viernes, 24 de mayo de 2019

EL RETORNO DEL REY


Satanás quería desviar al Mesías de su misión. Que pusiese su interés particular por delante de Dios. Como también sucede en la política: hay personas que, por encima de los intereses generales, ponen su realización personal.

Para algunos lo fundamental es llegar al poder. Pretenden, sin duda, servir a los demás, pero su objetivo es mandar. Y para llegar a esa meta vale todo, porque lo importante es llegar al gobierno. Y una vez instalados allí –piensan– podrán hacer el bien. Satanás se dio cuenta de que Jesús es el Mesías, el heredero de David, llamado para reinar.

Sabía el demonio que Jesús es una persona inteligente, que no solo conocía las Escrituras sino que además las practicaba, porque vivía virtuosamente.

Para Satanás ha llegado ya el momento de quitarse la careta, y lo hace en la tercera tentación. Le va a insinuar que con el poder llegará muy lejos: y le muestra lo majestuoso que es.

Ya el diablo tentó al primer Adán con la codicia, que es la raíz de todos los males (1 Tm 6, 10)... Y el deseo de poder es lo peor de la codicia. Ahora, ante Jesús, su tentación se presenta como nueva pero suena a vieja.

Es como si Satanás le dijera a Jesús: –Toma de la fruta del poder, es apetitosa, se puede hacer mucho bien con ella. No solo conocerás a los hombres, sino que llevarás a cabo grandes empresas. Tú estás llamado a gobernar, dominarás la tierra. Pero para eso tienes que postrarte ante mí. Yo soy aquí
el que mando. Tienes que dejarte llevar por mí.

El diablo no solo le promete su ayuda para gobernar Israel, sino todos los reinos de la tierra.

El monte es un lugar de oración y Satán lleva allí a Jesús para hacerle su propuesta. El demonio pretende ponerse en lugar de Dios y lo imita hasta en esas cosas externas: lo traslada al lugar donde tradicionalmente en Israel se solía hablar con Yahveh.

Jesús es el heredero del Rey auténtico de Israel. Y la virtud peculiar de un gobernante es la prudencia que lleva al hombre a actuar de forma justa, como afirman los clásicos; lo mismo que decir, de forma “adecuada a la realidad”.

El que manda ha de tener en cuenta la verdad. Pero lo que de verdad ha de presidir las decisiones de un gobernante es el bien. Por eso el amor es la finalidad de todas las decisiones de un hombre prudente.

Todo se ha de hacer por amor. Pero también con amor, porque las formas son muy importantes. No solo el fin ha de ser bueno también los medios que se emplean.

En la liturgia de la Misa hay una oración en la que se dice que los cristianos debemos hacer las cosas por Cristo, y con Él. Que es como decir que hemos de hacer las cosas por Amor y con Amor. Porque Jesús es Dios y lo que caracteriza a Dios, su esencia, es ser Amor. Por eso es lógico que se nos recuerde que hagamos las cosas con Amor... Con Él, y no solo por Él.

Pero en esa oración se dice que también debemos hacer las cosas en Cristo. Porque el cristiano tiene que ser el mismo Cristo: hacer las cosas en Él, porque no somos hijos de Dios por nuestra cuenta, sino en cuanto conectados a Él, que es el Hijo con mayúsculas.

Todo ha de realizarse por Él, con Él y en Él. Todo se ha de realizar en Verdad, pero también por Amor, con Amor, y uniéndonos al Amor de Dios.

Por eso el gobierno en la Iglesia no se ha de ver en clave de poder. Indudablemente la virtud del gobernante es la prudencia, que no es solo una cuestión teórica, sino muy práctica.
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La verdad no está solo para ser conocida, sino para ser llevada a la práctica. No conviene que seamos unos intelectuales que solo se quedan prendados por la belleza de la sabiduría. El esplendor de la verdad no debe paralizarnos, sino que nos debe llevar a actuar. Nos gusta conocer las cosas de Dios. Pero lo importante es llevarlas a la práctica.

Cuando vivía en Roma, me encontré escritas, en una vidriera, unas palabras que san Pablo escribe a los efesios (4, 15). La frase, centrada en un ventanal, decía: Veritatem facientes in Caritate. Que podríamos traducir como: llevando a la práctica la Verdad por medio del Amor. Y al pasar los años, he pensado que la cita de esa carta del Apóstol podría resumir la forma de gobernar en la Iglesia.

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