A veces, la vida en esta tierra se ha comparado con una comedia en la que cada uno representa un papel.
Y sucede, en el teatro o en el cine, que lo que allí se desarrolla no es real, aunque lo aparente. El que actúa de rey, una vez acabada la función deja su corona, y se toma un bocadillo en un bar. Y lo mismo el que hace de mendigo, puede ganar millones por su actuación.
Por eso se compara nuestra vida con el arte dramático: detrás de las cámaras y de la tramoya está la realidad, pero no en el escenario, allí todo es apariencia.
La gracia del asunto es que, mientras más real parece, más falso es. Como nos ocurre a nosotros, que estamos tan metidos en las cosas, que nos pueden parecer definitivas cuando no lo son.
Muchas veces el Señor nos dice como le insinuó al profeta: «No te fijes en las apariencias» (Primera lectura de la Misa: I Sam 16, 7)
La realidad de cada personaje sólo la puede conocer Dios, que es el que mira las cosas fuera del tiempo, y mira, no el papel que uno representa, sino que «el Señor ve el corazón» (Idem)
Y hay una forma para ver las cosas del modo como las ve Dios: esto es la luz de la fe. Con la fe tenemos la luz de Dios. Precisamente el Señor se encarnó para darnos esa visión sobrenatural.
¡Qué grande es la fe, que nos hace ver las cosas con la luz de Dios! Podemos decir que el verdadero ciego es el que no tiene esa luz.
¡Qué pena no tener fe! Pues las cosas sin fe carecen de sentido. Lo mismo que la ceguera impide ver el relieve, los colores, un agnostico, no sabe, ni ve lo fundamental.
Por eso un acto de fe en Dios vale más que todas las riquezas de la tierra. La fe nos da la luz para ver los acontecimientos de esta vida con los ojos de Dios.
¡Qué bueno es lo que dice a Jesús el ciego, que empieza a ver: «Creo, Señor»! (Evangelio de la Misa: Jn 9, 38)
Al ciego no sólo le dio la luz natural sino la sobrenatural, así empezó a caminar por el mundo «como hijo de la luz». (Segunda lectura: Ef 5,8).
La falta de fe es la peor ceguera, y lo peor que nos puede pasar en esta vida. Por eso corrigiendo al poeta, podemos decir:
Dale limosna, mujer
que no hay en la vida nada
como la pena de ser
ciego en España
Ver homilía extensa
Y sucede, en el teatro o en el cine, que lo que allí se desarrolla no es real, aunque lo aparente. El que actúa de rey, una vez acabada la función deja su corona, y se toma un bocadillo en un bar. Y lo mismo el que hace de mendigo, puede ganar millones por su actuación.
Por eso se compara nuestra vida con el arte dramático: detrás de las cámaras y de la tramoya está la realidad, pero no en el escenario, allí todo es apariencia.
La gracia del asunto es que, mientras más real parece, más falso es. Como nos ocurre a nosotros, que estamos tan metidos en las cosas, que nos pueden parecer definitivas cuando no lo son.
Muchas veces el Señor nos dice como le insinuó al profeta: «No te fijes en las apariencias» (Primera lectura de la Misa: I Sam 16, 7)
La realidad de cada personaje sólo la puede conocer Dios, que es el que mira las cosas fuera del tiempo, y mira, no el papel que uno representa, sino que «el Señor ve el corazón» (Idem)
Y hay una forma para ver las cosas del modo como las ve Dios: esto es la luz de la fe. Con la fe tenemos la luz de Dios. Precisamente el Señor se encarnó para darnos esa visión sobrenatural.
¡Qué grande es la fe, que nos hace ver las cosas con la luz de Dios! Podemos decir que el verdadero ciego es el que no tiene esa luz.
¡Qué pena no tener fe! Pues las cosas sin fe carecen de sentido. Lo mismo que la ceguera impide ver el relieve, los colores, un agnostico, no sabe, ni ve lo fundamental.
Por eso un acto de fe en Dios vale más que todas las riquezas de la tierra. La fe nos da la luz para ver los acontecimientos de esta vida con los ojos de Dios.
¡Qué bueno es lo que dice a Jesús el ciego, que empieza a ver: «Creo, Señor»! (Evangelio de la Misa: Jn 9, 38)
Al ciego no sólo le dio la luz natural sino la sobrenatural, así empezó a caminar por el mundo «como hijo de la luz». (Segunda lectura: Ef 5,8).
La falta de fe es la peor ceguera, y lo peor que nos puede pasar en esta vida. Por eso corrigiendo al poeta, podemos decir:
Dale limosna, mujer
que no hay en la vida nada
como la pena de ser
ciego en España
Ver homilía extensa
No hay comentarios:
Publicar un comentario