lunes, 28 de octubre de 2019

EL BREXIT



Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Las etiquetas

En un programa de la radio estaban hablando del Brexit y uno de los participantes decía que el General de Gaulle consideraba al Reino Unido incompatible con Europa. Según se pensaba la tradición en contra del Continente es muy fuerte en esas Islas.

Y entonces, el conductor del programa le dio la palabra a otros de los que participaban en el programa, que según aclaró era simpatizante de los ingleses. Precisamente éste anglófilo añadió: –Es cierto que hay esa corriente anti europea en las Islas Británicas...

Nosotros nos encontramos con gente que ya tienen una determinada visión de la vida, un carácter determinado, y que ha fraguado de una determinada forma de pensar y de actuar.

Por eso a eso a los que ya han fraguado en su personalidad se les llega a clasificar. En el caso del Evangelio de san Lucas a ciertos hebreos se les etiqueta como publicanos.

Con la clasificación nos quedamos tranquilos, porque al poder definir algo y tenerlo estructurado sabemos a qué atenernos: es pro brexit o es pro europeo.

En nuestro caso podemos pensar que en la vida hay términos medios. De ahí que observemos que en el Reino Unido también existen indecisos y unionistas radicales de Irlanda. No solo están los partidarios o no partidarios del Brexit.

En el relato de san Lucas en el que nos habla de Zaqueo, no solo se le etiqueta como publicano sino como jefe de publicanos.

En la época de la que habla el evangelio, y no digo en tiempos de Jesús, porque los tiempos de Jesús también son estos: entonces se hablaba de fariseos, publicanos, saduceos, príncipes de los judíos... Y cada uno podía haber actuado según su rol, su papel, con los defectos que podía tener ese grupo.

Corregir poco a poco

En ocasiones, el Señor corrige a una tipología de personas, mejor dicho, a varias. Por algo sería. Seguro porque aquellos hombres podían cambiar. De lo contrario, sino hubiera servido para nada, Jesús se hubiera cayado.

El libro de la Sabiduría dice expresamente que el Señor corrige poco a poco a los que caen, les recuerdas su pecado y los reprendes para que se conviertan (Primera Lectura de la Misa: 11, 22-12, 2).

Cuando uno quiere a una persona intenta corregirla una y otra vez, porque sino consigue que mejore, por lo menos la cosa no va a peor. Si nos dan por perdido es que no nos quieren. O es que consideran que no podemos cambiar porque nuestro carácter está muy hecho.

Por eso hemos de agradecer que nos den continuas oportunidades, como nos las da el Señor, porque aunque puede que seamos fariseos o publicanos podremos ser como Zaqueo, personas que cambian de vida.

Pero lo importante no es desahogarnos: el objetivo de la corrección es el cambio de las personas, no echar fuera el mal humor. Por eso hay que ver cuál es el mejor medio para que mejoren. Pero el Señor conocía el alcance de sus palabras en el alma de los demás,  nosotros no.

Por mi parte no he encontrado todavía una persona, que haga mejor su trabajo fijándose en lo malo que hace que dentro de un espíritu de aprobación de sus cualidades. Porque todo el mundo necesita –como el comer– que le apreciemos las cosas que hace bien.

Con razón se ha dicho que “el principio más profundo del carácter humano es el anhelo de ser apreciado" (citado en Dale Carnegie, Como ganar amigos e influir sobre las personas, capítulo 2).

Al tratar a la gente tenemos que recordar que no tratamos con criaturasgicas, porque el ser humano, y más después de la caída, no solo actúa movido por la inteligencia.

En el día a día nosotros nos relacionamos con personas emotivas, que en ocasiones tienen prejuicios, y que puede ser que se sientan movidas por el orgullo y la vanidad (cfr Ibídem, I, 1).

La realidad es que nunca fuimos ángeles. Y nos afecta mucho cómo nos dicen las cosas, no solo el mensaje.

Por eso si queremos provocar un resentimiento que dure años, o incluso que siga activo hasta la muerte, no tenemos más que hacer a alguien una crítica malévola (cfr Ibídem, I, 1).

