martes, 13 de agosto de 2019

FUEGO AMIGO




Es imposible contentar a todo el mundo

Las lecturas de la Misa de este domingo nos dicen: En aquellos días, los dignatarios dijeron al rey: Hay que condenar a muerte a ese Jeremías, pues, con semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y al resto de la gente (cfr. Jr 38, 4-6.8-10).

Y después en la Carta a los Hebreos se escribe: Teniendo una nube tan ingente de testigos... fijos los ojos en... Jesús (cfr. 12, 1-4 ).

Y por último el evangelio cita unas palabras del Señor: He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!... ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división (cfr. Lc 12, 49-53).

¿Qué quiere decir todo esto: que un profeta sea mal entendido, y  Jesús nos diga que no viene a  traer la paz sino la división?

En argot militar se denomina fuego aliado a los disparos provenientes del propio bando. Este tipo de incidentes suelen estar producidos por errores, casi siempre humanos, debidos normalmente a fallos en la identificación del objetivo.

El cristiano está llamado a ser una persona pacífica, que no quiera pelearse con nadie. Pero si la gente nos critica, y piensa mal por algo que en realidad está bien, entonces hemos de acordarnos de lo dicho por Jesús:

Vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: Tiene el demonio dentro. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: Este es un comilón y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores

Y añade el que fuese Papa Juan Pablo I: “Ni siquiera Cristo logró contentar a todos. No nos desesperemos si tampoco lo conseguimos nosotros (en Albino Luciani, Ilustrísimos Señores).

Efectivamente a Jesús, que es la Verdad de Dios, lo condenaron por blasfemia; en nuestro caso, que tenemos sombras, con más motivo seremos perseguidos.


Felices si sufrimos persecución a causa de nuestra amistad con Dios

Cuando uno recibe continuos aplausos debemos acordarnos de los gritos que otros cristianos recibieron por seguir los mandatos de Dios. Hace unos días estuve en la abadía de Montserrat y me enseñaron la capilla capitular donde está la pintura de unos benedictinos que sufrieron martirio por su fe.

No es extraño que el profeta Jeremías se queje (cfr. 38, 4-6.8-10). Y si todos se confabulan contra nosotros por causa de Jesús, entonces nos viene bien pedir: Señor, date prisa en socorrerme (Sal 39, 2 ss ).

Para evitar los desánimos, la Carta a los Hebreos nos habla de la nube de testigos que nos contemplan, y nos anima a poner nuestro ojos en Jesús, que soportó la oposición de los pecadores y ha triunfado definitivamente (cfr. 12, 1-4 ). Por eso seremos felices si sufrimos persecución a causa de nuestra amistad con Dios, porque mayor será nuestra recompensa.

El Señor siempre nos socorre, contesta a nuestras llamadas de agobio. Y nos habla, normalmente, a través de una circunstancia, de la conversación con una persona, o leyendo la sagrada Escritura. La oración muchas veces consiste en estar receptivos...

Contagiar el Fuego

Ahora nosotros queremos oír su voz, como las ovejas que oyen los silbidos del pastor (cfr. Jn 10, 27). Jesús nos comunica lo que quiere de nosotros a través de su palabra y de su ejemplo. Pues no solo consiste la cosa en escucharle sino en imitarle, seguir sus huellas, hacer lo que Él hizo.

Jesús vino a prender fuego. Su amor era tan ardiente, que estaba en ascuas hasta dar la vida por nosotros. Era tan irresistible que hasta enemigos declarados pasan a ser amigos. En la pasión se convierte algún soldado y hasta un asesino. Podemos decir que su amor era tan indiscriminado como el fuego amigo: en este caso no es peligroso sino que salva.

Pero un amor tan apasionado de forma inevitable crea división: estamos con Él o contra Él (cfr. Lc 12, 49-53). Ante Jesús nadie queda indiferente, más tarde o más temprano uno tiene que decidir: el tibio acaba siendo arrastrado por el ambiente descristianizado.

El Amor de Dios llegó para transformar el mundo, fue en Pentecostés cuando se hizo visible, y desde entonces no ha dejado de arder. Es el Espíritu Santo que habita en nuestros corazones y nos empuja a escuchar y hablar de las maravillas de Dios: no es belicoso pues tiene la mansedumbre de los santos, y de forma indiscriminada sopla donde quiere y desea que le ayudemos a extender este incendio de paz con ese Fuego Amigo.

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