¿A
qué dedica el tiempo libre?
Dios
tiene un plan para hacernos felices, este es el “negocio” de nuestra vida.
Nadie mejor que Él puede cumplir ese objetivo, pues nos ha creado y llevamos
impresa su imagen en nuestra estructura
espiritual: nos ha hecho semejantes a Él.
Jesús al
encarnarse nos reveló cómo es Dios: una Familia de tres Personas que son
eternamente felices, porque el lazo que les une es el Amor. Un Padre que entrega todo a su Hijo, y el Hijo que le
devuelve absolutamente todo. Es tan radical el Amor entre ellos, que tiene
Personalidad propia: le llamamos Espíritu Santo. Este es el secreto de la
felicidad eterna: la entrega por amor. En la medida que nosotros realicemos
lo mismo que Dios seremos igualmente dichosos. En la práctica todo negocio,
y también el de la felicidad, es cuestión de prioridades: lo primero es
Dios, en segundo lugar los demás y en tercer lugar nosotros.
Pero sigamos
paso a paso lo que nos dicen las lecturas de la Misa del domingo 23 del tiempo
ordinario. El libro de
la Sabiduría nos habla de lo difícil que es conocer a Dios (Primera Lectura de la Misa cfr.: 9, 13-18).
Gracias al Espíritu Santo sabemos que es Amor.
La lógica de Dios es la del
regalo, y esto resulta incomprensible para muchas personas que viven inmersas
en la cultura del interés. Hace unos días intenté hacer un favor a una persona
para facilitarle su trabajo y, cómo esto no suele ser lo habitual, me dijo que,
había entendido, que si le hacía un ofrecimiento es porque algo buscaba a
cambio. Sucede que habitualmente nadie da sin esperar una contrapartida. La
lógica cristiana es distinta: amar es regalar. Ya sabemos el interior del corazón
de Dios: cuál es su Vida corriente.
Jesús predicó a personas acostumbradas a los negocios, por eso les habla de
calcular gastos. Las personas sensatas deliberan antes de acometer una
decisión de importancia. Y una decisión de transcendencia es renunciar a poseer
los bienes de este mundo (cfr. Evangelio de la Misa: Lc 14, 25-33).
La verdad es que es muy radical entregar todo lo nuestro. Pero Dios es así cuando
se trata de amarnos. Y nosotros si queremos ganar nuestra alma tendremos que
entregarla. Esto es lo que nos enseña la Sabiduría divina al hacerse Hombre.
El negoci
En uno de los
salmos se le pide al Señor que nos enseñe a calcular, a valorar los días de
nuestra vida (Salmo Responsorial de la Misa: cfr. 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 et
17: 1). Aunque viviéramos más de cien años comparado con la eternidad es
muy poco. Nuestra existencia es corta si se la compara con la eternidad. Pero,
aunque nuestra vida sea breve, es muy importante, porque con ese tiempo nos
ganamos la gloria.
Las
circunstancias han cambiado desde que vivió san Pablo, aunque la actitud tiene
que ser la misma: tratar a todos con cariño sin mirar su estatus social. En la
carta de San Pablo a Filemón se relata un suceso de la vida del Apóstol en él
que apela al amor de un cristiano (Segunda Lectura: cfr 9b-10. 12-17).
Enséñame tus
mandatos dice el Aleluya de la Misa (Sal
118, 135) como preparación para la lectura del Evangelio. Jesús dice con
claridad que el que no pone en primer lugar a Dios no puede ser su discípulo
(cfr. Lc 14, 25-33). Parece que es cristiano al tener que
entregarlo todo no se quedará con nada. Pero en este caso, “el menos” de la
entrega se convierte en mucho “más”, porque nadie puede ganar a Dios en
generosidad.
Menos es más
El Señor en el
Evangelio de la Misa, en cierta forma, nos habla de arquitectura: ¿Quién de
vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los
gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no
puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: –Este
hombre empezó a construir y no pudo acabar.
Precisamente
uno de los maestros de la arquitectura moderna decía que la obra “de arriba
abajo, hasta llegar hasta llegar al último detalle, está inspirada por la misma
idea. Eso es lo que llamamos estructura” (Ludwig Mies van der Rohe)
Quizá siguiendo
esta comparación podríamos decir que la estructura del cristianismo, la
idea que el Señor quiere transmitirnos hoy es que para ser discípulos suyos hay
que renunciar a todos nuestros bienes. No es que no utilicemos las cosas sino que
no las tengamos como propias: que las cuidemos como si fueran de otro. Y no nos
quejemos si no disponemos de medios, porque como dice el místico el que se
queja no es buen cristiano.
Quien no carga
con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Evangelio de la Misa: Lc 14, 25-33). Esto forma parte
de la esencia del cristianismo. Por eso cuando el Señor nos da cosas buenas es
porque nos quiere, pero cuando permite cosas –que la gente llama malas– es para
ver si nosotros le queremos a Él. Y, al ver nuestra reacción, Él se vuelca en
regalos. Dios no es aburrido, todas sus creaciones son exuberantes y fantásticas
como la obra de Gaudí: un buen cristiano en su actuar, en su negoci,
refleja la belleza de su Creador.
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23º Domingo C
–Primera
Lectura
¿Quién se
imaginará lo que el Señor quiere?
Lectura del
libro de la Sabiduría 9, 13-18
–Salmo
Responsorial
Enséñanos a
calcular nuestros años,
para que
adquiramos un corazón sensato
Sal 89, 3-4.
5-6. 12-13. 14 et 17 (: 1)
–Segunda
Lectura
Recóbralo, no
como esclavo, sino como un hermano querido
Lectura de la
carta del apóstol san Pablo a Filemón 9b-10. 12-17
–Aleluya
Haz brillar tu
rostro sobre tu siervo,
enséñame tus
decretos.
Sal 118, 135
–Evangelio
El que no
renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío
Lucas, 14,
25-33
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