jueves, 27 de septiembre de 2007

XXVI DOMINGO CICLO C

CADA UNO A LO SUYO

Las lecturas de la Misa nos hablan de la necesidad de pensar en los demás.

La Primera (1) nos presenta la indignación del Profeta Amós, que se encuentra con los dirigentes llevando una vida lujosa, mientras el país estaba en la ruina.

En la Segunda lectura (2), San Pablo recuerda a Timoteo que la raíz de todos los males es la avaricia: cuando uno va a lo suyo

Por su parte, el Evangelio (3) nos describe a un hombre rico que no supo sacar provecho de sus bienes.

La descripción que nos hace el Señor en esta parábola tiene fuertes contrastes: gran abundancia en la vida del rico, extrema necesidad en Lázaro.

Los bienes del rico no habían sido adquiridos de modo fraudulento; ni tampoco parece que tenga la culpa de la pobreza de Lázaro, al menos directamente.

Este hombre rico no está contra Dios ni tampoco oprime al pobre. Únicamente está ciego para ver a quien le necesitaba. Vive para sí, lo mejor posible.

¿Cuál fue su pecado? Pues que no se fijo en Lázaro, a quien hubiera podido hacer feliz viviendo él con menos egoísmo: con menos afán de ir a lo suyo.

Lo que llevo al rico al infierno no fueron sus riquezas –Dios es también rico– sino su egoísmo.

Y lo que llevó a Lázaro al cielo no fue la pobreza material –entonces los pobres serían santos– sino la pobreza de espíritu, la humildad (4).

El egoísmo deja ciegos a los hombres para las necesidades ajenas y lleva a tratar a las personas como cosas sin valor. Todos tenemos a nuestro alrededor gente que tiene algún tipo de necesidad, como Lázaro, de la que no debemos pasar por ir a lo nuestro.

(1) Am 6, 1; 4-7.- (2) 1 Tim 6, 11-16.- (3) Lc 16, 19-31.- (4) SAN AGUSTIN, Sermón 24, 3: «La pobreza no condujo a Lázaro al Cielo, sino su humildad, y las riquezas no impidieron al rico entrar en el eterno descanso, sino su egoísmo».

miércoles, 19 de septiembre de 2007

XXV DOMINGO CICLO C

HIJOS QUEJICAS DE LA LUZ

Estamos acostumbrados a ver los sacrificios que hacen muchos por ganar dinero.

Otras veces nos sorprendemos por los medios que se emplean para hacer daño.

Precisamente en la Primera lectura(1) resuenan los duros reproches del Profeta Amós, contra los que se enriquecen a costa de los pobres: utilizan la inteligencia para el mal.

En el Evangelio(2) enseña Jesús, mediante una parábola, la habilidad de un administrador que actúa con pillería.

Y es que «los hijos de este mundo» a veces son más consecuentes con su forma de pensar, que los hijos quejicas de la luz.

Quiere el Señor que los cristianos pongamos el mismo empeño en hacer el bien, que el que los ricos desaprensivos ponen en sus intereses.

Al terminar la parábola concluye: «No podéis servir a Dios y al dinero».

Y es que no tenemos más que un solo Señor.

El cristiano no tiene un tiempo para Dios y otro para los negocios de este mundo, sino que éstos deben convertirse en servicio a Dios y al prójimo.

Para ser buenos administradores de los talentos que hemos recibido, conviene actuar con la inteligencia que da la profesionalidad.

«
Ya lo dijo el Maestro: ¡ojalá los hijos de la luz pongamos, en hacer el bien, por lo menos el mismo empeño y la obstinación con que se dedican, a sus acciones, los hijos de las tinieblas!
»No te quejes: ¡trabaja, en cambio, para ahogar el mal en abundancia de bien!»
(8).

(1) Am 8, 4-7.- (2) Lc 16, 1-13.- (3) SAN JOSEMARÍA, Surco, n. 616.

lunes, 10 de septiembre de 2007

XXIV DOMINGO CICLO C

EL PADRE PRÓDIGO

Hay personas que al pensar en Dios les viene tenor. La grandeza y la justicia de Dios les lleva a tenerle miedo.

Sin embargo en lo que Dios manifiesta más su poder es en la misericordia. Dios se ha hecho hombre, tiene corazón de hombre, y es misericordioso.

Jesús en su paso por la tierra nunca se vengo de nadie, no hay porque tenerle miedo a Dios, pues su corazón es misericordioso.

Es un Dios que perdona siempre, si estamos arrepentidos. Por eso le decimos en el Salmo: «Limpia mi pecado» (1).

También leemos, esta vez en la Primera lectura (2) cómo Moisés intercede por el pueblo, que muy pronto ha olvidado de la Alianza con Dios.

Pero Moisés no trata de excusar el pecado del pueblo, sino que apoya su oración en la misericordia de Dios.

El mismo San Pablo nos habla en la Segunda lectura (3) de su propia experiencia: «Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero».

Y en el Evangelio de la Misa (4) San Lucas recoge las parábolas de la misericordia divina.

El personaje central de estas parábolas es Dios mismo, que pone todos los medios para recuperar a sus hijos maltrechos por el pecado.

Dios es el pastor que sale tras la oveja perdida hasta que la encuentra, y luego la carga sobre sus hombros.

Dios es la mujer que ha perdido una moneda y enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta que la halla.

Dios es el padre que, movido por la impaciencia del amor, sale todos los días a esperar a su hijo descarriado.



Así es Dios, un Padre pródigo en Amor.


(1) Salmo responsorial. Sal 50, 3; 4; 12; 19.- (2) Ex 32, 7-11; 13-14.- (3) 1 Tim 1, 15-16.- (4) Lc 15, 1-32.-

FORO DE HOMILÍAS

Homilías breves predicables organizadas por tiempo litúrgico, temas, etc.... Muchas se encuentran ampliadas en el Foro de Meditaciones