domingo, 27 de noviembre de 2011

LA NOCHE EN VELA


La palabra adviento significa «venida». Durante este tiempo nos preparemos para la llegada del Señor.

Los cristianos de todos los tiempos han pedido: –Ven Señor, no tardes.

No sabemos cuándo vendrá Jesús y por eso tiene interés para nosotros seguir el consejo que él nos dio: «velad» ( Mc 13, 37).

Hay llegadas diarias del Señor, y esas son las que tenemos que vigilar que no se nos escapen.

Sobre todo llega en la Santa Misa: allí se hace presente con su cuerpo. Y se queda en el sagrario. Nos puede ayudar a prepararnos para la Comunión decirle: –¡Ven, Señor, Jesús, acompañado de tu madre!

Quizá hayamos tenido la experiencia (2) de lo que es caminar en la noche durante kilómetros, alargando la vista hacia una luz en la lejanía.

¡Qué difícil resulta apreciar en plena oscuridad las distancias!

Lo mismo puede haber un par de kilómetros hasta el lugar de nuestro destino, que unos pocos cientos de metros.

En esa situación se encontraban los profetas cuando miraban hacia adelante, en espera de la redención de su pueblo.

No podían decir, con una aproximación de cien años ni de quinientos, cuándo habría de venir el Mesías.

Sólo sabían que en algún momento la estirpe de David retoñaría de nuevo, que en alguna época se encontraría una llave que abriría las puertas de la cárcel;

que la luz que sólo se divisaba entonces como un punto débil en el horizonte se ensancharía al fin, hasta ser un día perfecto.

El pueblo de Dios debía estar a la espera.

Esta misma actitud de expectación desea la Iglesia que tengamos sus hijos en todos los momentos de nuestra vida.

Considera como una parte esencial de su misión hacer que sigamos mirando al futuro.

Cuando el Mesías llegó, pocos le esperaban realmente. Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron (3).

Muchos de aquellos hombres se habían dormido para lo más esencial de sus vidas y de la vida del mundo.

Estad vigilantes, nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa. Despertad, nos repetirá San Pablo (4).

La Iglesia nos alerta con cuatro semanas de antelación para que nos preparemos a celebrar de nuevo la Navidad

«Ven, Señor, y no tardes».

Preparemos el camino para el Señor que llegará pronto.

Cercana ya la Navidad de 1980, el Papa Juan Pablo II estuvo con más de dos mil niños en una parroquia romana.

Y comenzó la catequesis:

–¿Cómo os preparáis para la Navidad?

Con la oración, responden los chicos gritando. Bien, con la oración, les dice el Papa, pero también con la Confesión.

Tenéis que confesaros para acudir después a la Comunión.

¿Lo haréis?

Y los millares de chicos, más fuerte todavía, responden: ¡Lo haremos!

Sí, debéis hacerlo, les dice Juan Pablo II.

Y en voz más baja: El Papa también se confesará para recibir dignamente al Niño Dios.



(ADVIENTO-I DOMINGO CICLO B)

(1) Colecta de la Misa del día. - (2) Cfr. R. A. KNOX, Sermón sobre el Adviento, 21-XII-1947. - (3) Jn 1, 11. - (4) Cfr. Rom 13, 11. -

lunes, 7 de noviembre de 2011

UNA MUJER BUENA ES FÁCIL DE ENCONTRAR


El libro de los Proverbios alaba a una mujer que trabaja con profesionalidad: que actúa con previsión (Primera lectura: 31,10-13.19-20.30-31)

Una mujer buena es fácil de encontrar. Está en nuestra casa: la madre de cada uno de nosotros. Sabemos que nuestra vida corriente tiene mucha transcendencia: no da igual hacer una cosa o no hacerla. No da igual una chapuza que una obra bien acabada.

El Señor en el Evangelio habla de la fidelidad en lo poco, en lo cotidiano, en lo que podemos hacer, no en lo imaginario (cfr. Mt 25,14-30)

Si somos buenos en la vida diaria el Señor nos promete el cielo. Por eso no hay esperar cosas extraordinarias, que nos apartarían de lo verdaderamente importante.

