daba cuenta que en todos los demás misterios Jesús habría sufrido algo: La primera Navidad fue un día bonito para los hombres, pero Jesús tuvo que pasar frío. Y así el resto de sus misterios.

Pero en la Ascensión el Señor es solo de disfrute para Jesús. Es su día. El día de su Gloria.

Eso es lo que quiere decir el Evangelio al contar san Marcos (16, 15-20) que Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Es decir que como hombre, que es tiene el puesto principal.

El rosario es como inscribirse en la Escuela de María. Es como ver a Jesús con los ojos de ella.

Por eso el rosario no es un conjunto de cuentas, sino de meditaciones.

Ella como la primera discípula de Jesús tiene un empeño grande en presentarnos el rostro del Maestro.

Hace lo mismo que hizo en el Portal de Belén, cuando con su mirada indicaba a los pastores y los Reyes de Oriente dónde estaba el Niño.

Visto así ¡qué distinto se nos presenta rezar el rosario…!

Por eso san Josemaría recomendaba que, cuando lo rezáramos, hiciésemos un parón de unos segundos antes de rezar las avemarías.

Para que fuese más fácil contemplar la escena. Y así seguir meditándolo mientras desgranamos las avemarías.

Rezar el rosario sin contemplaciones, es hacerlo deprisa, queriendo quitárselo de encima.

En una conocida visión que tuvo San Bernardo mientras rezaba junto a otros en el coro, observó al lado de cada monje un ángel que escribía.

Unos ángeles escribían con oro, otros lo hacían con plata, otros con tinta, otros con agua y otros estaban al lado del monje correspondiente sin escribir nada.

El Señor le hizo entender que las oraciones escritas con oro eran las rezadas con el fervor del amor. 
Las de plata las que se hacían con devoción.Las de tinta eran las oraciones que el monje rezaba con empeño en las palabras pero sin devoción, y las de agua eran las que se rezaban sin atención.

Los ángeles que no escribían nada eran los de los monjes que voluntariamente se distraían. 
Podemos pensar que un ángel anota en un libro nuestros rosarios...

Vamos a terminar: 

–Madre nuestra, ayúdanos a ser buenos alumnos de tu escuela. Empuñando el arma, con la que el Papa quiso, que los cristianos venciéramos en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados...

María, tú eres el Auxilio de los cristianos, en la lucha contra el lado oscuro:

Ruega por nosotros ¡ahora! Que nos preparamos para la Semana Santa.

Y también para dentro de unos años, y nos llegue el momento de comenzar a ser eternos...

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