«Estad siempre alegres en el Señor; de nuevo os lo repito, alegraos» (1). No dice San Pablo. Y a continuación da la razón fundamental de esta alegría: «el Señor está cerca».
«Alégrate, llena de gracia, porque el Señor está contigo» (2), le dice el Angel a María. Es la proximidad de Dios la causa de la alegría en la Virgen.
Y el Bautista, no nacido aún, manifestará su gozo en el vientre de Isabel ante la cercanía del Mesías (3).
Y a los pastores les dirá el Ángel: «No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador...» (4). La alegría es tener a Jesús, la tristeza es perderle.
Nosotros estamos alegres cuando el Señor está verdaderamente presente en nuestra vida. Alejados de Dios no hay alegría verdadera. No puede haberla.
El fundamento de nuestra alegría debe ser firme. No se puede apoyar exclusivamente en cosas pasajeras: noticias agradables, salud, tranquilidad... El Señor nos pide estar alegres siempre. Sólo Él es capaz de sostenerlo todo en nuestra vida.
En muchas ocasiones será necesario que nos dirijamos a Él en el Sagrario; y que abramos nuestra alma en la Confesión. Allí encontraremos la fuente de la alegría
La tristeza nace del egoísmo. Quien anda excesivamente preocupado de sí mismo difícilmente encontrará el gozo de la apertura hacia Dios y hacia los demás.
La Virgen llegó a Belén, cansada, y no encontró lugar digno donde naciera su Hijo; pero esos problemas no le hicieron perder la alegría de que Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros.
«Alégrate, llena de gracia, porque el Señor está contigo» (2), le dice el Angel a María. Es la proximidad de Dios la causa de la alegría en la Virgen.
Y el Bautista, no nacido aún, manifestará su gozo en el vientre de Isabel ante la cercanía del Mesías (3).
Y a los pastores les dirá el Ángel: «No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador...» (4). La alegría es tener a Jesús, la tristeza es perderle.
Nosotros estamos alegres cuando el Señor está verdaderamente presente en nuestra vida. Alejados de Dios no hay alegría verdadera. No puede haberla.
El fundamento de nuestra alegría debe ser firme. No se puede apoyar exclusivamente en cosas pasajeras: noticias agradables, salud, tranquilidad... El Señor nos pide estar alegres siempre. Sólo Él es capaz de sostenerlo todo en nuestra vida.
En muchas ocasiones será necesario que nos dirijamos a Él en el Sagrario; y que abramos nuestra alma en la Confesión. Allí encontraremos la fuente de la alegría
La tristeza nace del egoísmo. Quien anda excesivamente preocupado de sí mismo difícilmente encontrará el gozo de la apertura hacia Dios y hacia los demás.
La Virgen llegó a Belén, cansada, y no encontró lugar digno donde naciera su Hijo; pero esos problemas no le hicieron perder la alegría de que Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros.
(1) Flp 4, 4.- (2) Lc 1, 28.- (3) Lc 2, 4.- (4) Lc 2, 10-11.- Cfr. FERNÁNDEZ CARBAJAL, Hablar con Dios, Adviento, III Domingo.
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