Algunos cristianos de Tesalónica pensando que el Señor iba a volver pronto descuidaban el día a día. Y San Pablo les dice que la llegada del Señor no se sabe cuando será (1Ts 5,14-30: Segunda lectura de la Misa).

Lo que sí se sabe es que hay que darle valor al presente. Porque «el ahora» es lo que nos une a la eternidad.

La Virgen no hizo milagros pero, fue fiel al echarle sal al arroz y darle de comer a las gallinas.

Ella en la vida corriente estaba unida a Dios. Su único miedo era que algo le separa del Señor: este es el verdadero temor de Dios, que dice el salmo (127: Responsorial). María no cayó en el error de separar a Dios de la vida diaria.

Cuando estudiaba en la universidad, un profesor preguntó a las chicas que estaban en clase, sobre el significado del titulo de una revista, «Ama», que por entonces leían muchas españolas:

–«Ama», ¿viene de amar o de ama de casa?

No supimos responderle... Y da igual.

Por eso la Virgen cuando estaba en los detalles era el «ama». Y no es de extrañar que cuando el Señor inspiró el libro de los Proverbios, donde se habla de la mujer 10 pensaba en su Madre.

viernes, 28 de octubre de 2011

LA HIPOCRESÍA: EL TRIBUTO QUE EL VICIO PAGA A LA VIRTUD

El Señor se entristece si no actuamos según la verdad. El profeta Malaquías habla de los sacerdotes que no habían seguido su verdadero camino (cf. 1,14b-2, 2b.8-10: Primera lectura de la Misa).

Una pena: eran personas formadas que no daban buen ejemplo. Por desgracia esto siempre ha sucedido. El mismo Jesús decía en su predicación hablando de los fariseos y de los escribas de su tiempo: «Haced y cumplid lo que os dicen; pero no hagáis lo que ellos hacen» (Evangelio de la Misa: Mt 23, 1-12).

Ya se ve que una cosa es hacer y otra decir. Desgraciadamente palabras bonitas podemos decir todos, pero lo importante es la vida de santidad.

Quizá lo peor que se puede decir de un seguidor de Cristo es que su vida no concuerda con lo que cree.

Precisamente es esto lo que más escandaliza a los que no son cristianos: que una cosa sea la teoría y otra la práctica.

LA FUERZA DE LOS SANTOS

También podemos decir que la fuerza de la vida de los santos está en que eran auténticos: vivían lo que creían.

Al vivir cerca de una persona se da uno cuenta de si su vida está llena de teorías o de verdad.

Es una pena que las prácticas religiosas vayan por un lado y la vida por otro. Como si la vida interior no influyera en la exterior.

La falta de conexión entre la fe y la vida es una de las cosas más decepcionantes a la que puede llegar un cristiano.

Hace unos días un político dijo que el que no vive como piensa, acaba pensando como vive. Efectivamente: el que no vive según sus convicciones, ese acaba cambiando sus esquemas mentales, y adaptándolos a su pobre vida.

Y entonces lo que importa es la apariencia. La moralidad es una cosa superficial. Ya no consiste en el arte de vivir, sino en el arte de aparentar.

Por eso se ha dicho muchas que veces que la hipocresía es el tributo que el vicio tiene le paga a la virtud. Ya que no anda en verdad, se abaja a imitar su apariencia.

SOLO VIVEN DE LA IMAGEN

Porque cuando no se vive según las propias convicciones se tiene que acudir a la trampa. Y a esos hombres el Señor les llamaba hipócritas.

La imagen exterior de aquellos hombres era buena, pero por dentro estaban llenos de podredumbre. Jesús llama a los fariseos sepulcros blanqueados: por fuera blancos, pero por dentro llenos de inmundicia.

La hipocresía es la peor enfermedad de un cristiano: la estratagema que lleva a disimular los propios pecados.

Es cierto que hay gente hipócrita, pero también se dan personas transparentes. María era así: como una niña grande, que agradaba a Dios por su autenticidad. Los cristianos seguimos su ejemplo porque es nuestra Madre.

XXI DOMINGO A

martes, 18 de octubre de 2011

EN LA PRACTICA EL SEGUNDO MANDAMIENTO ES EL PRIMERO


Mucha gente se admiraba de oír a Jesús. Pero no todo el mundo lo escuchaba con gusto. Había gente que iba a cazarle para poder desacreditarlo en público.