La experiencia nos dice que casi nadie se critica a sí mismo, por grandes que sean sus errores. Pues si encima la censura la hacemos los demás y es ácida, entonces la otra persona se pondrá a la defensiva, y hará que trate de justificarse. Esa  crítica negativa es muy peligrosa porque hiere en lo más profundo y despierta su resentimiento (cfr Ibídem).

Casi con toda certeza, la persona a la que corregimos con dureza tratará de justificarse y tratará de censurarnos a su vez. Se ha dicho, con mucha razón, que esas críticas son como palomas mensajeras. Siempre vuelven al nido (cfr Ibídem).

Lo más práctico

Y si alguna vez deseamos modificar y mejorar drásticamente a alguien, pensemos que eso está muy bien, pero que lo más práctico es empezar por nosotros mismos. Desde un punto de vista puramente egoísta, eso es mucho más provechoso que tratar de mejorar a los demás. Y mucho menos peligroso (cfr Ibídem). Por eso decía santa Teresa “miremos nuestras faltas y no las ajenas

"No te quejes de la nieve en el techo del vecino -decía Confucio- cuando también cubre el umbral de tu casa (citado en  Ibídem)

En la historia de los Estados Unidos hay una guerra civil que les ha marcado profundamente. En un momento de esa contienda Lee, el principal general secesionista se encontraba rodeado. No podía escapar. Lincoln, en el bando de la unión, se dio perfectamente cuenta de que se presentaba la oportunidad como enviada por el cielo: la oportunidad de derrotar al ejército de Lee y poner rápidamente fin  a la guerra.

Entonces Abrahán Lincoln ordenó al general Meade que que atacara inmediatamente a Lee. Telegrafió estas órdenes y envió un mensajero especial a ese general  para que se diera rápidamente el golpe de gracia al ejercito de Lee.

Pero ¿qué hizo el general Meade? Exactamente lo contrario de lo que se le decía. Y el ejercito de los secesionistas comandados por Lee se escapó. Porque el general unionista desoyó las ordenes de Abrahán Lincoln.

Como es lógico, cuanto Lincoln se enteró,  estaba furioso. Tenemos que ponernos en su lugar, era un momento muy importante de la historia. He leído como Abrahán Lincoln le decía a su hijo Robert: –"¿Qué es esto?  ¡Gran Dios! ¿Qué es esto?

Entonces el presidente se acercó a escribirle al general Meade, que le había desobedecido tan ostensiblemente. Hay que decir que, por el carácter apacible de este presidente, esta carta, escrita por Lincoln en 1863, equivalía al máximo reproche.

"Mi querido general:
No creo que comprenda usted la magnitud de la desgracia que representa la retirada de Lee. Estaba a nuestro alcance, y su captura hubiera significado... el fin de la guerra... Ahora se prolongará indefinidamente.

Sería irrazonable esperar, y yo no lo espero, que ahora pueda usted lograr mucho. Su mejor oportunidad ha desaparecido, y estoy indeciblemente angustiado a causa de ello."

¿Sabéis lo que hizo el general Meade al leer esta carta? Nada, porque no la vio jamás. Lincoln no la envió. Fue encontrada entre los papeles del presidente, después de su muerte.

Una de las opiniones, que hay al respecto es que, después de escribirla, Lincoln se dijo:

"Un momento. Tal vez no debiera ser tan precipitado. Me es muy fácil, aquí sentado en la quietud de la Casa Blanca, ordenar a Meade que ataque; pero si hubiese estado en el frente y hubiese visto tanta sangre como ha visto Meade en la última semana, y hubiese oido los gritos de los heridos y moribundos, quizá no habría tenido tantas ansias de atacar.

Si yo tuviese el tímido temperamento de Meade, quizá habría hecho lo mismo que él. De todos modos, es agua que ya ha pasado bajo el puente.

Si envío esta carta, calmaré mis sentimientos, pero haré que Meade trate de justificar sus actos. Haré que él me censure a su vez. Despertaré resquemores, disminuiré su utilidad futura como jefe militar, y lo llevaré acaso a renunciar al ejército".

Y Lincoln dejó a un lado la carta. Por experiencia personal, antes de llegar a la presidencia, había aprendido que las críticas y reproches acerbos son casi siempre inútiles.

Cuando una persona quiere a otras los corrige –así hacen las madres– y les da una nueva oportunidad.

