Nos dice el profeta Isaías hablando del Viernes Santo, que el Señor se entregó porque quiso (cfr. Is 53, 8). Sufrió todo aquello (la flagelación tremenda, el peso de la cruz, la muerte…) voluntariamente y sin merecerlo... Se entregó porque quiso.
Muchas veces se piensa que Jesús fue víctima del odio de los judíos. No fue solo víctima de los judíos también es nuestra víctima, son nuestros pecados los que le mataron. Somos la causa de su entrega. Recibió el castigo destinado a nosotros. Hasta sus verdugos se dieron cuenta de esto. El mismo Caifás, el que le juzgó y condenó, dijo refiriéndose al Señor: -Conviene que uno muera para que se salve todo el pueblo. Caifás estaba diciendo la verdad, si no llega a ser porque quiso morir en la Cruz, ahora no tendríamos fuerzas para combatir el pecado.
Se entregó porque quiso… Esa es la clave del Viernes Santo. Dios podía haber cambiado los planes de los judíos, le hubiera sido muy fácil. Podía haber enviado a sus ángeles, los mismos que mandó en Belén el día en que nació, podía haber terminado con sus enemigos en pocos segundos, pero no lo hizo. Sabía exactamente lo que le iba a ocurrir, por eso sudo sangre en la noche del jueves Santo en el Huerto de los Olivos. Los días anteriores predicaba con libertad en el Templo de Jerusalén. Y cuando terminaba se iba a pasar la noche a Betania, un pueblecito cercano. Era un lugar seguro, allí estaba con sus amigos Marta, María y Lázaro.
Pero la noche del Jueves Santo, cuando le cogieron, curiosamente decidió quedarse en Jerusalén. Esa fue su peor decisión, si lo vemos con ojos humanos. Al terminar la Última Cena podía haber huido y haberse escondido de sus enemigos… Ni siquiera Judas le habría encontrado. Pero no, se va justo al sitio donde sabe que le van a buscar: al Huerto de los Olivos. Parece como si se hubieran puesto de acuerdo con Judas. Y estando allí rezando, durante la oración, fue cuando le dijo a su Padre que no quería morir en la Cruz.
Tenía mucho miedo, tanto que le temblaba todo solo de pensarlo. Pero, aún así, aceptó la llamada que Dios le hizo y quiso su voluntad. Entonces aparecieron las antorchas de los que le buscaban. Él se queda quieto, no huye, espera sin moverse, se deja coger sin poner resistencia.
Se entregó porque quiso… Lo llevaron para juzgarlo y todo parecía que iba a salir bien porque no había hecho nunca nada malo. Esa era la fama que tenía ante su pueblo. El tribunal es incapaz de condenarle a pesar de tener testigos falsos. Mientras lo juzgan Jesús calla, está en silencio, hasta que el Sumo Sacerdote le pregunta: ¿Eres Tú el Hijo de Dios? (Mt 26, 63). El Señor podía haber permanecido callado, podía no haber dicho nada, estaba en su perfecto derecho. Pero no, Él mismo se condena cuando responde: Sí, yo soy. Esa contestación fue lo que le llevó a la muerte. Y después, cuando está con Pilato tampoco dice gran cosa. Podría haberse defendido con facilidad…
Solo habla para empeorar las cosas al manifestar que Él era un Rey. Al decir eso, que era Rey, estaba dando la razón a los que le acusaban por ser un peligro para el Imperio Romano. -Señor justo en los momentos en los que te estás jugando la vida, cada vez que dices algo empeoran las cosas.
Se entregó porque quiso… Y quiso hasta las últimas consecuencias. Ya en la cruz, cuando los soldados le dan a beber un líquido que lo anestesiaba un poco para que no sufriera tanto, dio un sorbo sólo para agradecer el detalle, pero no se lo bebió. -Es un misterio verte colgado por tres clavos, destrozado… y queriendo estar ahí. ¡Cómo se entienden ahora aquellos conocidos versos del poeta cuando, mirando a Cristo crucificado, escribió!:
No me mueve mi Dios para quererte el cielo que me tienes prometido.
Ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte…
Tú me mueves Señor, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muéveme tus afrentas y tu muerte....
Había decidido entregarse totalmente, se lo había dicho a Dios Padre en el Huerto de los Olivos, durante su oración. -Señor nos impresiona pensar que lo has hecho por nosotros. Podías habernos redimido de mil modos, podías haber muerto de otra manera menos dolorosa…
Un día que Jesús visitó Nazaret , durante su vida pública quisieron despeñarlo pero no ocurrió nada porque, dice la Escritura, que todavía no había llegado su hora… llegó con su muerte en la Cruz. Ese es el Viernes Santo. Pero la entrega de Jesús no terminó allí.
El aparente fracaso de su vida fue solo aparente. Muy poco después, pasados tres días, resucitó. La Resurrección es la fiesta más importante del año. Por eso lo celebraremos durante siete días con la Semana de Pascua. Entregarse a Dios parece que es cerrarse otros caminos, es como malgastar la vida, pero eso es solo apariencia. Si uno se decide y da el paso, si le dice a Dios que sí en su oración, aunque le cueste mucho viene una alegría que ya no te deja.
En un estudio que se ha hecho sobre la famosa escultura de la Pietà de Miguel Ángel que, como sabes, está en la Basílica de San Pedro, entrando a la derecha, se descubre algo curioso:
miras desde arriba el rostro de Jesús te das cuenta de que está sonriendo, tiene una ligera sonrisa en los labios, casi imperceptible… Es como si el autor nos quisiera decir que el Señor a pesar de todo estaba contento por haber hecho lo que Padre Dios quería. La entrega da alegría. No una alegría hueca y ruidosa, sino profunda y silenciosa.
En la Pasión hay un hecho que llama la atención, y es este: que la Virgen estuviera allí. El Señor podía haber previsto las cosas para que su Madre no se enterara de nada hasta después de su muerte. Podía, sin más, haberla dejado en casa y evitarle todo aquello. Pero no, también quiso su entrega total. La quiso en el Calvario. San Josemaría decía que la gente que se entregaba a Dios
venía al Calvario, a darse sin límites como Jesús y María. Podemos preguntarnos hoy Viernes Santo, cuando el Señor ha muerto en la cruz:-¿Quieres que yo también me entregue así, totalmente?
María con el cuerpo de su Hijo en brazos. Así termina este día. María con su Hijo entregado. Ella sabe que dentro de poco resucitará, sabe que ese final es un principio. ¡Ojalá, Madre mía, terminarás también así este día: con mi entrega!
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