jueves, 4 de febrero de 2021

¡CUÁNTA LUCHA!


Con frecuencia nos topamos con gente que tiene algún problema. Ahora, ante la situación económica actual, es fácil que haya personas que estén pasando agobios de ese tipo o de otro.

El miércoles pasado me llamó un amigo que está esperando el cuarto hijo. En los tiempos que corren, eso es algo que dice mucho de la generosidad de este matrimonio.

Y me llamaba porque al niño le han diagnosticado un problema serio de corazón. Quería que le diera alguna explicación como sacerdote, porque estaba bastante enfadado con Dios.

UN VALLE DE LÁGRIMAS

Y es que la vida del hombre sobre la tierra está llena de complicaciones. Como las madres - que van de acá para allá, con los niños siempre encima y las tareas - que dicen: "¡cuánta lucha!"

Precisamente la Sagrada Escritura nos habla de Job, que es como el prototipo del hombre en tiempos de crisis: le pasó de todo.

En la primera lectura Job nos dice que se sentía como esclavo que suspira por la sombra. Es muy expresivo porque es fácil imaginarse un esclavo asfixiado por el calor, y buscando la sombra de una palmera, o como jornalero que espera su salario, indicando así el agobio de no llegar a fin de mes (Jb 7,1-4.6-7: primera lectura de la Misa).

FE ANTE LAS LÁGRIMAS

Ante estas situaciones difíciles se puede reaccionar de distintas maneras: dramatizar, tomándose las cosas a la tremenda; o por el contrario fiarse de Dios, que saca bien del mal.

Debemos fiarnos del Señor. Por eso le decimos ahora con el salmo: Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados (Sal 146, responsorial).

Esta semana pasada se nos fue al Cielo un sacerdote. Cuando le dijeron que tenía una enfermedad seria, su reacción fueron unas palabras de san Pablo: para mí, morir es una ganancia.

Confiaba mucho en Dios. El miércoles, que ya estaba muy mal, le dijeron que estaban rezando por él. Respondió que apretasen porque ya faltaba poco, como así fue: murió el domingo pasado. Ha sido un ejemplo para los demás por la confianza que tenía en el Señor, su serenidad ante el dolor.

Confiar en Dios vale la pena. La prueba de cómo es su corazón la tenemos en Jesús. No permanece impasible ante las dificultades de los que le rodean sino que tiene misericordia: el Señor no sólo se compadece de los que tienen enfermedades, sino que los curaba.

DIOS SABE MÁS

Por experiencia sabemos que una enfermedad nos ha servido para valorar más a las personas que tenemos alrededor.

Y además que las contrariedades económicas sirven para unir más a las familias. Pero también puede ocurrir lo contrario: que la enfermedad y las dificultades nos acaben hundiendo.

La actitud del cristiano es la de fiarse de Dios: que no quiere el mal, ni ha inventado la enfermedad, pero que utiliza todo esto en beneficio de los que le aman.

Jesús sabe lo que hace. En cuanto le dicen que la suegra de Pedro está enferma la tomó de la mano y la levantó; le desapareció la fiebre y se puso a servirles.

La gente lo sabía, por eso dice la Escritura que llevaban hasta él a todos los enfermos y a los endemoniados.

Y curó a muchos que padecían diversas enfermedades, y expulsó a muchos demonios (Mc 1, 29-39: Evangelio de la Misa).

HABLA LA EXPERIENCIA

La vida de San Pablo estuvo llena de dificultades –como las de cualquier hombre– pero todo le daba igual con tal de mostrar a todo el mundo el cariño que Dios nos tiene.

El Apóstol experimentó lo que ha hecho el Señor por nosotros, y quiso comunicarlo para que la gente obtuviera la felicidad también en esta tierra (1Co 9,16-19.22-23).

Llegaremos a ser felices no a pesar de las dificultades, sino contando con las dificultades. Así como un árbol se alimenta de todo lo que tiene a su alrededor: hojas muertas, basura…

Así, las dificultades sirven de abono para que nuestra vida dé fruto si contamos con Dios.

La Virgen María es corredentora. Jesús la quiso a su lado junto a la cruz. No sabía del todo el porqué de tanto sufrimiento, pero se fió de Dios.

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