Como se lee en el libro de los hechos de los apóstoles (12, 2: Primera lectura de la Misa) el camino de Santiago fue un camino de martirio. Su vida cristiana no fue una excursión, sino una novela de aventuras.
Era uno de los amigos íntimos de Dios, y en esta tierra selló esa amistad dando la vida por el Señor (cfr. Antífona de Comunión).
Por el Evangelio (cfr. Mt 20,20-20) sabemos que Jesús le había preguntado si podría beber el cáliz de la pasión. Él dijo que sí, pero quizá no era muy consciente de lo que decía.
En alguna ocasión me he preguntado – escribió San Josemaría– qué martirio es mayor: el del que recibe la muerte por la fe, de manos de los enemigos de Dios; o el del que gasta sus años trabajando sin otra mira que servir a la Iglesia y a las almas, y envejece sonriendo, y pasa inadvertido...
Para mí, el martirio sin espectáculo es más heroico... Ese es el camino tuyo. (Vía Crucis, VII estación).
Santiago y su hermano querían ser los primeros en Reino del Mesías, y como buenos gallegos no lo pidieron directamente, sino a través de su madre.
Efectivamente los primeros puestos estaban ya adjudicados. No hay que ser muy inteligentes para saber que a la derecha estaría la Virgen y a la izquierda san José.
De todas formas el Señor aprovecha esta anécdota, para hablarles de que los que quieran ser los primeros tienen que servir no mandar: así fue la Vida de María y del Santo Patriarca.
Sabemos que en Zaragoza, Santiago se vino a bajo por la tozudez de los hispanos de aquella región. Tuvo que venir la Virgen para animarle.
Allí está el pilar, como recuerdo de que sí si queremos ganar nuestra Eurocopa –llegar al cielo–, como buenos aragoneses tendremos que recorrer este camino de Santiago –el del martirio sin espectáculo– de la mano de la Virgen.
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