No estamos solos
La primera idea de esta meditación es que ante lo que
está pasando no estamos solos. Jesús nos acompaña. Algunos de vosotros habrá recibido
la noticia del fallecimiento de una persona conocida. Tremendo si se trata de
un familiar.
Nos consuela saber que en esos momentos Dios está
cerca. Hace poco tiempo decía el Papa:
En estos días me contaron una historia que me removió
y dolió, y refleja también lo que está pasando en los hospitales.
Una anciana comprendió que se estaba muriendo y quería
despedirse de sus seres queridos: la enfermera fue por el teléfono e hizo una
vídeo-llamada a su nieta, por lo que la anciana pudo ver la cara de su nieta y
pudo irse con ese consuelo.
Es la necesidad última de tener una mano que tome la
tuya. Un gesto de compañía final. Y muchas enfermeras y enfermeros acompañan
ese deseo extremo con el oído, escuchando el dolor de la soledad, tomando la
mano.
De las pocas veces que se dice en el Evangelio que
Jesús lloró, fue precisamente por la muerte de un amigo. Tanto lo sintió que
hizo que su amigo Lázaro volviese a la vida.
Los textos de la Misa de este domingo nos hablan de la
Resurrección. Y es que Jesús es el camino nuestro, y también la Vida.
El poder de resucitar muertos
La segunda idea de esta meditación es que Jesús que es
nuestro amigo tiene el poder de resucitar muertos.
Jesús es Dios y Hombre. Su palabra tiene un poder
sobrenatural... Cuando Dios dijo que se hicieran las montañas, las montañas
aparecieron, y lo mismo pasó con el sol y los mares… Por eso cuando dijo a
Lázaro: ¡sal fuera!, el que estaba muerto volvió a la vida. El que
estaba ya putrefacto, en lo hondo de la tumba, salió envuelto en vendajes.
Está profetizado: os infundiré mi espíritu y
viviréis (Primera lectura de la Misa: Ez 37, 12-14).
Por eso dice el Salmo que hoy leemos: desde lo
hondo (desde el sepulcro) a ti grito, Señor (129).
Hay quien piensa que los milagros de los que nos habla
el Evangelio se hicieron por medio de sugestión. La gente se sugestionaba y se
le curaba una enfermedad: es el llamado efecto placebo.
Es típico en los campamentos que algunos niños se
quejen mucho de que les duele la cabeza o el brazo. Se les pasa milagrosamente
cuando les das una pastilla. Y, a lo mejor, esa pastilla es de azúcar. Pero se
sugestionan y se curan.
Así, algunos explican que un ciego de nacimiento
comenzase a ver, que un paralítico pudiese andar, que con tres bocadillos de
sardinas comiesen miles de personas, etc.
Dicen que la mente humana tiene una capacidad
desconocida para realizar esos fenómenos paranormales, que la gente corriente
llama milagros. Desde luego esta opinión pseudo científica no deja de ser
bastante curiosa.
Pero lo de resucitar a un muerto, eso es ya diferente,
ahí ya no existe el efecto placebo, porque el muerto no puede ser sugestionado.
Entonces se podría objetar que es que no estaría
muerto. Pero en este caso de la resurrección de Lázaro, su cuerpo llevaba
varios días en el sepulcro, y olía ya por putrefacción de la carne, señal
evidente de que no estaba en estado de coma.
Con la medicina y contando con el paso del tiempo se
podrá hacer muchas cosas, pero nunca resucitar a un muerto, eso no tiene vuelta
de hoja.
Jesús lo hizo. Y por eso querían matarle sus enemigos.
Porque ya era demasiado... Darle la vista a un ciego de nacimiento fue
portentoso, pero darle la vida a Lázaro eso era ya tumbativo, mejor dicho resucitativo.
Aunque parezca increíble, hace poco leí en un libro
que lo de Lázaro fue un montaje. Que, como estaba enfermo y pálido, se envolvió
el mismo con vendas y se metió en su propio sepulcro esperando a que llegara
Jesús. Esto es lo que pensaban los gnosticos.
Nosotros cuando algún alimento tiene fuerza, decimos
que es capaz de resucitar a un muerto. La palabra de Jesús es así, pero
realmente, la muerte no aguanta su presencia. Sus palabras traspasaron aquel
día la roca donde estaba enterrado su amigo Lázaro.
En el Génesis se cuenta como Dios le sopló a Adán un
aliento de vida, y Adán comenzó a vivir. El Señor tiene poder para devolver la
vida, otra cosa es si eso es lo que más conviene. Cuando Jesús parece que no
hace caso a nuestros ruegos y no evita lo que ahora está pasando: una
enfermedad por la que mucha gente muere, no es que sea un Personaje frío que no
sufre por nosotros. Muy al contrario: si Jesús permite esta situación es porque
sabe que nos va a reportar muchos beneficios.
