viernes, 30 de octubre de 2020

¿CUÁNTO TIEMPO TENEMOS?



La vida eterna se ha comparado muchas veces a un banquete.

Esto me recuerda lo que me contaron de un niño gallego que tiene siempre un apetito devorador. Esto le viene de familia. El padre de Pepe –que así se llama este chico– le dijo un día a su hijo, en una de las ocasiones que lo llevó a un hotel: –Mañana desayunaremos de bufet. –¿Y qué es eso de un bufet? Le respondió el niño. 

Esa pregunta es parecida a la que nosotros podemos hacer: –¿Y qué será la vida eterna? 

Pues el Señor la compara con un banquete, porque la satisfacción que da la buena mesa todo el mundo la entiende. 

Cada vez se valoran más los buenos cocineros. Y para ganarnos la felicidad del Cielo el Señor nos concede un tiempo de prueba en esta tierra. 

Lo importante no es que uno sea inteligente, guapo, rico, etc. Lo importante es que aprovechemos bien esas cualidades para obtener la felicidad. 

El Señor en el Evangelio (de la Misa: Jn 14, 1-6) nos habla de que la felicidad, que disfrutarán los que vayan al Paraíso, será variada. Es como si nuestro Padre Dios hubiera preparado un bufet para nosotros, con la posibilidad de elegir lo que más nos guste. 

Aquí en esta tierra todo el mundo busca la felicidad. Esto es lo que tenemos en común todos lo hombres. Porque nuestra voluntad tiene un apetito devorador, igual que el de Pepe para las comidas. 

Los cristianos sabemos cuál es la forma de alcanzar la felicidad. El refrán dice que todos los caminos llevan a Roma. Pero en esto no se cumple el dicho. Indudablemente el alcohol, el sexo, las drogas... dan una cierta felicidad, por eso hay gente que paga. 

Pero la felicidad que proporcionan esas cosas es pequeña, y muchas veces dejan el corazón lleno de amargura. 

Para llegar a la felicidad plena sólo hay un camino: Jesucristo. Lo importante cuando uno se muere es si ha aprovechado su vida en la tierra para llegar a la meta. 

Cuando su Padre le explico a Pepe lo que era un bufet, el niño esperó unos segundos y preguntó: –¿Y cuanto tiempo tenemos?

lunes, 19 de octubre de 2020

LA PRINCESA PROMETIDA



Dios es el Amor por excelencia. Dios es la entrega absoluta. Cuando el Señor manda que amemos, nos dice algo que Él ya hace, porque está en su ser.

El Señor no tenía que mandar que los israelitas se quisieran a sí mismos, a sus novias, y a sus familiares. Para eso el ser humano no necesita mucha virtud: basta dejarse llevar por la naturaleza. 

En el libro del Éxodo (22,20-26: Primera lectura de la Misa) Dios hablaba para proteger a los débiles y a los que nos resultan extraños. Lo que Jesús pide es que amemos a todos y en todo momento (cfr. Evangelio de la Misa: Mt 22,34-40). A los extranjeros antes de que se nacionalicen, y a las novias cuando pasan a ser esposas maduras. 

El amor verdadero no hace distingos entre personas, ni circunstancias: quiere con sentimientos y también cuando no se poseen.

El Amor con mayúscula nos llena de felicidad, por eso San Pablo habla de «la alegría del Espíritu Santo» (1 T 1,7: Segunda lectura). Porque precisamente el Espíritu Santo es el Amor de Dios en Persona. Y es que el amor, la entrega, es lo que da la verdadera alegría.

Un amigo quiso escribir un libro de poemas, y le aconsejaron que lo titulase «Amor verdadero» como tantas veces se repetía en una película. Pero luego el libro terminó llamándose «A palo seco». Porque en esta tierra en la que vivimos ahora, en muchas ocasiones el amor hay que ejercitarlo a contrapelo, como muy bien sabía la Virgen, que es la auténtica Princesa prometida.

martes, 13 de octubre de 2020

DIOS Y EL FUTBOL



Esta homilía podría titularse "Dios y el fútbol": cada cosa en su sitio. Dice el Señor en el Evangelio (de la Misa: Mt 22, 15-21): «Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios».

