sábado, 23 de julio de 2011

EFECTOS COLATERALES


Los colaboradores de Dios, primero se quedan dormidos, y luego quieren resolver el problema drásticamente (cf. Evangelio de la Misa: Mt 13,24-43).

Así somos a veces: primero pereza y falta de vigilancia, y después nos entra la ira disfrazada de celo.

Dios sin embargo actúa de otra forma: su arma secreta siempre es la misericordia. Y esa se la enseña a sus amigos (Cfr. Aleluya de la Misa: Mt 11,25).

Dios es bueno, y lo primero que tiene en cuenta es que ninguno de sus hijos sufra injustamente. El Señor no quiere imponer su voluntad de forma agresiva, también tiene en cuenta los efectos colaterales. (Cfr. Salmo Responsorial: 85).

Su táctica no consiste en desarraigar el mal sin más, sino que tiene muy en cuenta el modo. Como han dicho los santos: todo por amor, nada por la fuerza.

Decía el autor de esa frase: –Si un enemigo me saltara el ojo izquierdo se sonreiría con el derecho… Y si me saltara el ojo derecho todavía me quedaría el corazón para amarle.

Porque el Señor no busca un enfrentamiento, sino la conversión (cfr. Primera Lectura de la Misa: Sb 12,13.16-19).

San Josemaría decía que los cristianos hemos de ahogar el mal en abundancia de bien. Esto es lo que hizo María de forma discreta. Porque las madres son especialistas en corregir, evitando los efectos colaterales: saben amar.

martes, 5 de julio de 2011

PAROLE, XV DOMINGO CICLO A


Palabras, palabras, palabras, así dice la letra de una canción italiana. Y así decimos cuando las palabras sólo significan sonidos de poco valor.

Sin embargo hay otras palabras que se clavan como puñales, para bien o para mal. Unas son las palabras de amor sinceras y bellas, y otras son flechas envenenadas.

Pero de Dios sólo nos pueden venir palabras sinceras y buenas, porque Él es bueno. Y si hieren, es porque estamos enfermos, y ellas nos pueden sanar (cfr. Primera lectura de la Misa: Is 55,10-11).

Por eso cuando la palabra de Dios cae en buena tierra siempre da fruto (cfr. Respuesta del Salmo de la Misa: Lc 8,8).

Aunque el fruto de nuestra conversión no se da sin esfuerzo. En esta tierra para que la semilla dé fruto tiene que morir.

La palabra de Dios no se siembra sin esfuerzo, ni da fruto sin sufrimiento. San Pablo habla de dolores de parto, hasta que nos transformemos, hasta que nos convirtamos en otra criatura (cfr. Segunda Lectura de la Misa: Rom 8,18-23).

Pero para que de fruto, la tierra tiene que ser buena. Esta es nuestra misión: conseguir que nuestro corazón este preparado (cfr Evangelio de la Misa: 13,1-23).

La tierra de nuestro corazón puede estar llena de piedras que hacen que no arraigue la palabra de Dios cuando hay dificultades. Pero las verdaderas dificultades están dentro, no fuera de nosotros.

También están las zarzas de las preocupaciones excesivas por lo material, que ahogan la voz de Dios.

Y también está la superficialidad, porque nuestro corazón se ha convertido en un lugar de paso, un camino que transita cualquier idea. La palabra de Dios no arraiga en un alma de portera.

Todo esto que nos cuenta nuestro Señor en el Evangelio puede resultar interesante, pero sonarnos como palabras bonitas: parole, parole, parole, que dice la canción.

Pero no olvidemos que son palabras de honor, puesto que nuestro señor murió por mantenerlas. Así fue, la Palabra de Dios murió crucificada. Pero resucitó. La semilla tuvo que morir para dar fruto.

FORO DE HOMILÍAS

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