martes, 30 de octubre de 2007

XXXI DOMINGO CICLO C

ENTRE EL PUENTE Y EL AGUA

Necesitamos que nos recuerden que el Señor no es un Juez temible sino misericordioso. Porque a veces pensamos que Dios es muy duro, quizá porque nosotros somos así al juzgar a los demás.

El Evangelio (2) nos habla del encuentro de Jesús con Zaqueo. Era un pecador que se había enriquecido a costa de operaciones económicas fraudulentas.

Nunca debemos perder la esperanza de que las personas cambien, porque la misericordia de Dios lo puede todo.

Se cuenta de una mujer muy santa, que un pariente suyo se suicidó arrojándose desde un puente. Ella estuvo un tiempo tan entristecida que ni se atrevía a rezar por él.

Un día le preguntó el Señor por qué no rezaba por su pariente, como solía hacerlo por los demás. Esta persona le contestó sorprendida: «Tú bien sabes, que se arrojó desde el puente y acabó con su vida»... Y el Señor le respondió: «No olvides que entre el puente y el agua estaba Yo».

Nunca había dudado esta mujer de la misericordia divina, pero, desde aquel día, su confianza en el Señor no tuvo límites.

Cuando Jesús entró en casa de Zaqueo, muchos comenzaron a murmurar, porque no conocían el Amor de Dios por nosotros.

Dios siente predilección por sus hijos (1), y le ocurre que cuando ve que confiamos plenamente en Él, le agrada tanto que pierde su fuerza de Juez.

El Señor ha venido a visitarnos a esta tierra, a nuestra casa, como hizo con Zaqueo. Lo trajo María. Ella tanto se parece a Dios, que la encontramos siempre entre el puente y el rio. Por eso dile «no me dejes Madre mía»

(1) Lc 19, 1-10.
(2) Primera Lectura: Sab 11, 23-12; 2.

lunes, 22 de octubre de 2007

XXX DOMINGO CICLO C

LA ORACIÓN DE UN PECADOR

Otra vez nos vuelve a hablar el Señor de oración. Nos cuenta en el Evangelio la distinta manera en que dos hombre rezaban (1). Uno era una persona cumplidora y el otro un pecador.

«Te doy gracias Dios mío, porque no soy como los terroristas, ni como algunos políticos. Yo soy una persona de principios, que cumplo con mis obligaciones». Así rezaría uno.

Mientras el otro estaba avergonzado porque el mal no esta fuera de él, sino que se encontraba en su propio corazón, y decía:
«ten compasión de mí que soy un pecador».

Ya que rezamos nuestro enemigo quiere que recemos mal, como lo haría el, sin arrodillarse ante Dios. Hasta en la postura se observa la oración grata a Dios.

Desde luego la peor oración es la que no se hace, la del que no tiene tiempo para Dios, y después está la oración del cumplidor.

Pero la oración buena, la oración del pecador, atraviesa las nubes del cielo, según leemos en la Primera lectura (2), sube directa a Dios.

Todos tenemos en nuestro interior dos personas: un pequeño fariseo y un gran pecador. Procuremos hacer nuestra oración como personas necesitadas que miran sus faltas y no las ajenas.

Pidamos hoy a la Virgen que nuestros pecados no nos separen de su Hijo, sino que nos lleven a decirle que nos perdone: ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte.

(1) Lc 18, 9-14.- (2) Eclo 35, 19.-

martes, 16 de octubre de 2007

XXIX DOMINGO CICLO C

HAY QUE SER PESADOS

Hacer oración es fácil: los que mejor saben hacerla son los niños o las personas necesitadas. La gente intelectual se complica, en ocasiones. Basta con decirle al Señor: inclina el oído y escucha mis palabras (1).

Dios siempre nos escucha, pero no siempre nos concede las cosas cuando nosotros queremos. Hemos dicho que hay que ser niños para obtener. Y los niños son bastante pesados.

La oración es muy poderosa, porque el Señor nos concede lo que le pedimos o cosas mejores. Como hace cualquier padre.

El problema es que hay poca gente que reza. Y los que rezamos, rezamos poco.

Hay que rezar más. Cuando Moisés (2) rezaba los Israelitas vencían. Y para que no se cansase le sostenían los brazos.

Jesús nos cuenta la historia dos personajes muy distintos (3). Por un lado está un juez, que era un sinvergüenza. Y por otro lado está una viuda, símbolo de persona desamparada, y que no se cansaba de pedir.