IBAN A CAZARLE

Como Jesús había hecho callar a uno de la secta de los saduceos, otro grupo enemigo del Señor se puso de acuerdo para ponerle en un aprieto.

El que le preguntó esta vez fue un doctor en teología de la secta de los fariseos, que quiso poner a prueba los conocimientos de Jesús.

Como si el Señor se inventara cosas. Dijera originalidades, pero que no estuviesen lo suficientemente fundadas.

–Maestro –le dijo–, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?

La verdad es que la pregunta es bastante buena. La intención era mala, pero el que la formulaba como era una persona instruida nos hizo un gran favor.

LO PRINCIPAL

A veces he preguntado a algún cristiano instruido: –¿Qué es lo que piensas tú que es lo más importante?

Y me dicen: –Pienso que lo más importante es el amor.

Desde luego la respuesta no es mala, pero el Señor no contesta que lo principal es eso, sino que especifica más, para que la cosa quede clara.

Dice: –“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Este mandamiento es el principal y primero.

Jesús habla claro. Este es nuestro primer objetivo. No podemos llegar a la felicidad si no buscamos amar a Dios sobre todas las cosas.

Da pena ver a personas que no son malas pero que tienen a Dios en un segundo plano. Personas con buenos sentimientos, que se esfuerzan en trabajar bien…

Pero que si no cambian, más tarde o más temprano se darán cuenta que las cosas humanas no merecen la pena si se las aparta de lo esencial.

Lo que ocurre es que a Dios no lo vemos con los ojos de la cara. Ni tampoco lo sentimos con los sentidos exteriores.

Por eso el Señor también le dice al fariseo:

–Este mandamiento es el primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

A Dios no lo vemos pero a nuestro próximo sí. E incluso lo oímos roncar.

En el libro del Éxodo (cf. 22,20-26: Primera lectura de la Misa) Dios hablaba para proteger a los débiles y a los que nos resultan extraños.

Porque el amor verdadero no hace distingos entre personas.

EL SEGUNDO MANDAMIENTO

Añade San Agustín que estando el segundo mandamiento por debajo del primero –como es lógico– sin embargo en la práctica, en el día a día, el segundo mandamiento tiene que ser el primero.

No podemos subir al escalón más elevado, sin pasar antes por el más bajo. Si no queremos a los demás, es falso nuestro Amor a Dios.

Pero no hay que desanimarse porque una cosa ayuda a la otra. La oración y los sacramentos nos acercan a Dios indudablemente pero también nos ayudan a querer a los demás.

El Amor con mayúscula nos llena de felicidad, por eso san Pablo habla de «la alegría del Espíritu Santo» (1 T 1,7: Segunda lectura). Porque precisamente el Espíritu Santo es el Amor de Dios en Persona. Y es que el amor, la entrega, es lo que da la verdadera alegría.

Esto lo que practicó con su vida la Mujer mejor que ha existido.

María consiguió cumplir esos dos mandamientos que se reducen a uno, y que hacen realidad el verdadero Amor.

XXX DOMINGO A, 26 de octubre de 2008
Ver homilía extensa

domingo, 9 de octubre de 2011

DIOS Y EL FUTBOL: La política, como el futbol, hay muchas formas de llevarlas a cabo, lo que hay que conseguir que esas actividades no estén separadas

«Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios» dice el Señor en el Evangelio (de la Misa: Mt 22, 15-21). Cada cosa en su sitio.

En las realidades humanas no hay dogmas. Creer lo que se dice creer, los cristianos tenemos que creer unas cuantas cosas: el Credo y poco más.

EN LO HUMANO NO HAY DOGMAS

La política, como el futbol, o el mundo empresarial hay muchas formas de llevarlas a cabo, lo que hay que conseguir que esas actividades no estén separadas de Dios.

Que Dios esté presente en el mundo empresarial, en el mundo de la política o en el deporte depende, en gran medida, de los cristianos laicos que tienen que santificar esas realidades.

Pero no se puede decir que haya remates de cabeza «católicos» o saques de puertas propiamente «ateos», porque hay muchas formas en las que un seguidor de Cristo puede jugar al futbol. Y todos los jugadores han sido creados por Dios.

