Centinelas
Somos hijos de Dios, elegidos
para hacer de centinelas; siempre alertas para escuchar su voz y transmitirla.
Según nos dice el libro de Ezequiel hemos recibido la misión de ayudar en la
conversión de los demás ( 33, 7-9: primera lectura de la Misa).
Dicen de un jefe de gobierno que tenía en su mesa de trabajo dos montones de expedientes.
Él pensaba que unas cosas se arreglaban con el tiempo, eran las del segundo
montón. Y las del primer montón se arreglaban pasándolas al
segundo. San Josemaría no era partidario de ese modo de proceder y
escribió que hay que actuar “a fondo, con
caridad y fortaleza, con sinceridad. No caben las inhibiciones. Es equivocado
pensar que con omisiones y retrasos se resuelven los problemas”.
Y a veces, la pereza o la cobardía pueden llevarnos a practicar una paciencia engañosa dilatando una corrección que deberíamos haber
hecho cuando el defecto estaba incubándose.
En nuestro trabajo por amor a
Dios habremos de corregir. No hay que tener miedo a hacerlo, pues el Señor está
con nosotros, somos sus instrumentos. Aunque es cierto que todo lo que se
recibe se recibe según el recipiente, y si está roto, no es muy aconsejable
echar líquido en él. Sería una imprudencia. Es necesario que nuestros hermanos
estén receptivos y rezar para que escuchen la voz Dios y no endurezcan su corazón
(Sal 94, 1-2ss: responsorial).
Al oír nuestra corrección, puede
que haya alguien que le entre por un oido y le salga por el otro. Pero hemos de
darle una oportunidad: no sabemos cual será la definitiva, todos tenemos
nuestros tiempos y Dios tiene su propio reloj y cuenta con nosotros como
instrumentos de su misericordia. Así es como, poco a poco, ayudamos a que el Señor
cambie el mundo (2 Cor 5, 19: Aleluya de la Misa).
Motivos para corregir
Hay personas que corrigen porque
les molestan los defectos de los demás y utilizan continuamente la lengua como
si fuese una espada. Dicen la verdad, pero la emplean como arma arrojadiza.
Convivir con esas personas suele ser un martirio; no se sabe que es mejor si su
silencio o que estén siempre con la matraca. Las personalidades hiper-críticas
suelen ser tóxicas, porque no piensan en los demás: necesitan expeler la
corrección como si fuesen gases. Y eso acaba ahogando a los cercanos.
El motivo de la corrección es la
mejora del que nos oye. Si sabemos que no es oportuna, lo prudente es no decir
nada. Hay que utilizar el sentido común: corregir en momentos en los que esa
persona puede escuchar.
La finalidad de la corrección no
es la mejora nuestra. No lo hacemos
movidos por un enfado; pero tampoco nos lleva a hacerla un voluntarismo
perfeccionista. El motivo de la corrección tiene que ser el amor desinteresado:
buscamos el cambio de nuestro hermano (Mt 18,15-20: Evangelio de
la Misa). Y ese amor ha de ser conducido por la prudencia. Sería tonto querer
corregir a un jefe hosco si sabemos que se lo tomará a mal: perderíamos la
confianza de esa persona y quizá, también, el empleo.
El motivo de la corrección es la enmienda, por eso lo importante de la
corrección fraterna no es hacerla, sino
recibirla. Si no se recibe bien es como arar en el mar. Nadie corrige a una
estatua. Si nos corrigen es para que cambiemos. Si no, no sirve de nada la corrección.
Y Si no queremos ser estatuas, al
recibir la corrección fraterna hay que pasarse por la
oración. Como hacía San Josemaría:
“Hoy don Álvaro me ha hecho una corrección. Y me ha costado aceptarla. Tanto, que me he ido
un momento al oratorio y, una vez allí:
–Señor, tiene razón
Álvaro y no
yo.
Pero, enseguida: No, Señor, esta
vez tengo razón yo... Álvaro no me
pasa una... y eso no parece cariño, sino crueldad.
Y después: –Gracias, Señor, por ponerme cerca a mi hijo Álvaro, que me quiere tanto que...¡no me pasa una!”.
Las formas del amor
Si el cariño es el motivo de
nuestra corrección (cfr. Rm 13, 8-10: segunda lectura de la
Misa), también la forma debe ser delicada. Para curar el desgarro del corazón
del otro hemos de ir con un arma blanda, no dura ni punzante. Con el paso del
tiempo nos volvemos más sensibles a nuestras cosas y podría ser que hiciéramos
más daño que beneficio al corregir sin contemplaciones.
La finalidad de la corrección es
el cambio y hay contar con el tiempo, pues la paciencia es una forma del amor,
que espera y espera... hasta que por fin la persona que amamos decide poner a régimen
su corazón, y así sus defectos pesan menos.
Un libanés me contó una historia: la de un hombre
que entró en el despacho que Dios tiene en el cielo. Y sobre la mesa vio unas
gafas: las gafas de Dios. Y este hombre no resistió la tentación de ponérselas,
pensando que Dios no le veía en ese
momento porque estaría atendiendo otros asuntos. Y al
ponerse las gafas vio toda la malicia de los hombres: asesinatos, crímenes... un cúmulo inmenso de barbaridades.
Pero el Señor sí lo vio y le dijo:
–¿Qué haces poniéndote
mis gafas?
El hombre respondió con una
pregunta, como suele hacer un hijo con su padre:
–Señor, ¿cómo aguantas
tanta malicia?
Y Dios le respondió: –No debiste mirar, porque si quieres ver con mis
gafas tienes que tener también mi corazón.
Efectivamente, el Señor ve la
malicia del corazón del hombre, de todos los
hombres que hemos existido. Y utiliza su misericordia para vencer el mal. Y a
veces es la corrección hecha por amor.
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22º Domingo A
–Ezequiel 33, 7-9
Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre
–Sal 94,
1-2. 6-7. 8-9 (: 8)
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón».
–Romanos 13,
8-10
La plenitud de la ley es el amor
–Aleluya: 2
Cor 5, 19
Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo,
y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación.
–Mateo18,
15-20
«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si
te hace caso, has salvado a tu hermano.
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