En un día como hoy comienza la Semana Santa, en la que los amigos de Dios revivimos la Pasión del Señor.
Siempre impresiona volver a meditar esos momentos de la vida de Jesús. El otro día, me decía una alumna de la ESO que todavía, cuando ve la película de La Pasión, le sigue impresionando muchísimo y, muchas veces, llora.
El Señor quiere que conozcamos el amor que nos tiene. Él hubiera muerto sólo por nosotros. Y pasando por esos tormentos tan crueles.
Sobre todo, el momento más intenso, cuando muchos lloran, es en el momento en el que se paran a pensar que todo eso lo sufrió Jesús por uno mismo.
Recuerdo que esa película la vi con un grupo de amigos. El silencio se cortaba. Nadie quería mirar al que tenía al lado, porque allí lloraba todo el mundo.
El Señor quiso padecer la flagelación, la crucifixión, y el abandono de sus amigos para que nosotros conociésemos que aunque un Dios no puede sufrir, él es capaz de hacerse hombre y padecer como padecemos los hombres (cfr. Primera lectura de la Misa: Is 50, 4-7).
Y así no le tuviéramos miedo sino ternura. Esto es lo que le sucedía a los santos cuando lo veían tan golpeado y lleno de heridas.
Es curioso como representan, a veces, en Andalucía al Ecce homo: Jesús después de la flagelación. Aparece con la corona de espinas en la cabeza, ensangrentado por los latigazos... Pero aparece sentado, descansando la cabeza sobre la mano derecha y mirando al frente a la persona que lo ve.
Una vez oí a un sacerdote que, predicando, decía que el Señor está así como diciéndonos pensativo, que no sabe ya que más hacer por nosotros… Y está así, mirándonos, esperando a que reaccionemos.
Muchos santos han entendido a fondo lo que significaba ver así al Señor: roto, lleno de heridas por nuestros pecados.
Cuenta santa Teresa de Jesús que, un día, entró en el oratorio y vio una imagen del Señor lleno de heridas, y se quedó impactada. Ella misma dice que el corazón parecía como si se le partiera.
Se arrojó junto a Él y empezó a llorar mientras pedía al Señor que le fortaleciera para no ofenderle nunca más.
Hay gente que tiene miedo a Dios. Lo ve como alguien que castiga y envía las almas al infierno. Y es justamente lo contrario. Nos quiere con locura, por eso ha padecido tanto, y busca comprensión y cariño.
La Semana Santa nos ayuda sobre todo a eso, a quererle, después de ver lo que sufrió, y lo solo que Él estaba, humanamente hablando.
Jesús en la cruz rezó esa oración, el salmo que recitamos hoy: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Salmo 21).
No es verdad que Dios abandone a las personas, como muchos se creen. Aquella situación provocó que Jesús se pusiera a rezar, se pusiera a hablar con Dios.
Esta era la oración de un hombre que pide ayuda a Dios Padre, al verse acorralado por sus enemigos (cfr. Evangelio de la Misa: Mt 26,14-27,66).
Y Dios Padre parece que no le escucha... Pero la pasión no fue la última palabra.
A veces nosotros podemos tener la misma sensación de abandono cuando pedimos en la oración, y da la impresión que Dios no oye. Y por eso decimos: –no me hace caso.
También en nuestra vida habrá sufrimiento. Sucesos que flagelen nuestro cuerpo y nuestra alma. Pero al final –si sabemos confiar en Dios nuestro Padre, como Jesús– los látigos se convertirán en ramos de triunfo (cfr. Evangelio después de la Procesión de entrada: Mt 21,1-11).
El Señor de un veneno hace una medicina. Lo malo se lo transforma en bueno. El veneno del sufrimiento, de la muerte, solo perjudicó a quien lo utilizó, al diablo.
Ahora ya sabemos el porqué de las palmas que aclaman a Jesús como Rey. El Señor triunfaría convirtiendo el mal en bien. Los ramos eran señales que anticipaban su triunfo.
Pero no sólo profetizaban el triunfo de Jesús, también el nuestro. Si sabemos sufrir con el Señor también resucitaremos con Él. Y hasta nos aclamaran por muy burros que hayamos sido en esta vida, porque lo importante será haber llevado al Señor como aquel animal.
Cuanto más sufrimiento ahora más gozo después. Todos los santos dicen lo mismo. Cuando hacemos cosas que nos cuestan por dar gusto al Señor, al principio el alma siente un rechazo porque eso supone un esfuerzo.
Pero si lo hace, el premio es mayor cuanto mayor es el esfuerzo que hemos tenido que poner. Sólo el que experimenta esto, sabe como paga Dios en esta vida.
San Josemaría se veía como el burro que llevó el Domingo de Ramos a Jesús al la entrada de Jerusalén.
«Jesús se contenta con un pobre animal, por trono», son palabras suyas. «No sé a vosotros; pero a mí no me humilla reconocerme, a los ojos del Señor, como jumento».
Y dirigiéndose al Señor decía repitiendo palabras de un salmo: «como un borriquito soy yo delante de ti; pero estaré siempre a tu lado, porque tú me has tomado de tu diestra, tú me llevas por el ronzal».
«Pensad, seguía diciendo san Josemaría, en las características de un asno, ahora que van quedando tan pocos. No en el burro viejo y terco, rencoroso, que se venga con una coz traicionera, sino en el pollino joven: las orejas estiradas como antenas, austero en la comida, duro en el trabajo, con el trote decidido y alegre. »Hay cientos de animales más hermosos, más hábiles y más crueles. Pero Cristo se fijó en él, para presentarse como rey ante el pueblo que lo aclamaba. »Porque Jesús no sabe qué hacer con la astucia calculadora, con la crueldad de corazones fríos, con la hermosura vistosa pero hueca. »Nuestro Señor estima la alegría de un corazón mozo, el paso sencillo, la voz sin falsete, los ojos limpios, el oído atento a su palabra de cariño. Así reina en el alma».
Así nos quiere el Señor. Que le llevemos por los caminos del mundo, aunque alguna vez nos tiren una piedra o ni nos miren. Que seamos portadores de Jesús. Lo mismo que el Hobbit portador del Anillo.
Por eso hay quienes llaman a este Domingo, Domingo de burros, porque ese día fue el más importante de su vida. Cuando llevó a Jesús montado por el camino, recibiendo aclamaciones. Aunque sabía que no eran para él, pero a nadie le amarga un dulce.
Te leo un poema dedicado al burro:
Con cabeza de monstruo y con las alas
raras de mis orejas color gris,
soy la caricatura del diablo andando a cuatro patas por ahí.
Vagabundo andrajoso de la tierra,
trabajando sin fin he de vivir,
sufriendo hambre y desprecio... y siempre mudo
me guardo mi secreto para mí,
porque vosotros olvidáis mi hora
que fue inmortal, tremenda y dulce. Allí
alzaban todos a mi paso palmas
y aleluyas al Hijo de David.
(G. K. CHESTERTON, The donkey)
Pues algo así de celebrada será nuestra entrada en la eternidad, por haber llevado en esta vida a nuestro Señor por los caminos de este mundo.
(G. K. CHESTERTON, The donkey)
Pues algo así de celebrada será nuestra entrada en la eternidad, por haber llevado en esta vida a nuestro Señor por los caminos de este mundo.
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