lunes, 21 de abril de 2008

LOS QUE NOS LEVANTAMOS A LAS 6:30

«Trabajad» nos dice el Evangelio de la Misa de hoy.

Y parece que el Evangelio está escrito, como dicen los políticos de sus programas, que están hechos, para los que nos levantamos a las 6:30.

Pero el reino de Dios no es de este mundo: no se va a realizar
si buscamos el buen funcionamiento de nuestras actividades.

Es bueno que nos esforcemos en las cosas humanas, pero el Señor nos aclara:

«Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura» (Evangelio de la Misa: Jn 6, 22-29).

Esto quiere decir que nuestro primera tarea es la que hace referencia al «alimento que perdura».

Quizá era una cuestión que no estaba clara, por eso le preguntaron al Señor:

«Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?»

Que podríamos traducir con lenguaje de hoy en día como:
–Bueno, entonces ¿qué tenemos que hacer los cristianos que nos levantamos a las 6:30?

Y Jesús le respondió a aquellos y también a nosotros:

«La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado»

Por eso lo más importante que tenemos que hacer en nuestro día es aumentar nuestra fe.

La virtud reina del cielo es la caridad, la del purgatorio la esperanza. Y la que es exclusiva de la tierra es la fe.

Por eso muchos de nuestros problemas se resuelven diciendo: es cuestión de fe.

TERTIUM 103

Al Espíritu Santo se le puede llamar de muchas formas. Nuestro Señor le da el titulo de «Paráclito» esto es el Abogado Defensor, o también el Consejero, o Asistente.

Todos esos nombres son apropiados para designar al Amor de Dios. Es lógico, que una persona que nos quiera nos defienda y nos ayude, y nos aconseje.

Pero además en el Evangelio el Señor explica la función de la Tercera Persona de la Trinidad diciendo que será quien «os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14,26).

Podíamos decir que es como la memoria de almacenamiento y de ejecución de nuestro dispositivo personal.

Y esto es así porque es precisamente el Amor de Dios lo que hace que nosotros funcionemos con rapidez y eficacia.

No es preciso darle muchas vueltas a las cosas: cuando hay pereza y faltas frutos sobrenaturales es que necesitamos ganar en Amor de Dios.

Esto es así. Es cierto que el Señor quiere consolarnos, aconsejarnos, y defendernos, para eso está su Espíritu.

Pero a veces se nos olvida que nuestros esfuerzos tienen que ir encaminados a agradar a personas no como nosotros (cfr. Sal 113 B: Responsorial de la Misa) .

Leemos el libro de los Hechos (cfr. 14, 5-18: Primera lectura de la Misa) como querían algunos ofrecer sacrificios a Pablo y Bernabé, creyendo que eran dioses.

Por eso es bueno que nos recuerden una y otra vez que no es a nosotros a quien debemos dirigir nuestra actuación.

Por eso hemos de pedir en la Comunión ampliación de memoria, que nos da la Tercera Persona de la Trinidad: pentium 103.

EL GPS

Hoy en día es fácil llegar a cualquier sitio porque los coches los venden con el GPS incorporado.
Tú le dices la calle donde quieres ir y él solo te lleva, te va indicando todo el tiempo por donde ir: —Dentro de 200 metros tuerza a la derecha. Siga recto. Después de 50 metros, gire a la izquierda.

El otro día fui en coche con un amigo a Málaga. Pusimos la dirección calle Las Palmeras del Limonar y salimos.

Es una maravilla cómo te va llevando hasta que al cabo de la hora y media te dice: ha llegado a su destino. Ves en el gps y, efectivamente, pone Palmeras del Limonar número 12.

Mi amigo decía: –Ahí va, qué raro, pero si esto un local social y nosotros vamos a un chalet particular, esta no es la casa.

Entonces llamamos por teléfono a nuestro destino y preguntamos como ir.

Y efectivamente utilizando el gps nunca se equivoca uno, porque funciona por satélite.

El gps nos decía que estábamos en la calle Palmeras del Limonar, sin embargo en el letrero de la calle donde había llegado indicaba Palmeras.

Y esto fue porque el que hizo el mapa del gps se había confundido al meter la información: donde decía Palmeras del Limonar puso Palmeras y al contrario.

Por eso pudimos llegar a nuestro destino correcto poniendo la información al revés.

Dice el refrán que todos los caminos llegan a Roma y puede ser cierto, pero no todos los caminos llegan al cielo.