En el libro de Isaías se puede leer como el mismo Dios dice que un rey que no era judío había sido puesto por él (cfr. Primera lectura de la Misa: Isaías 45, 1. 4-6). Ciro no era del pueblo elegido, y no hacía la política del rey de Israel.

Porque el Dios del universo está por encima de esas decisiones humanas: verdaderamente el gobierna a todos los pueblos (cfr. Salmo responsorial: 95).

Por eso en la política puede haber tanta soluciones validas como personas, siempre que no se aparten de esa sana ecología que Dios enseña.

De ahí que no puede haber un partido que represente a los cristianos, porque en lo humano hay muchas opciones. Los cristianos no somos de carril único en estas materias.

Cuando se intentado unir a Dios con un partido la cosa a salido mal: Dios es de todos. «El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos» (Antífona de comunión).

Pero puede haber decisiones que vayan en contra de la racionalidad, o del sentido común.

Mucho ha hablado el Papa Benedicto sobre los delitos contra la vida humana, porque eso no son ya decisiones políticas simplemente. Por eso dice san Pablo que los cristianos brillamos «
como lumbreras del mundo» (Aleluya de la Misa), porque hay que manifestar el esplendor de la verdad, y el Papa lo hace.

Está claro, la Iglesia no hablará de futbol, pero sí levantará su voz cuando en un estadio no haya respeto por los demás.
Ver homilía ampliada

domingo, 2 de octubre de 2011

ALÉRGICOS AL ARROZ: El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo


El cielo puede compararse a una boda a la que estamos todos invitados (cf. Evangelio de la Misa: Mt 22,1-14).
Es una boda especial. Si no vamos, le haríamos un feo muy grande al Señor: pues se casa su Hijo, que, además, es nuestro hermano mayor.
Por eso en las bodas que aparecen en las revistas del corazón, con frecuencia se habla del «gran ausente», de alguno de los hermanos que no va.
Pues la boda que ha organizado el Señor será una fiesta espectacular. Sólo pensar que la imaginación de Dios ha preparado un lugar especial para hacernos felices a nosotros, nos da idea de cómo será aquello.
Al Señor le hace una ilusión enorme que disfrutemos de lo mejor. Como a los padres la fiesta de Reyes de sus hijos pequeños.
Es como si nos dijera ahora: «Tengo preparado el banquete (...). Venid a la boda».
Y ¿cómo será el cielo? Algo intuimos al escuchar e imaginarnos las palabras del salmo: «…en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas (…) Me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa» (22: responsorial).

Con solo escuchar estas palabras te relajas, igual que con las fotos que se ponen en las pantallas de los ordenadores, con los viajes que uno quiere hacer.
Dan ganas de quedarse allí para siempre, de decirle al Señor: –queremos ir allí «por años sin término» (cfr. Sal 22).
Pero, además, no podemos imaginarnos del todo lo que será aquello porque, como dice San Pablo, Dios todo lo organiza «conforme a su esplendida riqueza» (Flp 4,19).

