lunes, 7 de septiembre de 2009

¿POR QUÉ LA CRUZ? DOMINGO XXIV, CICLO B


INJURIAS AL REY
«Ofrecí la espalda a los que me apaleaban» (Primera lectura de la misa: Is 50,5–9a). Isaías con estas y otras palabras, profetizó lo que tendría que sufrir el Señor.
Normalmente a un rey se le debe respetar. Es delito injuriarle. Los judíos pensaban que al Mesías, su futuro rey humano, iba a hacerse respetar por todos. Pero Jesús no venía a ser rey mediante la honra, sino la deshonra.
En el Evangelio vemos cómo San Pedro tenía esa idea demasiado humana en la cabeza y Jesús tajantemente le corrige (cfr. Mc 8,27–35).

La fe de Pedro todavía era imperfecta porque no había asimilado la cruz. Y, por eso, el Señor le aclara: «el que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».

LA IDEA QUE TENEMOS DE NUESTRA VIDA

Nosotros también pensamos como San Pedro que nuestra vida va bien cuando nos aprecian, cuando valoran lo que hacemos. Nos sentimos bien cuando nos halagan.
En definitiva, la idea de nuestra vida es triunfar, tener éxito, y si no llega, somos fracasados. Esto nos pasa, como a San Pedro, porque nuestra fe es imperfecta y no entendemos la cruz.

¿Y POR QUÉ LA CRUZ?
Somos cristianos. Lo nuestro es seguir a Jesucristo. Hemos venido, como él, a salvar a las almas.
Y lo haremos muriendo en la cruz. Si queremos seguirle tenemos que llevarla detrás del maestro. Por eso, no es de Dios lo que nos separa de este camino.
Como en el caso de Jesús, la cruz en nuestra vida siempre tiene una explicación. Hay que acudir al Señor para que nos abra la inteligencia y nos haga ver su sentido.
Santiago dice que nuestra fe no puede ser teórica, sino que tiene que estar pegada a la realidad. Y la realidad es que la cruz se da en nuestra vida. Hay que utilizarla.
Como esto es difícil de entender y de llevar a la práctica hemos de pedirlo. Esto es lo que experimentaban los santos en las contrariedades, que el Señor venía en su ayuda cuando rezaban. Por eso dice el salmista: «estando yo sin fuerza, me salvó» (Sal 114: responsorial).

Como experimentó Jesús, la Virgen no nos dejará cuando caminemos con la cruz a cuestas. Ella es la madre del crucificado.

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