Y es que en las realidades humanas no hay dogmas. Creer, lo que se dice creer, los cristianos tenemos que creer unas cuantas cosas: el Credo y poco más. 

La política, como el fútbol, o el mundo empresarial hay muchas formas de llevarlas a cabo; lo que hay que conseguir es que esas actividades no estén separadas de Dios. 

Que Dios esté presente en el mundo empresarial, en el mundo de la política o en el deporte depende, en gran medida, de los cristianos laicos que tienen que santificar esas realidades. 

Pero no se puede decir que haya remates de cabeza «cristianos» o saques de puerta propiamente «ateos», porque hay muchas formas en las que un seguidor de Cristo puede jugar al fútbol. Y todos los jugadores han sido creados por Dios. 

En el libro de Isaías se puede leer como el mismo Dios dice que un rey que no era judío había sido puesto por Él (cfr. Primera lectura de la Misa: Isaías 45, 1. 4-6). 

Ciro no era del pueblo elegido, y no hacía la política del rey de Israel. Porque el Dios del universo está por encima de esas decisiones humanas: verdaderamente Él gobierna a todos los pueblos (cfr. Salmo responsorial: 95). 

Por eso en la política puede haber tanta soluciones validas como personas, siempre que no se aparten de esa sana ecología que algunos llaman ley natural. 

De ahí que no puede haber un partido político que represente a los cristianos, porque en lo humano hay muchas opciones. 

Los cristianos no somos de carril único en estas materias. Cuando se ha intentado unir a Dios con un partido la cosa ha salido mal: Dios es de todos. «El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos» (Antífona de comunión). 

Pero puede haber decisiones que vayan en contra de la racionalidad, o del sentido común. 

Mucho ha hablado el Papa Benedicto XVI sobre los delitos contra la vida humana, porque eso no son ya decisiones políticas simplemente. Por eso dice san Pablo que los cristianos brillamos «como lumbreras del mundo» (Aleluya de la Misa), porque hay que manifestar el esplendor de la verdad, y el Papa lo hace. 

Siguiendo con el ejemplo de Dios y el fútbol, está claro: la Iglesia no hablará de fútbol, pero sí levantará su voz cuando en un estadio no se respete a los demás. Así damos a la UEFA lo que es de la UEFA y a Dios lo que es de Dios.

sábado, 10 de octubre de 2020

ALÉRGICOS AL ARROZ

 


El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo

El cielo puede compararse a una boda a la que estamos todos invitados (cf. Evangelio de la Misa: Mt 22,1-14). Es una boda especial. Si no vamos, le haríamos un feo muy grande al Señor: pues se casa su Hijo, que, además, es nuestro hermano mayor.

Por eso en las bodas que aparecen en las revistas del corazón, con frecuencia se habla del «gran ausente», de alguno de los hermanos que no va.

Pues la boda que ha organizado el Señor será una fiesta espectacular. Sólo pensar que la imaginación de Dios ha preparado un lugar especial para hacernos felices a nosotros, nos da idea de cómo será aquello.

Al Señor le hace una ilusión enorme que disfrutemos de lo mejor. Como a los padres la fiesta de Reyes de sus hijos pequeños. Es como si nos dijera ahora: «Tengo preparado el banquete (...). Venid a la boda».

Y ¿mo será el cielo? Algo intuimos al escuchar e imaginarnos las palabras del salmo: «…en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas () Me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa» (22: responsorial).

Con solo escuchar estas palabras te relajas, igual que con las fotos que se ponen en las pantallas de los ordenadores, con los viajes que uno quiere hacer.

Dan ganas de quedarse allí para siempre, de decirle al Señor: –queremos ir allí «por años sin término» (cfr. Sal 22).

Pero, además, no podemos imaginarnos del todo lo que será aquello porque, como dice San Pablo, Dios todo lo organiza «conforme a su esplendida riqueza» (Flp 4,19).