LISTA DE INVITADOS

En esta fiesta, en la que el Señor echa la casa por la ventana, habrá manjares de todo tipo y vinos de la mejor calidad. Están invitados todos los hombres de todos los tiempos (cfr. Is 25, 6-10ª: primera lectura de la Misa).
Es la mayor lista de invitados a bodas que haya existido jamás. Millones de personas están invitadas porque hay para todos. A Dios esto de la crisis no le afecta.
Me decía un amigo que, cuando se casó su hija, su mujer le llegó con una lista de la gente que pensaba invitar.
Contaba asombrado que, con los malos tiempos que corren, le dijo como si nada:
–Mira, Antonio, sólo de personas importantes que es fundamental invitar me salen 296.
Luego hay otros que si no vienen tampoco pasa nada, pero sería feo no decirles nada…
Y terminaba diciendo este amigo, todavía con el susto en el cuerpo:
–Como comprenderás, no fueron todos, claro.
Sin embargo, el Señor tiene para dar y regalar. Es rico, muy rico. Su felicidad está en dar. Le gustaría desprenderse de todo con tal de vernos disfrutar.
Por eso son muchos los invitados al cielo, pero, por desgracia, no todos quieren ir, porque no se fían de Dios.
El diablo introdujo en el mundo la sospecha, insinuando que Dios no quiere nuestra felicidad, que lo que quiere en realidad, es tener súbditos.
Pero esto es mentira. Lo que pasa es que, como el diablo odia a Dios, y contra Él no puede nada, la emprende contra nosotros porque ve que el Señor nos quiere mucho.
El demonio quiere vernos infelices por toda la eternidad para fastidiar a Dios.
El pecado es decirle a Dios que no queremos cuentas con Él, que se guarde su invitación.
DI–FRAC DE BODA
La condición para entrar en el banquete es llevar traje de boda (cf. ABC, sábado 1 de octubre de 2011, p. 64s: un vestido de novia para Cayetana).
Lo mismo que cuando uno va a una boda no va de cualquier manera, pues al cielo tampoco.
No sirve cualquier ropa. Ir de boda exige un tipo de prenda. Si vas en vaqueros, aunque sean caros y de marca, das el cante.
El traje de que nos habla el Evangelio se hace fundamentalmente con los sacramentos y con la oración.
Dios, con su gracia, nos va haciendo cada vez mejores. Y, si nos dejamos, nos hace santos. Ese es el traje a la medida para entrar en el cielo.
Ahora le decimos al Señor:
–Ilumina los ojos de nuestro corazón para que comprendamos la esperanza del Cielo (cf. Ef 1, 17-18: aleluya de la Misa).
Hace años celebré una boda en una conocida basílica de Granada, la de San Juan de Dios. Fui un poco antes para preparar la ceremonia.
La verdad es que llegué demasiado pronto. Era la segunda boda que oficiaba en mi vida y quería antes pisar el terreno.
Entré en el templo y, como era de esperar, todavía no había llegado casi nadie. Sólo estábamos el novio, con su traje impecable, sus padres y yo.
Las personas que en ese momento estaban en la iglesia era evidente que no iban a asistir a la ceremonia, por la ropa que llevaban.
Tampoco es que fueran muy mal, pero se veía que no llevaban traje de boda.
¡Qué diferencia con las que aparecieron minutos después! Los hombres con el clásico frac oscuro, todos erguidos y tiesos, parecían maniquís.
Y las mujeres, parecía que también iban disfrazadas, con unos sombreros increíbles con lazos enormes por todos lados.
Todo eran telas de colores intensos y vivos, parecía que las señoras estaban envueltas en papel regalo.
Viendo a los que iban a la boda y a los que no, se podría decir, al estilo de la Escritura: Por sus trajes los conoceréis....
Y es que, al cielo no se puede ir de cualquier manera. Hay que ir muy bien.

A LA PESCADERÍA VESTIDA DE NOVIA
A veces a la gente le puede extrañar que, alguien como tú, haga un rato de oración e intente ir a Misa a diario. Muy de moda no está. Queda raro. Lo raro de no ser raro, decía San Josemaría.
También es verdad que cuando ves a una chica vestida de novia por la calle, la cosa canta un poco.
Incluso a ti te puede parecer exagerado ir todos los días a Misa o hacer la oración. Y tienes cierta razón. Es verdad, si quitas la boda –el cielo–, no tiene sentido hacerse un traje de organza.
A veces puede costar un poco la oración diaria, la Misa o la confesión frecuente. Pero luego no es para tanto.
Lo mismo que unos zapatos nuevos siempre duelen, con el tiempo te acostumbras.
Aquí, en la tierra, a veces nos pasa como a las señoras mayores que van a una boda, que están deseando llegar a casa para quitarse los zapatos y la faja.
A nosotros, hay días que nos puede costar más rezar. Incluso que no queramos hacerlo.
Y en el cielo no ocurrirá nada de eso: allí no habrá nada postizo, y desde luego ninguna incomodidad.

