miércoles, 17 de abril de 2019

HOMILÍA JUEVES SANTO


Los israelitas todavía hoy celebran una cena pascual, en la que conmemoran el paso de Dios, que liberó a su Pueblo de la esclavitud de Egipto.
Precisamente en la primera lectura de la Misa, el libro del Éxodo (12, 1-8.11-14) nos cuenta como quería el Señor que se celebrara esa cena.

La sangre del cordero que debían sacrificar serviría de señal para librarse del exterminio.

Como se ve todo estaba previsto por Dios como preparación de otra cena, la que celebró el Señor con sus discípulos, y nosotros ahora hacemos presente.

Aquella cena pascual anticipaba la muerte del Señor en el Calvario, y este sacrificio de la Misa lo que hace es renovar el de la Cruz.

En el centro de todo está sacrificio de Jesús, el Cordero de Dios, que con su sangre nos libera de la muerte.

Por eso la Última cena es un anticipo lo mismo que ahora es una renovación. Pero esto último no podría hacerse sin los sacerdotes, que hacen presente otra vez al Señor en el altar.

Por eso Jesús, en un día como hoy, instituye el sacerdocio cristiano. Para que se hiciese en memoria suya todo lo que él hizo, como nos dice San Pablo en la Segunda lectura (1Cor 11, 23-26). Y esto es lo que hacemos nosotros ahora «proclamar la muerte del Señor».

San Juan en el Evangelio (Jn 13,1-15) nos aclara el sentido de esta muerte: Jesús nos «amó hasta el extremo».

Y su ejemplo de entrega es para nosotros un mandato: los cristianos tenemos que amarnos como el nos amó. Cosa imposible si el mismo no nos ayudara.

Hoy celebramos la Pascua, el paso del Señor. Pero Él se ha quedado en la Eucaristía para realizar la Común-unión entre nosotros: entre Dios y los hombres, y entre todos los que se llaman cristianos.

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