sábado, 5 de enero de 2019


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ADORARON A JESÚS  

Después de que los Magos escuchan la palabra de Dios, que les llega por los sacerdotes, entonces  la estrella les vuelve a brillar.

San Mateo utiliza superlativos para describir la reacción de los Magos: Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría (2,10).

Es la alegría  de quien ha encontrado a Dios y ha sido encontrado por Él.

Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron (Mt 2,11).

Durante la adoración a Jesús encontramos sólo a María, su madre.

Probablemente san Mateo al no citar a san José quiere recordar que el nacimiento de Jesús se hizo sin intervención de varón, y describir a Jesús solo como Hijo de Dios Padre (cfr. Joseph Ratzinger, ob. cit. p. 40).

Ante el rey Niño, los Magos (adoptan la proskýnesis) se postran ante él. Éste es el homenaje que se rinde a un Dios-Rey.

De aquí se explica que los regalos ofrecidos por los los Magos no fuesen del todo prácticos. Quizá otras cosas hubieran sido más útiles para la Sagrada Familia.
     
La tradición de la Iglesia ha visto representados, en esos tres dones que los Magos entregan, tres aspectos del misterio de nuestro Señor: el oro haría referencia a la realeza de Jesús, el incienso al ser Hijo de Dios y la mirra al misterio de su Pasión (cfr. Jn 19,39).
     
Muchos vieron en Jesús a un niño semejante a los demás. Los Magos, en cambio supieron ver en él al Salvador.

Al reconocerle le presentaron los dones más preciosos del Oriente. También nosotros podemos  entregarle los dones mejores que puede ofrecer un hombre: la fe, la esperanza y el amor.

Estos son los regalos que más le gustan, pues Él, aun siendo el Señor, no los posee.

Jesús, tiene necesidad de nuestra fe, que hace posible la oración. Y es el incienso humeante que une la tierra con el cielo, y que nosotros aportamos para completar su acción de Sumo Sacerdote.

La mirra de nuestra esperanza, nos hace ver que las penalidades de esta vida sirven completan lo que falta a la pasión del Señor.

Pero lo más precioso es el oro de nuestro amor.  Con él, Jesús extiende su reino espiritual. Lo comenzó con su sacrificio en la cruz, como indicaba la inscripción, y lo renueva cada vez que se celebra un Misa, ofrecida por nosotros y por muchos.

Como siempre, Herodes, «quien–no–debe–ser–nombrado», intentó engañar a los Magos,  pero ellos se escabulleron por arte de magia.

Buen ejemplo para nosotros que debemos utilizar los dones de Dios –fe, esperanza y caridad–  para vencer al Maligno.

Junto a nosotros está la Virgen para recoger el oro, el incienso y la mirra que ofreceremos,  y ponerlo todo cerca del Niño para que lo vea. Por eso le decimos hoy:

Tú eres la Estrella de Oriente, que surges cuando te necesitamos.


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