Veíamos al principio que en el programa de radio el director le dio la oportunidad a un amigo de los ingleses para que dijera su opinión sobre el Brexit

Precisamente éste anglófilo añadió:–Es cierto que hay esa corriente anti europea en las Islas Británicas... , pero había que intentarlo.

Algo por el estilo hacía Jesús, cuando decía, hablando de Zaqueo:

Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.


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31 Domingo T. O.  C

Primera Lectura
Te compadeces de todos, porque amas a todos los seres
Sab 11, 22 — 12, 2

–Salmo Responsorial
Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi Rey.
Sal 144, 1-2. 8-9. 10-11. 13cd-14 (: cf. 1)

–Segunda Lectura
El nombre de Cristo será glorificado en vosotros y vosotros en él
2 Tes 1, 11 — 2, 2

–Evangelio
El Hijo del hombre ha venido a buscar ya salvar lo que estaba perdido
Lc 19, 1-10

martes, 22 de octubre de 2019

LOS SUPERFICIALES



En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» ( Lc 18, 9-14).

Dos hombres y un destino

Nos preguntamos por qué una persona se enaltece hasta llegar a despreciar a otros. Quizá sucede así por superficialidad. La frivolidad hace que pasemos por alto nuestras faltas, estemos ciegos para el mal que nosotros hacemos, y veamos con mucha nitidez los defectos ajenos. Pero esto no se ve a simple vista. Por eso nos interesa profundizar en lo que Jesús nos dice.

Él cuenta esa historia de dos personas que hacen oración. Uno, de la secta de los fariseos, que cumplía a rajatabla todos sus deberes; y el otro, un pecador mal visto, porque trabajaba de inspector de hacienda para el erario de Roma: era de aquellos que llamaban publicanos. 

Los dos se acercan al templo a rezar. Ya se ve que no son malas personas. Ocurre que el fariseo puesto en pie mira a Dios de igual a igual, como si no le debiese nada. Refleja de esta manera la postura de su corazón: se considera santo. 

Sin embargo el publicano se pone de rodillas y ni se atrevía a levantar los ojos al cielo. Sabe que es un pecador, y así se lo manifiesta a Dios. Y efectivamente las oraciones de este hombre le sirven para mejorar. Porque observa sus propias faltas y no las ajenas.

Mientras que el fariseo solo mira lo que él hace bien y desprecia a los demás. Y sucede que la oración no le sirve para mucho porque está viciada. Le ocurre como a algunos universitarios, que pasan por la universidad pero la universidad no pasa por ellos. En este caso la oración resbala por su alma sin llegar a cambiarle interiormente. La superficialidad hace que no profundice, que se quede en lo externo.

Los fariseos eran capaces de colar un mosquito y tragarse un camello. No medían a los demás con el mismo rasero que a ellos. La mirada hacia los otros era inquisitiva: poseían unas lentes de aumento para observar los fallos ajenos. Y los pecados propios eran vistos muy pequeños. Así ocurre frecuentemente: cuando una persona es muy compresiva consigo misma, también es muy intransigente con los demás. Se da la famosa ley del embudo.

La ley del embudo

La misma lente es cóncava por un lado y convexa por el otro: si miras por un lado ves en aumento y si lo haces por otro ves las cosas de forma diminuta. Igual ocurre con un embudo: por un lado es ancho y estrecho por el otro.

Así actúan los superficiales que no se dan cuenta de sus fallos porque no se examinan. Tienen alma de portera, siempre con la cabeza fuera para ver quién entra y quién sale. Una persona así habla mal de las personas que critican. Miente porque no le gusta que las demás mientan. De ella se puede decir: Consejos vendo y para mí no tengo.

Son capaces de hacer grandes sacrificios por vanidad. Por tener buena fama se aparenta lo que no se tiene. No importa ser hipócrita: lo importante es que nos consideren personas honradas. Con tal de quedar bien se hace o se paga lo que sea. Por eso se dice que la hipocresía es el tributo que el vicio paga a la virtud. Porque con tal de tener buena imagen se lleva doble vida. Lo importante es lo que aparezca en los medios de comunicación, no lo que uno sea.

