Sin embargo los mediocres están a gusto y piensan que no tienen necesidad de cambio.
Los tibios creen que los que tienen que cambiar son los demás.
Todo depende de cómo se miren las cosas. Hay personas que observan la realidad con una lente de aumento para ver lo que sucede fuera. Los defectos ajenos se ven con lupa, y los propios aparecen muy pequeños.
Es la misma lente que dependiendo de cómo se emplea ve en grande o
Nuestro Señor habla de un tipo de personas que se llamaban fariseos. Eran personas cumplidoras, y se encontraban a gusto consigo mismo.
Y nuestro Señor les dice que las prostitutas y los pecadores de adelantarán en el Reino de los cielos.
Estas palabras de Señor quizá desconcertaron a sus contemporáneos, pero son verdaderas. La experiencia enseña que es muy difícil que cambien una persona que se considera buena.
Sin embargo una prostituta –al mirar su vida– tiene más facilidad para convertirse, que un cristiano tibio. No he de extrañar que algunos santos hayan sido grandes pecadores.
Y como ha dicho Benedicto XVI: «Todo santo se ha hecho a partir de un ser humano pecador, tal y como todos hemos venido al mundo».
Pero algunas personas no ven las cosas así: no observa sus errores, sino los de los demás. Por eso decía Teresa de Jesús: «Miremos nuestras faltas y no las ajenas».
Porque con mucha facilidad vemos la mota en el ojo ajeno, y no somos capaces de mirar que en el nuestro hay un leño.
En nuestra vida sucede como dice el Señor de que a veces decimos a nuestro Padre Dios que vamos a trabajar en su viña, y luego no vamos.
Y otras veces que decimos que no, y después nos arrepentimos, y vamos a trabajar en sus cosas.
Tendríamos que sacar como propósito confesarnos con frecuencia, porque durante la semana –a veces– le decimos al Señor que no.
Y precisamente en la confesión rectificamos, pedimos perdón, y el Señor no ayuda a no ser mediocres, sino personas emprendedoras.
Nuestra conversión es importante porque
–como ha dicho Benedicto XVI en Alemania– «el daño a la Iglesia no lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres».
Ver homilia extendida
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