viernes, 10 de febrero de 2012

MOLOKAI


Nos cuenta el Evangelio (del Domingo: cf. Mc 1,40-45) que se le acercó un hombre que tenía una enfermedad bastante desagradable. Además era contagiosa.Y el Señor lo curó.

Imitar a Cristo
Lo nuestro es hacer como hizo San Pablo: imitar a Cristo (cf. 1 Co 10,31-11,1).

Por eso los cristianos de todos los tiempos se han preocupado de atender a los necesitados.

También en nuestro tiempo hay personas como la Madre Teresa de Calcuta, que dedican su vida a atender a los más pobres dentro de los pobres. Preocupándose por todo lo que necesitan: aliviando las enfermedades del cuerpo y del alma.


El padre Damián fue un religioso de la Congregación de los Sagrados Corazones que llegó a la isla de Molokai para servir a los leprosos que allí habían sido desterrados. Y falleció de lepra.

Este sacerdote por aliviar a unos enfermos, y que conocieran el amor que Dios les tiene, no dudó en ponerse en peligro de contraer esta enfermedad.

A nuestro alrededor hay personas que tienen dolencias en el cuerpo y en el alma.

Curar enfermedades del alma
Quizá las del alma son las más peligrosas: por curar las dolencias del alma el padre Damián no vaciló en ir a Molokai.

Y todas las enfermedades que causan la lepra del alma pueden ser curadas, porque el Señor quiere hacerlo: es Médico divino. La condición es que vayamos al sacerdote.

Hay gente que dice que ellos se confiesan con Dios directamente, sin necesidad de ningún intermediario.

Y dice el salmo (31: responsorial): «Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado».

Nos preguntamos cómo hacer para que el Señor nos perdone: cómo confesarnos con Dios directamente, que sea Dios quien nos absuelva de los pecados.

Pues que más directamente, que como el Señor quiere. Y el Señor quiere que vayamos al sacerdote. Así es como nos absuelve Él directamente.

El sacerdote que nos dice: «Yo te absuelvo», pero nadie piensa que es el cura quien nos perdona…

Lo mismo que en la Eucaristía cuando dice el celebrante: «Esto es mi cuerpo», nadie piensa que es el cuerpo de don Manuel, sino del mismo Jesús.

La peor enfermedad
En el Sacramento de la Penitencia el Señor nos cura: basta que manifestemos los síntomas. Por eso la peor enfermedad es la hipocresía: el orgullo que lleva a disimular los propios pecados.

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