Se piensa que todo el mundo tiene tratos sucios, lo que ocurre es que no han sido descubiertos. Los hipócritas creen que todos son de su condición: que, quien más quien menos y el que menos, lleva una doble vida, como yo la llevo. Pero ellos son mucho peores que yo, porque son ladrones, injustos, adúlteros. Que no me hagan hablar que podría decir muchas cosas de todo el mundo... Pero cuando hablo mal de una persona en realidad estoy hablando mal de mí.

Entre los cumplidores se encuentran, a veces, los peores cristianos. Porque al actuar de manera rutinaria se están firmando el acta de defunción de la vida interior (cfr. San Josemaría, Es Cristo que pasa, 174). La superficialidad no es cristiana, dice san Josemaría en un apartado de sus obra que se titula: La escuela de la oración (Ibídem). En nuestra vida hay que buscar la verdad y no la apariencia. Pues no somos nosotros el centro sino es Dios. Y, a veces, la verdad es humillante para nosotros.

Pero no hay que preocuparse porque como dice el Salmo (33,7: Responsorial de la Misa): el afligido invocó al Señor, y él lo escuchó. La oración de una persona humilde tiene mucho valor: sus gemidos atraviesan las nubes hasta alcanzar a Dios.

Los cristianos verdaderos, en ocasiones, no lo parecen. Porque los buenos no buscan aparentar sino ser. Y como todos estamos llenos de miseria, también los buenos están realmente llenos de fallos y pecados: no los disimulan porque son sinceros, sencillos, transparentes. Los hipócritas no es que no tengan pecados, es que no los descubren, porque son superficiales.

La superficialidad no es cristiana

Lo que pensamos y decimos a Dios puede ser surrealista si no se da un conocimiento de la realidad sobre nosotros mismos. Así de resulta la oración de una persona : Te doy gracias Dios mío porque no soy como la mayoría de los hombres, trabajo una barbaridad, rezo aunque me cuesta... No soy como otras personas... por ejemplo como la que se está durmiendo en esta meditación. Tampoco soy como esa persona que está ahí de rodillas.

El superficial se deja llevar por la mentalidad dominante: se mimétiza con el ambiente. Y no es porque quiera hacerlo así, es que no se da cuenta, que viste como los demás, que piensa como los demás, que habla como los demás. La imagen que más le caracteriza es la veleta, que gira y gira según el viento que le llega. No es que sea capacidad de adaptación, es simplemente atolondramiento.

Quizá la enfermedad típica de nuestro tiempo es el estrés: la tensión de la velocidad a la que se somete al organismo hace que salten las alarmas del cuerpo en forma de angustia, de opresión, de taquicardias... La persona estresada suele estar pensando en lo que va a hacer dentro de un rato, pero no disfruta del momento. La velocidad y el poco dormir hace que nos volvamos atolondrados, como pollos sin cabeza. De aquí para allá, funcionando nerviosamente sin ser conscientes de dónde vamos. Hablando sin parar, y sin pensar lo que decimos, hasta que ya lo hemos dicho: primero se dispara la frase y luego se apunta. Y quizá lo primero que nos sale por la boca no es algo pensado y reflexionado sino superficializado.

¿Cómo se resuelve esto? Con la verdadera oración. Rezando bien. La sociedad ha cambiado y ahora no se vive con tranquilidad con la que se vivía en la sociedad antigua, con la tranquilidad que vivía el fariseo, satisfecho de lo que hacía. Actualmente la superficialidad puede ir unida al estrés, y se fuerza la máquina porque se está seguro de que la dirección es la correcta, y se piensa que el problema es que falta tiempo, y no se le puede perder rezando: sabemos lo que queremos... No hay espacio para escuchar a Dios, solo para hablar nosotros.

Madre nuestra, líbranos de la superficialidad.


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30 Domingo T. O.  C
–Primera Lectura
La oración del humilde atraviesa las nubes
Eclo 35, 15b-17. 20-22a

–Salmo Responsorial
El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó
33, 2-3. 17-18. 19 y 23 (: 7a)

–Segunda Lectura
Me está reservada la corona de la justicia
Tm 4, 6-8.16-18

–Aleluya
Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo,
y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación
2 Cor 5, 19

–Evangelio
El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no
Lc 18, 9-14



lunes, 14 de octubre de 2019

SALTO AL COLOR


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Jesús decía  una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
«Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18, 1-8)

Ver las cosas como Dios las ve


Un grupo de música titula su último álbum como “salto al color”. Precisamente algunos asistimos a un momento parecido: el paso de la televisión antigua a la que tenemos ahora. Era otra dimensión visual.  El campeonato de fútbol en Argentina sirvió para que muchos en su casas dieran ese paso. Como fue paralelo a la transición política, ahora se habla del régimen anterior como de “la España en blanco y negro”.

