El espíritu del Adviento consiste en vivir cerca de la Virgen, en este tiempo en el que Ella llevaba en su seno a Jesús (1).
Nuestra vida es también un adviento, una espera del momento definitivo en el que nos encontraremos con el Señor para siempre.
Sabemos que este adviento de la vida tenemos que vivirlo junto a la Virgen, porque también es nuestra Madre, y nos lleva en su interior, para darnos a luz en la eternidad.
Y ahora al preparar la Navidad, tan cercana, nada mejor que dejarnos llevar por la Virgen, tratándola con más cariño.
A través del rezo del Rosario, nuestra Madre fomenta en el alma la paz, porque su conversación nos lleva a Cristo.
Faltan pocos horas para que veamos en el Belén a Nuestro Señor, «a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen cuidó con inefable amor de Madre» (2).
Esperamos que un día nos conceda la eterna felicidad y, ya ahora, el perdón de los pecados y la alegría.
El cariño a la Virgen es la mejor manera de alcanzar la felicidad eterna y la de esta tierra. Tantas veces Ella nos ha llevado a la Confesión, que es el Sacramento de la alegría.
Pidámosle que sepamos esperar llenos de fe, a su Hijo Jesucristo, el Mesías anunciado por los Profetas.
Se compara los peligros de nuestra vida con las tempestades que sufren los marineros.
«Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino» le decimos con el Papa (3).
(1) Cfr. FERNÁNDEZ CARBAJAL, Hablar con Dios, Adviento, IV Domingo. (3) Prefacio II de Adviento (3) Spe Salvi, 50.
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