El Señor en el Evangelio nos propone una parábola económica. También entre judíos se daba la «cultura del pelotazo»: encontrar la forma de hacerse rico de la noche a la mañana, a través de una operación.
De todas forma «el reino de los cielos se parece» más bien al que le toca la lotería, pero sin haber comprado el décimo: por suerte se lo encuentra en la calle (cfr. Evangelio de la Misa: Mt 13,44-52).
En tiempos de crisis es lógico que haya gente que le pida a Dios dinero para poder pagar la hipoteca, o los das promociones que tiene en marcha: porque no se vende ni un piso.
Al Señor le podemos pedir lo que queramos. Pero hay cosas que le agradan más. Salomón, como era listo, sabía pedir (cfr. Primera Lectura: 1R 3,5.7-12).
Dios, como es nuestro Padre, lo que más le agrada que le pidamos, es lo que tiene que ver con nuestra felicidad: y la felicidad tiene que ver mucho con nuestra salud eterna.
Porque la salud temporal, aunque ahora nos parece muy importante, es más trascendente lo que puede sanarnos el cuerpo y el alma para siempre.
Lo de la condenación eterna desde luego es un muy fuerte. Por eso aunque a veces haya que sufrir un poco no nos importa.
San Pablo dice que «a los que aman a Dios todo les sirve para bien» (Segunda Lectura: Rom 8,28). Porque aunque lo que suceda nos desagrade un poco, el Señor lo va a utilizar para nuestro provecho.
Quizá lo que suceda en la actualidad no sea bueno para nuestro bolsillo. Pero tenemos que utilizarlo para que, no sólo no nos separe de Dios, sino que nos una a Él. Como sucede en las familias cuando hay alguna coyuntura negativa, se apiñan. La Virgen sabe mucho –porque es muy humana– del amor en tiempos de crisis.
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