Para que nos conduzca al cielo, nuestro gps tiene que tener la información correcta que nos llega a través de Cristo.

Esto es lo que le dice San Pedro a los judíos, que tenían el mapa equivocado, confundieron «las profecías que se leen los sábados» (cfr. Hch. 13, 26-33).

Porque como le dijo Jesús a Tomás, Él era el camino (cfr. Jn 14, 1-6).

Este es la información que tenemos que incorporar a nuestras coordenadas.

Porque nosotros venimos de fábrica con el gps incorporado, que es la conciencia.
Lo increíble del GPS es que, aunque te equivoques, te vuelve a marcar otra ruta nueva para poder llegar. Es la voz de Dios.

Aunque cuenta también con el factor humano. Con muy buena voluntad podemos llegar a un sitio equivocado.

¿Por qué? ¿Dios no es la Verdad? ¿Se puede equivocar nuestra conciencia?

Pues, según la información que le metas. Por eso hay algunas personas buenas que no llegan al sitio que quieren, y encontrarse en la calle lo alto del guindo.

El Señor nos ha creado para llevarnos al cielo. Y como está empeñado en que lleguemos, hace todo lo posible por conducirnos hasta allí.

Somos sus hijos (cfr. Salmo de la Misa 2, 6), por eso tiene tanto interés.

Cuando nos salimos del camino, nuestro Padre Dios intenta reconducirnos una otra vez, aunque nos equivoquemos mil veces. Si los satélites del cielo nunca son problema, como me decía mi amigo.

Y, aunque el sitio donde tengas que ir esté muy lejos, incluso en otro país, se llega con facilidad.

A la vuelta de Málaga el dispositivo gps nos llevó por una calle tan estrecha que apenas cabía el coche.

Fuimos por allí y en poco tiempo llegamos al camino correcto, a la autovía.

Así hace Dios con nosotros. Nos reconduce y nos lleva también por sitios estrechos.

Ya se ve que la técnica tiene sus limitaciones, no así Dios que nos deja a su Madre para que el camino de la vida sea siempre seguro.

Por eso, le decimos ahora: Conservanos el camino seguro: g–p–s

domingo, 20 de abril de 2008

Y LA CAJERA DE CARREFOUR

Con la Ascensión de Jesús al cielo, podría parecer que nos había dejado huérfanos (cfr. Evangelio de la Misa: Jn 14, 15-21).

Pero el Señor prometió que cuando se fuese junto al Padre, nos enviaría desde allí su Espíritu (cfr. Jn 15, 26 y 16, 7).

Es el Espíritu de Jesús y también el del Padre. Y nosotros le llamamos Espíritu Santo. (cfr. Primera lectura de la Misa: Hch 8, 5-8. 14-17). Y por eso decimos en el Credo que procede del Padre y del Hijo.

Recibir el Espíritu Santo es lo mismo que recibir el Amor de Dios.

El Amor es por definición un regalo. Una cosa que no es obligatoria, pero Dios nos regala porque él es bueno, no porque necesite darnos para su felicidad.

Hace poco unos recién casados me preguntaban precisamente eso: que si Dios necesita de nuestro amor. Le dije que en realidad no lo necesita. Si lo necesitase no sería Dios.

El Amor de Dios consiste en dar sin contrapartida. De lo contrario no sería regalo sino comercio.

Nadie piensa que en Carrefour regalan cosas, porque luego hay que pagar en la caja.

Pero Dios regala sin que necesite que le abonemos un ticket.

La aspiración de todo poeta es darse uno mismo, no dar una cosa : Como me gustaría ser lo que te doy, y no quien te lo da.

Esto que no lo puede hacer el ser humano lo hace Dios: nos entrega su ser, se nos entrega a si mismo, al Amor en Persona, que es el Espíritu Santo.
Ver homilía extensa

OBISPOS TAMBIÉN

Algunos dicen: Jesucristo sí, Iglesia no. Que es lo mismo que decir que Jesucristo no es Dios.

Los cristianos creemos que el Señor ha resucitado y que vive porque es Dios. En el Evangelio nos dice que es «el camino» (Misa de hoy: Jn 14,1-12).

Esto es así: Jesucristo es el camino que nos conduce al cielo pasando por Roma.

Es impensable que el Señor hubiera fundado una Iglesia y se le hubiera ido de las manos. La Iglesia de Jesucristo no ha cambiado, porque la sigue gobernando su cabeza, que es Cristo.

