Isaías habla de que el Señor hará prodigios: «Mirad que se realiza algo nuevo». La
novedad fundamental es que borrará nuestros pecados (cf. 43, 18ss).
«Sáname, Señor, porque he pecado contra ti», dice el Salmo (40: responsorial).
Milagros en el cuerpo
Jesús durante toda su vida hizo prodigios, pero
lo que más extrañaba no era las curaciones, sino que perdonara pecados (cf. Mc 2, 1-12).
En el Evangelio (de la Misa cf. Mc 2, 1-12) se nos habla de cómo un
paralítico empieza a andar: incluso se lleva su propia camilla.
Y lo curioso es que el Señor no hace el milagro
por la fe del enfermo, sino por la de los amigos que le llevaron.
Pero Jesús también cura a leprosos, resucita a
muertos, y da de comer a miles de personas con unos poco alimentos.
También en nuestro tiempo el Señor sigue
haciendo milagros. Uno de los que más impresionante es el del cojo de Calanda.
Está bastante bien documentado este milagro que ocurrió en España: hay libros que
tratan sobre él.
Se ha dicho que todos los incrédulos
habían pedido siempre, como un desafío a los creyentes, el milagro de ver cómo
una pierna o un brazo eran reimplantados.
Cuando Zola estuvo en Lourdes dijo
con ironía: «Veo muchas muletas y ninguna pata de palo. Hacedme ver una pata
de palo y entonces creeré en los milagros».
Sin embargo eso ya había sucedido,
por intercesión de la Virgen, en Calanda. En ese lugar
pobre y remoto, entre las 10,10 y las 10,30 de la noche del 29 de marzo de
1640, al campesino Miguel Juan Pellicer, de veintitrés años, le fue «reimplantada»
la pierna derecha, repentina y definitivamente.
Un carro se la había destrozado, luego se le
gangrenó y en el hospital público de Zaragoza se la amputaron, por debajo de la
rodilla, a finales de octubre de 1637. Cirujano y enfermeros cauterizaron
posteriormente el muñón con un hierro al rojo vivo.
Todo esto nos sirve para ver cómo el Señor
interviene de forma extraordinaria, cuando Él lo ve oportuno. Pero también es
bueno pensar que ordinariamente manifiesta su poder de forma silenciosa.
En la vida corriente, los milagros ordinarios
de Dios se multiplican: hay que saber descubrirlos para darle gracias al Señor.
Pero lo verdaderamente importante es que nos
perdona los pecados, aunque nosotros pensemos que lo prodigioso es la curación
del cuerpo.
La parálisis del alma
Jesús dice a los que no creían en Él: –«¿Por
qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico “tus pecados quedan
perdonados” o decirle “levántate coge la camilla y echa andar”?».
Está claro que si el Señor hace milagros es
para que veamos que tiene también el poder de perdonar los pecados.
Pero a Jesús
lo que primero le interesa es curar nuestra alma.
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