El paso al color en la vida espiritual se da cuando uno comienza a ver las cosas como Dios las ve: un gran salto para un hombre, pequeño para la humanidad. Y esta hazaña personal solo es posible realizarla si nos comunicamos con Dios. Por medio de la oración elevamos nuestra mente hacia Él. Así enviamos señales de alarma cuando tenemos un problema. Aunque Él ya sabe lo que nos sucede, sin embargo en la oración descubrimos la forma de solucionarlo. Pues como dice uno de los salmos (Responsorial de la Misa): Nuestro auxilio nos viene del Señor (120, 2).

El secreto de la oración no está en que Dios nos escuche sino que nosotros seamos conscientes de que necesitamos de Él. Porque el Señor siempre nos atiende, lo que sucede es que con frecuencia no puede concedernos lo que pedimos porque no es conveniente. Es en la oración donde nos identificamos con el querer de Dios y, así, acertamos.

Si nos cansamos de rezar perdemos las batallas

Como han hecho los santos no hay nada mejor para ponerse en comunicación con el Señor que la sagrada Escritura, porque leyéndola estamos escuchando con los ojos la palabra de Dios. De ahí que san Pablo nos diga que es útil para muchas cosas: para corregir, para educar en la virtud (Segunda Lectura de la Misa: 2 Tm 3,14-4, 2).

Por eso abrimos el libro del Éxodo (Primera Lectura de la Misa: cfr. 17,8-13) y allí se nos cuenta que Moisés se cansaba de rezar, materialmente hablando. Como uno se cansa de estar de rodillas, también el Profeta se cansaba de tener las manos levantadas hacia Dios y entonces le pusieron una piedra para que se sentase y  le sostenían los brazos uno a cada lado. Aunque más que elevar las manos hay que elevar el pensamiento a Dios. Y más que estar de rodilla lo que se tiene que inclinar es nuestro corazón.

El texto sagrado detalla que mientras Moisés tenía en alto la manos vencía Israel, y si las bajaba perdía. Así gráficamente se nos hace ver lo Jesús también explica que debemos orar sin  decaer” ni desanimarnos (Evangelio de la Misa: Lc 18, 1 ), como hace una viuda pesada.

La viuda pesada

Jesús nos habla en el Evangelio de la actitud de un cristiano: orar continuamente. Jesús para subrayar esta actitud nos pone el ejemplo de una viuda cansina que no para de repetirle a un juez que le haga justicia y el juez corrupto le da la razón sin otro motivo que el que le deje en paz.

Y claro está nuestro Padre Dios no es corrupto: eso quiere decir que nos atiende desde el minuto cero. Por eso añade Jesús: Pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?  Lc 18, 7.

El Señor quería explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desfallecer (Evangelio de la Misa: Lc 18, 1). Para eso los cristianos de Egipto inventaron las jaculatorias, oraciones cortas, que se pueden rezar en cualquier momento. De eso tenemos constancia por san Agustín. Se llaman así porque son como flechas (jaculata, en latín) que se lanzan a Dios.

A un obispo le pregunté como hacía para tener presente a Dios todo el día, y me dijo que lo común era emplear jaculatorias: esas oraciones breves que se puede decir en cualquier lugar. Por ejemplo repetir con el salmo: nuestro auxilio nos viene de ti, Señor; o ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío! Esto es lo que venía a decirme mi madre al oido cuando yo estaba a punto de dormirme. Y entonces me preguntaba que significaría eso de “vosconfío”. Y después añadía otra frase misteriosa: Dulce corazón de María, sed la salvación mía. Dulce corazón... y yo me imaginaba un postre.

Las jaculatorias se pueden decir en cualquier lugar: en la calle, en el Mercadona, en urgencias... Y así, partido o partido, es como llegamos a la amistad con Dios.