Y el romano pontífice es su representante, por eso escribe San Pedro, como primer Papa, que Jesús es la «piedra angular» del edificio de la Iglesia (Segunda lectura de la Misa: 1P 2,4-9).

Ese Templo del Espíritu Santo, que es la Iglesia también tiene otras «piedras vivas», que somos cada uno de nosotros.

También hay columnas que son los Apóstoles, los primeros obispos.

Como en cualquier familia, también en la Iglesia de Jesucristo, desde el primer momento hubo distintas sensibilidades (Primera lectura: Hch 6, 1–7).

Pero eso no es ningún problema, porque el Señor eso nos gobierna a través de los pastores de la Iglesia.

Por eso los que creemos decimos: Jesucristo sí, obispos también.

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sábado, 12 de abril de 2008

MI MONITOR DE ESQUÍ

Es una realidad que en esta vida el Señor va con nosotros. No es cierto que vayamos solos. Jesús vive todavía.


Palestina es un lugar estupendo para ir a ver como vivió durante treinta y pocos años. Pero después de la Resurrección de Jesús el resto del Planeta se ha convertido también en la Tierra Santa: donde Jesús se mueve, escucha, habla... y va con nosotros.

El Señor es mi pastor, nada me falta, dice el Salmo (22. Responsorial de la Misa)... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo.

Efectivamente, tenemos a Jesús a nuestro lado: va delante de nosotros como hace un pastor (cfr. Segunda lectura: 1 P 2,25).

Así dice el Evangelio (en la Misa de hoy: Jn 10, 1-10). Al hablar a aquellas personas que trabajaban en el campo el Señor emplea la figura del pastor, para explicar que él va delante para facilitarnos el camino.

Hoy vivimos en ciudades y la gente no se hace idea de lo que representaba un pastor en otros tiempos. Pero es cierto que también hay un gusto por la naturaleza y el deporte.

Hace poco me decía una persona que había subido a la Sierra (Nevada) para esquiar, y que tuvo la suerte de tener a un profesor que con mucha paciencia le enseñó a manejarse.

Quizá tendríamos que traducir el salmo, diciendo: el Señor es mi monitor de esquí, yendo a su lado todo es más sencillo.

Aunque no sea literariamente muy correcto decir esto, nos puede servir para entender, lo que San Pedro dijo el día del nacimiento de la Iglesia: «convertios» (Primera lectura: Hch 2, 14ª.36-41).

Eso es lo que debemos «cambiar»: no pensar que estamos solos, cuando en realidad el Señor nos acompaña hasta a hacer deporte.

Ver homilía extensa

domingo, 6 de abril de 2008

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Dentro de tres meses entraremos en el año de San Pablo. Y es bueno que de vez en cuando nos acordemos de él.

Resulta curioso que siendo uno de los Apóstoles que más escribió, no nos trasmitiera más cosas de la vida de Jesús.

Conocía perfectamente todas las anécdotas que cuentan los Evangelistas, había tratado a los que protagonizaron muchos de esos sucesos, y sin embargo San Pablo no cuenta casi nada de la vida del Señor.

Pues, aunque a nosotros nos parezca extraño, la explicación es bastante sencilla: el Apóstol no trataba a Jesús como a un «simple personaje histórico» porque, para él, no era sólo alguien que vivió (1).

San Pablo trataba a Jesús como una persona viva. Si se actúa así lo más importante es el presente, lo que el Señor está haciendo ahora. Cristo vive en la actualidad.

Precisamente la fe cristiana que enseñaron los Apóstoles se basa en la resurrección de Jesús (Primera lectura de la Misa: Hch 2,14. 22-33)

También San Pedro (Segunda lectura de la Misa: cfr. 1 P 1, 17-21) de cómo Jesús nos liberó muriendo y resucitando.

Jesús camina con nosotros. Por eso dice el salmo que nos enseña «el camino de la vida» (Salmo responsorial: Salmo 15, 11).

El domingo de resurrección el Señor se hizo visible a «dos» de lo discípulos cuando marchaban tristones.

Aquellos lo reconocieron cuando Jesús partió el pan y se lo entregó (Evangelio de la Misa: Lc 24, 13-35). Hoy en día también hay mucha gente reconoce al Señor la Comunión.

También nosotros «dos» –tú y yo– tenemos que encontrar al Señor: aquí está.

(1) Cfr. Ronald A. KNOX, Tiempos y fiestas del año litúrgico, Rialp (Patmos, 117), Madrid 1964, pp. 309-323.

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