Como es lógico, en nuestra propia vida espiritual deseamos que los resultados sean positivos, que todo salga lo mejor posible, que haya fruto. Pero los resultados no pueden hacernos olvidar que en primer lugar está la búsqueda de Dios, no nuestra realización personal.
Si el éxito en la vida interior se viese como parte de la realización de nuestro “ego”, el batacazo sería grande. Ninguna parcela de nuestra vida debe de estar por encima de Dios y menos el terreno espiritual.
Porque el triunfo interior –por alcanzar cualquier virtud– debe ser una fuente para acercarnos más a Dios. Sin Él no podemos nada, y menos en las batallas espirituales. Y para descubrir quién ocupa el centro en nuestra vida, si es Dios o nuestro yo, basta con experimentar un fracaso en la lucha por mejorar. Los bajones ante nuestros fracasos suelen indicar que hemos contado mucho con nuestras fuerzas y poco con la gracia de Dios, y por eso se nos hace difícil asimilar la propia humillación.
Si ya es penoso que las cosas buenas de la vida nos oculten a Dios, todavía es más absurdo, que lo que nos separe de él sea la religiosidad. Incluso la teología podría separarnos de Dios si esa ciencia la tomásemos como un trampolín para nuestro éxito personal.
Es conocida la historia, que relata un autor irlandés, de un diablo inexperto que se inicia en su trabajo tentando a un ser humano. Pero el diablo novato fracasa en su intento; tanto es así, que aquel hombre tiene una conversión espiritual; entonces el diablo inexperto escribe una carta lacrimógena a su infernal tío, contándole el caso.
Y el diablo mayor le contesta, animándole: –No te preocupes, tiene arreglo. Ahora que cree en Dios, intenta que se haga una idea falsa de Dios.
Podríamos decir que lo que busca el demonio, es que ya que el hombre tiene la Palabra de Dios, que la lea de tal forma que su lectura le impida ver a Dios. Por eso, no es extraño que el mismo diablo cite la Sagrada Escritura para hacer caer al mismo Jesús en la trampa. En este caso es el Salmo 91, que habla de la protección que Dios ofrece al hombre fiel. Satanás, utiliza la Biblia porque a las personas espirituales las tienta a través de las cosas espirituales.
El diablo muestra ser un gran conocedor de las Escrituras. Y es así. Satanás tiene una inteligencia privilegiada y una gran fe en Dios, pero desconoce la humildad y el amor.
Precisamente, la segunda tentación aparece como un debate entre dos expertos, porque los dos lo eran. Esto es un aviso para nosotros: lo importante no es tener un conocimiento profundo de los libros sagrados, sino que nos sirvan para nuestra salvación y la de los demás. Que el Señor no tenga que reprocharnos que sabemos mucho y no actuamos según nuestras creencias, como dijo a los que escuchaban a los doctores de la ley: haced lo que dicen, pero no lo que hacen (cfr. Mt 23, 3).
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