Hay quienes todavía se acuerda de que la televisión terminaba de emitir llegada la media noche. Hoy en día es impensable que la programación se interrumpa. Aunque nosotros durmamos la tele sigue.

Siguiendo este ejemplo recordamos que algunos santos hablan de que se puede rezar hasta durmiendo porque nuestro subconsciente está unido a Dios. Esto es lo que ocurre si nuestro último pensamiento es para Dios. Y para que sea así hemos de conseguir que también lo sea el antepenúltimo y el anterior...

Hay quienes recurren al rosario y empiezan a rezar hasta que se les entra sueño: así se duermen en brazos de María.

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29 Domingo T. O.  C

–Primera Lectura
m
Ex 17,8-13

–Salmo Responsorial
Nuestro auxilio nos viene del Señor...
120, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8 (R.: 2)

–Segunda Lectura
No
2 Tm 1, 6-8.13-14

–Evangelio
¡Si
Lc 18, 1-8

martes, 8 de octubre de 2019

EL BOLÍGRAFO DE DIOS




El porcentaje

Jesús se sorprende de que haya personas que no alaben a Dios después de haber recibido un gran favor. La verdad que es una cosa extraña que entre los seres humanos haya tanto desagradecido. Tendríamos que estudiarlo. Quizá es porque somos unos orgullosos que pensamos que, todo lo que recibimos, lo merecemos.

Según nos cuenta el Evangelio, el porcentaje de gente agradecida es muy bajo. Y lo curioso es que los más cercanos a Dios son los que menos se sienten inclinados a manifestar la alabanza.

Cuanto más cerca, más lejos. Quizá no somos agradecido porque estamos acostumbrados a recibir. Incluso puede ser que nos parezca lo más natural del mundo recibir regalos por nuestro cumpleaños, tener una salud estupenda, que el sol salga todos los días...

Cómo si uno dijera las calles están limpias, es lo normal, para eso pago los impuestos: no tengo necesidad de agradecer nada al alcalde de mi ciudad. El Estado de Bienestar es un invento moderno por el que si uno está enfermo puede ir con mucha facilidad a que le atiendan en la Seguridad Social, las medicinas son baratas en las farmacias. Existe el Ave, aunque todavía no llega a Almería...

Todo funciona mejor que en el siglo XX. Nada más que hay que ver las infraestructuras. ¿Pero quien pagó eso? Uno puede decir el fondo de cohesión, la Alemania de Merkel, o nosotros, porque “hacienda somos todos”. Desde luego poca gente escribe al ministerio de fomento para agradecer que el tren llegue a Granada: porque esto lo vemos como un derecho.

Habitualmente uno no suele agradecer lo que uno paga. Si voy a tomar un café lo lógico es que me sirvan; si voy a unos grandes almacenes lo normal es que me sonrían al comprar: eso va unido al  precio que pago.

Pues quizá esto es lo que les ocurría a los hebreos, que pensaban que como eran un Pueblo que tenían muy cercano a Dios, lo lógico es que les hiciese milagros a ellos. Se habían acostumbrado a la Presencia de Dios y todo le resultaba natural, como si el Señor tuviera esa obligación.

Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?» (Evangelio de la Misa: Lc 17, 17-19).

Lo lógico sería hacer lo que dice el Salmo (Responsorial de la Misa: cfr. 97, 1ss): aclamar a Dios, gritar, vitorear e incluso musicalizar la alabanza, esto es lo que hacen las personas desbordadas por el agradecimiento, pero... no lo hicieron. Y así Jesús no hizo a los nueve el regalo que sí haría al samaritano, que volvió y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias (Lc 17, 19). Y el Señor viendo su agradecimiento le dio la salud eterna: tu fe te ha salvado, le dijo (Ibídem).


Agradecer es una forma de pedir

Dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios dice la Sagrada Escritura y es por eso que las personas santas son muy agradecidas, están continuamente diciendo gracias (Aleluya de la Misa: 1 Th 5, 18). Socialmente lo hemos convertido en una costumbre de buena educación, y es que esa actitud nos hace ser personas agradables. Recuerdo que en un colegio mayor en donde viví había una telefonista, que antes de pasarte la llamada, se despedía, diciendo –Gracias, por favor.

