Los colaboradores de Dios, primero se quedan dormidos, y luego quieren resolver el problema drásticamente (Cfr Evangelio de la Misa: Mt 13,24-43).
Así somos a veces: primero pereza y falta de vigilancia, y después nos entra la ira disfrazada de celo.
Dios sin embargo actúa de otra forma: su arma secreta siempre es la misericordia. Y esa se la enseña a su amigos (Cfr. Aleluya de la Misa: Mt 11,25).
Dios es bueno, y lo primero que tiene en cuenta es que ninguno de sus hijos sufra injustamente. El Señor no quiere imponer su voluntad de forma agresiva, también tiene en cuenta los efectos colaterales. (Cfr. Salmo Responsorial: 85).
Su táctica no consiste en desarraigar el mal sin más, sino que tiene muy en cuenta el modo. Como han dicho los santos: todo por amor, nada por la fuerza.
Porque el Señor no busca un enfrentamiento, sino la conversión (cfr. Primera Lectura de la Misa: Sb 12,13.16-19).
San Josemaría decía que los cristianos hemos de ahogar el mal en abundancia de bien. Esto es lo que hizo María de forma discreta. Porque las madres son especialistas en corregir, evitando los efectos colaterales: saben amar.
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