Los primeros cristianos notaron la ausencia del Señor. Su Humanidad se marchó al cielo el día de la Ascensión (cfr. Lc 24, 46-53). Y ellos seguro que se quedaron con una sensación extraña.
María guardaría con cariño la ropa de Jesús, e incluso su casa todavía conservaría su olor. Pero ya no iban a ver más sus manos grandes de carpintero, ni su simpática sonrisa, ni oirían el tono de su voz… Se fue.
A nosotros puede pasarnos por el estilo. No conocemos el rostro de Jesús, y tampoco le oímos.
Pero, aunque el Señor ascendió allá arriba «entre aclamaciones» (Sal 46, 6), también prometió que a nosotros nos llegaría aquí abajo un regalo, que Él nos lo enviaría «de lo alto» (Lc 24, 46s).
Y al enviarnos su Espíritu recibimos ese Regalo especial. Y fuimos «ungidos con su perfume». Y por el olor de esta fragancia, los cristianos seríamos conocidos en todo el mundo (cfr. Hch 1, 1-11).
Después de la Ascensión no contamos ya con la presencia de la Humanidad de Jesús, pero tenemos su Espíritu.
Muchos no conocen al Espíritu Santo, el Amor de Dios, que Jesús nos envió para consolarnos. Muchos no conocen ese Amor, que es el único bálsamo perfumado que alivia en las dificultades. Y nosotros somos los comerciales, viajantes, de este producto maravilloso.
El Amor de Dios irradia ese perfume que atrae, y que muchos quieren imitar. Pero se nota cuando no es el auténtico, porque se desaparece rápido.
El perfume que Dios regala a los cristianos es discreto, no empalaga, y dura siempre. Es producido por el verdadero Amor. Es el auténtico Cristian Dior.
María guardaría con cariño la ropa de Jesús, e incluso su casa todavía conservaría su olor. Pero ya no iban a ver más sus manos grandes de carpintero, ni su simpática sonrisa, ni oirían el tono de su voz… Se fue.
A nosotros puede pasarnos por el estilo. No conocemos el rostro de Jesús, y tampoco le oímos.
Pero, aunque el Señor ascendió allá arriba «entre aclamaciones» (Sal 46, 6), también prometió que a nosotros nos llegaría aquí abajo un regalo, que Él nos lo enviaría «de lo alto» (Lc 24, 46s).
Y al enviarnos su Espíritu recibimos ese Regalo especial. Y fuimos «ungidos con su perfume». Y por el olor de esta fragancia, los cristianos seríamos conocidos en todo el mundo (cfr. Hch 1, 1-11).
Después de la Ascensión no contamos ya con la presencia de la Humanidad de Jesús, pero tenemos su Espíritu.
Muchos no conocen al Espíritu Santo, el Amor de Dios, que Jesús nos envió para consolarnos. Muchos no conocen ese Amor, que es el único bálsamo perfumado que alivia en las dificultades. Y nosotros somos los comerciales, viajantes, de este producto maravilloso.
El Amor de Dios irradia ese perfume que atrae, y que muchos quieren imitar. Pero se nota cuando no es el auténtico, porque se desaparece rápido.
El perfume que Dios regala a los cristianos es discreto, no empalaga, y dura siempre. Es producido por el verdadero Amor. Es el auténtico Cristian Dior.
1 comentario:
Que bien huele esta sugerente homilía perfumada con sencillez poética y profundidad teológica, eso es una homilia moderna y católica del siglo XXI. Desde el corazón del poniente, un saludo agradecido por esta y otras homilías por el estilo. A. Cobo
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