Lo curioso es que esto pase con los extraños que nos encontramos en el bus o en el metro, y luego no suceda con los de nuestra casa. Pues indudablemente los más cercanos son los más necesitado de nuestra delicadeza en el trato.

La alabanza y el agradecimiento es fundamental si queremos seguir recibiendo. Por el contrario a las personas desagradecidas no se les suele hacer favores.

A Dios le gusta que reconozcamos lo que hace por nosotros. Por eso los grandes santos han sido muy agradecidos: san Agustín, santa Teresa, san Josemaría...

Decía santa de Ávila que a ella se la ganaba con una sardina y san Josemaría, que tenía fama de ser muy agradecido, afirmaba, siguiendo a la castellana, que a él con una raspa de sardina.

Ojalá el agradecimiento no sea una frase hecha, que pronunciamos maquinalmente sino que las palabras reflejen la actitud de nuestro corazón. Por eso un propósito que podemos hacer es alabar y dar gracias.

Lo habitual suele ser criticar, fijarse en lo que va mal, y para algunas personas se ha convertido incluso en su forma de ser porque se han forjado una personalidad tóxica, que siempre se están quejando y lamentando.

El cristiano no debe ser esclavo del ambiente, porque lleva dentro su propio ambiente de paz, así dice san Pablo  que aunque el lleve cadenas por fuera la palabra de Dios no está encadenada (Segunda Lectura de la Misa: Tm 2, 8-13). Por eso aunque parezcamos unos extraterrestres es bueno que nos incorporemos al porcentaje de gente agradecida.

No se trata de que piropeemos a la gente, para regalarle el oido. Nuestro agradecimiento tiene que ser más sencillo. Es verdad que decir cosas bonitas en delante de la persona puede que lleve al engreimiento y la vanidad a la que escucha. A Dios no hay problema por alabar en su presencia a los seres humanos, sí. De ahí que hay que desconfiar del que nos alaba cara a cara. Lo importante y lo bueno es que nos alabe cuando no estamos delante.

Por eso el propósito que hemos hecho se puede concretar: alabar más, mucho más, a la gente cuando no está delante. Decir la verdad: qué bien se ha portado conmigo, es muy trabajador, muy ingenioso, muy buena persona. Me dicen que en el caso de que una mujer hable de otra mujer puede ser heroico que la alabe por su belleza, pues también en eso.

Gracias a Dios

Conocí a un santo que cuando alguien le manifestaba su gratitud respondía: –Gracias a Dios. Precisamente en el colegio mayor universitario, al que antes me refería, se bautizó un Japonés que se había convertido gracias a la amistad con un chico que vivía allí. El nipón, Terusato, formaba parte del cuerpo diplomático de su país y fue a Granada para aprender español.

El día de su bautismo estaba tan contento que dijo: –Gracias, Miguel Ángel, por haberme ayudado tanto. 

Y el universitario le respondió: –Mira lo que decía el Fundador de este colegio Mayor: las gracias a Dios.

A lo que contesto el japonés: –Sí eso es verdad pero tú has sido... (y no le salía la palabra “instrumento” de Dios)... tu has sido el bolígrafo.

Una cosa parecida hemos leído en el Libro de los Reyes (Primera Lectura de la Misa: 2 R 5, 14-17):
«Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Recibe, pues, un presente de tu siervo». Pero Eliseo respondió: «Vive el Señor ante quien sirvo, que no he de aceptar nada». Y le insistió en que aceptase, pero él rehusó.

Efectivamente, las gracias a Dios, pero el mundo está lleno de bolígrafos.
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28 Domingo T. O.  C

–Primera Lectura
Volvió Naamán al hombre de Dios y alabó al Señor
2 R 5, 14-17

–Salmo Responsorial
Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad
97, 1. 2-3ab. 3cd-4 (: cf. 2)

–Segunda Lectura
Si perseveramos, también reinaremos con Cristo
Tm 2, 8-13

–Aleluya
1 Th 5, 18
Dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros

–Evangelio
¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?
Lc 17, 11-19


FORO DE HOMILÍAS

Homilías breves predicables organizadas por tiempo litúrgico, temas, etc.... Muchas se encuentran ampliadas en el Foro de Meditaciones