El final inesperado sucede porque el juez termina por ceder, y la parte más débil obtiene lo que deseaba.

Y la razón no está en que haya cambiado el corazón del magistrado. Sino que el arma que ha conseguido la victoria es la insistencia de la mujer.

Y termina el Señor con un fuerte giro: ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche?

Nos hace ver que el centro de esta parábola no lo ocupa el juez sin escrúpulos, sino Dios, lleno de misericordia por los suyos.


No dejemos de pedir en este mes de octubre, utilizando el Santo Rosario para conseguir, a través de la Virgen, todo lo que necesitamos nosotros y las personas que dependen de nosotros.

(1) Antífona de entrada. Sal 16, 6-8.- (2) Ex 17, 8-13.- (3) Lc 18, 1-8.-

viernes, 12 de octubre de 2007

XXVIII DOMINGO CICLO C

¿DÓNDE ESTAMOS NOSOTROS?

La Primera lectura de la Misa (1) relata la curación de Naamán de Siria. El Señor se sirvió de este milagro para atraerlo a la fe, un regalo mayor que la salud.

Y el Evangelio de la Misa (2), San Lucas nos cuenta una anécdota muy parecida: un samaritano que, tampoco pertenecía al pueblo de Israel, y que encuentra la fe después de su curación, como premio a su agradecimiento.

Los compañeros del Samaritano, que también fueron curados, aunque en la desgracia, se acordaron de pedir a Jesús; luego se olvidaron.

Y Jesús esperaba a todos: ¿No son diez los que han quedado limpios? Y los otros nueve, ¿dónde están?, preguntó.

¡Cuántas veces Jesús habrá preguntado por nosotros, después de darnos alguna cosa!

Y es que con frecuencia tenemos mejor memoria para nuestras carencias que para lo que hemos recibido.

Puede ser que vivamos pendientes de lo que nos falta, y nos fijemos poco en lo que tenemos, y por eso nos quedamos cortos en la gratitud.

El samaritano, a través del gran mal de su lepra, conoció al Señor, y por ser agradecido se ganó su amistad.

Muchos favores del Señor los recibimos a través de las personas que tratamos diariamente. Y por eso el agradecimiento a Dios debe pasar por esas personas que tanto nos ayudan a que la vida sea más grata, y el Cielo más cercano.

Al darle gracias a esas personas, se las damos a Dios, que se hace presente en nuestros hermanos.


(1) 2 Rey 5, 14-17.- (2) Lc 17, 11-19.-

jueves, 4 de octubre de 2007

XXVII DOMINGO CICLO C

QUIEN TIENE FE DA LA CARA POR JESUCRISTO

En este domingo la Palabra de Dios se centra en la virtud de la fe.

En la Primera lectura (1) el Profeta Habacuc se lamenta ante el Señor del triunfo del mal.

El Señor le responde con una visión, diciéndole que quien no tenga un alma recta fracasará, «pero el justo vivirá por la fe».

Vivir de fe es tener una confianza tan grande en Dios, que nos lleve a vivir habitualmente con optimismo y paciencia.

En la Segunda lectura (2), San Pablo le dice a Timoteo que no tenga «miedo de dar la cara por nuestro Señor».

Por eso Santo Tomás comenta que la gracia de Dios «no luce cuando la cubre la ceniza»; y así ocurre cuando nos avergüenza hacer el bien (3).

Dice esto Santo Tomás porque la fe, cuanto hay un ambiente adverso, o se enciende más o se entibia: el soplo de las dificultades a veces aumenta el amor, otras veces cubre el alma de cenizas.

Existe una fe muerta, que no salva: es la fe sin obras (4).

Existe también una «fe dormida», que es una fe floja, tibia, que mueve poco.

Nosotros necesitamos una fe firme, que supere los todos nuestros miedos.

El Evangelio de la Misa nos presenta a los Apóstoles que, conscientes de su fe escasa, le piden a Jesús: «Auméntanos la fe» (5).

Y el Señor lo hizo, les aumentó la fe, y todos terminarían no sólo dando la cara, sino la vida por su Maestro.

(
1) Hab 1, 2-3; 2, 2-4.- (2) 2 Tim 1, 6-8; 13-14.- (3) SANTO TOMAS, Comentario a la Segunda Carta a los Corintios, 1, 6.- (4) Cfr. Sant 2, 17.- (5) Lc 17, 5.-

FORO DE HOMILÍAS

Homilías breves predicables organizadas por tiempo litúrgico, temas, etc.... Muchas se encuentran ampliadas en el Foro de Meditaciones