AVISO A LOS INVITADOS

Te cuento un sucedido gracioso. En una boda me dijeron los novios que diera el aviso de que no les echasen arroz –es una cosa vulgar–. Que podía decir que eran los dos alérgicos.
La forma más gráfica de explicar la alegría de la Gloria es pensar en la felicidad de los enamorados.
Parece que van siempre con el «puntillo cogido»: todo les parece maravilloso, porque es maravilloso amar y ser amado.
Casi todas las películas y novelas tienen su historia de amor, porque es lo que alegra al corazón del hombre, igual que el vino.
Te leo lo que escribe un amigo: «Por favor, te esperamos en el cielo. Se nos haría dura una eternidad sin ti».
Por eso es necesario que vayamos preparando nuestro traje. Sin él, nuestra presencia en el banquete no pega, desentona.
A la Virgen –que es la Reina del cielo y que tiene muy buen gusto– le pedimos que, sea nuestra modista para presentarnos ante Dios como a Él le agrada. Bueno y también como a nosotros nos gusta: sin que te tiren arroz. Pero si te lo tiran haz paella.

sábado, 1 de octubre de 2011

EL VINO DE DIOS ES «KE KOU KE LE»: si puedes llevártelo a la boca serás feliz.


El Señor quiere que demos fruto. Para eso nos ha puesto en la mejor de las viñas.
«Yo os he elegido del mundo, para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure» (Jn 15, 16: Aleluya de la Misa).
La primera viña de Dios fue el pueblo de Israel (cfr. Is 5, 1-7: primera lectura).
«La viña del Señor, dice el Salmo, es la casa de Israel» (Sal 79: Responsorial).
No ha habido una nación como ésta en toda la historia de la Humanidad: tan mimada por Dios mismo.
Dios trata a su pueblo como un jardinero que, con paciencia, va cuidado y podando un rosal.
En el Evangelio Jesús nos habla de que Dios Padre envió a su Hijo a esta viña.
Pero los viñadores del pueblo de Israel lo rechazaron «y lo mataron» (cf. Mt 21, 33-43).
Y ocurrió que a ese pueblo tan querido por el Señor, se le quitó «el reino de Dios» (cf. Mc 10, 2,16), y se lo dio a otro pueblo que produciría fruto.
Este nuevo pueblo, esta nueva viña de Dios, es la Iglesia, que ha dado muchos frutos de santidad.

TRABAJAMOS EN UNA VIÑA

Nosotros pertenecemos a la Iglesia. Dar fruto es nuestra obligación. Porque el Señor nos ha enviado a cultivar su viña, y a distribuir su vino.
Cuando ha probado vino la gente suele estar más sociable y expansiva. Y desde luego está mucho más contenta.

El mejor piropo que se le puede echar a una persona es que es «siempre cálido como el vino y la amistad»
Si se lo pedimos, el Señor nos dará la capacidad para salir de nosotros y vender el verdadero licor que hace felices a la gente, el cariño.
Pues, el Señor quiere que tratemos así de los demás, que cuidemos de su viña. Nos ha enviado para que otras personas también prueben la bondad de Dios, el vino de su Amor.

EL VINO DE DIOS

No podemos quedarnos satisfechos con la tranquilidad y la alegría personal que nos produce estar cerca de Dios.
En verdad, tenemos el mejor de los vinos. El cristiano es alguien que se encuentra bien en el mundo. Y, eso, se tiene que notar en nuestro trato con los demás.
Tenemos que comercializar nuestra bebida. Tenemos que llegar hasta la China y exportar allí la doctrina de nuestro Señor.

Ojalá los cristianos llevemos allí nuestro producto.

Como en el caso de Coca-cola, cuando esta compañía buscó un nombre en mandarín para introducir el producto en China. Surgió «Ke kou ke le», que además de asimilarse a su nombre literalmente, viene a significar «si puedes llevártelo a la boca puedes ser feliz» (vid. en www.idiomachino.com/idioma.htm).


QUÉ BELLO ES VIVIR

Hay una película en la que el protagonista está tan desesperado que se encuentra a punto de suicidarse.
Cuando ya se va a tirar por un puente, aparece un ángel muy simpático que le hace ver lo valiosa que ha sido su vida y lo mucho que ha influido para el bien de muchas personas.
Para demostrarle esto, le concede el privilegio de ver lo que les hubiera pasado a algunas personas, si él no hubiera existido. No les podría haber ayudado como les ayudó.
Por su vida, familias enteras salieron adelante. Y muchos tomaron el rumbo correcto que, sin su ejemplo y sus consejos, no hubieran acertado a elegir.
Gracias al privilegio de ver todo eso, recupera la alegría y las ganas de vivir, y comprende todo lo que su vida puede seguir aportando a tantísima gente.
La Virgen, fue verdadera israelita y primera cristiana: trabajó en esas dos viñas del Señor, en la Antigua y en Nueva.
Gracias a Ella Jesús le dio una gran alegría a unos recién casados que se habían quedado sin vino.
Adelantó los milagros porque era la Madre del dueño de la Viña.
Gracias a Ella Caná de Galilea estuvo a punto de convertirse en Caná de la Frontera.