LISTA DE INVITADOS

En esta fiesta, en la que el Señor echa la casa por la ventana, habrá manjares de todo tipo y vinos de la mejor calidad. Están invitados todos los hombres de todos los tiempos (cfr. Is 25, 6-10ª: primera lectura de la Misa).

Es la mayor lista de invitados a bodas que haya existido jamás. Millones de personas están invitadas porque hay para todos. A Dios esto de la crisis no le afecta.

Me decía un amigo que, cuando se casó su hija, su mujer le llegó con una lista de la gente que pensaba invitar.

Contaba asombrado que, con los malos tiempos que corren, le dijo como si nada: –Mira, Antonio, sólo de personas importantes que es fundamental invitar me salen 296.

Luego hay otros que si no vienen tampoco pasa nada, pero sería feo no decirles nada

Y terminaba diciendo este amigo, todavía con el susto en el cuerpo: –Como comprenderás, no fueron todos, claro.

 Sin embargo, el Señor tiene para dar y regalar. Es rico, muy rico. Su felicidad está en dar. Le gustaría desprenderse de todo con tal de vernos disfrutar.

Por eso son muchos los invitados al cielo, pero, por desgracia, no todos quieren ir, porque no se fían de Dios.

El diablo introdujo en el mundo la sospecha, insinuando que Dios no quiere nuestra felicidad, que lo que quiere en realidad, es tener súbditos.

Pero esto es mentira. Lo que pasa es que, como el diablo odia a Dios, y contra Él no puede nada, la emprende contra nosotros porque ve que el Señor nos quiere mucho.

El demonio quiere vernos infelices por toda la eternidad para fastidiar a Dios.

El pecado es decirle a Dios que no queremos cuentas con Él, que se guarde su invitación.

DI–FRAC DE BODA

La condición para entrar en el banquete es llevar traje de boda (cf. ABC, sábado 1 de octubre de 2011, p. 64s: un vestido de novia para Cayetana).

Lo mismo que cuando uno va a una boda no va de cualquier manera, pues al cielo tampoco. No sirve cualquier ropa. Ir de boda exige un tipo de prenda. Si vas en vaqueros, aunque sean caros y de marca, das el cante.

El traje de que nos habla el Evangelio se hace fundamentalmente con los sacramentos y con la oración.

Dios, con su gracia, nos va haciendo cada vez mejores. Y, si nos dejamos, nos hace santos. Ese es el traje a la medida para entrar en el cielo.

Ahora le decimos al Señor:

Ilumina los ojos de nuestro corazón para que comprendamos la esperanza del Cielo (cf. Ef 1, 17-18: aleluya de la Misa).

Hace años celebré una boda en una conocida basílica de Granada, la de San Juan de Dios. Fui un poco antes para preparar la ceremonia.

La verdad es que llegué demasiado pronto. Era la segunda boda que oficiaba en mi vida y quería antes pisar el terreno.

Entré en el templo y, como era de esperar, todavía no había llegado casi nadie. Sólo estábamos el novio, con su traje impecable, sus padres y yo.

Las personas que en ese momento estaban en la iglesia era evidente que no iban a asistir a la ceremonia, por la ropa que llevaban.

Tampoco es que fueran muy mal, pero se veía que no llevaban traje de boda.

¡Qué diferencia con las que aparecieron minutos después! Los hombres con el clásico frac oscuro, todos erguidos y tiesos, parecían maniquís.

Y las mujeres, parecía que también iban disfrazadas, con unos sombreros increíbles con lazos enormes por todos lados.

Todo eran telas de colores intensos y vivos, parecía que las señoras estaban envueltas en papel regalo.

Viendo a los que iban a la boda y a los que no, se podría decir, al estilo de la Escritura: Por sus trajes los conoceréis....

Y es que, al cielo no se puede ir de cualquier manera. Hay que ir muy bien.

A LA PESCADERÍA VESTIDA DE NOVIA

A veces a la gente le puede extrañar que, alguien como tú, haga un rato de oración e intente ir a Misa a diario. Muy de moda no está. Queda raro. Lo raro de no ser raro, decía San Josemaría.

