El famoso y el
pensionista
En
el Evangelio (de la Misa: Lc 16, 19-31) Jesús cuenta la
historia de un rico vividor, y Lázaro, una buena persona, pobre y además
enfermo.
A
veces nos admiramos de que los famosos se casan con supermodelos, rubias como
el chapán, viven en casoplones con piscinas de placido turquesa, y hasta tienen
perros importantes... Y nosotros, con nuestros horarios estresantes, somos
vulgares mileuristas que, cuando no estamos en urgencias, pasamos malas noches
con las cervicales: entonces se nos ocurre pedirle al Señor que no se acuerde
tanto de nosotros... para enviarnos desgracias.
Quizá
nos desagrada tanta fiesta de sociedad en la Costa del Sol, a nosotros que no
podemos permitirnos nada más que una semana en la playa: unos tanto y otros tan
poco. Por eso algunos se preguntan por qué los malos triunfan y los buenos
pasan apuros, por qué viven tan bien algunos ricos corruptos y los buenos, en
cambio, son pobres
Santo
Tomás explica, que Dios es Padre de todos, y a alguno de sus hijos no va a
poder darle el cielo porque no se lo merecen. Pero como, ciertamente, ellos han
hecho algo bueno en la tierra les da ya aquí la recompensa, porque en la otra
vida les espera el sufrimiento.
Por
eso dice el Evangelio que, estando el rico en el infierno, le explican lo qué le
ha sucedido a él y al mendigo enfermo: Recibiste bienes, y Lázaro males:
ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Efectivamente,
como también nos dice la Sagrada Escritura (cfr. Primera Lectura de Misa: Amós
6,
1a. 4-7) que los que viven una vida de placeres, asisten a
banquetes donde se esnifa de todo y
se acuestan en camas de marfil, no deben pensar que eso es para siempre. Porque
el Señor hace justicia según las obras de cada uno (cfr. Salmo Responsorial de
la Misa: 145, 6c-7. 8-9a. 9bc-10 : 1).
Las
actuaciones de cada uno nos mejoran o nos empeoran. Y según eso seremos
juzgados después de nuestra vida terrena... El consejo que nos da san Pablo es
que busquemos el mejoramiento personal. Porque lo importante no es que cambien
nuestras circunstancias sino que mejoremos nosotros, que nos enriquezcamos con
la pobreza y con la riqueza, que nada ni nadie pueda hacernos malos. Es más,
hemos de llegar a ser humildes, pacientes, personas que rara vez se se
enfadan... (cfr. Segunda Lectura de la Misa: Tm 6, 11-16).
Los pobres de espíritu
No
puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el
don de la humildad, ya que los pobres, en su indigencia, se familiarizan fácilmente
con la mansedumbre y, en cambio, los ricos se habitúan fácilmente a la
soberbia.
Pero
también hay ricos que poseen la humildad y que usan sus riquezas de una manera
que no se enorgullecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para
obras de caridad, pensando que su mejor ganancia es emplear los bienes que
poseen en aliviar la miseria de los demás.
Esta
pobreza de espíritu se da en toda clase de hombres y en todas las condiciones
en las que el hombre puede vivir (San
León Magno, Sermón sobre las bienaventuranzas 95,2-3 ).
El banquete eterno
Es
muy interesante pensar que en el cielo disfrutaremos de las cosas buenas que
Dios nos ha preparado.
Contaba
el Papa Juan Pablo I una historia que tenía como protagonista a un coreano. Al
morir le dicen: –¡Al Paraíso!
Y
este coreano dijo : –Antes de ir al cielo, quisiera quitarme una curiosidad:
me gustaría ver una vez, una sola vez, el infierno.
Efectivamente
se lo conceden. Se abre una puerta y ve un comedor enorme. Mesas y mesas sin
fin, colocadas una frente a la otra, y encima de cada una un plato da arroz
caliente... Los comensales tenían un hambre inmensa, pero no había tenedores ni
cucharas, sólo unos palillos larguísimos. Tenían hambre, tenían arroz,
apetitoso y caliente, tenían palillos, pero eran demasiado largos y no llegaban
la boca... Había hambre y desesperación.
El
coreano vio aquello y dijo: —ya entiendo, ahora vámonos al cielo. Y se abre la puerta y zas... Era lo mismo; la
misma amplitud de salón, igual tamaño de las mesas, la misma colocación una
enfrente de la otra. Todas llenas de comensales, con apetito. Y el arroz
delante. Pero éstos comían.
Y
decía el Papa: ¿sabéis como lo hacían? Al ser los palillos tan largos, uno
tomaba el arroz, y en vez de llevárselo a su propia boca, se lo daba al otro, y
el otro daba al primero. Y así todos comían...era
el Paraíso.
La
diferencia estaba en que en el cielo se pensaba en los demás, y en el
infierno los enemigos era “los otros”.
El
primer milagro de Jesús tuvo lugar en el banquete de una boda. Un milagro en
favor de otras personas, no en beneficio propio. El Señor lo realizó porque María
se lo pidió: Ella estaba acostumbrada no solo a empatizar con los demás sino a
resolverles los problemas. Una Madre prefiere tomarse el pellejo del pollo para
que los hijos comamos la pechuga.
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26º Domingo T. O.
C
–Primera Lectura
Ahora se acabará la orgía de los disolutos
Am 6, 1a. 4-7
–Salmo Responsorial
El Señor da pan a los hambrientos.
Sal 145, 6c-7. 8-9a. 9bc-10 (: 1)
–Segunda Lectura
Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor
Tm 6, 11-16
–Aleluya
Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriqueceros
con su pobreza
2 Cor 8, 9
–Evangelio
Recibiste bienes, y Lázaro males: ahora él es aquí consolado,
mientras que tú eres atormentado
Lc 16, 19-31
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