El matrimonio
es como el básquet
La vida nuestra en la tierra San Pablo la compara con
el deporte. Por eso no parece muy descabellado pensar que el matrimonio es como
un partido de baloncesto. Uno que no sea deportista, podría pensar que es muy
cansado moverse por la cancha, pasar el balón, o intentar hacer una canasta. Indudablemente el baloncesto es movido, y a veces
cansa, pero es mejor jugar que estar en el banquillo.
Acabamos de escuchar en la carta a los Efesios (cf.
5, 25-32) que San Pablo nos habla de
entrega, porque la esencia del matrimonio
es la entrega. Y esto es lo que ocurre en cualquier equipo. El
egoísmo es frustrante. Y los matrimonios que triunfan es porque se piensa más
en el otro que en uno mismo.
No solo se respetan la manera de ser de los demás,
sino que se fomenta. Así funciona un equipo. Todos no puede jugar de aleros.
Cada uno tiene que jugar en su puesto. Pero aunque sea verdad que el matrimonio es un
deporte, no se juega «contra» el otro, sino «con» el otro. En este caso Gonzalo
es «el pivot», y María Julia «la base».
La base y el
pivot
Y no lo digo por la altura, indudablemente Gonzalo es
más alto, sino por muchas veces la mujer es la que da el juego en una familia.
Lo vemos en el Evangelio cómo es María la que distribuye el juego (cf. Jn 2,
1-11). Y consigue que Jesús enceste, en este caso de forma milagrosa en una
tinaja.
Quizá alguno puede pensar que comparar matrimonio con
el baloncesto es poco adecuado, que sería más correcto hablar de un partido de
dobles en tenis. Pero esa comparación parece problemática porque el
matrimonio está pensado para que no jueguen solo dos. Por eso habla el Señor en
el Génesis, que no solo jueguen Adán y Eva, sino que el equipo debe ser mayor
(Gn 1, 26-28s). Hay que contar con los hijos, que también son piezas
fundamentales, que irán llegando al banquillo para jugar cuando les toque.
La jugada de
Dios
Acabamos
de escuchar que en una boda, Jesús adelantó simbólicamente su «glorificación»
en la cruz, porque su Madre se lo pidió. María,
lo mismo que Julia –la Madre de la novia– están también hoy, aquí presentes. Y
en aquella boda, porque se lo pidió su Madre, Jesús hizo su primer milagro.
Dios
hace todo a lo grande, se excede por amor
que nos tiene. Y como en su muerte iba derrochar su sangre, en Caná de Galilea,
realiza un «adelanto», y va a convertir una cantidad enorme de agua en vino:
unos 520 litros .
Como símbolo de que su amor por nosotros no tiene medida.
El
agua, que servía para la purificación ritual, se convierte en vino, en signo de
la alegría de una boda. También
el agua de nuestra vida, que es corriente, se puede transformar, por nuestro
amor de Dios, en una alegría desbordante. Por
todo esto el Señor quiere comparar su relación con nosotros, con la que tienen
los esposos: Dios creó el matrimonio como símbolo de su amor
El
agua del cumplimiento del deber diario puede convertirse en el vino del Amor,
con la ayuda de la Virgen. Con ella, vosotros que sois los novios ganaréis el
partido, encestando en el cielo. Que así sea.
Granada, Monasterio de la Cartuja, 31.7.10
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