lunes, 26 de septiembre de 2011

LOS CUMPLIDORES: El daño a la Iglesia no lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres.

Las personas emprendedoras cuando miran su vida ven cosas que hay que mejorar.

Sin embargo los mediocres están a gusto y piensan que no tienen necesidad de cambio.

Los tibios creen que los que tienen que cambiar son los demás.

Todo depende de cómo se miren las cosas. Hay personas que observan la realidad con una lente de aumento para ver lo que sucede fuera. Los defectos ajenos se ven con lupa, y los propios aparecen muy pequeños.

Es la misma lente que dependiendo de cómo se emplea ve en grande o

Nuestro Señor habla de un tipo de personas que se llamaban fariseos. Eran personas cumplidoras, y se encontraban a gusto consigo mismo.

Y nuestro Señor les dice que las prostitutas y los pecadores de adelantarán en el Reino de los cielos.

Estas palabras de Señor quizá desconcertaron a sus contemporáneos, pero son verdaderas. La experiencia enseña que es muy difícil que cambien una persona que se considera buena.

Sin embargo una prostituta –al mirar su vida– tiene más facilidad para convertirse, que un cristiano tibio. No he de extrañar que algunos santos hayan sido grandes pecadores.

Y como ha dicho Benedicto XVI: «Todo santo se ha hecho a partir de un ser humano pecador, tal y como todos hemos venido al mundo».

Pero algunas personas no ven las cosas así: no observa sus errores, sino los de los demás. Por eso decía Teresa de Jesús: «Miremos nuestras faltas y no las ajenas».

Porque con mucha facilidad vemos la mota en el ojo ajeno, y no somos capaces de mirar que en el nuestro hay un leño.

En nuestra vida sucede como dice el Señor de que a veces decimos a nuestro Padre Dios que vamos a trabajar en su viña, y luego no vamos.

Y otras veces que decimos que no, y después nos arrepentimos, y vamos a trabajar en sus cosas.

Tendríamos que sacar como propósito confesarnos con frecuencia, porque durante la semana –a veces– le decimos al Señor que no.

Y precisamente en la confesión rectificamos, pedimos perdón, y el Señor no ayuda a no ser mediocres, sino personas emprendedoras.

Nuestra conversión es importante porque
–como ha dicho Benedicto XVI en Alemania– «el daño a la Iglesia no lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres».

Ver homilia extendida

domingo, 18 de septiembre de 2011

LA PROPINA


Al hablar de algún monarca se dice que es «su graciosa majestad».

Y no es que la reina de Inglaterra sea especialmente divertida, sino porque algunas cosas las concede, gratuitamente, graciosamente.

Al no tener obligación de hacerlo: lo realiza movida por su generosidad.

El Evangelio nos habla de un señor que da una propina generosa a algunos que trabajan para él (Mt 20,1-16).

Pero los compañeros que no han recibido la gratificación se quejan de que sólo los que ganan menos han recibido un plus.

Les parece injusto porque aquellos no han trabajado a jornada completa y acaban recibiendo lo mismo.

Quizá muchos de nosotros hubiéramos dicho lo mismo que esos trabajadores del campo que protestaban.

Y por eso el profeta Isaías dice que Dios tiene otra forma de pensar distinta a la nuestra (Primera lectura de la Misa: Is 55,6-9): «mis planes no son vuestros planes».

El caso es que Dios no da porque tenga obligación, sino porque le da la gana. En definitiva es porque nos quiere.

Amar es regalar, tienen como lema algunos grandes almacenes. Y ojalá que nos regalaran algo cuando vamos, en vez de tener que pagar. Pero el Señor no nos incita a regalar, para sacar negocio. Nos invita a pensar en los demás.