También es verdad que cuando ves a una chica vestida de novia por la calle, la cosa canta un poco.

Incluso a ti te puede parecer exagerado ir todos los días a Misa o hacer la oración. Y tienes cierta razón. Es verdad, si quitas la boda el cielo, no tiene sentido hacerse un traje de organza.

A veces puede costar un poco la oración diaria, la Misa o la confesión frecuente. Pero luego no es para tanto. Lo mismo que unos zapatos nuevos siempre duelen, con el tiempo te acostumbras.

Aquí, en la tierra, a veces nos pasa como a las señoras mayores que van a una boda, que están deseando llegar a casa para quitarse los zapatos y la faja.

A nosotros, hay días que nos puede costar más rezar. Incluso que no queramos hacerlo. Y en el cielo no ocurrirá nada de eso: allí no habrá nada postizo, y desde luego ninguna incomodidad.

AVISO A LOS INVITADOS

Te cuento un sucedido gracioso. En una boda me dijeron los novios que diera el aviso de que no les echasen arroz es una cosa vulgar. Que podía decir que eran los dos alérgicos.

La forma más gráfica de explicar la alegría de la Gloria es pensar en la felicidad de los enamorados.

Parece que van siempre con el «puntillo cogido»: todo les parece maravilloso, porque es maravilloso amar y ser amado.

Casi todas las películas y novelas tienen su historia de amor, porque es lo que alegra al corazón del hombre, igual que el vino.

Te leo lo que escribe un amigo: «Por favor, te esperamos en el cielo. Se nos haría dura una eternidad sin ti».

Por eso es necesario que vayamos preparando nuestro traje. Sin él, nuestra presencia en el banquete no pega, desentona.

A la Virgen que es la Reina del cielo y que tiene muy buen gustole pedimos que, sea nuestra modista para presentarnos ante Dios como a Él le agrada. Bueno y también como a nosotros nos gusta: sin que te tiren arroz. Pero si te lo tiran haz paella.

sábado, 3 de octubre de 2020

KE KOU KE LE



El Señor quería que diésemos fruto (cfr. Aleluya de la Misa de hoy: Jn15,16) y nos ha puesto en la mejor viña. La primera viña del Señor fue el pueblo de Israel (cfr. Primera lectura: Is 5,1-7). No ha habido una nación como ésta en toda la historia de la Humanidad: tan mimada por Dios mismo (cfr. Salmo responsorial: 79). En el Evangelio Jesús nos habla de que Dios Padre envió a su Hijo a esta viña. Pero los viñadores del pueblo de Israel lo rechazaron «y lo mataron» (cfr. Mt 21,33-43). Y ocurrió que a ese pueblo tan querido por el Señor, se le quitó «el reino de Dios», y se le dio a otro pueblo que produciría fruto. Este nuevo pueblo, esta nueva viña de Dios, es la Iglesia, que ha dado muchos frutos de santidad. Esto es lo que verdaderamente debemos de «tener en cuenta» como decía San Pablo (cfr. Segunda lectura: Flp 4,6-9). Dar fruto es nuestra obligación. Porque el Señor nos ha enviado a cultivar su viña. Pero no sólo tenemos que quedarnos teniendo el mejor de los vino: hemos de comercializar nuestros productos. Pues el Señor nos ha enviado para que otras personas también prueben lo que da la verdadera alegría. Tenemos que llegar hasta la China y exportar allí la doctrina de nuestro Señor. Ahora muchas casas comerciales han querido hacer negocio. Por ejemplo, la marca Coca-Cola ha sido traducida al mandarín: se pronuncia como «ke ko ke le» y significa «deliciosa felicidad». Ojala los cristianos llevemos allí nuestro producto. La Virgen, fue verdadera israelita y primera cristiana. Y adelantó los milagros porque era la Madre del dueño de la Viña. Gracias a Ella Caná de Galilea estuvo a punto de convertirse en Caná de la Frontera

FORO DE HOMILÍAS

Homilías breves predicables organizadas por tiempo litúrgico, temas, etc.... Muchas se encuentran ampliadas en el Foro de Meditaciones