El Señor puede devolvernos la vida como hizo con su
amigo Lázaro. Pero también puede resucitarnos a la vida sobrenatural, la vida
de la gracia, que es lo importante.
Porque ¿para qué queremos vivir toda la eternidad
alejados de las personas que queremos? Eso no sería vida, porque una vida sin
amor es un desastre y una vida eterna sin amor es un infierno.
Como dice san Pablo el Amor de Dios es lo que nos
devuelve otra vez la vida sobrenatural (segunda lectura de la Misa: cfr. Rom
8, 8-11). Y esto es lo que el Señor quiere hacer con nosotros esta cuaresma: resucitarnos.
Tiene poder para sacarnos de lo más profundo. Por eso
le repetimos: –Desde lo hondo, a Ti grito, Señor.
Además el mismo Jesús lo dijo: El que (…) cree en
mí, no morirá para siempre (Jn
11, 26).
Lázaro estuvo cuatro días muerto. Por eso, nosotros
nunca debemos desanimarnos por nuestros pecados, aunque los cometamos una y
otra vez. La Gracia es más fuerte. Jesús nos cura si confiamos en Él.
Sacar al bicho
La tercera idea es que Jesús que es nuestro Amigo,
puede hacer que salga fuera de nosotros lo que nos daña y nos quita la
verdadera vida. Vamos a pedirle al Señor que nos resucite las veces que
haga falta porque somos sus amigos. Vamos a pedírselo ahora.
Un conocido filósofo, que murió loco, decía para
meterse con los cristianos: no se les nota caras de resucitados. Como si
dijera que a veces vamos por la vida con cara de mártires. Por eso si en la
tierra hay cristianos que tienen cara de muerto es aconsejable que vayan a
tomar el sol.
Y que a nosotros se nos note después de esta cuaresma
que hemos cambiado. No solo porque nos hayamos empeñado, sino porque le hemos
pedido al Señor que nos ayude. Y Él con su voz de Dios nos dice: ¡sal fuera!
Muchas veces se ha explicado la dificultad de cortar
con las cosas que nos cuestan con la
imagen del sapo. Recuerdo hace tiempo que una niña de 5º de Primaria definía el
sapo como «algo malo que uno ha hecho, que se queda dentro y da
supervergüenza contar, y te pones de todos los colores» (E. MONASTERIO: Un
safari en mi pasillo).
A una persona santa, Dios un día le permitió ver como,
hablando con otro iban saliendo sapitos pequeños de su boca. Pero que de vez en
cuando se asomaba uno grande y repugnante, con ojos saltones y que no terminaba
de salir. Se metía para adentro y volvía a asomarse al cabo de un rato…
Tú, pídele al Señor que nos saque nuestros sapos: la
pereza, el programa de televisión que a veces nos separa de Él, etc.
Que nos saque de los sitios donde no está Dios. Y
verás como a la puerta de ese local el Señor te dice: ¡sal fuera!
Cuenta Santa Teresa de Jesús en el Libro de la vida
(Capítulo VII) que Dios le hizo entender que no le convenían algunas amistades
que frecuentaba.
Ella, que era una persona buena, fue poco a poco
enfriándose en su amistad con el Señor y perdiendo vida sobrenatural.
Y como le crecieron los pecados comenzó a faltarle el
gusto por las cosas de Dios. Entonces, el diablo la engañó porque, al verse “tan
perdida”, tenía miedo de hacer oración. Y por eso prefería estar con mucha
gente y tratar menos con el Señor.
Ella misma dice que engañaba a las personas con las
que hablaba, porque seguía apareciendo como buena, e incluso les hablaba de
Dios.
Como ella no hacía caso, y seguía hablando con una
determinada persona, el Señor se le apareció y le hizo ver que aquello le dolía
mucho.
Precisamente, un día, estando con esa persona, vio
venir hacia ella como una especie de “sapo grande”.
La santa cuando entendió todo aquello, echó el sapo de
su vida, que no era imaginario. Y volvió a darle gusto a Dios, que le pedía
desde hacia tiempo que dejara de verse con esa persona.
Por eso, nosotros, en este tiempo, después de
reconciliarnos con Dios volveremos a la vida verdadera, no la de diseño.
Y, aunque haya gente que nos diga que no estábamos
muertos, que nos habían visto en el botellón, les diremos que sí, que
estuvimos, pero que nos fuimos porque Alguien nos llamó.
Cuenta el Evangelio que el Señor expulsó siete
demonios de María Magdalena (Lc 8, 3). Yo me los imagino en forma de
sapo.
La Magdalena no resucitaría a la vida espiritual de la
noche a la mañana. Su conversión sería poco a poco. A veces volvería para
atrás. Estoy seguro que Jesús se la confió a su Madre, para que su vuelta a la
vida fuese definitiva.
La Virgen como buena enfermera nos curará, después de
que Jesús, nuestro amigo y también nuestro médico, haya expulsado los virus malignos.
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