Jesús subió a un monte
para orar
Jesús acompañado de
tres Apóstoles subió a un monte a orar. Y allí mientras rezaba la Luz le
inundó, se hizo visible que era Hijo de Dios, que su Luz procedía de la Luz,
decimos en el Credo.
Jesús sube a un
monte a orar y estando en oración cambió de aspecto, se transfiguró.
También nosotros necesitamos todos los días hablar con Dios, contemplarle desde
su altura, separarnos de nuestros problemas y mirar las cosas con
perspectiva. Mirar nuestra vida, que desde arriba parece compuesta de cosas
minúsculas. Así son nuestras cosas de cada día si las vemos desde Dios.
Por eso con el paso
del tiempo a lo que no sucede en la tierra le daremos una importancia relativa
(cfr. San Josemaría, Via Crucis). Necesitamos apartarnos de los
problemas para poder resolverlos. Verlos con perspectiva, mirarlos desde
arriba, con visión sobrenatural. Necesitamos contemplar a Dios, que está detrás
de todas nuestras cosas, como está presente en toda la creación.
Para nosotros los
ratos diarios de oración son como subir a un monte y contemplar. Contemplar a
Dios en las cosas. La oración es una «aspiración» de nuestra alma. Aspiramos el
aire del cielo cuando nos subimos por encima de los acontecimientos de esta
vida.
Por eso no resulta
extraño que para los santos las montañas tuvieran una cierta atracción. El
místico identifica a las montañas con el mismo Jesús, que tanto subió a ellas
para rezar a su Padre.
«Subiendo», haciendo
un esfuerzo para acercarnos a Dios, llegará nuestra «transfiguración». En la
montaña de la oración hablaremos con Jesús de su vida y de nuestra vida. Sobre
lo que padeció Él para salvar almas, y sobre lo que nosotros tenemos que hacer
por los demás. Y en conversación con el Señor nos llenaremos de la luz de Dios,
y daremos luz a los que tenemos alrededor.
Nos cuenta san Mateo
que Jesús subió a un monte alto y, a partir de ahí,
explica un suceso extraordinario del que son testigos tres de los apóstoles: su rostro resplandecía como el sol y
sus vestidos se volvieron blancos como la luz (17, 1ss).
También nuestros
ratos diarios de oración son ratos de transfiguración, como la del Señor en la
montaña.
La Transfiguración
Y se transfiguró delante de ellos, nos dice san Mateo
(17, 2). La transfiguración es un acontecimiento de oración; se ve claramente
lo que sucede en la conversación de Jesús con el Padre. Esto es lo que le ha
sucedido a los santos.
De Moisés se sabe
que en el monte Sinaí estuvo hablando con Dios, como un amigo habla con su
amigo. Y al bajar tenía radiante la
piel de la cara, de haber hablado con el Señor (Ex 34, 29).
También vieron los
apóstoles que el vestido de Jesús, se volvió blanco y luminoso. Y precisamente
en el Apocalipsis habla san Juan de que los que se salven llevarán vestiduras blancas (cfr. sobre todo 7, 9.13;
19, 14). Y en el Apocalipsis se da la explicación: los vestidos de los elegidos
son blancos porque han sido lavados en la sangre del Cordero (cfr. Ap 7,
14).
Esto es como decir
que todos los que se van a salvar es
porque se unieron a la pasión de Jesús. En esta vida tendremos que
padecer, pero nuestros sufrimientos tienen mucho valor si logramos llevarlos
bien. La cruz que se presenta cada día hemos de llevarla como Jesús la llevó,
con ganas de dar la vida por los demás.
Moisés y Elías
De repente se les aparecieron Moisés y
Elías conversando con él (Mt 17, 3) hablan con Jesús. Eran los
representantes de la Ley y los Profetas.
Lo que luego Jesús
resucitado explicó el día de la Resurrección a los discípulos camino hacia
Emaús cuando iban desanimados. De esto hablaban la Ley y los Profetas. Y le
tenía que quedar claro a tres de los Apóstoles el día de la Transfiguración,
que la luz está unida a la cruz, que son las dos caras de una misma moneda.
En la oración hemos
de hablar con el Señor de nuestras dificultades, de los alfilerazos que
recibimos cada día. Y Jesús nos explicará las Escrituras: que es preciso pasar
muchas tribulaciones para llegar a la gloria.
Jesús en la oración
nos explica lo que sucedió en su vida. Que su pasión fue el verdadero
«éxodo», atravesar el «mar Rojo» de la pasión para llegar a la gloria. Por eso
el tema de conversación de Moisés y Elías era la cruz, este nuevo «éxodo» de
Jesús, que debía cumplirse en Jerusalén.
Nosotros debemos
leer y releer la Escritura para darnos cuenta que la clave es este Cristo que
padece. Y que para nosotros los cristianos también esta es la clave de nuestra
vida. Cuando se tiene «esperanzas humanas en el triunfo del bien»
siempre vienen las decepciones.
Porque «el bien
triunfa siempre, pero sobrenaturalmente» pero para eso tenemos que «pasar
por la cruz», que es siempre un fracaso humano. Los Apóstoles experimentarían
ese fracaso el viernes santo. Y ahora tres de ellos estaban allí.
Moisés recibió en el
monte la Torá, la palabra con la enseñanza de Dios. Ahora se nos dice, con
referencia a Jesús: Escuchadlo.
Jesús es la misma
Palabra divina. Los Evangelios no pueden expresarlo más claro. Los discípulos
tienen que aprender de Él. María es la mujer de la escucha. Tantas horas
contemplando a Jesús, que se le pegó su Luz. Bueno, Ella dio a luz a la Luz,
era su Madre.
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