El libro de los Proverbios alaba a una mujer que trabaja con profesionalidad: que actúa con previsión (Primera lectura: 31,10-13.19-20.30-31)
Una mujer buena es fácil de encontrar. Está en nuestra casa: la madre de cada uno de nosotros. Sabemos que nuestra vida corriente tiene mucha transcendencia: no da igual hacer una cosa o no hacerla. No da igual una chapuza que una obra bien acabada.
El Señor en el Evangelio habla de la fidelidad en lo poco, en lo cotidiano, en lo que podemos hacer, no en lo imaginario (cfr. Mt 25,14-30)
Si somos buenos en la vida diaria el Señor nos promete el cielo. Por eso no hay esperar cosas extraordinarias, que nos apartarían de lo verdaderamente importante.
Algunos cristianos de Tesalónica pensando que el Señor iba a volver pronto descuidaban el día a día. Y San Pablo les dice que la llegada del Señor no se sabe cuando será (1Ts 5,14-30: Segunda lectura de la Misa).
Lo que sí se sabe es que hay que darle valor al presente. Porque «el ahora» es lo que nos une a la eternidad.
La Virgen no hizo milagros pero, fue fiel al echarle sal al arroz y darle de comer a las gallinas.
Ella en la vida corriente estaba unida a Dios. Su único miedo era que algo le separa del Señor: este es el verdadero temor de Dios, que dice el salmo (127: Responsorial). María no cayó en el error de separar a Dios de la vida diaria.
Cuando estudiaba en la universidad, un profesor preguntó a las chicas que estaban en clase, sobre el significado del titulo de una revista, «Ama», que por entonces leían muchas españolas:
–«Ama», ¿viene de amar o de ama de casa?
No supimos responderle... Y da igual.
Por eso la Virgen cuando estaba en los detalles era el «ama». Y no es de extrañar que cuando el Señor inspiró el libro de los Proverbios, donde se habla de la mujer 10 pensaba en su Madre.
Una mujer buena es fácil de encontrar. Está en nuestra casa: la madre de cada uno de nosotros. Sabemos que nuestra vida corriente tiene mucha transcendencia: no da igual hacer una cosa o no hacerla. No da igual una chapuza que una obra bien acabada.
El Señor en el Evangelio habla de la fidelidad en lo poco, en lo cotidiano, en lo que podemos hacer, no en lo imaginario (cfr. Mt 25,14-30)
Si somos buenos en la vida diaria el Señor nos promete el cielo. Por eso no hay esperar cosas extraordinarias, que nos apartarían de lo verdaderamente importante.
Algunos cristianos de Tesalónica pensando que el Señor iba a volver pronto descuidaban el día a día. Y San Pablo les dice que la llegada del Señor no se sabe cuando será (1Ts 5,14-30: Segunda lectura de la Misa).
Lo que sí se sabe es que hay que darle valor al presente. Porque «el ahora» es lo que nos une a la eternidad.
La Virgen no hizo milagros pero, fue fiel al echarle sal al arroz y darle de comer a las gallinas.
Ella en la vida corriente estaba unida a Dios. Su único miedo era que algo le separa del Señor: este es el verdadero temor de Dios, que dice el salmo (127: Responsorial). María no cayó en el error de separar a Dios de la vida diaria.
Cuando estudiaba en la universidad, un profesor preguntó a las chicas que estaban en clase, sobre el significado del titulo de una revista, «Ama», que por entonces leían muchas españolas:
–«Ama», ¿viene de amar o de ama de casa?
No supimos responderle... Y da igual.
Por eso la Virgen cuando estaba en los detalles era el «ama». Y no es de extrañar que cuando el Señor inspiró el libro de los Proverbios, donde se habla de la mujer 10 pensaba en su Madre.
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