EL QUE COMPARTÍA MI PAN
El anuncio de la traición produjo revuelo y curiosidad entre los discípulos (cfr. Jn 13, 23ss). Lo habitual es que los comensales estuvieran recostados sobre el lado izquierdo; y el brazo derecho quedaba libre para poderlo usar. Por eso el discípulo que estaba a la derecha de Jesús tenía su cabeza inmediatamente delante de Él. Y podía hablar confidencialmente con el Maestro. Pero el suyo no era el puesto de honor, pues este era el de la izquierda. De todas formas, el lugar ocupado por Juan era el de un íntimo amigo (cfr. Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, ob.cit., p. 84).
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En esa ocasión la respuesta de Jesús fue totalmente nítida. Pero el evangelista nos hace saber que los apóstoles no entendieron a quién se refería. Más tarde, Juan, meditando lo sucedido, lo comprendió. Por eso añade un comentario que Jesús dijo (13, 18): Tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado” (Sal 41, 10; cfr. Sal 55, 14) (cfr. Ibídem, p. 85).
Qué tristeza da la traición de un hermano, de un amigo, de un esposo... Cuanto duele si es de nuestra sangre, y todavía es más incomprensible si lo has elegido tú como confidente.
El corazón humano a veces se comporta como una veleta: en poco tiempo los íntimos se pueden volver los enemigos más peligrosos, porque tienen la llave de nuestros secretos.
Que duro es que el mismo que te arropa cada noche sea también el que publique tus cartas reservadas.
Es una manera de hablar muy de Jesús: citar palabras de la Escritura para describir cosas, que con el paso del tiempo se harían transparente, aunque en el momento en el que se pronunciaban parecían enigmáticas (cfr. Ibídem).
Pero de todas formas lo que quedaba claro es que uno de los comensales traicionaría a Jesús.
La traición. Este es el destino por el que pasaría el Justo. Y que aparece sobre todo en los Salmos. El Señor experimentó la incomprensión, la infidelidad dentro del círculo más íntimo de los amigos. Y así se cumplió la la Escritura (cfr. Ibídem).
Jesús se presenta como el verdadero protagonista de los Salmos. Es el Hijo de “David”, del que provienen esos poemas, y en el Señor adquirirán su sentido auténtico. En este caso la traición de un apóstol (cfr. Ibídem, pp. 86-87).
No es que la vocación de Judas fuese la de traidor, sino muy al contrario, había sido elegido para algo grande, igual que Pedro. Los dos eran frágiles: pero se arrepintieron de distinta forma, pues los dos eran libres. Jesús los conocía –al ser Dios todo lo tiene en presente– y los creó a pesar de todo.
Este es misterio de su Amor y de la malicia humana. Pero incluso el mal sirve al Señor para su propósito: salvar al hombre.
Es cierto: Dios de los males saca bienes. Y de los grandes males, grandes bien, pues mayor es su poder. Aunque siempre es respetuoso con nuestra libertad, porque el amor no se puede imponer, se ofrece.
Y Dios no solo intuye nuestra reacción –como le ocurre a los padres de la tierra– sino que realmente la conoce, y deja hacer.
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