Así actuaron los santos (cfr. Segunda lectura: Flp. 1,20c-24.27a). Nos imaginamos a la Virgen siempre dando, sin esperar nada: Ella si que es graciosa.

Ver homilia extendida

sábado, 23 de julio de 2011

EFECTOS COLATERALES


Los colaboradores de Dios, primero se quedan dormidos, y luego quieren resolver el problema drásticamente (cf. Evangelio de la Misa: Mt 13,24-43).

Así somos a veces: primero pereza y falta de vigilancia, y después nos entra la ira disfrazada de celo.

Dios sin embargo actúa de otra forma: su arma secreta siempre es la misericordia. Y esa se la enseña a sus amigos (Cfr. Aleluya de la Misa: Mt 11,25).

Dios es bueno, y lo primero que tiene en cuenta es que ninguno de sus hijos sufra injustamente. El Señor no quiere imponer su voluntad de forma agresiva, también tiene en cuenta los efectos colaterales. (Cfr. Salmo Responsorial: 85).

Su táctica no consiste en desarraigar el mal sin más, sino que tiene muy en cuenta el modo. Como han dicho los santos: todo por amor, nada por la fuerza.

Decía el autor de esa frase: –Si un enemigo me saltara el ojo izquierdo se sonreiría con el derecho… Y si me saltara el ojo derecho todavía me quedaría el corazón para amarle.

Porque el Señor no busca un enfrentamiento, sino la conversión (cfr. Primera Lectura de la Misa: Sb 12,13.16-19).

San Josemaría decía que los cristianos hemos de ahogar el mal en abundancia de bien. Esto es lo que hizo María de forma discreta. Porque las madres son especialistas en corregir, evitando los efectos colaterales: saben amar.

martes, 5 de julio de 2011

PAROLE, XV DOMINGO CICLO A


Palabras, palabras, palabras, así dice la letra de una canción italiana. Y así decimos cuando las palabras sólo significan sonidos de poco valor.

Sin embargo hay otras palabras que se clavan como puñales, para bien o para mal. Unas son las palabras de amor sinceras y bellas, y otras son flechas envenenadas.

Pero de Dios sólo nos pueden venir palabras sinceras y buenas, porque Él es bueno. Y si hieren, es porque estamos enfermos, y ellas nos pueden sanar (cfr. Primera lectura de la Misa: Is 55,10-11).

Por eso cuando la palabra de Dios cae en buena tierra siempre da fruto (cfr. Respuesta del Salmo de la Misa: Lc 8,8).

Aunque el fruto de nuestra conversión no se da sin esfuerzo. En esta tierra para que la semilla dé fruto tiene que morir.

La palabra de Dios no se siembra sin esfuerzo, ni da fruto sin sufrimiento. San Pablo habla de dolores de parto, hasta que nos transformemos, hasta que nos convirtamos en otra criatura (cfr. Segunda Lectura de la Misa: Rom 8,18-23).

Pero para que de fruto, la tierra tiene que ser buena. Esta es nuestra misión: conseguir que nuestro corazón este preparado (cfr Evangelio de la Misa: 13,1-23).

La tierra de nuestro corazón puede estar llena de piedras que hacen que no arraigue la palabra de Dios cuando hay dificultades. Pero las verdaderas dificultades están dentro, no fuera de nosotros.

También están las zarzas de las preocupaciones excesivas por lo material, que ahogan la voz de Dios.

Y también está la superficialidad, porque nuestro corazón se ha convertido en un lugar de paso, un camino que transita cualquier idea. La palabra de Dios no arraiga en un alma de portera.

Todo esto que nos cuenta nuestro Señor en el Evangelio puede resultar interesante, pero sonarnos como palabras bonitas: parole, parole, parole, que dice la canción.

Pero no olvidemos que son palabras de honor, puesto que nuestro señor murió por mantenerlas. Así fue, la Palabra de Dios murió crucificada. Pero resucitó. La semilla tuvo que morir para dar fruto.

FORO DE HOMILÍAS

Homilías breves predicables organizadas por tiempo litúrgico, temas, etc.... Muchas se encuentran ampliadas en el Foro de Meditaciones